El futuro de Cordoba Cap 14..pdf

Capítulo 14:
Y vos ¿qué vas a aportar?

Como podemos ver, son muchos los frentes que se abren, si en verdad queremos acomodar a Córdoba en la senda de construir su futuro. Las personas que tenemos más de 40/50 años lo hemos intentado -con mayor o menor compromiso y vehemencia-, pero tenemos que reconocerlo: los resultados que ostenta nuestro esfuerzo son pobres.

Sí o sí, este desafío es para los jóvenes. Es para vos, que -si tenés menos de 35 años- y has leído hasta aquí, claramente tenés una preocupación por lo que le pueda pasar a esta tierra cordobesa.

La pregunta que todos nos hacemos es: ¿son los jóvenes actuales de Córdoba los que van a tomar “la posta” y el protagonismo en la construcción del cambio, o tendremos que esperar a una próxima generación porque ésta ya cayó en la indiferencia?

Incluso la idea es que la pregunta se vuelva tan personal como la del título: vos, que sos joven, ¿qué vas a aportar?

Como podemos ver, son muchos los frentes que se abren, si en verdad queremos acomodar a Córdoba en la senda de construir su futuro. Las personas que tenemos más de 40/50 años lo hemos intentado -con mayor o menor compromiso y vehemencia-, pero tenemos que reconocerlo: los resultados que ostenta nuestro esfuerzo son pobres.

Sí o sí, este desafío es para los jóvenes. Es para vos, que -si tenés menos de 35 años- y has leído hasta aquí, claramente tenés una preocupación por lo que le pueda pasar a esta tierra cordobesa.

La pregunta que todos nos hacemos a esta altura, sensibilizados por lo que hemos leído y debatido es: ¿son los jóvenes actuales de Córdoba los que van a tomar “la posta” y el protagonismo en la construcción del cambio, o tendremos que esperar a una próxima generación porque ésta ya cayó en la indiferencia?

Incluso la idea es que la pregunta se vuelva tan personal como la del título: vos, que sos joven, ¿qué vas a aportar?

 

I. Propósito e impacto

 

Es muy bueno cómo la mayoría sub 35 han internalizado estos dos conceptos. Se manifiestan en la línea de tener un “propósito” en la vida. Y de alguna manera buscar lograr impacto. Propósito e impacto son dos conceptos que pican en punta entre los que se van asomando a la vida adulta y eso es muy bueno. ¿“Construir el futuro de Córdoba” es un propósito suficientemente inspirador como para dedicarle tu vida? ¿Y es suficientemente ambicioso como para que, si lo lograras, irte tranquilo a descansar al final de tus días por haber producido un impacto notable?

A mi modo de ver la respuesta es sí. Estarás trabajando en el lugar donde tienes alguna capacidad de influencia, porque conoces otros jóvenes, amigos, y amigos de tus amigos, familiares, vecinos y conocidos, poniendo foco en algo que tiene la grandeza de beneficiar a otros, pero también el estímulo extra de que estarás construyendo también para tu propio futuro y el de tus hijos.

Muchos jóvenes podrían reaccionar y decirme que “ya están haciendo cosas por el cambio”. Les doy la razón, porque los he visto: hay chicos y chicas trabajando para mitigar la pobreza, por la discapacidad, hay muchos que están motorizados por el medio ambiente, también por la cultura, explorando con sus bandas y sus grupos cómo expandir estilos y experiencias nuevas en los ámbitos de la música, teatro, pintura. Hay una gran cantidad de jóvenes haciendo mucho.

Se podría decir que esta franja etaria de la sociedad cordobesa sobresale por su búsqueda de propósito en la vida. Sin embargo, me atrevo a hacer de “abogado del diablo” de esta generación y poner en duda la escala del impacto que están produciendo con sus acciones.

A nivel conceptual, la nueva visión de los jóvenes no se termina de conformar como un sistema de ideas. Son pequeños flashes aislados que no acaban interpelando a nuestra sociedad cordobesa. Aquí hay una debilidad importante.

