El futuro de Cordoba Cap 4..pdf

Capítulo 4:
¿Cómo somos realmente?

Hagamos por un momento un análisis más personal de cómo somos -o cómo estamos siendo en el presente- identificándonos, según sea el caso, con alguna de las tendencias que mencionamos forjaron la Córdoba de hoy, desde el pasado. ¿Qué nota nos ponemos frente a esa comparación? 

Salvo excepciones, que los conocemos y los reconocemos, lo más seguro es que la mayoría de nosotros bajemos la mirada con tristeza porque -en lo que nos incumbe- la comparación con el compromiso del pasado nos pondría en un lugar incómodo, por nuestra poca Fe, esperanza y caridad.

La tesis que venimos desarrollando aquí adquiere -soy consciente- un cariz más doloroso, porque nos involucra y nos interpela.

Es interesante llevar esta tesis del terreno de lo “material”, es decir, del legado que nos ha dejado la acción de intrépidos cordobeses y cordobesas del pasado en obras e instituciones, en desarrollo de sectores económicos y académicos sobre el presente que disfrutamos, al plano más subjetivo de las personas. Esas personas, somos -ni más ni menos- que nosotros mismos.

Esto es, cuánto ha incidido su legado y su forma de ser y de actuar en nuestra forma de ser y de actuar como cordobeses de hoy.

No voy a eludir la pregunta previa: ¿hay realmente un patrón de forma-de-ser- cordobés? Es muy difícil responder esta pregunta. Somos tan diversos y tan distintos según edad, género, condición socioeconómica, región donde vivimos dentro de la provincia, instituciones donde estudiamos, barrio en el que vivimos, lugar donde trabajamos, que sería bastante osado hablar de una sola forma de ser del cordobés.

Pero estamos entre cordobeses. Y nos conocemos bien. Sin llegar a ser científicos y sociólogos, creo que somos capaces de enumerar características que nos son comunes, al menos en forma mayoritaria. Encaremos esta aventura, sin temor a equivocarnos. Al final de cuentas se trata de un ejercicio sano.

 

I. Un punto de comparación

 

¡Podríamos comenzar diciendo que los cordobeses no somos como los porteños! Esto que inmediatamente puede sacarnos una sonrisa, tiene algo interesante e histórico. Porque, viendo ciertas “distorsiones”, por llamarlas de alguna manera, en la forma de ser y de actuar de la mayoría de los que han vivido y viven en Capital Federal, reconocemos que no somos iguales. Incluso andamos por ahí -sobre todo cuando estamos con personas de otros países- aclarando que somos argentinos, pero inmediatamente agregando “que no somos porteños”, lo que libera tensiones y genera algún comentario de parte de nuestros interlocutores de sufrimientos vividos, por haber tratado en algún momento de su vida con un porteño presuntuoso.

El cordobés no tiene tanta necesidad de mostrar lo que es a través de lo que tiene, como sí parecen necesitarlo los porteños. No estudiaré aquí la razón sociológica. Solo presento la observación. Siempre se ha dicho que el porteño cambia su auto y a propósito elige otra marca y otro color para que todos adviertan que tiene uno nuevo. Y en cambio el cordobés cambia el auto por la misma marca y mismo color para que nadie advierta que lo hizo. Aunque esto se ha diluido con los años, sigue siendo una observación que nos describe.

Posiblemente seamos de menos palabras, más humildes para hacer nuestra primera presentación, con utilización del humor en cuanto se nos da la oportunidad como forma de relacionarnos… eso sí: de más palabras (inclusive un torbellino de palabras) cuando tenemos que conquistar a una mujer, de cero. Es el famoso “chamuyo” cordobés.

Algunos señalan la diferencia entre la influencia italiana sobre los porteños y nuestra ascendencia más española como una fuente de esta distinta forma de ser, pero no podría dar fundamento de esta teoría.

Como contracara de este modo más sencillo de desenvolvernos, hay de parte nuestra una menor capacidad de arriesgar y de tomar decisiones difíciles en forma rápida (incluso al borde de la ilegalidad). Los porteños -en definitiva- son en general más temerarios y más desenfadados en su temeridad que los cordobeses. Nosotros parecemos más medidos y más prudentes, con todo lo bueno y todo lo malo que esto puede significar.

