El futuro de Cordoba Cap 15..pdf

Capítulo 15:
Nuestro futuro medio ambiente

¡Más de la mitad de la Ciudad de Córdoba y la región metropolitana todavía no tenga cloacas! Esto es aberrante. Más de un millón de cordobeses -con perdón de la expresión- cagándonos en nuestra tierra, depositando nuestros desechos cloacales unos metros debajo de nuestra casa, intoxicando nuestras napas freáticas e hipotecando el futuro de toda esta región para las próximas décadas y centurias.

La segunda situación que muestra nuestro desapego con el medio ambiente de Córdoba es lo poco y nada que hemos avanzado en el complejo desafío del tratamiento de la basura que consumimos.

Admito que este tema no estuvo en mi radar hasta hace pocos años. Incluso reconozco que yo era de los que en su momento decía: “antes de preocuparnos por las ballenas, nos ocupemos de los más pobres”.

Mi ignorancia respecto a los desafíos ambientales que vive la humanidad me hacía sostener estas torpezas. Lamento eso. Pero gracias a Dios he evolucionado. Tengo que reconocer que -en este proceso- mi hija Josefina, a base de muchas discusiones, me hizo ver que estaba equivocado. También mi hija menor Guadalupe que, ya en los primeros grados de su colegio, llevaba carteles con consignas de cuidado del medio ambiente por su propia iniciativa. En su época miraba a Greta Thunberg con desconfianza. Ahora la sigo con admiración.

Entiendo que hoy, un porcentaje mayoritario de la población hemos asumido lo precaria que es nuestra civilización en esta tierra, si seguimos produciendo, consumiendo y gastando energías no renovables de la manera irresponsable que lo hemos hecho en los últimos 200 años.

El calentamiento global, el efecto invernadero, la desertificación, el destino de los residuos, son todos temas anteriores a cualquier debate ideológico. Hacen a nuestra subsistencia como especie en el planeta. Y si al debate lo volvemos ideológico, entonces debo decir que aquí es donde también tengo diferencias con los liberales y libertarios, porque está demostrado que, ni el mercado por sí solo, ni “la mano invisible”, pueden ordenar nuestros patrones de consumo en la oferta y la demanda para volverlos razonables y responsables, atendiendo a este valor supremo que es la protección del planeta.

Reconocida mi ignorancia sobre la temática, y aun a pesar de mi interés en los últimos años por conocer más al respecto, creo que no sería prudente que pudiera escribir un capítulo entero, con la misma convicción y profundidad con las que he escrito los anteriores. Aquí solo quiero hacer algunos apuntes como observador de cuestiones que son muy básicas y que llaman la atención de la realidad ambiental de Córdoba.

Comencemos por remarcar lo que ya dijimos: las enormes fortalezas que Dios nos ha regalado a los cordobeses. La exquisita combinación -en nuestro suelo- entre naturaleza y civilización con todos sus elementos a la palma de la mano: agua, alimentos, sierras y ríos, bosques, un clima benévolo, cientos de localidades esparcidas de manera uniforme por el territorio…

Sumemos a esto una serie de acciones muy positivas que han realizado nuestros antepasados y que nos han garantizado que este marco sea sustentable (como los diques, por ejemplo). Ya hemos remarcado estos atributos en los primeros capítulos y cómo el vínculo con la naturaleza es parte de nuestra idiosincrasia más valiosa.

Sin embargo, aquí también se repite la tesis de este libro: estamos viviendo de las glorias del pasado. Pero en lo que respecta a lo ambiental, la cuestión es más preocupante respecto de nuestro presente y nuestro futuro.

Como alertaron durante todos estos años los ambientalistas, por lagunas en la Ley y errores y burocracias ¡ya nos llevamos puesto el 95% del bosque nativo de nuestra provincia! Se trata de una verdadera barrabasada. Nuestra “explotación” de los recursos naturales, con fines productivos agropecuarios, y también con fines turísticos, es temerario. Hemos estado estresando nuestros recursos. Siempre las consecuencias nos han terminado poniendo en guardia y nos han hecho reaccionar, pero en ningún caso nos adelantamos.

El mal uso de productos químicos para proteger la siembra nos ha llevado a reaccionar solo cuando hubo consecuencias penales. La explotación masiva de lugares naturales, con flujos de turismo que se nos desmadra durante dos meses, y luego deja a toda nuestra estructura turística al mínimo durante el resto del año, es una verdadera “animalada” de nuestra parte (lo pongo entre comillas porque sé que hoy varios asumimos que los animales suelen comportarse con el ambiente mejor que nosotros).

