El futuro de Cordoba Cap 6..pdf

Capítulo 6:
Nuestra relación con Buenos Aires

Buenos Aires es otro país. Con otra cultura, con otra escala, con otros códigos para convivir y para comerciar. Su intención de ser lo más parecido a una ciudad europea no es nuestro proyecto ni nuestro anhelo. Su vocación por mostrar todo lo que se tiene y marcarle la cancha a sus interlocutores, con ironía y cierto desdén, no es -ni de cerca- nuestra vocación, ni nuestro modo.

Somos y nos sentimos más parecidos a los uruguayos, a los chilenos y por supuesto a los provincianos del interior, que al arquetipo de la persona que nació y se crió alrededor del Obelisco.

Debería ser para nosotros como el inicio de una nueva etapa de nuestra vida como sociedad. Y esto nos va a lleva a tener una relación más de pares, más de igual a igual.

Dejemos que las ideas fuerza decanten en nuestra mente y en nuestro corazón. Está bien que miremos este tipo de propuestas inspiradoras, pero alocadas, con una cuota de desconfianza. Es parte de nuestro “ser cordobés”. No queremos que nadie nos venda un buzón. Vale la pena masticarlas -rumiarlas-, para ver si tienen real asidero.

Sin embargo, no vamos a poder despegar hacia un futuro potente y compartido como cordobeses si antes no tratamos nuestra histórica y siempre difícil relación con Buenos Aires.

Casi podríamos convocar a una especie de sesión de terapia colectiva, porque esa relación nos condiciona y nos hace sentir menos, limitados; nos resiente y en algunos casos nos enoja.

Alguno podrá decir con humor que vamos a necesitar muchas horas de “constelación”, trayendo a la mesa esta práctica de convocar a nuestros antepasados para resolver dolores y heridas que nacieron allí y han quedado grabados en nuestro subconsciente o incluso en nuestra genética.

En efecto, esta relación tormentosa se proyecta a través de la historia a los propios orígenes de ambas regiones. Es muy interesante (y divertida) una anécdota que recoge el historiador Prudencio Bustos Argañaraz en su último libro, “Córdoba y Buenos Aires, dos proyectos de país”.

Allí rescata de los anaqueles de la historia que Jerónimo Luis de Cabrera, a los pocos días de fundar Córdoba, parte con un pequeño ejército con rumbo hacia el Paraná con la idea estratégica de fundar un puerto allí y que nuestra ciudad tuviera un puerto. Cuando llega encuentra a Juan de Garay, fundador de la Ciudad de Buenos Aires, que había ido río arriba y se encontraba siendo asediado por indios lugareños. Cabrera lo ayuda dispersando a los indios, pero inmediatamente se arma lío porque, más allá del favor, ambos tenían iniciativas que se contrastaban. Desde ese primer momento de la historia en adelante ¡venimos tensionando con los porteños!

Hay tanto material como para sentirnos dolidos con “la metrópoli” que hay, como decimos aquí para hacer “dulce de leche”. Allí se han concentrado -y se concentran- los recursos nacionales en forma arbitraria, que son de Córdoba y de todos los argentinos. Todo el país les hemos estado pagando durante años el servicio de policía y otros muchos servicios más y nadie se ha inmutado. Tienen el boleto de “bondi” tres veces más barato que nosotros, así como las tarifas de luz, agua y gas pisadas en su costo por cuestiones políticas. Claro: los gobernantes no se le animan a la “opinión pública porteña” como sí se le animan a la nuestra. Son innumerables las obras que allá se hicieron desde siempre y que en Córdoba se demoraron…

Hay tanto justificativo para estar molestos con la falta de federalismo de nuestro país que podríamos escribir un libro entero. El “unitarismo” perdió la pelea histórica, pero -sin embargo- terminó ganando en la dinámica de la propia realidad política y económica. Nuestra tensión por lo tanto tiene fundamento.

Pero como este libro es -sobre todo- para cordobeses, vale la pena que tengamos una mirada introspectiva de por qué nosotros hemos permitido estas distorsiones. Y sobre todo por qué nos sentimos condicionados frente a la concentración de Buenos Aires.