Es interesante añadir el vínculo con la naturaleza que la mayoría de los cordobeses tenemos por estar tan próximos a entornos serranos, campos, lagos y lugares que nos sacan de nuestro hábitat ordinario (y nuestra zona de confort) y nos conectan con un costado más agreste, más cercano a la belleza de lo natural, al contacto con los animales y al tiempo lento que conlleva la contemplación de la naturaleza, que permite mayor reflexión. No es lo mismo una tarde entera en un bar de la Recoleta, por muy linda que sea la zona, que hacerlo al lado de un río serrano. Esta experiencia, repetida desde que somos muy chicos, estoy seguro de que imprime actitudes y valores en nuestro subconsciente.

Agregamos en este listado nuestro sentido más fuerte de la familia y de los amigos, seguramente por este contexto en el que se da nuestra vida. No solo por la naturaleza. Hemos tenido más barrio y más pueblo en Córdoba que Buenos Aires y eso nos ha dado otro sentido de la realidad y de la calle. Hay como una personalidad más “comunitaria” en nosotros: tal vez por eso saludamos al entrar a un bar o a un ascensor, aunque en realidad no conozcamos a nadie. Pero por si acaso.

 

II.  Todos mezclados

 

La formación de nuestras ciudades y sobre todo de la principal, la ciudad de Córdoba, también es una observación que vale la pena poner sobre la mesa de análisis.

Córdoba es curiosa por la forma en que se combinan, en todas las zonas, los barrios de nivel socio-económico alto con otros barrios a muy pocas cuadras de nivel socio económico medio e inclusive bajo. Doy por caso la zona que más conozco: el sur de Córdoba. En muy pocas cuadras convive Barrio Jardín Espinosa y el Country del Jockey, con Villa Revol y Barrio Chino, que a su vez queda a muy pocas cuadras de Rogelio Martínez. En el norte también conviven Argüello Lourdes con Barrios del Cerro de las Rosas y la Villa Hermana Sierra o Villa Urquiza. Y así se produce esa caótica mixtura en todos los puntos geográficos que conforman un damero muy particular en el marco de las grandes ciudades del mundo.

Está claro que en general las ciudades están mucho más claramente segmentadas, con personas pudientes que viven en una zona y personas más sufridas o incluso marginadas que lo hacen en otra.

La ciudad de Buenos Aires -aunque se han hecho grandes esfuerzos por diluir esta diferencia en los últimos gobiernos- sigue teniendo la zona norte con grandes diferencias respecto de la zona sur de La Boca, y la zona central de la ciudad que es donde habita la clase media. En Córdoba todos los barrios están mezclados como si alguien hubiera barajado un mazo de cartas.

Esta convivencia es muy interesante en términos de interacción social. En lo que se refiere a las personas obliga a no desconectarse de la realidad del prójimo, porque uno convive con “vecinos” en cada cuadra y en cada esquina. Y por más que a unos les pueda ir muy bien y vivir en el mejor barrio de Córdoba, no dejan de interactuar en distintos momentos con personas que viven en condiciones más humildes o en la extrema pobreza.

Situaciones similares ocurren en el interior de Córdoba. La dueña de la empresa principal del pueblo -posiblemente hija del fundador que también nació allí-, que se podría considerar millonaria y les da trabajo a casi todas las familias de esa localidad, vive en el mismo entorno, en una casa más junto al resto, tal vez mejor -por supuesto- y con más confort, pero integrada. Esto ocurre en la mayoría de las ciudades y pueblos de la provincia de Córdoba.

En el damero hay que sumar las corrientes inmigratorias recientes que han venido de Paraguay, Perú, Bolivia y Venezuela más cerca en el tiempo. Ellos le han aportado a la cultura de Córdoba una mirada distinta, de trabajo y de sacrificio, así como costumbres y visiones diversas (incluso sabores y olores distintos que han enriquecido nuestro acervo). Algunos han querido instalar una mirada despectiva de estos inmigrantes, pero el prejuicio -gracias a Dios- no se extiende, porque todos somos conscientes de que fuimos o somos un producto directo de la inmigración, en un momento de la historia de nuestras familias. ¿Cómo no ser respetuosos con los nuevos inmigrantes si vemos en ello el arrojo y también la precariedad que vivieron nuestros antepasados?

