El futuro de Cordoba Cap 2..pdf

Capítulo 2:
La pregunta del millón

Para saber si vale la pena leer este libro, es necesario hacerse primero la pregunta del millón. ¿Es importante, para un cordobés, ser cordobés? O en un plano más personal: ¿cuán importante es para vos, que estás leyendo este libro, ser cordobés?

La cuestión parece tonta, pero no lo es. A los efectos de esta reflexión es clave, porque si la respuesta es negativa ¿para qué nos interesaría leer algo sobre el futuro de Córdoba?

Para saber si vale la pena leer este libro, es necesario hacerse primero la pregunta del millón. ¿Es importante, para un cordobés, ser cordobés? O en un plano más personal: ¿cuán importante es para vos, que estás leyendo este libro, ser cordobés?

La cuestión parece tonta, pero no lo es. A los efectos de esta reflexión es clave, porque si la respuesta es negativa ¿para qué nos interesaría leer algo sobre el futuro de Córdoba?

En principio entiendo que la gran mayoría de nosotros diríamos que sí, aunque tendríamos diferencias respecto a cuán importante es.

El célebre historiador y pensador de nuestros días, Youval Harari, ha sostenido en todos sus libros la importancia central de los grandes relatos que han hecho que la humanidad “se la crea y avance”. Podríamos discutir si absolutamente todo -al final del día- es una construcción social, que alguien se encargó de fabricar para que creamos y podamos convivir, o si -por el contrario- hay algún porcentaje de esas construcciones que tienen un sustento real.

En otra época de mi vida estos debates me hubieran apasionado -recuerdo haber discutido en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba acaloradamente con los profesores sobre la existencia del derecho natural-. Pero hoy prefiero concentrarme en debates un poco más concretos.

Lo cierto, sin embargo, es que todo, desde la idea de que el “pueblo de la nación argentina escribió una constitución del país a través de sus representantes” hasta que “lo mío es mío” por derecho o que las criptomonedas tienen un poder similar al de una moneda, o que el dólar representa algo, o que es necesario respetar al vecino…. Todos son relatos que se han instalado como sedimentos, en una acumulación de siglos en el inconsciente colectivo. Y creemos con firmeza, hasta no dudar.

El mundo avanzó -y lo ha hecho a lo largo de la historia- porque algunas personas nos comprometemos con estos relatos y llegamos incluso a dar la vida por ellos. Gracias a Dios existe esta capacidad de parte de los seres humanos, porque si no reinarían el caos y el escepticismo (como verán, por mi Fe dejo aparte la idea de un Dios ¡aunque perfectamente podríamos incluirlo en el debate sobre si no es otro relato!).

En el caso de Córdoba hay una zona geográfica en Sudamérica donde vivían comenchingones, sanabirones y diaguitas que fue llamada “Córdoba” por su fundador español, Jerónimo Luis de Cabrera -que terminó muriendo decapitado por quien fuera su sucesor-, y que existió incluso mucho antes que la idea de una “Argentina”, en un marco amplio y disperso como era -en ese entonces- el Virreinato del Perú primero y luego el del Río de la Plata.

Por supuesto, fuimos también una de las provincias claves en la formación de esa República Argentina. Pero está claro que ser cordobés tiene una raigambre e incluso una entidad anterior en el tiempo y -tal vez por ello- anterior en nuestros corazones.

El paso de los años hizo que, en esta tierra, se produjera una amalgama de vínculos, de historia, de experiencias alegres y sufridas, de hechos y anécdotas (incluso de mitos) tanto personales como familiares, barriales y vecinales que hacen que, los que nacen aquí o los que viven en la zona, se sientan “cordobeses y cordobesas”. Que tengan ciertas características comunes en su personalidad, a pesar de la propia diversidad de la naturaleza humana y de las fuertes y distintas comunidades que conforman nuestra provincia.