Tal vez sea necesario que, previo a cualquier despertar en un compromiso con nuestro propio futuro, hagamos un corte mental respecto a la subordinación con Buenos Aires y dependencia de sus decisiones. Y comencemos a acostumbrarnos a valernos por nosotros mismos y a solo pedir a la esfera nacional que se meta lo menos posible con nuestra provincia.

No es necesario, como lo hemos amenazado muchas veces, hablar de secesión, de independencia o plantear que haremos una república distinta. Estas son envalentonamientos verbales que todos sabemos no tienen ningún sentido y que son inviables. No necesitamos imitar la lucha de Cataluña o del País Vasco respecto de Madrid para independizarnos.

El mundo actual nos permite perfectamente proyectar vínculos directos con el mundo, sin necesidad de pasar por Buenos Aires. Por supuesto que hay cuestiones de organización política, de marco impositivo y de políticas macro económicas que se toman en el nivel nacional (¡en Buenos Aires!) y que nos inciden fatalmente. Las retenciones, por nombrar solo un ejemplo bien sufrido por nuestro campo cordobés. Pero “que los árboles no nos impidan ver el bosque”: podemos ordenar nuestra relación con nuestra querida Argentina de la que somos parte, pero aprovechar el triunfo del federalismo que forjó la forma del Estado argentino, para encarar nuestro proyecto de provincia, sin tener que esperar lo que opinen alrededor de las 50 cuadras que rodean la Casa Rosada.

Es natural, por la larga historia que nos antecede y que -en este caso- nos pesa, que todos los cordobeses sintamos que el primer escalón para triunfar es Buenos Aires. Tanto en lo económico y empresario, en lo artístico y deportivo, en lo académico… en todo aparece ese primer mercado y ese puerto, como la primera Meca a conquistar. Esta sensibilidad para advertir a dónde están las oportunidades no podemos aplastarla: es cierto que están concentradas en Buenos Aires.

Pero también tenemos un rosario de fracasos acumulados todos los que hemos tratado de conquistar esas oportunidades como única vía. Cada vez que hay uno que lo logra, hay miles que quedan en el camino en su proceso de llevar sus productos o servicios, abrir comercios allá, o mudarse para estudiar y conseguir trabajo, o para acceder a clubes deportivos o castings de teatro o música.

Tal vez necesitemos cambiar nuestro mindset, y advertir que hay tantas oportunidades para nosotros en CABA y GBA como las hay en Santiago de Chile, en Montevideo, en Sao Paulo, Río de Janeiro o Curitiba, en Asunción, Santa Cruz de la Sierra o La Paz. Que tal vez nos resulte más rentable aspirar a conquistar Miami que Buenos Aires. O hacer un vínculo directo con Shanghái, que intentar dominar los códigos -a veces cuasi mafiosos- del conurbano bonaerense.

Puede ser importante que un día nos paremos en la punta del Champaquí y, mirando hacia el Este, gritemos a los cuatro vientos, no “la pucha que vale la pena estar vivos”, como en la película Caballos Salvajes, sino que estamos firmemente dispuestos a asumir que somos distintos y que lo vamos a proclamar con orgullo, no con rabia ni con resentimiento, ni con intenciones de hacer enemigos, sino con la madurez de un pueblo que ha decidido forjar su propio destino, sin esperar que lo definan desde Buenos Aires.

 

I. Otro país

 

En un ámbito como el de este libro, podemos decirlo sin tapujos: Buenos Aires es otro país. Con otra cultura, con otra escala, con otros códigos para convivir y para comerciar. Su intención de ser lo más parecido a una ciudad europea no es nuestro proyecto ni nuestro anhelo. Su vocación por mostrar todo lo que se tiene y marcarle la cancha a sus interlocutores, con ironía y cierto desdén, no es -ni de cerca- nuestra vocación, ni nuestro modo.

En un análisis sociológico, que todavía nos debemos, es altamente probable que concluyamos que somos y nos sentimos más parecidos a los uruguayos, a los chilenos y por supuesto a los provincianos del interior, que al arquetipo de la persona que nació y se crió alrededor del Obelisco.

