El futuro de Cordoba Cap 11..pdf

Capítulo 11:
El futuro de nuestra sociedad

¿Cuáles son las ideas fuerza que proponemos para que la sociedad cordobesa avance hacia el sueño proclamado de una gran clase media y una disminución drástica de la pobreza? Voy aquí con la primera, que posiblemente genere polémica y debate.

La condición básica y elemental para revertir el fenómeno de la pobreza creciente en Córdoba, previa a cualquier otra, es garantizar la seguridad. Y es exactamente esta misma premisa fundamental la que está faltando para producir el despegue de la sociedad cordobesa en general.

Es clave para nuestro futuro, para el de los más desfavorecidos, para todos los cordobeses y también para el proyecto de convertirnos en un lugar donde “todo el mundo quiera venir a vivir” que, primero que nada, resolvamos nuestro más grande desafío: la inseguridad que sufrimos todos los días.

Todo muy lindo hasta ahora. Pero ¿qué hacemos con el 50% de personas pobres y con ese 12% de personas indigentes que conviven con nosotros en Córdoba? ¿Qué futuro hay para ellos?

Estamos hablando de 700.000 compatriotas cordobeses que viven en la pobreza. Hay 70.000 que no comen todos los días y no tienen ni siquiera las condiciones mínimas. Son nuestros indigentes y son 7 ciudades enteras, para que tengamos una idea de la dimensión de la crisis. Estos números cambian día a día y hora a hora conforme avanzan la inflación, el desempleo y la informalidad.

Este es el verdadero drama y el verdadero desafío de Córdoba porque es urgente. Cada minuto que demoramos en hacer algo, es un destino que se frustra. Como dice la canción de René y Mercedes Sosa, tan hermosa pero tan dramática, “a esta hora exactamente, hay un niño en la calle”.

En la discusión sobre qué camino tomar para llegar a ese futuro que anhelamos, algunos podremos hacerlo por vocación, otros lo harán para cuidar sus intereses. Pero, a los que nada tienen, se les va la vida en la elección del rumbo correcto, porque -para ellos- no hay alternativa.

Aquí es donde -yo al menos- me diferencio de los liberales y los libertarios. Porque estamos juntos en la lucha por garantizar la mayor libertad posible de las personas para que puedan ser protagonistas de su vida, lucha que en nuestros países -tan intervenidos y sofocados por el Estado- tiene un carácter incluso épico. Pero ese no puede ser el proyecto de “bien común” excluyente. Si nos quedamos ahí, finalmente es una épica del individualismo. De que mi egoísmo aplicado derramará algo hacia la sociedad y entonces allí, recién allí, se podrán beneficiar los marginados. ¿Qué proyecto de bien común, sobre todo en un marco democrático como el nuestro, puede ser ese?

Tenemos que avanzar en forjar las bases para que todos los cordobeses tengamos la mayor cantidad de oportunidades similares y condiciones básicas para ejercer nuestra libertad. Efectivamente, después cada uno es libre para ver si las aprovecha o no. Pero si no hay una base de bien común, de igualdad, entonces el relato solo estará sirviendo para sentenciar a los más vulnerables a una pobreza de por vida.

Rescato en este punto la convocatoria más pura y dura de la tradición social cristiana, para que el proyecto de futuro que forjemos (si este libro despierta los corazones, como se ha propuesto) tenga una “opción preferencial por los más pobres”.

Si cada punto que definamos no trae más trabajo, más educación, más salud, más justicia, más seguridad, más vivienda, más condiciones básicas, más cultura y más oportunidades a los que hoy son más vulnerables, entonces saquémoslo del ideario, porque la urgencia de nuestros coetáneos es lo que manda.

El futuro anhelado de la sociedad cordobesa viene de nuestro pasado y de nuestra forma de ser, pero se reconfigura hacia el futuro, en el contexto de los nuevos tiempos. ¿Qué sociedad queremos forjar? Una sociedad con una amplísima clase media -lo más amplia posible- de gente trabajadora que, con su trabajo, pueda progresar sin pensar en extravagancias, pero sí aspirando a lograr una calidad de vida en la que puedan realizar sus expectativas.

Necesitamos que un porcentaje mayoritario de personas vivan bien, sin lujos, pero sin limitaciones groseras, que podamos atenuar los contrastes entre los más ricos y los más pobres. Una sociedad en cierto sentido igualitaria, pero no por el poder y el asedio del Estado, sino por la virtud de nuestra cultura que -como escribimos en otros capítulos- no necesita ostentar, ni pasarse de rosca con el consumismo que caracteriza a otras.

El sueño de tener una casa con jardín, un auto, un trabajo formal y una cobertura de salud que no nos deje a pata cuando nos pase algo, con un sistema educativo que impulse a nuestros hijos a sacar lo mejor de cada uno, y un ámbito donde puedan hacer deporte y actividades culturales, la posibilidad de comernos un asadito cada tanto, vacacionar en algún lugar tranquilo, y no quedarnos atrás en los avances de la tecnología, tanto para el hogar como para la comunicación; la garantía de que si nos esforzamos al final de nuestra vida tendremos una jubilación y un estándar aceptable… Estos sueños todavía están pendientes, más allá de todos los cambios sociales y económicos que se están produciendo. Lo básico sigue pendiente.