Los que están comprometidos con el ambiente o con los animales, o los que están comprometidos con lo religioso (para dar el ejemplo de dos grupos completamente distintos), viven su experiencia de vida a pleno en favor de sus objetivos, pero sin preocuparse por impactar con esas ideas y con esos valores a la comunidad toda, con la escala necesaria.  Tienen propósito, sí, pero no tienen impacto suficiente.

Posiblemente esto sea porque ni siquiera están debatiendo entre ellos las ideas y los valores. En la interacción y en el debate las ideas se expanden, se vigorizan, te obligan a volver sobre ellas y revisar sus postulados, para ver cómo podés “ganar ese debate”. Te mantiene los músculos tensos, como en un partido de futbol contra un rival. Hay respeto y tolerancia, pero también hay intenciones de triunfar a nivel conceptual.

Este cruce no se produce en nuestros días y cada grupo se cocina en su propio círculo con sus ideas afines, lo que hace que el despliegue conceptual sea de baja densidad. En los extremos hay grupos pequeños que se espetan las ideas por las redes, pero eso no configura un debate.

Es curioso porque, en los pocos ámbitos donde sí se atreven al entrecruzamiento de ideas y debate, los conceptos se les graban a fuego a los jóvenes de hoy. Pongo como ejemplo la experiencia positiva, que se hace todos los años en nuestra provincia y en otras, con la simulación del modelo de Naciones Unidas (OAJNU). Los distintos grupos de diferentes colegios representan a los diversos países del mundo, sus culturas y sus posturas. Esto los obliga a estudiar y hacer discursos en frente de todos, tomar posiciones y votar. La experiencia se les graba a fuego.

Es cierto que los jóvenes no anhelan lograr esa visión totalizadora, propia de las ideologías del siglo pasado, tanto de derecha como de izquierda. El marxismo quería explicar todo desde su criterio materialista y su fórmula de la lucha de clases. El liberalismo quería explicar todo desde la maximización del egoísmo humano. El nacionalismo y el conservadurismo otro tanto. Esas grandes ideologías, que pretendían imponerse de arriba hacia abajo, terminaban explicando hasta los colores utilizados en una pintura o un mural de calle.

Semejante escalamiento, en el caso de la generación anterior, los llevó a excesos inadmisibles: “el fin justifica los medios”, todo sea por la causa, se justificaban para pasar a la clandestinidad y fundamentar acciones violentas. Esa experiencia ya sabemos lo mal que terminó.

Haberse alejado de esas distorsiones es una virtud de la nueva generación que no podemos dejar de aplaudir. Pero tal vez se les fue la mano. Y hoy la nula vocación por conformar propuestas generales de cambio, que integren aspectos más puntuales que interesen a unos y a otros, es una deficiencia para corregir.

Cuando un joven se compromete a luchar en contra de la explotación de los porcinos y realiza acciones en ese sentido, pero no es capaz de fundamentar cómo se inserta su vocación liberadora de los chanchitos con la necesidad de alimentar al mundo en un marco de economía de mercado, le está faltando ser capaz de pararse desde un punto de vista más general, que impacte al común de las personas preocupadas por temas mucho más básicos y pedestres. Las ideas necesariamente tienen vocación de mayorías.

A la falta de impacto y de escala conceptual, agreguemos ahora la falta de impacto con escala en el ámbito de la acción. Otra vez: un aplauso y una observación. El aplauso a esta generación de jóvenes es porque llevan inmediatamente el compromiso con las ideas y los valores a cambios en su conducta individual.

Si creen que la humanidad debería reciclar la basura, amanecen un día, se compran tachos para diferenciar los residuos y comienzan sin demora. Uno llega a advertirles que -en Córdoba- el camión que pasa a buscar la basura diferenciada por su casa, lo lleva y lo tira todo junto sin importar la diferenciación. Pero al joven comprometido con esa actitud, no le importa eso. Él, por lo menos, está haciendo su aporte. ¡Esto es un comienzo muy importante!

El que hoy recicla es un idealista extraordinario. Sin embargo, no se queda en la utopía, sino que aporta su granito de arena con la convicción de que su pequeña acción produce el “efecto mariposa”. Tiene esperanza, porque si no, no lo haría. Enfrenta un problema concreto de dimensión mundial, con madurez y decisión. Mi generación debería rendir culto a este compromiso con el cambio real en el nivel básico, pero fundamental, de nuestra propia vida (diciendo y haciendo, digamos).