Está claro que no puedo olvidarme de mencionar la incidencia de los miles de universitarios, que provienen de todas las latitudes de Argentina e incluso de otros países. Este impacto, que además es histórico, es determinante para lo que ha sido forjar el carácter del cordobés: porque hay un número de personas jóvenes, que en porcentaje relativo sobre el total de la población es muy incidental, que han traído desde hace cientos de años y también hoy su adrenalina nueva, su aprendizaje de vivir solos, su idiosincrasia de las sociedades de donde provienen y también una cuota de madurez porque no son “almas bellas” sin destino, por decirlo así, sino todo lo contrario, sus familias hacen un sacrificio para costear su estadía en Córdoba y eso le imprime una tensión por cumplir los objetivos. El Barrio Nueva Córdoba -para nuestra ciudad- es un músculo joven que late y nos hace vibrar.

En un sentido más macro, el hecho de que Córdoba sea un punto de encuentro entre las rutas de todo el país, lugar obligado a donde vienen a abastecerse, hacer compras y atenderse por temas de salud desde el noroeste, donde vienen a turistear los del este y donde también convergen los del sur en congresos y en exposiciones, produce en nuestra cultura y en nuestra forma de ser una experiencia de interacción con otras culturas de todo tipo, verdaderamente fascinante.

No es en vano que Córdoba se distingue por la forma en que conviven los diversos credos religiosos, incluso con una institucionalización del diálogo como es el caso del COMIPAZ conformado por católicos, evangélicos, judíos y musulmanes. Y que no tengamos problemas raciales o de desencuentros entre personas de distintos orígenes. Tan es así que todo es motivo de humor: el judío termina siendo ruso; el sirio, libanés y al revés.  Aun los cánticos supuestamente xenófobos que se han dado en canchas y otros ámbitos no dejan de ser parte del ácido humor cordobés, sin ninguna proyección a algo más serio.

Podría hablar de cómo nuestros músicos son capaces de tocar en la Sinfónica del Teatro San Martín los lunes y los sábados en los bailes de cuarteto, o cantar con la misma pasión el folklore, el rock, el tango y el cuarteto. Como también comemos de todo ¡y tomamos de todo     (vino bueno y también patero, champagne o priteao)!

 

III.  Nuestras zonas erróneas

 

Hasta aquí la descripción viene bien, nos hace sentir a gusto y hasta nos saca una sonrisa. Marca a nuestro favor un entramado de valores que nos constituyen, más allá de que luego cada uno es como es y que tal vez ¡haya muchos que más vale perderlos que encontrarlos!

Podríamos agregar muchas otras variables, como el contacto con los millones de turistas que vienen cada año, nuestros eventos culturales que disparan nuevos valores en la música, en el baile, en la jineteada, etc., todo confluye para mostrarnos pujantes, pero sin alardear.

Esta forma de ser de los cordobeses, que nos ha permitido amalgamar lo conservador, lo liberal, lo desarrollista, lo progre, lo académico y lo popular, lo autóctono y lo extranjero, lo fino y lo chabacano, lo gourmet con el asado y el fernet, lo serio con el humor, lo profesional con una siesta panza arriba al aire libre, debajo de un árbol en verano…, este esquema de características tan reales y tan “valiosas” vale la pena resaltarlo como un verdadero capital que nos han sabido legar desde el pasado.

Es muy buena base lo que somos y cómo somos, en un momento como el actual, en el que se pone énfasis en las “habilidades blandas” y los valores para trabajar en equipo. Y nosotros podemos hacerlo.

Pero no son todas flores: también tenemos características muy negativas. Somos indisciplinados por naturaleza, porque nos hemos acostumbrado a que la ley “se acata, pero no se cumple”. Esto se refleja en la forma en que manejamos (nombro nuestro comportamiento en las rotondas solo como botón de muestra), el (in)cumplimiento que hacemos de las normas de todo tipo y en general en la forma en que nos conducimos por la vida.

Nos gusta jugar al margen o inclusive hacer trampita (somos buenos jugadores de truco y mejores para cantar falta envido con 24). En algunos casos podríamos llegar a decir que somos un tanto mentirosos o con tendencia a exagerar o sobre vender para conseguir lo que queremos.