Es cierto que los chicos y las chicas jóvenes están cambiando: tal vez ya no sueñen con casarse y tener hijos; están viendo la posibilidad de ir a trabajar para ganarse unos pesos afuera o incluso quedarse a vivir en el exterior. Pero lo que los mueve, al final del día, es el sueño incumplido para sus padres y abuelos de vivir tranquilos y progresar de a poco, con base en su esfuerzo. Lo puedo asegurar: el sueño sigue siendo el mismo.

Si uno toma conciencia de que más del 60% de los jubilados de Córdoba no llegan a ganar U$S 200 dólares por mes para vivir y comprar sus remedios, advertimos que este sueño, tan normal y tan básico a primera vista, sigue estando pendiente. Ni hablar para esos 700.000 cordobeses pobres. Y qué decir de los indigentes.

Aunque aquí cabe hacer una observación, para no caer en la desesperanza: la mitad de las personas pobres en Córdoba han caído en esa situación a lo largo de los últimos años. No vienen de una pobreza estructural de generaciones. Tienen todos los resortes culturales y de educación aptos para ser activados y dar el salto si se les brinda la oportunidad.

Para decirlo en términos muy simplistas pero gráficos: cada punto que baja la inflación es un punto menos de personas bajo la línea de pobreza, porque se va generando empleo y se formaliza una capa de empleo informal, se va activando el consumo y también el ahorro, etc. El desafío de la pobreza estructural y la indigencia en Córdoba bajo esta perspectiva es más acotado, aunque igual de dramático.

 

I.     El debate sobre la pobreza

 

Si estamos todos de acuerdo con este sueño de bien común, y actuamos todos de buena fe -conscientes de la complejidad de las soluciones-, no hay problema en que debatamos los cómo. Ahora bien: no hay duda de que el debate sobre los “cómo” nos va a llevar un tiempo y no tenemos que cansarnos en el camino.

Insisto en la buena fe de las personas involucradas. Voy a dar un ejemplo: en todos estos años he interactuado y apoyo a personas que realmente son extraordinarias, incluso me animaría a decir que son “santas”. Por ejemplo, el Cura Mariano Oberlin de la Parroquia “Crucifixión del Señor” de la zona este de la Ciudad de Córdoba (la zona “roja”), o el Padre Munir de la Pastoral Social de Córdoba, por citar solo dos sacerdotes de los muchos hombres de fe comprometidos que conozco. A ellos les daría las llaves de mi casa sin vacilar. Su conocimiento de la realidad social y su compromiso me superan en kilómetros. Y puedo trabajar con ellos, como de hecho lo hemos llevado a cabo en varios proyectos, codo a codo, sin preguntarnos qué pensamos sobre tal o cual tema. Sin embargo, si nos sentamos a pensar sobre cómo revertir la pobreza en Córdoba lo más probable es que no estemos de acuerdo en una primera instancia. Y que tengamos que trabajar muchísimo -y con muchísima paciencia- para lograr acordar algo.

Lo importante en estas instancias es no atacarnos como personas, ni poner en duda nuestra buena fe. Aceptar que tenemos visiones muy distintas, pero que todos queremos lo mismo: que a lo largo del tiempo haya menos personas en la pobreza. Pensar diferente no es un problema si lo sabemos manejar, sino todo lo contrario: es una oportunidad.

Traigo a colación otra anécdota de mi vida, que me dio una lección. Tuve la oportunidad de viajar con una beca a estudiar la Unión Europea a Bruselas. Allí estuve en el Parlamento Europeo y me resultó impactante ver cómo 15 países completamente distintos en sus características y en sus intereses (incluso en sus idiomas) sentaban sus representantes alrededor de una mesa. Y trabajaban por horas para ponerse de acuerdo en un régimen común de pesca, con todos los interpretes de las distintas lenguas sentados por detrás traduciendo de una a otra con rapidez. Apenas conseguían consensuar algo, por más pequeño que pareciera, lo confirmaban con sus manos levantadas y quedaba anotado en el acta de acuerdo. Así iban tejiendo, punto por punto, a lo largo de los días. Impresionante. De esa paciencia y respeto por el otro, sin resignar lo que nosotros pensamos ni tenemos para aportar, tenemos que aprender.

 

II.    Sin seguridad, la pobreza seguirá

 

¿Cuáles son las ideas fuerza que proponemos para que la sociedad cordobesa avance hacia el sueño proclamado de una gran clase media y una disminución drástica de la pobreza? Voy aquí con la primera, que posiblemente genere polémica y debate.

La condición básica y elemental para revertir el fenómeno de la pobreza creciente en Córdoba, previa a cualquier otra, es garantizar la seguridad. Y es exactamente esta misma premisa fundamental la que está faltando para producir el despegue de la sociedad cordobesa en general.

Es clave para nuestro futuro, para el de los más desfavorecidos, para todos los cordobeses y también para el proyecto de convertirnos en un lugar donde “todo el mundo quiera venir a vivir” que, primero que nada, resolvamos nuestro más grande desafío: la inseguridad que sufrimos todos los días.

Si no está garantizada la seguridad de que, al salir de nuestra casa, no nos van a asaltar, o no nos van a matar para robarnos; o que, si ocurre, será en forma excepcional y no como regla; si el Estado y nosotros como sociedad no estamos en condiciones de garantizar esto que es tan mínimo y elemental, tanto para una persona pudiente, como para una persona que vive en una tapera, entonces es muy difícil lograr la cooperación social.