Hay -sin embargo- dos grandes situaciones que pintan como nadie el desamor que demostramos al final del día los cordobeses con respecto a nuestra tierra (¡qué contradictorio! ¿No?). Son urgencias mucho más básicas y elementales que las grandes luchas que se dan en otras latitudes. Aquí es como que no estamos dispuestos a hacer ni siquiera lo que ya en otras sociedades no se discute. Revisemos de qué urgencias estoy hablando.

 

I.     Nos estamos cagando en Córdoba

 

La primera situación es el hecho vergonzoso que ¡más de la mitad de la Ciudad de Córdoba y la región metropolitana todavía no tenga cloacas! Esto es aberrante. Más de un millón de cordobeses -con perdón de la expresión- cagándonos en nuestra tierra, depositando nuestros desechos cloacales unos metros debajo de nuestra casa, intoxicando nuestras napas freáticas e hipotecando el futuro de toda esta región para las próximas décadas y centurias.

Aquí vendrán los que comienzan con sus justificaciones: “lo intentamos en el gobierno de tal”, “avanzamos en el gobierno de cual…” pero, como cordobeses, debería darnos vergüenza que no seamos capaces de enfrentar este desafío tan elemental. Pudimos hacer la circunvalación y nos quedó muy linda, pero esto -que lamentablemente va bajo tierra y le quita “glamour político” a la inauguración- nadie está dispuesto ni siquiera a mencionarlo como posibilidad.

Todo nuestro sistema de desechos cloacales es un desmadre en la región. Arriba del Lago San Roque el problema no se ha resuelto. Así está nuestro querido Lago… Y más abajo, cuando el Río Suquía pasa por nuestra ciudad, lo terminamos de destruir, sin piedad. El río se va de nuestra zona hacia la Mar Chiquita, de tal modo degradado que nadie lo puede utilizar ni siquiera para bañarse en sus orillas.

Claro: es que la otra mitad de la ciudad, aunque tiene cloacas, las envía a una planta que hasta el día de hoy no cubre las necesidades de tratamiento. Se inauguró una nueva recientemente, pero que vino a reemplazar la anterior, por lo que -en términos reales de procesamiento- estamos como estábamos.

La situación es urgente, es alarmante y es vergonzosa. Los jóvenes de Córdoba deberían hacer marchas y “huelgas de hambre” para forzar su tratamiento y la construcción de las obras necesarias.

Cada vez que un gobernante inaugure una obra que no tiene sentido o que es superflua en relación con estas urgencias -como el Faro o la bicisenda en altura-, los jóvenes de Córdoba no se la deberían dejar pasar.

Su presión para enfocarse en la prioridad de construir lo más elemental, que es nuestra red de cloacas, para que en un plazo no mayor a 10 años toda la provincia de Córdoba y sus 500 localidades estén obligadas a tener el 100% de sus domicilios conectados a la red y con plantas de procesamiento suficiente, debería convertirse en una de las grandes luchas de esta generación, tan preocupada por el medio ambiente.

Insisto con la comparación: el bosque nativo de las sierras chicas, en riesgo por la construcción de una autovía, es una causa para trabajar. Pero no tiene punto de comparación con esta urgencia ambiental de primera necesidad: que los cordobeses tengamos cloacas.

 

II.   Somos basura

 

La segunda situación que muestra nuestro desapego con el medio ambiente de Córdoba es lo poco y nada que hemos avanzado en el complejo desafío del tratamiento de la basura que consumimos.

Otra vez Córdoba y la región metropolitana se saca cero en esta materia (en general toda la provincia). Seguimos teniendo basurales a cielo abierto, solo camuflados por una capa de tierra que le ponemos arriba. En algunas regiones de Córdoba ni siquiera le ponen esa capa de tierra.

De las 70.000 toneladas de basura mensuales que enviamos a Bower, por ejemplo, solo estamos reciclando 2.000. Las otras 68.000 van a contaminar la tierra. La publicidad oficial intenta manipularnos hablándonos de “economía circular”, premios que nos dan por ser “sustentables”, pero la realidad es que no hemos avanzado ni 10 centímetros en el largo camino de lograr que todos los cordobeses nos concienticemos en utilizar cada vez menos plásticos, separar, reciclar, premiar con nuestras compras los productos, servicios y lugares que garanticen compromiso con el medio ambiente.