Otra característica negativa es que, a pesar de que amamos nuestro entorno, somos en general muy agresivos con lo público. Rompemos plazas y mobiliario urbano, ensuciamos parques, nos robamos las canillas y pintamos con un aerosol “Ana te quiero” en una piedra de una reserva natural. Llegamos a un río serrano y ponemos la música a todo volumen, prendemos fuego aun teniendo el cartel que nos recuerda la prohibición al frente sabiendo que podemos llegar a quemar miles de hectáreas de bosque. Y cuando nos vamos dejamos la basura tirada. Donde podemos, tratamos de entrar sin pagar. Hablamos mal, en forma guaranga, y en algunos casos lo hacemos con orgullo, como si fuera parte de nuestra identidad. Más de una vez nuestro humor es una forma sutil de “bullynear” y hace doler a ciertas personas.

Hay una característica que tal vez sea la más negativa: somos muy apáticos a la participación constante y persistente. Nos gusta movilizarnos y llenar el Patio Olmos o las plazas cuando algo nos enerva. Pero son muy pocos los que pasan de la protesta a la propuesta y de la reacción a la acción. De los que sí participan, que no es más que el 7% de la población total, sí vale la pena destacar que en Córdoba un 80% reconoce una inspiración religiosa y lo hace a través de una institución de ese tipo, sin importar en este caso el credo. Pero lo que reina en el cordobés es el desinterés y la poca participación en las cuestiones que no son estrictamente personales y familiares.

El periodista de La Voz del Interior, Edgardo Litvinoff, recientemente publicó un artículo en el que habla de la “Participación ciudadana en Córdoba ¿Qué hacemos, además de quejarnos?” Allí hace referencia a un caso paradigmático: en muchas de las cuadras de nuestra ciudad existían contenedores verdes para depositar residuos reciclables: botellas de plástico, papeles, envases de vidrio. A los pocos meses -en noviembre de 2020- la Municipalidad de Córdoba decidió retirarlos. La argumentación: que los cordobeses no respetábamos la separación de los residuos, con los cestos verdes para secos y los contenedores negros para húmedos.

Más de uno a esta altura estará diciendo: “yo no soy así”, “yo no soy asá”. Está claro que estoy hablando de características muy generales que justamente “nos singularizan”, aunque posiblemente las excepciones sean tantas o más que la regla.

En el balance entre las virtudes y defectos, la balanza nos favorece. Y por eso -en términos generales- los cordobeses somos considerados buenas personas.

Sin embargo, no podemos evitar enfrentarnos a la tendencia: los valores que nos salvan del aplazo, que nos ponen en un plano virtuoso, se van perdiendo por la forma en que van creciendo nuestras ciudades, nuestras costumbres posmodernas, por el individualismo que se expande, porque la tecnología nos ha ido aislando, porque el impacto de la educación ha ido mermando a causa de su declinación (¿o su decadencia?) y la cultura popular ha ido decayendo, incluso por el crecimiento de una cultura marginal o cuasi tumbera que ha crecido desde los barrios populares y que nos asemeja a los asentamientos del conurbano bonaerense o a las favelas brasileras.

 

IV.  La inseguridad nos cambió a todos

 

Lamentablemente, el factor inseguridad ha sido un verdadero cáncer en nuestra sociedad y ha ido calando fuerte en nuestras bases sociales de convivencia. Paulatinamente nos hemos ido encerrando en guetos, interactuando menos, desconfiando de las personas que tenemos al lado, contentándonos con estrechar lazos solo con los muy cercanos y nuestros amigos virtuales.

El recuerdo de la noche de los saqueos en Córdoba en el año 2013, por el “paro” de la policía, sigue fresco en nuestra memoria y nos ha mostrado lo peor de nosotros como sociedad, de lo que somos capaces, cuando se pierden el “relato” y la autoridad. Pero no hace falta irnos tan allá: el mismo hecho de interactuar con gente desconocida -padres del colegio, vecinos del barrio o de una comuna- en un grupo de whatsapp nos pone en alerta sobre lo “sorprendentemente pelotudos” que nos hemos vuelto.