¡Doy fe de que el problema de la inseguridad lo viven con mayor crudeza los sectores populares más que cualquier otro! Porque si en Barrio Jardín Espinosa están robando autos y bolsos a troche y moche, la cantidad de robos que se realizan en los barrios humildes, se multiplica por diez.

Es irreal la imagen que se hacen algunas personas que “viven en un táper”, respecto de que “ los choros” viven todos en los barrios humildes. Y que a los suyos no les hacen nada y son apañados por todos los vecinos para que salgan y les roben a los ricos.

Nada de eso: los choros roban en todos los barrios, incluidos los suyos propios; amedrentan a sus vecinos para que no los denuncien, los asaltan a cara descubierta, les cobran “peaje” a las personas trabajadoras de bien cuando van saliendo de esos barrios por calles de tierra anegadas por el barro (como es el caso de Bajada San José en la zona Este de la ciudad de Córdoba, por dar un ejemplo). Y por supuesto estos malandras fuerzan a sus vecinos a darles información y cobertura para la venta de drogas (incluso en algunos casos los obligan a vender con amenazas, aun cuando la persona o el comerciante no quieran hacerlo).

El porcentaje de hombres y mujeres de bien en los barrios populares es muy similar a los de un barrio de clase media, o incluso un barrio cerrado. El 80 por ciento es gente trabajadora o con aspiración de trabajar, que se preocupa por sus hijos y que tiene ganas de avanzar. Sus hogares humildes, son dignos y cuidados, como son los hogares de personas con más posibilidades.

Claro: el 60% de las casas de Córdoba no tienen los arreglos necesarios, ni la pintura, ni los pisos, ni los muebles, tal vez sí los artefactos como la heladera o la cocina, pero en el resto están largamente sub ejecutadas en los cuidados mínimos necesarios. Eso hace todo mucho más difícil. Pero la actitud de tener un hogar cuidado, en el 80% de los casos está intacta. Son gente que no quiere meterse en problemas. Que, si les dan seguridad y estabilidad, están dispuestos a dedicar su vida para tener lo que anhelan para sus hijos.

Hay un 20% que quiere conseguir las cosas por izquierda, como en todos lados. Y hay un 5% que se introduce en la cultura de la marginalidad y se vuelve un profesional del delito. Este porcentaje es el mismo en los barrios cerrados o de mayor poder adquisitivo, no nos engañemos. Una mayoría que trabaja, un porcentaje que monta empresas para defraudar o para hacer negocios turbios con el Estado. Y una minoría que directamente está vinculada con el delito. En los barrios marginales se vuelven soldados de las redes de narcotráfico. En los barrios pudientes se vuelven testaferros.

En ningún caso es posible desplegar un proyecto de bien común, si no podemos ni siquiera encontrarnos en la plaza unos con otros a conversar. Si no podemos abrirle la puerta a una persona que nos visita, por la desconfianza absoluta de que pueda ser un ladrón. Si la violencia de la cultura del delito se va apoderando de la noche, del fútbol, de la calle y hasta de las escuelas, lo único que nos queda -a ricos y pobres- es encerrarnos en nuestras covachas, restringiendo al mínimo el contacto con el entorno que no sea nuestro círculo íntimo.

Hace un tiempo el propio Gobierno de la Provincia de Córdoba hizo un estudio sobre la percepción de inseguridad de los cordobeses y los resultados fueron muy contundentes. Confirman lo que estamos diciendo: el 75% de los cordobeses nos sentimos muy inseguros en una plaza, en el cajero, o en la calle. Está claro que no es una percepción equivocada: tenemos miedo, porque sabemos lo que le pasa a la gente todos los días.

No quiero que nuestro sueño de futuro haga un idilio del pasado. Pero sí vale la pena que no mueran en nuestros corazones el recuerdo y el anhelo de volver a sentarnos en la vereda, con los chicos jugando por el barrio, sin que nos preocupemos dónde están. Y con la posibilidad de “pasar las navidades con la mesa en la calle”, como supo ocurrir durante años en pueblos y barrios de Córdoba.

Nuestros jóvenes, que -como tales y por la naturaleza propia de su edad se sienten inmortales- sin embargo, cuando les preguntamos por qué se quieren irse de Argentina, en un porcentaje mayoritario no dudan en responder: “porque aquí no se puede vivir así, te matan por robarte un par de zapatillas”.

Ellos saben que efectivamente así no se puede vivir. No pueden usar el transporte público en horarios complicados (en los que ellos se mueven usualmente) porque te roban en la parada o arriba del bondi. No pueden comprarse una motito, una bici, ni un celular porque te lo roban. Ni pueden interactuar yendo a clubes, ni moverse en la noche de Güemes porque te roban en modo “robo piraña”.

Las mujeres también están sufriendo el asedio de los robos de sus carteras, sus collares y demás pertenencia, con gran violencia. Y eso impacta en la forma en que se pueden desplegar en la sociedad. ¡Los ancianos ni hablar!

El costo económico de tener un mínimo de seguridad es, para las familias y para las instituciones, una carga muy pesada, que genera además bronca e indignación. “No le puedo pagar inglés a mi hijo porque tengo que pagarle a un hombre en un R12 destartalado, para que se ponga en la esquina a cuidarnos”, me decía una madre en la última campaña. En su reclamo está la indignación de todos los cordobeses.