Debería ser para nosotros como el inicio de una nueva etapa de nuestra vida como sociedad. Es como cuando un hijo mayor se va a vivir solo. No se pelea con su familia (no queremos pelearnos con Buenos Aires), sino que se independiza. Y eso lo lleva a tener  una relación más de pares, más de igual a igual.

No quiero utilizar la metáfora de los divorciados, aun en buenas formas, porque allí hay un corte que no estamos proponiendo, al menos en esta obra. Es más bien una maduración de nuestra parte, que nos decidimos a pararnos de otra manera frente a nuestros hermanos de Buenos Aires. Es más parecido al “no sos vos, soy yo”, asumiendo que posiblemente es más una cuestión de cómo nos sentimos nosotros, que de una intención deliberada de parte de ellos de hacernos sentir así.

Claro que, en este nuevo relacionamiento, habrá temas por discutir. Sobre todo, respecto al manejo de fondos que salen de nuestra provincia y se van a lo nacional. ¿Por qué les reconocen regalías a las provincias petroleras por el hecho de extraer debajo de su superficie el combustible que necesitamos y exportamos todos los argentinos, y sin embargo no nos pagan nada a nosotros, que extraemos todos los años de nuestra superficie el trigo, el maíz, la soja, el maní, las hortalizas y legumbres que alimentan la riqueza nacional, sin ver ni un solo peso de regalía a cambio? ¿No hay un sacrificio de parte de nuestras tierras que está siendo aprovechado por toda la Argentina y que debería ser compensado?

Muchos otros temas ilustrarían la discusión económica que deberemos darnos, con otro espíritu renovado y seguramente otro tono un poco más envalentonado. Si hay fuerzas federales que las pagamos entre todos, entonces que se distribuyan en el territorio de acuerdo a cómo pagamos. Y ciertas instituciones paradigmáticas, como por ejemplo nuestra Universidad Nacional de Córdoba y las otras instituciones universitarias, nos gustaría tener una mayor incidencia local sobre los destinos de esos fondos que vienen de lo nacional. Incluso podemos discutir si no es un momento para provincializar esas instituciones con el traslado de sus recursos respectivos.

Que los porteños no van a pensar en nuestro bien común cordobés, por más compromiso que demuestren, eso me parece que es un aprendizaje que ya debemos hacer. ¿Por qué lo harían? Muchos de ellos ni siquiera conocen Córdoba. Otros comienzan siempre la interacción con nosotros diciendo: “quiero mucho a Córdoba, porque venía en el verano cuando era chico” o “visito todos los años a mis primos”. ¡Pero esas pocas experiencias no alcanzan para decir que conocen una provincia y un pueblo tan complejo como es el cordobés!

En el año 2023 tuve la oportunidad de discutir con una prominente figura de la política nacional, mano derecha del ex presidente Mauricio Macri y funcionario de su gobierno. Con la Senadora Nacional por Córdoba, Carmen Álvarez Rivero, le pedíamos que tome una decisión sobre un grupo de personas que en Córdoba lo siguen. Él se negaba a aceptar nuestra sugerencia con este argumento: “En los últimos cinco años he visitado más de 13 veces la provincia de Córdoba. La conozco a la perfección”. Implícitamente nuestro interlocutor nos sugería que conocía más la provincia que nosotros que nacimos aquí. Con Carmen nos agarrábamos la cabeza pensando: “¡qué petulancia pensar que con 13 visitas uno llega a conocer un lugar como para tomar decisiones sobre él!”

Otra anécdota similar: a un político que estaba cerca de Patricia Bullrich, a quien nosotros intentamos ayudar desde Córdoba en su carrera presidencial, le enviamos también con Carmen una propuesta para que Patricia hablara de manera muy concreta y directa con los cordobeses y ofreciera hacer un pacto a cambio de tomar diez compromisos:

1.      Me comprometo con el campo de Córdoba en dejar las retenciones en cero antes de que termine mi presidencia.

2.      Me comprometo a reactivar el aeropuerto de Córdoba para vuelva a ser un hub y se convierta en el puerto seco de la Argentina.

3.      Me comprometo a triplicar la presencia de las Fuerzas Federales en la Provincia de Córdoba desde el comienzo de mi gestión para profundizar la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado.