Ha habido, eso está claro, muchos momentos en nuestra historia donde han cundido las fuerzas del desencuentro y la violencia. Desde que fueron echados los jesuitas o los fusilamientos de los contrarrevolucionarios, los desencuentros violentos entre unitarios como el Manco Paz y federales como Juan Bautista Bustos, o en hechos más recientes que aún nos duelen como fueron las noches oscuras de las últimas dictaduras, o los desencuentros entre peronistas y antiperonistas que calaron hondo y crearon heridas que hasta hoy recordamos.

Muchos tenemos un recuerdo de un familiar que fue echado por no ponerse la cinta negra cuando murió Evita o, al revés, por no sumarse cuando triunfó la Revolución Libertadora. También tenemos muchos un familiar desaparecido o conocido, así como un militar que sufrió con bombas puestas en sus domicilios o en sus automóviles.

Es curioso, porque todas estas tendencias negativas, si hacemos un análisis muy fino, son ajenas a nuestra idiosincrasia local y -de alguna manera- nos han atacado desde afuera, como si fueran virus exógenos que se nos han metido en nuestro trajinar diario.

Por dar solo un ejemplo y poder seguir: Córdoba no generó el narcotráfico ni mucho menos. Pero este flagelo nos ha llegado y nos ha condicionado en extremo. Otro ejemplo completamente distinto pero que refuerza la teoría: veamos cómo la pelea entre vedettes y los “puteríos” del verano que ha sabido importar la ciudad de Carlos Paz se replican en los medios nacionales de Buenos Aires, pero no termina de tener repercusión local. A los cordobeses nos gustaría nuestro propio puterío que tiene otros códigos: los nuestros. Aun el caso de la Revolución Libertadora para derrocar a Perón, que en una parte importante se gestó en Córdoba de la mano del General Lonardi, hay que advertir que llevaba el sello cordobés del respeto resumido en la consigna que dijo el propio general al asumir la conducción del país: “ni vencedores ni vencidos”. Pero a los pocos meses otro fue el cariz de ese golpe con fusilamientos y persecuciones.

El problema es que a las tendencias que nos achatan y nos vulneran, los cordobeses no ofrecimos ninguna resistencia. Y hoy nos parecemos (para mal) a otras regiones populosas de América Latina. Paulatinamente nuestro “ser cordobés” va perdiendo personalidad en lo profundo y queda superficializado (o incluso en modo meme) solo en el “culiau”, el Fernet, la Mona, el cuarteto y los alfajores. Demasiado poco para todo lo que somos, fundamentalmente cuando le abrimos la puerta a las mejores tendencias de nuestra historia.

No me equivoco si digo que hoy el “ser cordobés” está siendo modelado más desde los medios nacionales que por nuestra propia impronta. Más por esos exponentes “border” de programas taquilleros tipo Gran Hermano que por cómo se destacan nuestros jóvenes sobresalientes premiados por la Bolsa local. Incluso la última anécdota cuasi cómica del ex gobernador Schiaretti en los debates políticos hablando de una Córdoba que todos los cordobeses sabíamos que exageraba, marca -sin embargo- que nuestra impronta no es firme, sino vulnerable a las manipulaciones desde medios nacionales.

El impacto de la tecnología, sobre todo aquella que tiende a despersonalizar (nombro como caso paradigmático al masivo Tik Tok que tanta ascendencia tiene entre nuestros jóvenes) puede terminar de ser una sentencia de muerte para un “ser cordobés” robusto y valioso.

 

V.  Qué nota nos ponemos a nosotros mismos

 

Más allá de estas consideraciones generales, hagamos por un momento un análisis más personal de cómo somos -o cómo estamos siendo en el presente- identificándonos, según sea el caso, con alguna de las tendencias que mencionamos forjaron la Córdoba de hoy, desde el pasado.

Si somos religiosos, gente de Fe que creemos que “este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar”, no importa cuál sea nuestra religión específica. Si creemos que buscar el reino de Dios nos traerá todo lo demás por añadidura y que hemos recibido una serie de talentos que tenemos que multiplicar siendo luz y sal… podríamos preguntarnos: ¿cómo nos vemos respecto a aquellos hombres y mujeres religiosas que en el pasado cordobés fundaron -como recordamos- colegios, asilos, orfanatos, instituciones, hospitales, estancias y universidades y que trabaron fuerte con fe, con esperanza y con caridad para que estos proyectos se desarrollasen contra viento y marea y pervivieran hasta nuestros días?