 

III.    Lo que nos mata es la impunidad

 

Garantizar la seguridad, por tanto, es la base del cambio social. Pero antes de desplegar esta visión a fondo, es importante que desterremos la idea romántica que se sigue intentando establecer (sobre todo desde sectores de izquierda) de que el delincuente lo hace por necesidad. Que es una persona vulnerable, desesperada por su situación (porque tiene “hambre”), que sale a robar para “darle de comer a sus hijos”. Esto no es así. Tal vez pueda haber algún caso excepcional, o algunos, pero son los menos.

En la mayoría de los casos los delincuentes lo son por dos razones: porque han tenido una defectuosa formación en valores y porque el cálculo que hacen sobre el riesgo que corren por elegir “el camino fácil” les da un margen grande. Esto es: las probabilidades de ser atrapados por sus actos son tan bajas, que la tentación de obtener resultados rápidos -por fuera de la ley- se acrecienta al máximo.

Pensemos en un acto bien sencillo y mínimo: dos autos esperando el semáforo en rojo en un lugar donde no hay control, ni cámaras y nadie pasa. Las posibilidades de que caigan en la tentación de pasar aumenta. Lo único que hará que uno se decida a incumplir y otro no, es el bagaje de valores cívicos que tenga cada uno. Lo mismo ocurre con negocios ilegales en personas encumbradas. Y en el joven que decide vender droga en una esquina del centro de Córdoba.

Tengamos conciencia de que en nuestra provincia solo el 0,6% de los delitos que se realizan, terminan con una condena y sentencia incluyendo un responsable preso. El cascadeo de información es escalofriante: dos de cada tres familias de Córdoba han sufrido un delito. Solo un tercio de esos ilícitos fue denunciado, porque la gente ha perdido la esperanza de que atrapen a los malhechores. De ese tercio, solo un tercio es investigado y así vamos paso a paso hasta llegar a ese número ínfimo de delincuentes juzgados y presos.

La impunidad que reina en Córdoba por tanto es total y los delincuentes lo saben. La percepción de riesgo -del que se atreve a delinquir- es tan baja, que es casi nula. La posibilidad de cambiar rápidamente tu vida y tu status económico es un llamador demasiado atrayente. Pero otra vez: aquí la gente se divide, no importa si es rica o pobre, entre los que -incluso con semejante marco de impunidad- aun así quieren hacer lo correcto y los que cambian sus valores por la circunstancia.

Esta necesidad de que no construyamos relatos románticos en torno a los delincuentes que nos roban, se confirma cuando uno estudia las estadísticas en las cárceles de nuestra provincia.

En su inmensa mayoría es gente que no está sola en la vida, porque tiene familia en un porcentaje importante, gente que ha tenido la posibilidad de estudiar y que sin embargo delinque y reincide en un porcentaje tremendo. Son reclusos que no trabajan dentro de los establecimientos, aun teniendo la posibilidad de hacerlo.

Es cierto que detrás de cada delincuente debe haber una razón por la que se inclinaron por el camino fácil. Seguramente habrá una historia complicada. Pero, en esta instancia de desarrollo de nuestro Estado, creo que no podemos llegar a cuidar esos matices. La cuestión sigue siendo más básica: garantizar que el que las haga las pague. Es más fuerte el derecho del inocente, de la víctima, a no ser atacada que el del conflictuado delincuente que -por su historia de vida- nos violenta en forma reincidente.

Forjar una sociedad hacia el futuro, donde esté muy claro que el que las hace las paga (y rápido) es la idea fuerza más sencilla, pero a la vez la más difícil. Nos tenemos que esforzar para que eso suceda en un porcentaje importante, de modo que cunda el ejemplo.

 

IV.      No tenemos ladrones, tenemos mafias

 

Aclarado este primer punto, vamos al segundo, que es más importante, porque hay un porcentaje mayoritario de cordobeses que todavía no lo han comprendido. En mi caso, pude tener el panorama complejo en toda su complejidad cuando estuve al frente de la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico de Córdoba.

Los ladrones en Córdoba no actúan en forma individual, por iniciativa propia, o en pequeñas bandas que se organizan para la ocasión, sino que hace muchos años son parte de una matriz de redes de delincuencia muy complejas -cada vez más-. Si no entendemos esta nueva estructura del delito que se ha configurado en Córdoba, no podremos jamás dar una solución definitiva.

Por debajo de la superficie del fenómeno de la inseguridad en nuestra provincia, se viene produciendo en los últimos 20 años una transformación muy profunda y preocupante de consecuencias graves, muy similar a lo que ha ocurrido en las grandes capitales del mundo.

El factor que lo ha desencadenado es la irrupción y el dominio de las redes de narcotráfico y las mafias organizadas, que operan en nuestra tierra (y en todo el territorio nacional) con esta impunidad notable que destacamos arriba.

Hemos comenzado a sufrir delitos con mayor violencia, de delincuentes cada vez más jóvenes y -en muchos casos- con síntomas de consumo de estupefacientes o síndromes de ansiedad por no poder adquirirlos.

Últimamente recibimos además noticias de asesinatos cada vez más frecuentes y aumentos de delitos de mayor complejidad. Pero nadie nos dice que, en realidad, esos son los primeros síntomas del cambio producido en las bases del fenómeno de la delincuencia.