4.      Me comprometo a que el transporte de Córdoba tendrá la misma tarifa que en Capital Federal.

5.      Me comprometo a que los cordobeses pagarán la misma tarifa de luz, agua y gas que en Capital Federal.

6.      Me comprometo a terminar antes del fin de mi presidencia la Ruta 19 que va de Córdoba a San Francisco.

7.      Me comprometo a financiar la obra para que la Ciudad de Córdoba logre el 100% de cloacas.

8.      Me comprometo a destrabar los pagos que adeuda la nación a la Caja de Jubilaciones de Córdoba, con la condición de que sea normalizada.

9.      Me comprometo a financiar la construcción de una Cárcel Federal en Córdoba para los delitos federales como narcotráfico.

10.   Me comprometo a que el Tren de Córdoba a Buenos Aires vuelva a funcionar como corresponde.

Y lo más importante: me comprometo a garantizar que los fondos y partidas que el Gobierno Nacional destina a Educación, a Desarrollo Social, Seguridad Social, etc. lleguen a Córdoba en el porcentaje que representa su población en el país.

Una vez al mes, el gabinete de ministros haría su reunión en Córdoba, que será declarada “Capital Complementaria del país” como un primer paso hacia la descentralización política y administrativa de la Argentina.

Este político, cuando accedió a nuestra propuesta nos hizo una devolución casi risueña del planteo, respondiendo que no creía que una ruta (como la 19) fuera importante para el discurso de una candidata a presidente, comparado con otras cosas como la seguridad. Aseguraba que lo del tren no lo veía, que hablar de la obra de cloacas era meterse en cosas muy locales, etc.

Lo hacía de buena fe, empatizaba con nosotros, pero dejaba en claro que estaba tan lejos de la realidad de Córdoba que había que escribirle un libro como este que estoy escribiendo para convencerlo. Ese mismo político, en cambio, sí reaccionaba en su cuenta de twitter ante cualquier noticia doméstica de la ciudad de Buenos Aires que surgiera. Y era entendible: él vive allí y nosotros acá.

Anécdotas como ésta seguramente tendrás miles para aportar. Viajes hechos a Buenos Aires por reuniones que se desarman a último momento, sin pensar que uno viajó durante todo el día en auto o en ómnibus; o se levantó a las 6 de la mañana para tomar el avión con la posibilidad de que el vuelo de regreso no despegue de Aeroparque o que el taxi se atasque en la Panamericana.

¿Por qué a una persona, ni siquiera amiga sino solo conocida, tendríamos la deferencia de no aceptar que siempre viniera él a nuestra oficina o a nuestra casa, y proponerle que alguna vez podemos ir para su oficina o lugar; y -en cambio- una institución que está radicada en Buenos Aires difícilmente tenga esa deferencia de trasladar sus reuniones en forma periódica a otros puntos desde donde vienen sus socios del interior?

En términos psicológicos, como digo, hay una idea de que “como Dios atiende en Buenos Aires” es natural que uno deba ir allá cuantas veces sea necesario, a las oficinas de nuestros interlocutores que, en cambio, muy rara vez se embarcarán para visitarnos. Es una superioridad y una dependencia forjada por cientos de años que hacen que unos y otros actuemos de ese modo, sin mala fe. Solo porque así se da la cosa.

Es el director técnico de un seleccionado que se felicita a sí mismo en cámara, por haber integrado “gente del interior” dejando que haya, por ejemplo, 2 cordobeses en el plantel, aunque siga habiendo 9 de Capital Federal. ¿Por qué no al revés? ¡Sería inconcebible en el marco de cómo se han dado las relaciones entre el puerto y el interior! Pero es un esquema del cual tal vez debamos desprendernos o cambiar de actitud porque nos condiciona. Ha llegado el momento de pedirle a Dios que se mude al interior o que por lo menos ponga una sucursal aquí.

Un factor decisivo que ha profundizado este condicionamiento es el modo en que los medios nacionales han ido concentrando la programación, los espacios y el poder. Los cordobeses consumimos choques entre autos que se producen en las esquinas de Capital, los robos, los secuestros, los piquetes, las peleas, las opiniones, el estado del tiempo, los personajes, las marcas, las tendencias, las opiniones. Y cada vez el espacio para desarrollar las cosas que podrían interesarnos a nivel local es más restringido.