Está claro que no es igual el cordobés del barrio San Vicente que el que habita un pueblo como Monte Maíz por ejemplo, mixturado hasta el límite con piamonteses y otros inmigrantes o como San Marcos Sierras.

Si tensamos un poco las diferencias, lo “cordobés” se diluye. O queda restringido al vecino de la ciudad capital. Si somos más condescendientes con la etiqueta, entramos todos, aunque probablemente nos impacte en la pregunta inicial que nos hicimos con menor intensidad.

Tal vez los jóvenes (o algunos jóvenes o muchos jóvenes) tengan sentimientos muy distintos con respecto a ser cordobés, que aquellos que somos más viejos. Tal vez el vecino de Río Cuarto no se inmute como sí lo hace el que ama el cuarteto, Talleres, La Mona y el fernet de Barrio Las Violetas…

La pregunta que deberíamos hacernos para que el asunto pueda adquirir el nivel de tensión e intensidad que corresponde es: ¿Estaríamos dispuestos a ir a una guerra por Córdoba? O más aún ¿Estaríamos dispuestos a morir por Córdoba? Aunque ciertamente no sea necesario hacerlo -ni siquiera pensarlo- el ejercicio vale la pena para poner la cuestión blanco sobre negro.

Me atrevería a decir que, en el hecho de sentirnos cordobeses, hay mucho más que un relato que nos ha convencido. Hay un sentimiento que cala nuestros huesos. Seguro que tiene que ver con el amor de nuestra familia grande, de nuestros amigos y está muy bien que así sea, porque por allí empieza un sentir de pertenencia de este tipo. Pero no se queda allí. Para graficarlo con una anécdota de cuando éramos chicos: cuando uno andaba en el auto de nuestros padres por alguna ruta perdida de la Argentina y se cruzaba con una patente que comenzaba en X, se alegraba y tocaba la bocina. Y el otro devolvía el saludo…

No nos duelen las desgracias humanas que hemos visto y que vemos en otros puntos del planeta como nos sensibilizan cuando le pasan a gente que vive cerca. Y no festejamos de igual manera las proezas de un ídolo, aunque sea argentino como lo hacemos si, además de argentino, es cordobés. No nos impacta de igual manera una postal de cualquier lugar del mundo, por más bonito que sea, como lo hace un recuerdo del paraje donde hemos vivido en Córdoba o donde hemos pasado un verano de primos y amigos.

Aunque cada vez con menor intensidad, la alegría de los que somos un poco más grandes (y ni hablar de nuestros viejos) cuando somos capaces de detectar que ese o esa joven son hijos de alguien que hemos conocido en una circunstancia de la vida, o primo de un amigo que a su vez es amigo de un primo… Somos parte de un entramado social que nos ancla. En definitiva, ya no importa si es un relato para mantenernos “en manada”. A esta altura condiciona nuestros sentimientos de una manera determinante. Y eso es mucho.

 

I. No me da lo mismo

 

En mi caso quiero confesarles -para comenzar a transitar este libro y, sobre todo, para los jóvenes que posiblemente no me conozcan de ningún lado- que me siento un cordobés de punta a punta. Soy un típico “producto” de Córdoba. Y sin saber si esto es real o una “construcción mental”, sin embargo, me lo creo. Este es mi lugar en el mundo y me corre por las venas. No me da lo mismo lo que pasa aquí y lo que no pasa.

Hace 52 años que camino las calles y avenidas de la ciudad de Córdoba. Y la vida me ha llevado a recorrer sus barrios y también los pueblos y ciudades de la provincia con una particular intensidad.

Nací en un barrio de la zona sur -Parque Vélez Sársfield-, jugué toda mi infancia en la barranca (que hoy es Cañada Honda), jugué “al fulbo” (y en algunos casos me peleé a las trompadas) en el Club de la zona, con chicos de Barrio Suárez, Bella Vista y Costa Cañada… Fui a Colegio de curas en el primario (los salesianos del Pio X) y al querido Colegio Nacional de Monserrat en el secundario, desde donde me volvía haciendo dedo en la Plaza Vélez Sársfield (nos levantaba en su auto nada más ni nada menos que el Profesor Maiztegui, quien era el autor del libro de Física que acabábamos de estudiar en las aulas, además de una eminencia).