Aunque la gente intuye que algo grave se está gestando, no tiene información suficiente como para obtener una radiografía del fenómeno. Lamento sospechar que la renuencia a hacer más eficiente la tarea de brindar datos estadísticos, transparentar procesos y recursos y convocar a las instituciones académicas, políticas y sociales a debatirlo, está producido por el interés de seguir “contentando” a la población con anuncios y noticias de impacto mediático, que atenúen la sensación de inseguridad, aunque a todas luces los expertos adviertan su inutilidad para revertir la tendencia. Ya no sirven los anuncios de compra de vehículos y más efectivos; aquí necesitamos tecnología, capacitación y estrategia.

El accionar del narcotráfico en nuestra provincia lo ha cambiado todo. Con su caja económica -dinero en efectivo- y un producto que permite ganar plata fácil sin mayor esfuerzo (y sin mayor riesgo dado el escaso resultado de la persecución penal), ha ido “disciplinando” a los delincuentes locales, haciéndolos parte de una estructura de mayor escala, recursos y más fácil conversión a dinero como fruto de sus delitos.

Antes nos enfrentábamos a ladrones individuales, lanzados a la acción por necesidad o por viveza criolla, solos o en muy pequeñas bandas. Rateros, estafadores, cafishos y toda suerte de malvivientes que operaban sin coordinación, en un caos delictual, sin reconocerse autoridad unos sobre otros (solo respeto) y operando algunos “con códigos” y otros -los menos- sin ellos. Los jóvenes y los adolescentes hacían sus incursiones circunstanciales, pero eran la excepción. Delitos y delincuentes, como suelen recordar los más viejos, hubo siempre en Córdoba y de accionar intenso.

Varios de estos malvivientes se aseguraban el amparo de ciertos policías, o incluso de ciertas personas influyentes, pero no había -bajo ningún aspecto- una cobertura estructural del poder, ni una organización que por detrás los estuviera guiando. Cada provincia además era una realidad aislada de las otras, salvo por alguna circulación del material robado.

La complejidad de los delitos que sufríamos no superaba el robo a mano armada. Y sobre esa base se intentó organizar una policía y una justicia que tuviera una respuesta cuantitativa (más agentes en la calle y más funcionarios judiciales), aunque los recursos tecnológicos fueran escasos y la capacidad de investigación casi nula.

Los delitos hasta ese momento -razonaban los gobernantes- no ameritaban mayores sofisticaciones. Lo más aconsejable era fortalecer las acciones de prevención del ilícito en la vía pública. Hasta el día de hoy se sigue planificando con estos criterios cuantitativos el crecimiento de las fuerzas de seguridad y de la Justicia.

Pero -insistimos- el narcotráfico lo ha cambiado todo. ¡Abramos los ojos! ¿Cuán complejas y extendidas son estas redes? Hoy ya no solo operan con drogas, sino con trata de personas, tráfico de armas, robos de camiones, desarmaderos, logística de mercadería ilegal, secuestros de personas.

Aunque muchos delincuentes no son conscientes de que operan para estas redes (porque solo responden al cabecilla que les facilita el arma y la reducción de lo robado),  son una pieza más en el rompecabezas que se va organizando.

El naranjita de la esquina de Barrio Güemes, que a su vez vende un poco de droga a los jóvenes que le piden, es tan parte de la matriz como el equipo organizado (por lo menos por 7 personas) que se dedica diariamente a robar carteras a pocas cuadras -en la esquina del arzobispado- y los jóvenes que roban en modo piraña en la zona, o los que inhiben las alarmas de los autos para llevárselos, o por lo menos para robar las gomas de auxilio. Todo es parte de un entramado que tiene plan, método, proceso, financiamiento y jefes comunes.

Los que lideran operan a nivel nacional, con contactos internacionales. Su capacidad financiera es muy importante. Tengamos en cuenta que traer 1.000 kilos de cocaína desde el extranjero, corromper todas las instancias de control, movilizarlo, fragmentarlo, cocinarlo, esconderlo, separar una parte para enviar a Europa y distribuir la otra para los miles de “dealers” supone una operación de no menos de 20 millones de dólares en cada caso y con varios meses de trajín, por lo que se requiere una “espalda financiera” fuerte.

Debemos saber que solo para el consumo interno de nuestra provincia se necesitan por lo menos 50.000 kilos de cocaína al año y aproximadamente 80.000 kilos de marihuana. En Córdoba, por tanto, el mapa del delito –ahora- ya no admite confeccionarlo de “abajo hacia arriba” como era antes, sino al revés: desde las cabezas que poseen el financiamiento para sostener y someter toda la estructura hacia abajo, hasta el último “perejil” que es usado como mano de obra barata en algún barrio marginal.

En toda la cadena de mando de la red, por ahora se produce un quiebre en un punto. Hacia arriba están los verdaderos jefes, cuyo perfil dista mucho de ser el de los cabecillas de los mandos medios, algunos de los cuales son circunstancialmente juzgados y apresados (como el “Chancho Sosa”, por ejemplo).

Estos últimos son como “maestros mayores de obra” o “jefes de cuadrilla” (para utilizar un paralelismo con el rubro de la construcción), quienes a su vez lideran delincuentes rasos y se encargan de realizar el trabajo en la base. De este tipo de bandas con base territorial hay decenas en el territorio provincial de distinto tipo que incluso compiten por el dominio de la zona. En la oferta, se incluyen también barras bravas, punteros políticos, dirigentes comunitarios que han distorsionado su accionar e incluso bolicheros y productores de bailes de cuarteto. Pero en los niveles superiores la competencia es muy reducida, incluso a nivel nacional.