Por si acaso dejo sentado: no soy partidario de que decisiones políticas reviertan esta situación, como fue el intento de plantearlo vía “Ley de Medios” o procesos compulsivos de ese tipo. Se tiene que dar de manera natural y sustentable, sobre todo en términos económicos. El desafío es lograr que dar un espacio a lo local sea tan atrayente para Córdoba -produzca tanto rating- que sea negocio para el medio que se aventure por esos caminos.

Dicho sea de paso, el porteño -y más el que supera los 40 años- no termina de entender que cuando una noticia aparece en el diario Clarín, Nación o en Radio Mitre, Canal 13 o TN, no quiere decir que la hayan leído, visto o escuchado en Córdoba. Aquí tenemos nuestros propios medios, nuestros noticieros y sobre todo nuestras noticias. Están también esos medios, pero no tienen el mismo impacto que en CABA y GBA.

Lo mismo sucede con lo digital. Córdoba tiene suficiente vida propia, como para llenar todos sus medios. Pero nos falta una dosis de coraje para encarar esa aventura.

Vuelvo a escandalizar un poco con mis comentarios agregados. Pero estamos entre cordobeses. Y lo hago al solo efecto de seguir profundizando en una visión de mayor toma de distancia respecto a que nuestro destino esté “atado”, cual un destino fatal, al del gobierno nacional y sobre todo a CABA y GBA.

Discuto en estos días con un grupo de chicos jóvenes que se escandalizan porque están por sacar la Ley que limita la posibilidad de compra de inmuebles, terrenos y campos por parte de extranjeros. ¡Nos van a colonizar y se van a comprar todo! Me decían alarmados. Pero esos mismos jóvenes no se intranquilizan ante el hecho que más del 60% de los campos -sobre todo los más grandes- de la provincia de Córdoba con mayor superficie de hectáreas tengan como titulares a propietarios hacendados que viven en los últimos pisos de las torres de Capital Federal, de Puerto Madero o de Recoleta, San Isidro o Pilar.

¿Por qué un brasilero o un norteamericano que compra un campo en Córdoba tendría una actitud distinta -más positiva o más negativa, más prudente o más temeraria- de la que pudiera tener un porteño que lo compra, sentado confortablemente en su departamento de Avenida Libertador y lo arrienda -sin pruritos- porque no tiene ganas de arriesgarse y explotarlo?

Este ejemplo no pretende que impidamos a los porteños tener campos en Córdoba. Sino para que tengamos una mirada abierta respecto a que ellos son personas dispuestas a invertir en nuestra provincia, como podrían serlo también los hacendados de otros países. Son uno más en un largo listado de posibles compradores a los que deberíamos ir a buscar.

 

II.   Buenos Aires no es mi ciudad

 

“Pero es que Buenos Aires es la ciudad de todos los argentinos”, nos dirá alguno, utilizando el slogan que usaba en su campaña nacional su último Jefe de Gobierno. ¡Eso no es cierto! Buenos Aires no es mi ciudad, aunque yo vaya seguido, al igual que Rosario no es mi ciudad. Córdoba es mi ciudad y las demás son ciudades que puedo querer, pero no las puedo sentir mías.

La concentración de riquezas de todo el país en Buenos Aires podría hacernos pensar que, por estar allí nuestro dinero, podríamos sentirnos “como en casa”. Pero eso sería mentirnos a nosotros mismos.

Por mi actividad profesional, asesoré hace unos años a una empresa multinacional líder que quería instalarse en Córdoba para ofrecer productos para el agro. Como había desarrollado una tecnología de vanguardia en las semillas que estaba patentada a nivel mundial, pero en Argentina no se respetan las patentes porque la legislación es débil, exigía al gobierno que proteja su desarrollo como condición para comercializarlo y mejorar el rendimiento de las cosechas argentinas de soja en forma exponencial. El gobierno nacional de ese momento -kirchnerista- no quiso pagar el costo político de esa protección y los envió a firmar acuerdos, uno por uno, con los grandes productores de soja de la Argentina. Toda esta historia viene a cuento porque cuando mi cliente gestionó esos convenios y logró pactar con el 80% de los grandes productores de la Argentina (aproximadamente unos 8.000 productores) casi 6.000 de ellos firmaron en las oficinas de la empresa en Recoleta, porque vivían a menos de 100 kilómetros del centro de Buenos Aires.