Salvo excepciones, que los conocemos y los reconocemos, lo más seguro es que la mayoría de nosotros bajemos la mirada con tristeza porque -en lo que nos incumbe- la comparación con el compromiso del pasado nos pondría en un lugar incómodo, por nuestra poca Fe, esperanza y caridad.

Si no es lo religioso lo que nos identifica, sino tal vez lo liberal o lo progresista. O los valores que claramente podemos resaltar de nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes.

¿Qué nota nos ponemos frente a esa comparación? Si nos identificamos con lo popular, ¿dónde están nuestras acciones cooperativas para levantar -entre todos- las paredes de la escuelita del pueblo, cada uno poniendo lo que sabe, incluso mano de obra, sin esperar nada a cambio?

Los que hoy son funcionarios públicos o gobernantes, los que son dirigentes en las más diversas instituciones, los técnicos, los profesores de la universidad o de nuestros colegios, los empresarios, los periodistas, los profesionales, los artistas, los que se ganan la vida con oficios o haciendo changas… No importa lo que digamos hacia afuera, en una especie de “examen de conciencia” hacia adentro, podríamos preguntarnos ¿estamos dando todo lo que nuestra identidad nos ha preparado para ofrecer por esta tierra en la que vivimos?

La tesis que venimos desarrollando aquí adquiere -soy consciente- un cariz más doloroso, porque nos involucra y nos interpela.

Podría pasar que llegados a este punto reformulemos la respuesta que dimos inicialmente y -casi para zafar- digamos: “es que, a mí, Córdoba me chupa un huevo” (lo digo así, porque en la informalidad muchos podríamos usar esa expresión). Si así fuera, entonces, como en el juego de la oca que sabíamos jugar cuando éramos chicos: “vuelve al inicio” o directamente “termina tu juego” en el marco de este libro. ¿Para qué seguirías leyendo sobre algo que no te inmuta? Hasta la próxima.

Podría darte una larga perorata de que es una locura pensar que podremos “salvarnos solos”, nosotros o los miembros de nuestra familia. Es claramente un error cerrar la percepción de lo común a nuestro estricto marco familiar, un error muy usual en las concepciones individualistas. En primer lugar, porque la estabilidad y la felicidad de la familia dependen de la comunidad, aunque sea ella su núcleo central. Para decirlo de algún modo: nuestra familia necesita de muchas otras familias para ser feliz y todas necesitan de un marco común.

Un ejemplo elemental puede ilustrar el comentario: los padres pueden ser excelentes, pueden querer a sus hijos del modo más apropiado; sin embargo, estos últimos no podrán realizarse en forma integral sin el marco de sus amigos y, en general, de un entorno cuyas condiciones promuevan el desarrollo. De hecho, por este motivo los hijos, aún de familias pudientes de Córdoba, se están yendo a vivir a otros lados. Cuando uno les pregunta por qué, hablan de la seguridad, de la pobreza, de la inestabilidad…. Se van porque falla el proyecto de futuro.

Pero no es el objetivo de este libro despertar conciencias, sino convocar a los que ya la tienen despierta. Por ello, si algunas de estas ideas te han hecho pensar, sigamos.

Al parecer, el hecho de estar viviendo en el presente, más gastando la herencia que hemos recibido de los cordobeses del pasado que invirtiendo en ella, sin un gran compromiso con seguir ese legado, no solo afectaría en la realidad que vivimos y hacia el futuro, sino que nos afectaría a nosotros. Hay un “nosotros” sujeto a revisión. Hay un “yo” incluso que vale la pena poner sobre la mesa (hasta me animo a decir que hay un “ego” para analizar).

Y aquí viene lo peor: si nosotros no estamos suficientemente comprometidos, ¿cómo vamos a transmitirle compromiso a nuestros hijos, a los más jóvenes, a las nuevas generaciones? Ellos están más para ir a hacerse unos mangos, trabajando en cualquier lugar del mundo donde ganan más dólares que cualquiera de nosotros, que para “construir la patria” que -en este caso- es la patria chica, que es Córdoba.