Si tenemos en cuenta que el eje de estas organizaciones ha pasado a ser el tráfico internacional de drogas, y que a nivel mundial los “jugadores” son mafias como los carteles colombianos y mexicanos, la guerrilla colombiana y peruana, la mafia rusa, la mafia calabresa 'Ndrangheta que introduce la droga a Europa y otros, incluso con la protección de ciertos Estados en el mundo, podemos advertir la importancia y el poder que pueden tener los operadores que representan a esas organizaciones en nuestro país.

Estas redes utilizan tecnología y una metodología eficiente para todas sus operaciones delictuales. Con la misma dinámica con la que logran ingresar al país un cargamento con 1.000 kilos de cocaína desde Colombia y entregarla procesada y camuflada para ser enviada a Europa en el puerto de Buenos Aires, traen mujeres esclavizadas de República Dominicana para que terminen obligadas a dar servicios en un burdel de Morteros (por dar solo un ejemplo de su flexibilidad). Se despliegan sobre el territorio con una red de distribución y acción que sería la envidia de cualquier empresa comercial.

No podemos tener una mirada superficial del fenómeno y contentarnos con noticas de capturas de delincuentes con poca cantidad de estupefacientes. Si atraparon a uno con 10 kilos de cocaína en un barrio marginal, tenemos que estar seguros de que hay un proveedor que días antes ha distribuido por lo menos 100 kilos en toda la zona y que a su vez responde a una red que ha operado una mercadería de por lo menos 1.000 kilos  en esa ciudad o región.

Recordemos además que todavía hoy el 70% de las drogas que llegan a Córdoba son procesadas para la exportación vía el puerto y el aeropuerto de Capital Federal, con destino a Europa. Lo que queda aquí, se utiliza para financiar la operación y satisfacer el consumo interno. Pero -insisto- en esa misma logística, entregan armas para que los delincuentes operen, reducen lo robado y lo transportan -desde electrodomésticos hasta autos- traen mujeres para la prostitución, entregan mercadería ilegal, etc.

El hecho que un vendedor senegalés en la peatonal de Córdoba pueda ofrecer a un transeúnte desde un reloj trucho, hasta una bolsita con cocaína, no debe extrañarnos en este marco.

Hablamos de delincuentes sin escrúpulos, asesorados por los mejores profesionales (abogados, contadores, informáticos, expertos en logística, relacionistas que conocen los pasillos del poder) y que lavan el dinero en operaciones bancarias e inmobiliarias, en  el juego, en el fútbol, y en otras transacciones que les permitan blanquearlo.

Con ese poder, corrompen al más alto nivel para asegurarse la impunidad. Un cálculo aproximado de cuánto dinero moviliza el narcotráfico en Córdoba nos arroja un monto superior a los mil millones de dólares al año, lo que nos permite tener una dimensión de su “capacidad de influencia”. No prever que estas redes están involucradas en el financiamiento de la política (y actuar en consecuencia) es de una ingenuidad rayana con la negligencia.

En este marco, el vendedor al menudeo que está en la esquina y que tanto nos molesta es -en verdad- una anécdota, dramática y necesaria, pero anécdota al fin, así como el patrullero que está dándole cobertura. No lo haría -tengámoslo por seguro- si más arriba no hubiera un funcionario de alta jerarquía que ha acordado con estos “jefes” un esquema de protección a la estructura entera.

Los narcotraficantes no se han contentado con este dominio sobre el mapa de la delincuencia. Han ido tomando los barrios marginales intentando asentar allí su poder, aprovechándose de la necesidad, como lo han hecho en los barrios populares de toda América latina.

 

V.    Favelización de Córdoba

 

Aquí es donde la historia comienza a ponerse complicada. Porque si dijimos que hay tanta gente potencialmente delincuente en un barrio pudiente como en un barrio marginal, el intenso accionar de esta gente de mierda -perdón que hable así, pero estamos entre cordobeses- por supuesto que ha producido que en algunas zonas del Gran Córdoba un porcentaje preocupante y extraordinario de familias enteras vivan comprometidas con estas redes de una u otra manera.

Los hijos de los vendedores de droga (que súbitamente aparecen con un auto de lujo, un reloj de oro o cosas que nada tienen que ver con su entorno), conviven con otros niños humildes que aspiran a seguir su suerte con sus padres que no llegan a fin de mes. Todos saben quién vende, quién cocina, quién es el jefe y cuándo viene el auto del jefe que está todavía más arriba. Nadie está dispuesto a denunciar, porque en general han comprobado con sus propios ojos ciertos vínculos con los policías de la zona y estos vendedores de drogas.

Los narcos, por un lado, actúan como benefactores, entregando dinero a modo de beneficencia o ante dificultades de los miembros de esas familias. Pero, por el otro, impulsan a los mismos “vendedores al menudeo” -en general jóvenes- al consumo y la adicción, para que tengan necesidad de delinquir y no piensen ni por un minuto en salirse de la organización.

Sobre este tema profundicé en detalle en el libro “Favelización de Córdoba. Droga, poder y burocracia”, ya publicado en el año 2010 (han pasado 14 años, por lo que imaginemos cómo la situación ha empeorado). Hay por lo menos 50 barrios en el Gran Córdoba muy comprometidos con esta situación de señorío de los narcotraficantes. Pero si nos quedamos solo concentrados en los barrios de la droga, no habremos impactado sobre las causas que está produciendo esta nueva matriz y que es, sin duda, la impunidad con la que se están desplegando las organizaciones de narcotráfico sobre toda la provincia.