¡Veo una mujer que vuelve de hacer las compras, con su bolsa de tela que recordó llevar para no seguir proliferando con “bolsas de plástico” -aun sabiendo que el 80% de las cosas que trae en ella todavía tienen plástico- y renuevo mi fe de que todo es posible!

Pero la observación es respecto de si podemos conformarnos con esa escala. O si estos jóvenes debieran poner la misma energía en lograr que ese impacto individual, que se están garantizando, también desencadene efectos colectivos más determinantes.

Esto es más difícil: si la objeción anterior requiere interacción y debate, en este caso necesita muchas horas de ingenio para lograr -con pocos recursos (siempre es ese el marco y el desafío)- un impacto masivo, en un plazo breve. Aquí la creatividad y la capacidad de desarrollar nuevas estrategias e ideas y ser capaces de ponerlas en acción, en conjunto con otras personas y otros grupos, es clave. Pero -insisto- es más difícil.

La joven comprometida con la idea de que la educación cambiará la humanidad, que los sábados a la mañana brinda unas horas de apoyo escolar en una organización como voluntaria ¡ya merece un monumento! Pero la pregunta de abogado del diablo que debemos hacerle es si no debería ser capaz de comprometerse con un cambio del sistema educativo de Córdoba, que -como vimos- es decadente, así como horas de interacción y debate para definir cuáles pueden ser las nuevas ideas para que esa transformación se produzca.

Si lográramos que la actual generación de jóvenes, que -con mucho tino- se alejó de las ideas de las revoluciones, y mucho más aún de las violentas, abrace la idea de las “evoluciones”, entonces está claro que los jóvenes de hoy serán protagonistas de la construcción del futuro. Si no es así, lamentablemente seguiremos con un esquema muy esquizofrénico, con mucha gente buena actuando en lo poco, pero mucha gente mala operando sobre lo macro, haciendo desastres.

 

II.   Reciclaje de Occidente

 

A nivel conceptual, planteo una idea evolutiva que tiene que ver con “reciclar Occidente”. Hemos trabajado estas premisas en los últimos años desde nuestra institución Civilitas. Y es oportuno traerlas aquí.

Al igual que cuando uno recicla valioso material orgánico (como una comida exquisita),  para que luego se descomponga y se degrade, a fin de que se convierta en el humus de una nueva planta que crece; al igual que una botella de plástico pasa a ser ladrillos de plástico compactado para construir una casa (en lugar de engrosar un basurero municipal); al igual que el papel, el vidrio, el cartón, o los elementos tecnológicos que nos deslumbraron hace 20 años, pero que ya no sirven para nada, y ahora coadyuvan (en las manos de un humilde recolector y separador de residuos) en la construcción de nuevos objetos valiosos… así deberán hacer las nuevas generaciones, con los pilares de Occidente.

¿Qué vale la pena reciclar, queridos jóvenes? De los cimientos de la cultura occidental hay cuatro que son realmente esenciales a nuestra cultura. Son constitutivos, pero están dañados.

El primero es la razón (que nos viene de los griegos) y la sed por encontrar la verdad -y por ella la belleza y el bien-. El reciclado debería venir por este renovado afán del diálogo en tolerancia. Es el mismo diálogo que generaban Sócrates y Platón en la Grecia clásica, pero adaptado a los desafíos de nuestros días. El diálogo hoy parece una pérdida de tiempo. ¿Para qué, si no nos vamos a poner de acuerdo? ¡Hagamos el intento y ambos dialogantes seremos personas distintas después de haberlo hecho!

Otro pilar de Occidente es el Derecho Romano, y su legado: el Estado de Derecho, la democracia, y todo lo que se estructuró desde el establecimiento de las reglas -la economía de mercado, el trabajo formal, los contratos, las paritarias, etc.- Mi humilde sugerencia es encarar el reciclaje de estas enormes instituciones, pero con la potencia que otorga hacerlo desde su faceta local (por eso tiene que ver con este libro). Esto es: ni tan pequeño que no impacte, ni tan grande que por buscar el efecto nacional o mundial nos quedemos sin nada. Aspirar al ámbito provincial parece ser la medida justa. El ideal sigue siendo el mismo pero lo local lo vuelve realizable.