Esto nos muestra la enorme concentración que se ha producido sobre Buenos Aires. Enojarnos no nos ha servido de nada hasta ahora. Llegó el momento de evolucionar hacia otro tipo de reacciones.

Sigo ilustrando la situación con otro ejemplo archiconocido por los empresarios y comerciantes cordobeses, que también lo he visto con mis propios ojos, por mi actividad profesional.

Empresario que fabrica mermeladas y que tiene su fábrica en Monte Cristo. Si quiere acceder a vender sus productos en las sucursales de los grandes súper e híper que son nacionales, aunque solo le dé la capacidad (y la publicidad) para hacerlo en los locales de Córdoba de esas cadenas, en el 90% de los casos tiene que despachar sus camiones hasta Buenos Aires, donde se encuentran concentrados los grandes centros de distribución, para que luego otro camión los traiga desde allá para ponerlo en las góndolas del hipermercado de Córdoba. ¿No podemos directamente despacharlo aquí en el centro de distribución local? Pregunta, desesperado, el empresario porque los costos de trasladarlo y los riesgos de que le roben el camión en la entrada del Gran Buenos Aires son altos. La respuesta es siempre la misma: “no, no se puede, así estamos organizados”, responden los gerentes que dirigen estas cadenas, desde lujosas oficinas de Belgrano o Palermo Hollywood.

Dos ejemplos más para no aburrir: uno menor pero revelador de lo que muchas veces pasa cuando uno se convierte en el segundo de una lista, en lugar de ser el primero de otra.

En una de mis habituales visitas a clientes de Buenos Aires, tuve la oportunidad de conversar con los organizadores de una Fashion Week de B.A. Un evento potente de tendencias y glamour, que se hace en Patio Bullrich y que concentra a las grandes marcas nacionales e internacionales. Existía la inquietud de llevar este evento a Córdoba y nos convocaban por ello.

En primer lugar, sucedía lo que siempre sucede (y es lógico, pero a la vez muy condicionante): nos pedían que en Córdoba organizáramos algo mucho más acotado en despliegue, por una cuestión económica. Todos sabemos que los presupuestos de las marcas asignados a cubrir acciones y publicidad en el interior no suman más del 20% del total, salvo puntuales excepciones con rubros específicos como el agro, por ejemplo.

En segundo lugar, la discusión se daba respecto de que participaran marcas y referentes locales, así como modelos y diseñadores. Para la responsable de decidir esto, que era una mujer muy valiosa pero muy concentrada en B.A., la cuestión no le cerraba. Temía que eso le bajara el nivel al evento. Y lo decía sin tapujos al frente de un cordobés como yo, como si una persona de piel blanca le estuviera diciendo a uno de piel negra que no quiere invitar negros a su cumpleaños porque le va a bajar el nivel.

Pero además había una cuestión que los cordobeses conocemos muy bien: a los responsables de llevar este evento a Córdoba, desde la oficina de Buenos Aires, en cierta medida, les daba trabajo y sacrificio la gestión y eso les generaba un poco de pereza, digamos. Demasiado trabajo tenía en Buenos Aires como para tener que trasladarse veinte días antes para la pre-organización y luego quedarse durante la semana del evento. ¡Era -como dicen los jóvenes ahora- “un viaje”! Por eso esta responsable nos pedía si podíamos garantizar lo más posible que nuestros servicios fueran “llave en mano”, para no tener que viajar.

Tenían -por último- una convicción, aunque no la expresaran a viva voz: hacerlo en el interior, sí o sí debía resultar más barato, porque el interior… es el interior. Y no se equivocaban, porque así es la realidad. Por el costo de alquilar un cartel de publicidad en la Panamericana, una marca puede desplegar una campaña entera con medios masivos, acciones, prensa y eventos en una plaza como Córdoba.