He bailado en los boliches de Córdoba -en los más “chetos” y en algunos más innombrables-, he escuchado conciertos y óperas en el Teatro San Martín y en el Teatro Real y también he asistido a bailes de cuarteto en la ciudad y en humildes bailongos de pueblitos de las sierras, con pista de baile que en algún caso eran de “piso e tierra”. He comido tanto en sus restaurantes como en sus lomiterías y he comprado criollitos en la Panadería Independencia. He pegado carteles con engrudo en los postes del centro, invitando a fiestas multitudinarias y me he tomado el bondi a las cinco de la mañana desde Villa Rivera Indarte hasta la zona sur, muerto de frío, después de esperar casi una hora y media que viniera de regreso de bailar.

Hace 51 años que interactúo con uno de esos pueblitos del Valle de Calamuchita -San Clemente- donde mis padres compraron una casa, justo el año en que nací. Allí aprendí a manejar, me emborraché por primera vez con mis amigos y conocí de muy chico a mi querida mujer, Carmen, con la que llevo 25 años de casado y con la que he formado una linda familia con cuatro hijos, que son unos verdaderos personajes.

Apenas casado viví durante cinco años en pleno centro, a una cuadra de la Compañía. Recorría las plazas con mi hijita recién nacida, desayunaba en los bares céntricos y hacía las 7 visitas en Semana Santa como es tradición. ¡Quién no conoce el centro de Córdoba!

¡Quién no fue al cine Gran Rex, al Cinerama o al Cine Rivadavia! ¡Quién no vendió o compró los libros del cole en esas galerías tan pintorescas de la peatonal!

El trabajo empresario -dirijo una agencia de publicidad y marketing que se llama “Oxford”, fundada por mi padre hace 57 años (la consultora más antigua del interior del país), y en la que incluso ya trabaja una tercera generación-, me ha llevado  a viajar por la Provincia en todas las direcciones en incontables oportunidades, no solo a las ciudades, sino también a ciertos parajes perdidos del interior del interior donde hay clientes que, con mucho esfuerzo, despliegan actividades agropecuarias e industriales pujantes. Desde Arias a La Para, desde Leones a Villa Dolores, desde Las Varillas a Freyre, desde Holmberg a Brickman.

La actividad política, que inicié de muy joven fundando un partido local de jóvenes -Primero la Gente- me hizo recorrer en cinco oportunidades la ciudad de Córdoba de punta a punta, los 400 barrios, subirme a los ómnibus para hacer campaña cuerpo a cuerpo entregando nuestros folletos, también en las esquinas de las avenidas y en la Peatonal, visitar colegios, centros vecinales, iglesias y templos evangélicos, centros de jubilados, bibliotecas populares, juntar firmas en la esquina de Rivera Indarte y 25 de Mayo para distintas causas públicas; incluso llegué a dormir en una villa de la zona norte “Hermana Sierra” de la ciudad, para mostrar mi compromiso con los más pobres…

En dos oportunidades recorrí también la provincia como candidato a diputado nacional, como candidato a legislador provincial y también como Secretario de Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico, función que cumplí desde febrero del 2009 a febrero del 2010 y que fue una experiencia muy profunda e impactante de conocer el submundo de nuestra sociedad. En el otro extremo he recorrido también una y otra vez las rutas y caminos de Córdoba en motocicleta, con mis amigos de la vida, explorando diversos parajes…

Vuelvo sobre mi trabajo profesional: mi actividad tiene la particularidad de que uno interactúa -en forma diaria- con empresas muy distintas, del agro, del supermercadismo, vendedores de autos y seguros, mutuales y coberturas de salud, academias, fábricas de alimentos, desarrollistas, dueños de cementerios, laboratorios, importadores y exportadores, cooperativas… algunas son grandes empresas, otras medianas, otras pequeñas, muchas de ellas empresas familiares -con todo lo que ello supone- con directorios en los que conviven dos, tres y cuatro generaciones, a veces en armonía y a veces en tensión.