¡Que las desigualdades que rechinan en todo el planeta, sea abordadas desde lo que podemos hacer en Córdoba! No sirve de nada “reconocer el derecho de vivienda a los hombres del planeta”. Yo, que soy intendente o un hombre o mujer de influencia en mi ciudad o pueblo, puedo comprometerme a que los que viven en mi zona tengan un techo. Y que ese niño con capacidades especiales pueda ir al colegio cercano. Y que ese homosexual que está siendo discriminado, no lo sea. Y que esa mujer a la que no le están reconociendo las mismas oportunidades que al hombre, pueda cumplir con su anhelo en la fábrica que está a la vuelta. Y que ese niño por nacer, que está siendo asediado por la posibilidad de un aborto tenga una solución efectiva para que la madre sea cuidada en el mientras tanto y luego el niño pueda vivir y eventualmente ser adoptado con rapidez. Lo local es la escala adecuada para reciclar Occidente.

¿De la caridad cristiana -un gran pilar que hizo que Occidente se humanizara- qué podemos reciclar? Aquí es donde creo que más rienda suelta podemos permitirnos. Porque Jesús no fue pacato, no fue módico, no fue medido. No en vano San Francisco decía de Él: “el nunca bastante”. Reciclar todo lo que sea norma, mandamiento, regla vacía, catecismo, misa de guardar, oración repetida, sacramentos de rigor, estampita e incienso, pompa y boato, mitra y báculo, bancos ambrosianos y monseñores en el ojo de la tormenta…. ¡Y lograr un renovado mensaje de amor por el prójimo!, de bienaventuranzas, de hijo pródigo perdonado, del perfume de la pecadora Magdalena arrojada a los pies del Señor. Del propio Jesús lavando los pies de sus apóstoles…, de muerte en cruz y resurrección. Es cierto que necesitamos más amor en lo individual, pero también incrustado en nuestra forma de vivir juntos.

Respecto del progreso (que es el último concepto que resaltaré como pilar de Occidente) no podemos caer en la tentación de restringirlo y condicionarlo. Aquí muchos de los ambientalistas que reciclan, fallan. La ciencia y la economía de mercado, combinadas, son la llama que mantiene vivos los motores de Occidente y a nuestras sociedades en crecimiento. Pero también el fuego que puede quemarlo todo. Aquí creo que el reciclaje de Occidente sugiere que será el cambio cultural de las personas, guiadas por otros intereses y otros valores -pero en absoluta libertad-, el que pondrá un alto a las distorsiones. No el formalismo de reglamentaciones y condicionamientos que han demostrado su inutilidad para frenar estas embestidas.

¡Qué aventura encarar el desafío de reciclar la razón griega, el Derecho Romano, la caridad cristiana y la idea de progreso (o el camino para llegar a el)!

 

III.      Son las instituciones, estúpido

 

Aquí llega mi consejo más profundo para los jóvenes que se atrevan a esta aventura. Sé que suena aburrido, pero créanme que ha sido el gran aprendizaje de todos estos años de fracaso colectivo.

El propósito y el impacto solo se logran cuando uno construye o participa en instituciones que logren estabilizarse, ser sustentables y trascender a las personas.

Como sabía decir un viejo político argentino: “la organización vence al tiempo”. Crear o participar en instituciones le quita glamour y romanticismo a la épica de la participación. A algunos los aburre, porque hay que pensar en papeleo jurídico y contable, cambio de autoridades, memorias y balances, asambleas, planes de trabajo, presentación de proyectos para lograr inversión, exenciones para conseguir aportes, y llevar un orden en todos los frentes: laboral, impositivo, etc. Pero las instituciones son las garantes de la continuidad, de la escala, del recambio de dirigentes y la renovación.