 

III.      Basta de sentirnos “segundos”

 

Si este es nuestro destino a futuro: siempre ir por detrás de Buenos Aires, siempre ser el 10% del mercado nacional y no el 35% como es CABA y GBA; si siempre las inversiones, las propuestas disruptivas, los desembarcos de marcas internacionales, los lanzamientos, se realizarán primero en Buenos Aires y luego, por derrame se harán en Córdoba, estamos sentenciados a tener un límite de por vida.

Último ejemplo: participé como miembro y secretario de la Bolsa de Comercio de Córdoba, institución centenaria donde se realizaban las transacciones bursátiles y del mercado de valores de la región. ¿Tiene Córdoba, como punto de atracción de todo el interior del país, suficiente espalda como para tener una bolsa de capitales regional propia? ¡Por supuesto! Y por eso la importancia del edificio que ostenta la Bolsa de Comercio de Córdoba, frente a la Casa del Virrey Sobremonte, a una cuadra de la plaza principal (podríamos hablar de cómo fue denostado por la cultura de Capital Federal la figura de Sobremonte, pero ese sería otro largo tema).

En una de las tantas crisis recurrentes que hemos vivido en los últimos 20 años, Rosario se posicionó con mayor fortaleza que nosotros en lo que hace al mercado de granos, que es el más competitivo. Pero lo cierto de la historia es que, en una decisión desde capital se cerraron las bolsas regionales como la de Córdoba y se concentró todo en Capital Federal y solo una pequeña variante en el mercado de Rosario.

Los cordobeses de la “gloriosa” Bolsa de Comercio de Córdoba tuvimos que reunir fondos entre todos para comprar el 2 % del mercado marginal de Rosario, que es una pequeña sombra respecto del mercado concentrado de Capital Federal. Este es uno de los capítulos tristes en los que, sin darnos cuenta ni ofrecer batalla, Córdoba se quedó sin su Bolsa de Comercio propia, para representar a los capitales del interior.

Insisto en que así no podemos seguir. Los representantes que enviamos a Buenos Aires a representarnos, es como si “se fueran muy lejos”. El oropel de los grandes edificios de capital los termina encegueciendo o disminuyendo a la mayoría de ellos. Y el poder político que queda en Córdoba es como que está eternamente subordinado a la plata nacional, por lo que no puede terminar de “sacudirse el yugo”.

Esto no es poesía sino realidad: el 50% de los ingresos del Estado cordobés viene del nivel nacional. Es cierto que somos una de las provincias que menos dependemos ¡porque hay otras donde el aporte nacional llega a representar el 90%!

Un caso que nos puede servir para mirar nuestra relación con Buenos Aires desde otro lugar es el de Uruguay. Nuestro país vecino y hermano es muy notable por las coincidencias que tiene con Córdoba. En lo que se refiere a extensión, cantidad de habitantes, PBI, ciudades importantes, extensión de rutas, empresas, etc., somos sorprendentemente similares. Todos sabemos que Uruguay podría ser parte de Argentina, si no fuera por la intransigencia y la petulancia de Buenos Aires frente a los planteos del buen Artigas. Pero no es allí donde quiero apuntar: Uruguay se forjó en su espíritu propio. Y a pesar de que interactúa con Argentina en forma intensa (Punta del Este ha sido desarrollado sobre todo por capital y gente argentina) se para de otra manera ante Buenos Aires y ante el mundo.

Montevideo es una ciudad muy similar a Córdoba, pero el solo hecho de ser “capital” de la República Oriental de Uruguay los dispone de otra manera para proyectarse y hacer negocios con el mundo.

¿Necesitamos los cordobeses ser capital de una república independiente de Argentina para tener esta actitud? No, no es una cuestión de independencia política. Es una cuestión de tener otra mirada respecto de nosotros mismos. No somos los segundos de Argentina, ni los terceros. ¡Somos únicos! Somos una patria pequeña. Somos una nación dentro de una nación. Y tenemos que insuflar nuestra vocación de forjar nuestro propio destino, sin depender de nadie y con la capacidad de vincularnos con todo y todos, sin esperar un decreto para que nos libere o una línea área que nos conecte de pasada con Madrid o con Asunción.

No habrá futuro para Córdoba si no estamos dispuestos a escribir nuevamente nuestro propio porvenir.