¿Qué debemos hacer entonces? Ha llegado la hora de cambiar completamente la estrategia. Antes que nada, sepamos que esta matriz solo se puede combatir de manera eficaz desde el nivel nacional. ¿Cómo es que un defensor del federalismo dice esto? Porque, justo en este caso, se requiere operar en todo el territorio del país, sus fronteras, su sistema financiero, sus rutas, sus trenes y aviones, su sistema de telefonía, de internet, centralizando la información que producen las fuerzas de seguridad, de las policías provinciales y hasta de los inspectores municipales. Mientras no tengamos una  legislación adecuada, una fuerza nacional especializada en combatir estas redes y un fuero judicial también especializado en juzgarlos, no lograremos resultados contundentes.

Argentina -en este sentido- no solo es mencionada en todos los organismos especializados como uno de los países cruzados en forma estructural por el fenómeno del narcotráfico internacional, sino que también lidera -tristemente- los rankings de las condiciones que lo permiten, como un sistema precario para controlar el lavado de dinero, altos índices de corrupción que nos ubican entre los 30 países más corruptos del mundo, mecanismos solo formales para el control de aportes del narcotráfico a campañas políticas, fronteras no controladas de manera adecuada, caos en las estructuras de cooperación entre las fuerzas y las instituciones provinciales dedicadas a combatir el delito, etc.

¿Qué podemos hacer desde Córdoba? El cambio debe comenzar desde el principio. Las hipótesis de trabajo, tanto en la faceta de prevención del delito como en la persecutoria, deben tener como premisa que ningún delito en nuestra provincia está exento de vinculación con estas estructuras de crimen organizado y así debe ser abordado. Las excepciones que se vayan comprobando probablemente confirmarán la regla.

 

VI.   Cambiemos de perspectiva

 

“Vamos por los jefes máximos de las redes”. Necesitamos reformular las prioridades en las líneas de investigación y concentrarnos en apresar a los cabecillas. Eso requiere tecnología, capacitación de jueces y policías, presupuesto, voluntad política y fuerzas especializadas con capacidad de investigación sofisticada. Un cuerpo de jueces que investigue el vínculo entre poder político y narcotráfico y sus ramificaciones en la policía y también en la propia Justicia.

En paralelo necesitamos obstaculizar el modo en que fluye el delito por todo el territorio provincial. Una cuestión tan simple como sofisticar los controles ruteros para que no solo pongan multas por llevar las luces apagadas, sería un golpe de muerte a la logística de estas organizaciones. Aunque la introducción de la droga a la provincia se da por múltiples vías (avionetas ilegales, camiones, ómnibus, correo, viajeros con equipajes, etc.), la droga en algún momento se traslada por carreteras. Podríamos decir que necesitamos “blindar Córdoba”.

Pero la innovación más revolucionaria que podemos introducir en este combate contra las redes de delincuencia es la participación de la ciudadanía como “ojos en alerta”. Generar el incentivo y la facilidad tecnológica -en lo que se refiere a whatsapp- para que todo el que tenga algún dato lo denuncie y la sistematización eficiente de esa información se haga online y sea pública para todo el mundo.

Los miles de ojos de los vecinos, observando y denunciando en actitud comprometida y también genuina, multiplicarían por mil nuestra vigilancia sobre las diferentes aristas de la realidad del delito en Córdoba.

También se requieren acciones extraordinarias para romper esa matriz que se está consolidando a nivel territorial. Debemos generar una fuerza de elite preparada para hacer operativos de saturación de zonas urbanas tomadas por el narcotráfico. Esas fuerzas deben incluir no solo policías, investigadores, fiscales y funcionarios (para que todas las decisiones se puedan tomar en tiempo real sobre el terreno), sino además trabajadores sociales, educadores, agentes religiosos, promotores comunitarios, etc. Hablamos de intervenciones que tengan como primer objetivo urgente reinstalar la “normalidad”, integrar nuevamente la comunidad al resto de la ciudad, recuperar la confianza y los lazos comunitarios.

¿Estamos diciendo que, en un barrio humilde de Córdoba, donde falta de todo, y hasta alimentación, la prioridad es reestablecer el orden de la ley? Sí, eso estamos diciendo. Como condición previa a cualquier otra intervención que pretendamos realizar.

Si no hacemos este tipo de acciones, en muy poco tiempo veremos empeorar la situación social en esos barrios, se consolidará el dominio de estas redes y organizaciones, las fuerzas y el Estado cada vez tendrán más difícil el acceso para realizar su tarea y no me extraña que se multipliquen las bandas de jóvenes delincuentes con sus propios códigos dispuestos a matar, como ha sucedido en tantos otros países de Latinoamérica. Esto ya está sucediendo en los barrios marginales de Córdoba, pero todavía no tenemos un fenómeno consolidado y masivo. Hay margen para actuar si lo hacemos ahora.

 

VII.    ¿No somos Rosario?

 

La pregunta que se estarán haciendo varios lectores es: “¿pero esto que estás describiendo, Sebastián, es Córdoba o es Rosario o el Gran Buenos Aires?” La pregunta es pertinente, porque los cordobeses estamos con esa esperanza errónea metida en nuestros corazones.