En Córdoba tenemos dos grandes problemas a este respecto. El primero es que hace tiempo que no surgen instituciones fuertes de la sociedad civil que se conviertan en faros de participación, de instalación de nuevas ideas, de debate, de acción. Todo (o la mayoría de) lo que ha sido creado en los últimos años, tiene “los papeles flojos” y están siempre al borde de sucumbir o de la disolución.

En algunos casos la institución no tiene sentido y por eso sucumbe. Porque ya hay una docena de ONG’s y organizaciones que hacen lo mismo. Posiblemente hubiera sido mucho más fructífero que sus fundadores se hubieran integrado a una institución existente para agrandar la masa crítica, en lugar de fragmentar. Pero todo el tiempo ocurre lo mismo: eludimos la difícil tarea de ponernos de acuerdo y tendemos a armar cada uno nuestro propio rancho, que luego no es sustentable. ¡Entre los jóvenes esto pasa muchísimo!

Es cierto que cuando uno crea una institución, pierde un poco de flexibilidad y debe dedicar mucho tiempo de sus dirigentes en administrarla. Pero créanme porque lo he visto durante estos 30 años de participación en múltiples organizaciones civiles, religiosas y empresariales: si no formalizamos el funcionamiento, la iniciativa durará lo que dure el compromiso del fundador. Apenas este se enferme, se canse, o cometa un error que lo obligue a hacer un paso al costado, esa organización se desvanece sin destino.

El segundo gran problema de las instituciones de Córdoba es que, en aquellas que ya están forjadas y consolidadas, no se está produciendo el recambio dirigencial. Los jóvenes no están empujando por producir la renovación y los más grandes no se están corriendo para dejar el lugar a los que vienen por detrás. Estos últimos no lo hacen por mala fe: de todo corazón sienten que nadie nuevo sostendrá la organización como ellos, con el mismo compromiso. Y por eso tienden a perpetuarse en presidencias, en direcciones y coordinaciones, como jefes por años y años. Los que están alrededor se acostumbran a esta situación. Y los que tienen alguna inquietud por producir una renovación se alejan.

La regla de fuego que hay que pintar en la pared de todas estas iniciativas es clara: la institución no es del que, o de los que la fundan. Así como los hijos no son propiedad de los padres y -por mucho esfuerzo que uno ponga en la tarea- hay que dejar que ellos forjen en libertad su propio destino, en el caso de las instituciones, hay que estar dispuesto a dar el puntapié -o en algún momento tomar la posta-, pero (luego de uno o dos intentos) dar un paso al costado y dejar que otro lo intente.

Aquí un pequeño “reto” para las nuevas generaciones. ¡Jóvenes: demuestren en acciones sus ganas de ocupar los espacios! ¡Métanse, involúcrense, no tengan miedo a plantear ideas y criterios pensando en que tal vez estén equivocados! ¡Necesitamos sangre nueva en las instituciones, dispuesta a hacer prueba y error para innovar y crecer!  Es mejor pedir perdón que estar todo el tiempo pidiendo permiso.

A los más grandes, a los que estamos desde siempre ocupando posiciones en ONG’s, fundaciones, cámaras, colegios profesionales, sindicatos, cooperativas, cooperadoras de padres, clubes de futbol, comisiones religiosas, en academias de ciencia, y en todos los lugares donde “hemos dado la vida”, también les dejo un desafío: revisen si no estamos siendo en lugar de canales de participación, tapones de los que vienen por detrás. Nos va a doler seguramente la conclusión que saquemos, pero si ya somos un obstáculo, es hora de dar un paso al costado.

Cuando uno más grande pretende que los jóvenes se involucren en la mesa chica, pero en el fondo, quiere transmitirles todo su conocimiento, experiencia y bagaje incluso con buena fe -para que no cometan los errores que ya se cometieron- se está equivocando feo. Porque los jóvenes no quieren trabajar para vos, anhelan probar y equivocarse ellos mismos. Les aburre que vos les muestres el camino, prefieren encontrarlo ellos, aunque repitan la misma senda que ya transitaron otros antes (incluso los mismos errores). La experiencia -como suelen decir- es un peine que te regalan cuando uno ya se quedó pelado. Ellos tienen mucho pelo, pero no quieren nuestro peine.