Mi activismo en instituciones como la Bolsa de Comercio de Córdoba, la Asociación de Agencias de Publicidad, AIP (Acción para la iniciativa Privada), ACDE (Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas), Fundación Mediterránea y otras, también me han permitido conocer mucha gente del sector productivo y comercial de Córdoba.

No ha sido menor el modo en que mi actividad vinculada a grupos cristianos, desde muy joven, me hizo interactuar con Córdoba de una manera muy especial, tanto desde la Parroquia del barrio en el que participé de todo tipo de grupos misioneros, como en “Ateneo Juventus” que me llevó a desplegar acciones sociales en barrios humildes, orfanatos y asilos.

Otras ONG’s me han tenido participando (como podrán ver, desde muy chico me ha gustado meterme y participar en todas estas cosas, las disfruto), y me han vinculado con problemáticas sociales como la discapacidad, la gente en situación de calle, las personas con problemas de consumo de drogas, víctimas y familiares de víctimas de delitos, de accidentes de tránsito, etc.

En este punto, tengo que mencionar a mis hijos, que me han acercado al mundo de los clubes deportivos, las academias de baile y las movidas de la música e interactuar con otros muchos padres de distintas edades, así como mi hermana Mariana y mi cuñada Carolina que me han acercado al mundo del arte y la cultura de Córdoba.

Una experiencia que vale la pena resaltar, fue que siendo muy joven (22 años) tuve la posibilidad de producir y conducir un programa de televisión “La Nueva Utopía”, durante 3 años, en el que invitaba a otros jóvenes, con distintas visiones, a discutir sobre temas de la realidad. Las temáticas me llevaron a explorar distintas realidades muy extremas e impactantes como la situación de los marginados, los discapacitados, los homosexuales, las mujeres que abortan, la noche de Córdoba, los inmigrantes precarizados, etc., que llevaba al programa semanalmente en formato de investigaciones audiovisuales y entrevistas. Tema aparte: este programa de tv “La Nueva Utopía” me valió que me eligieran como uno de los “jóvenes sobresalientes de Córdoba” en el año 1996 con 22 años (imaginen mi alegría).

Esta misma experiencia periodística se trasladó luego a un programa de radio que produjimos junto a Carmen Cardeilhac, por varios años en Radio Shopping y en LV2, en el que entrevistábamos al aire a todo tipo de referentes y personalidades de Córdoba.

También menciono a nuestra institución, Civilitas, ONG que fundamos en nuestra época universitaria un grupo de amigos jóvenes -y que ya lleva más de 35 años de existencia- a través de la cual hemos interactuado con innumerables personas y realidades, que también reflejamos en nuestro programa de televisión semanal que emitimos por Canal C desde hace más de 15 años.

Una última vivencia importante: Gracias a Dios he podido viajar mucho durante la vida. Por turismo, por estudio, por trabajo. Viví en Europa un año en Pamplona, Navarra, cursando un máster. Anduve por Latinoamérica: por México, Perú, Colombia, Ecuador, Chile, Brasil, Bolivia y Uruguay. Estuve becado viviendo en el interior del interior de Estados Unidos -en Austin, Texas- y en Washington y New York. Y estoy desarrollando actividades empresariales actualmente en Miami.

Como seguramente te ha pasado en los viajes que has hecho, esto te permite comparar lugares con el tuyo propio, personas, actitudes, comportamientos y proyectos de desarrollo. Siempre me gustó ver y tomar lo que pasaba en otros lados y contrastarlo con lo que nos pasa aquí.