Creemos que, como no se están matando aquí entre bandas como lo hacen en Rosario, como todavía no balearon la casa del gobernador, ni colgaron a un narco rebelde de un  puente ahorcado, entonces estamos aún lejos de esas realidades.

¡Estamos locos si pensamos así! La gravedad de la situación es la misma. La única diferencia es que aquí todavía no se han desconocido entre las bandas y las personas influyentes. Y aún todos se encargan de que no haya sobresaltos en la superficie y que la basura se barra debajo de la alfombra. Pero la posibilidad de que la situación cambie repentinamente es demasiado alta. El solo hecho de que los violentos de otras ciudades y regiones se vengan para Córdoba (estamos a 500 km de Rosario y San Francisco está a una calle de distancia de Frontera, provincia de Santa Fe) es demasiado probable como para que nos quedemos tranquilos.

¿Por qué el mayor narcotraficante de Ecuador decide mandar a su familia a vivir a Córdoba, en uno de los countries más conocidos de la ciudad? ¿Por qué en nuestra provincia atraparon al mayor traficante de armas de América Latina hace poco tiempo? ¿Por qué logra permanecer durante más de 10 años un jefe del Servicio Penitenciario que está siendo juzgado por asociación ilícita con los propios presos para cometer todo tipo de delitos? ¿Por qué el jefe de bomberos de Córdoba -que llegó a ser Subjefe de la Policía de la provincia- tenía organizado un sistema aceitado de coimas en la ciudad capital para habilitar cualquier cosa que quisiera ser habilitada? ¿Por qué aparecen los principales jefes de policías y ministros o secretarios de seguridad continuamente vinculados con delitos, maltratos a sus mujeres, y un actuar dudoso, incluso con conexiones con el narcotráfico? Menciono aquí al exministro Mosquera que, además de su papel repugnante en el caso de Blas Correa, el joven muerto por un balazo de la policía, continuamente jugaba en los grises en el cumplimiento de su función.

Y la situación no se circunscribe solo al ámbito de la policía, la justicia y la seguridad. El poder político de ciertas zonas rojas del narcotráfico, como es el caso del Valle de Punilla y la ruta 38, debe ser investigado por su accionar displicente con los traficantes de droga que pasan por la zona y usan esas poblaciones como guardaderos y asentamientos para hacer el traslado grande y también la distribución a nivel provincial.

¿Por qué un intendente de Villa María, que además logra ser ministro de la Producción, no puede justificar hasta el día de hoy haber sido descubierto con miles de dólares en su caja fuerte? Lo más grave es que ese ex intendente ha sido nuevamente elegido en los últimos comicios como mandatario de una de las cinco ciudades más grandes de la provincia…

El listado podría seguir: funcionarios de gobierno que manejan lo más oscuro del deporte y también de la noche y el cuarteto. ¡Y hasta se dan el lujo de comprar medios de comunicación! Pero sirva este pequeño listado para que seamos conscientes que la podredumbre es seria y profunda. La gangrena o el cáncer que ha producido el vínculo entre delito y política en Córdoba no podemos subestimarlo.

Cuando uno trabaja sobre las soluciones posibles -yo lo he hecho en equipos técnicos de un posible gobierno- advierte que ni siquiera lo básico está garantizado: los policías de Córdoba estudian para serlo en ámbitos precarios, sin las herramientas adecuadas y con material de estudio que, cuando uno lo lee, advierte que no llega a lo mínimo. ¿Qué  policía saldrá de una capacitación así?

Con un dato lo digo todo: la escuela de policía en la Ciudad de Córdoba fue trasladada de un predio que tenía en Villa Belgrano (que seguramente habrá tenido como segunda intención dárselo a un emprendimiento inmobiliario) y fue derivado a una escuela secundaria en Barrio de los Cuartetos a la salida de la ciudad, en donde los aspirantes a policía comparten con estudiantes del secundario el patio y las instalaciones. ¡En el “campito” del lado hacen sus pruebas con armas!

Podría seguir, pero se desnaturalizará el sentido del libro y su visión de futuro (demasiado presente hemos expresado en estas hojas). Sin embargo, todo lo dicho confirma la primera idea-fuerza: si desde el Estado (que es el único que posee el monopolio de la fuerza pública) no somos capaces de garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, entonces ¿de qué otra cosa vamos a hablar?

Estoy seguro de que, si pudiéramos garantizar un estándar de seguridad, aunque sea básico, un 80% de las familias que hoy vivimos en un country o barrio cerrado derribaríamos los muros para integrarnos a la ciudad. Porque nadie quiere vivir segregado, ni tampoco segregar. Solo pasa que, teniendo posibilidades económicas, optamos por priorizar la seguridad de nuestras familias.

Un recordatorio de lo que ya mencioné sobre la seguridad como pilar del desarrollo social. Si nos comprometemos todos con el norte de lograr convertirnos en una tierra apetecida por directivos y gerentes, para radicar aquí sus oficinas centrales y sus empresas, por la calidad de vida que pueden lograr para ellos y sus trabajadores, es condición esencial que sobresalgamos en esta cuestión de garantizar la seguridad al máximo.

Aquí el desafío es doble: porque no solo tenemos que lograrlo, sino que además tenemos que sobresalir respecto del resto de las regiones por esta variable que es fundamental para definir una inversión.