 

IV.  Un último consejo

 

Espero que no se hayan enojado los jóvenes con este capítulo. He pretendido que les sea útil y por ello asumí esta posición de “abogado del diablo” de su propia performance como protagonistas del presente. Es muy común que los propios jóvenes cuando tienen que emitir una opinión sobre ellos y su generación repitan la consigna: “nos dicen que somos el futuro, pero nosotros somos el presente”. Está muy bien esa frase porque es la realidad. Pero si quieren serlo, tienen que ser relevantes, o por lo menos incidentales.

Sin embargo, para terminar, me gustaría dejar un último consejo, como si se lo estuviera dando a mis propios hijos que son también jóvenes. Para que esta búsqueda de propósito e impacto sea un viaje de pasión y aventura, y no una mortificación o una acción que, al final, se termina abortando cuando los jóvenes empiezan sus trabajos y sus carreras, su vida en pareja, y las complicaciones los desbordan, es necesario que cada uno encuentre su “Ikigai”. En este caso sería nuestro “ikigai cordobés”.

Seguro han escuchado de este término japonés que amalgama las palabras “iki” (vida) y “gai” (valor o mérito) y que hace referencia a la necesidad de encontrar el equilibrio entre las cosas que amamos hacer, las que sabemos hacer bien, las que el mundo (en este caso Córdoba) necesita que hagamos, y aquello por lo que están dispuestos a pagarnos y que nos permite vivir con un estándar confortable.

Si hacemos lo que amamos y sabemos hacer claramente pondremos mucha pasión, pero si no es lo que Córdoba necesita y nadie está dispuesto a pagarnos por ello, evidentemente tenemos un problema. Vamos a tener satisfacción, pero un sentimiento de inutilidad. Si nos concentramos en lo que somos buenos y en lo que están dispuestos a pagarnos, pero no es lo que nos apasiona seguramente tendremos una vida confortable, pero sensación de vacío. Si hacemos lo que amamos y es lo que Córdoba necesita, estaremos cumpliendo nuestra misión, pero si nadie nos paga por ello porque en definitiva no somos buenos en el sentido de haber adquirido un nivel profesional, entonces vamos a vivir con mucha incertidumbre a medida que pase el tiempo.

En el medio de todos estos círculos que se conjugan está el ikigai que combina nuestra pasión, nuestra misión, nuestra vocación y nuestra profesión o especialidad.

En definitiva, este es el consejo que les doy: para que vuestro compromiso con el futuro de Córdoba sea sustentable, es importante que durante la juventud se concentren en descubrir su propio “ikigai” y combinar lo que aman hacer, lo que tienen aptitudes reales para hacer, lo que Córdoba necesita que hagan y -no menos importante- aquello por lo cual están dispuestos a pagarles para que puedan vivir bien.

Todos los cordobeses, de ahora y de las próximas generaciones, necesitamos que sean agentes activos de cambio y transformación -de evolución- a lo largo de toda su vida. Y eso se choca con la realidad, si solo son algunas pruebas de juventud, pero luego “cuelgan todo” para dedicarse a un trabajo que les permita vivir o sobrevivir.

He visto muchos jóvenes a lo largo de mi vida -yo mismo he sido uno de ellos- que tenían el fuego encendido por la Fe y se han sentido sacudidos por el mensaje cristiano de Jesús de dejar todo y seguirlo, de ser parecidos a San Francisco, de no ser tibios, etc. Fuego que, sin embargo, llegado un punto de la vida, hay que ponerlo a un costado para dedicarse a remarla. Esos jóvenes, luego de varios años, uno los encuentra en la calle y se les nota en la cara el desencaje entre aquella llama interior y su realidad actual.

Estoy seguro de que no es eso lo que quiere Jesús de vos ni de ningún joven. La misión hay que cumplirla a lo largo de la vida. Personalmente creo que para los que no quieren dedicarse a una vocación religiosa, el camino alternativo quizás consta en formar una pareja, un matrimonio, tener hijos, criarlos, darles un sustento que les permita estabilidad y crecimiento, y a su vez capacidad para ser “sal y luz” y motores del cambio. La gracia está en encontrar y mantener el equilibrio.