 

II.     A vos ¿tampoco te da lo mismo?

 

Como verás... ¡“confieso que he vivido”! Pero todo esto que he contado (podría contar mil historias más como que trabajé en Tribunales o que toqué la guitarra en bares de Córdoba) no es para hacer “autobombo”, ni para contarles mi currículum entero -como hacen los que empiezan a ponerse viejos-, sino para fundamentar que me siento por lo menos autorizado para hablar de Córdoba, pensar, preguntar y debatir sobre ella -sobre su pasado, su presente y sobre todo su futuro- sin tener que dar mayores explicaciones de por qué lo hago y desde dónde.

El mismo ejercicio te lo propongo para que lo hagas vos mismo. Y adviertas la cantidad de cosas que te atan a Córdoba y te hacen quererla. Qué hay en tu historia de vida que le debas a esta querida provincia y que, de alguna manera, te “obligan” a pensar en ella y a comprometerte.

Efectivamente, puede haber experiencias que son “constitutivas” del ser cordobés, como, por ejemplo, ser fanático de un club deportivo -Talleres, Belgrano, Instituto, Racing, etc.- aunque este no ha sido mi caso. Soy de Talleres de toda la vida y he ido a la cancha varias veces, pero no he vivido esa pasión que sí he visto en mis amigos de confianza que se subían a los ómnibus a seguir a Talleres por todo el país, incluso en las épocas más duras en las que descendió hasta los más oscuros fondos…

Algunos podrán decir: “no se puede decir que conocés Córdoba, si no vivís en una esquina de Barrio Müller o Maldonado, donde se convive con las realidades más crudas de la droga y la marginalidad”. Tal vez. O si no asistís a los festivales de verano que hay en todas las latitudes de la provincia y comés choripán con fernet a la salida.

En mi caso estas excepciones no tiran abajo la propuesta. Créanme que soy un cordobés que conoce a Córdoba, tanto como vos que estás leyendo. Y que la quiero en forma entrañable. Por eso se justifica este libro.

Cuando uno tiene esta raigambre con el lugar donde vive, está más que convencido de que vivirá aquí hasta el final de sus días y será enterrado en algún momento en esta tierra. Y por lo que uno ha heredado, y también por lo que ha forjado en todo este camino, seguramente nuestros hijos y nuestros nietos también seguirán aquí en el futuro, como ya lo hicieron nuestros abuelos, que vinieron en algún momento y se quedaron para siempre (en mi caso, mi bisabuelo materno vino desde Bélgica a fundar el conservatorio de música a Córdoba y aquí se enamoró de mi bisabuela y se quedó para forjar su vida).

Si esto mismo te pasa a vos, si pudieras -al igual que yo- hacer un largo raconto de las mil y una cosas que te unen a esta tierra, y también tenés esperanza en que seguirán los tuyos aquí por un buen tiempo (más allá de que seguramente puedas tener algún hijo o familiar que ya decidió irse a vivir afuera a probar suerte), entonces lo que vamos a desentrañar en este libro seguro te interesa, te va a hacer pensar y en algún caso te darán ganas de debatir y de rebatir. Qué bueno si logramos eso.

Como la intención de esta reflexión nos obligará a relevar y a diagnosticar ciertas realidades -qué nos pasa-, lo más seguro es que en alguna de ellas te sientas aludido de alguna manera (¡porque sos cordobés!). Y a nadie le gusta que “le cuenten las costillas”.

Mi pedido, casi gracioso, es “no maten al mensajero”. No te enojes conmigo. Es bueno revolver, revisar y tirar hipótesis. Si están erradas, hay que dejarlas pasar. Tomá lo que te sirva y no te quedes en las cosas que te parecen erróneas.

La pregunta del millón queda respondida entonces: ¿cuán importante es para vos, que estás leyendo este libro, ser cordobés? Entiendo que mucho, al igual que para mí.

Encaremos entonces una conversación amena, que no tiene vocación científica, sino más bien un sentido de inspiración. De encender la mecha, para que se inicie esta reflexión sobre hacia dónde vamos. Una conversación que hace tiempo no tenemos y nos debemos. ¡Vamos!