La provincia de Córdoba está en la prehistoria en materia de tratamiento de los residuos. En esto debiéramos avergonzarnos como cordobeses: tantas universidades, tanta sociedad civil, tantas empresas que compiten por la innovación, tanta gente religiosa que lee la “Laudato Si”, la encíclica del Papa Francisco publicada en mayo de 2015, sobre el compromiso con la tierra, tantos jóvenes que muestran su preocupación y ven los videos de Greta… y, sin embargo, aún no estamos haciendo nada, ni exigiendo a nuestros gobernantes que lo hagan (o por lo menos que comiencen a hacer algo).

Un dato: muchos técnicos hablan de que en Córdoba el hecho de que el basurero deje de pasar todos los días, produciría un ahorro tal que nos permitiría avanzar en políticas de reciclado a gran escala. Pero claro: ¿qué político se anima a decirnos a los vecinos que, de ahora en más, tenemos que preocuparnos en juntar la basura para sacarla solo una o dos veces a la semana? Mal por los políticos, pero también mal por nosotros.

 

III.   Que el futuro sea sustentable

 

Estas dos situaciones no agotan la agenda ambiental de Córdoba, eso está claro. Están los animales y cómo los tratamos -¿Parque de la Biodiversidad?-, así como la gestión de algunos que -sin control- pueden convertirse en un problema (como los perros y gatos en las ciudades, o los “chanchos del monte” en los campos y sierras).

La problemática del agua es absolutamente vital, no sólo por la naturaleza propia de dicho recurso, sino porque hasta aquí hemos hecho casi todo mal en nuestra provincia: degradamos canales, lagos y ríos, contaminamos cuencas, deforestamos bosques y las laderas de los cerros, invadimos con construcciones las márgenes de los espejos de agua, malgastamos, etc. En definitiva, también en la gestión de este recurso indispensable nuestra calificación es deplorable. Sin embargo, pareciera no importarnos demasiado, es como si tuviésemos la conciencia anestesiada.

Vinculado a ello, la cuestión de los incendios y la degradación de nuestra tierra. Miles de hectáreas de bosques nativos son devorados por las llamas cada año, a pesar de que supuestamente pagamos un impuesto especial para estar equipados a la vanguardia.  Es decir, las autoridades fueron rápidas de reflejos para imponernos un tributo, pero lentas e ineficientes para gestionar esos recursos. Todos, absolutamente todos, sabemos que cuando lleguen el otoño y el invierno, empezará la temporada de incendios en nuestras sierras, pero no logramos erradicar esta tragedia climática que ya casi que forma parte de nuestro ADN provincial.

Párrafo aparte para temas en los que intervienen intereses comerciales como son los desarrollos inmobiliarios, las producciones agropecuarias, las instalaciones industriales, los requisitos que se deberíamos acordar para la comercialización de ciertos productos que luego impactan negativamente en el medio ambiente, etc.

La agenda ambiental tiene que salirse del “Talleres-Belgrano”, de la grieta que produce el debate ideológico de cabotaje y posicionarnos todos en una reflexión sobre la sustentabilidad de nuestra provincia por los próximos 1.000 años.

Tal vez aquí es donde los jóvenes tienen la primera palanca para accionar fuerte como generación e impactar en el destino del futuro.

Las nuevas generaciones están completamente comprometidos con el tema en forma mayoritaria: tienen el propósito. Ahora llegó el momento de que se garanticen el impacto y la escala adecuada. Que la política de Córdoba no tenga otra opción que escucharlos.

Termino este capítulo remarcando que la mirada no solo se puede quedar en lo macro, aunque tampoco contentarse con lo micro, con lo individual. Aquí también hay una enorme oportunidad en lo local. Pero allí nos está costando la cooperación social de la que hablamos.

Voy a dar un ejemplo concreto que conozco bien: como comenté, tengo una casa familiar en San Clemente, que es un pueblo serrano del Valle de Calamuchita. Allí veranean y pasan sus fines de semana muchos profesionales y empresarios, gente valiosa en sus respectivos trabajos y oficios. Pero en lo que respecta a ese lugar que tanto queremos, no hacemos nada para prever su sustentabilidad. Estamos esperando que algún incendio nos pase por arriba, que el agua del río de donde extraemos para uso familiar se termine de degradar, que la basura que dejamos alegremente en los canastitos nos vuelva volando por los aires porque sabemos bien que se deposita solo unos kilómetros más allá, a “cielo abierto”. Esto mismo pasa en la mayoría de los pueblos y ciudades de toda la provincia.

Hagamos algo porque este futuro “nos quema” en las manos.