El futuro de Cordoba Cap 13..pdf

Capítulo 13:
El futuro de los valores

Todo lo que hemos estado proponiendo necesariamente requiere un “colchón” de fuertes valores por detrás. Como sustento y como fuente de inspiración. ¿Cuáles son esos valores? En nuestro caso, si vamos a apostar por la libertad y el poder de la gente -que necesariamente es diverso y disperso- el valor fundante del futuro de Córdoba sin duda es la tolerancia. La posibilidad de convivir “bajo un mismo techo”, pensando y actuando distinto, incluso con algunos temas en los que directamente la acción de unos ofende a los valores de otros.

Tengo la impresión de que en los últimos 30 años no hemos cuidado a las familias de Córdoba como corresponde. Las hemos dejado a su suerte. Nos preocupamos de la mujer, del niño, del joven, del anciano como individuos separados, pero no como partes integrantes de una institución capaz de contenerlos y hacerlos crecer como es la familia.

Todo lo que hemos estado proponiendo necesariamente requiere un “colchón” de fuertes valores por detrás. Como sustento y como fuente de inspiración.

Desde la aspiración básica de construir un futuro común, rebelarse contra nuestros eternos condicionamientos respecto de Buenos Aires, la ambición de posicionarnos como líderes del mercado de alimentos y también de la educación, así como llegar a ser “el mejor lugar para vivir”; el valor para dar la cruzada por una educación que logre un salto de calidad y una universidad que nos vuelva a servir para el proyecto de futuro de los cordobeses; el coraje para reconvertir nuestras empresas y para relacionarnos en forma directa con el mundo; la energía para transformar nuestra sociedad en una gran palanca de clase media que nos empuje a todos a realizarnos y que permita a nuestros hermanos que sufren salir de la pobreza y la marginación; el desafío de dar la batalla por la seguridad que no hemos dado como corresponde; el anhelo vivido y sufrido de que configuremos una tierra que confíe en la gente y en el poder de la gente y obligue al Estado y su burocracia a retirarse, a sacarnos la pata de encima…. Todo esto no será posible -coincidirán conmigo- si no hay fuertes valores por detrás. La convicción que te dan los valores.

Al igual que en un equipo de futbol -o en una empresa- el triunfo o el crecimiento exponencial no es magia: son los valores del equipo los que marcan la diferencia y lo hacen posible. Es la disciplina que te dan los valores.

 

I.   El valor fundamental

 

¿Cuáles son esos valores? En nuestro caso, si vamos a apostar por la libertad y el poder de la gente -que necesariamente es diverso y disperso- el valor fundante del futuro de Córdoba sin duda es la tolerancia. La posibilidad de convivir “bajo un mismo techo”, pensando y actuando distinto, incluso con algunos temas en los que directamente la acción de unos ofende a los valores de otros.

Claro: si vamos a permitir que convivan muy diversas opciones educativas, promocionadas y gestionadas por instituciones distintas (o por iniciativas privadas distintas), y si vamos a financiar al tercer sector para que gestione con mayor eficacia la lucha contra la pobreza y la marginación, tenemos que ser conscientes de que allí convivirán organizaciones muy distintas, con abordajes distintos.

Esta diversidad es una fortaleza y una oportunidad, pero requiere de mucha paciencia y tolerancia para no pensar que “lo que yo pienso, siento y quiero es lo que debe ser y no lo que piensa, siente y quiere aquel otro que piensa, siente y quiere algo completamente distinto a lo que yo quiero pienso, siento y quiero.”

Si agregamos que queremos convocar a directivos de empresas internacionales a asentar sus oficinas en Córdoba, y por lo tanto a sus familias, nuestro umbral de tolerancia a culturas distintas tiene que convertirse en una regla de oro.

A la pregunta dramática que hacía Alain Touraine cuando éramos más jóvenes en el título de su célebre libro -¿Podremos vivir todos juntos?- la respuesta desde Córdoba sería un sí rotundo.

Hay una buena noticia al respecto: Córdoba ya es tolerante. Si miramos el vaso medio lleno, hay -en nuestro entramado comunitario- una convivencia bastante lograda, entre sectores que piensan y actúan muy distinto.

Aquí las religiones conviven, como ya apuntamos. Y a su vez “lo religioso” no tiene problemas insalvables con lo “progresista”: también conviven en paz. Los empresarios y los sindicalistas en nuestra provincia tienen un vínculo que fluye, más allá de las rispideces que puedan surgir a la hora de las paritarias o de ciertos conflictos sindicales. Y así podríamos enumerar cómo sectores, grupos y personas que en otros lugares tienen enormes obstáculos que los separan, aquí conviven pacíficamente. Un ejemplo tonto pero muy decidor: aquí los sirios comparten la misma institución con los libaneses. Y los judíos conviven con los árabes, sin mayores problemas.

Grupos culturales, de estilos muy distintos, así como sus seguidores, también han aprendido a convivir. La postal de la Mona Jiménez cantando en el Teatro San Martín es ilustrativa. En general, como digo, hay un marco de respeto y esto es una gran fortaleza lograda por la sociedad cordobesa, que constituye una piedra basal de nuestro proyecto a futuro.

Alguno podrá traer a colación las peleas que se generaron cuando la municipalidad puso una bandera del orgullo LGTB en el Parque Sarmiento, en lugar de la bandera argentina. Y como un grupo de ex combatientes de Malvinas fue a sacarla, en forma destemplada. O los áridos debates que hemos tenido por el aborto, u otros temas sensibles como la legalización del consumo de marihuana, que han supuesto marchas multitudinarias contrapuestas. Pero son excepciones, en una larga historia de respeto y convivencia.

Posiblemente lo que produce esta tolerancia es que, al final del día, convivimos y nos conocemos todos (somos pocos y nos conocemos mucho).

Siempre cuento la anécdota de que, durante dos campañas provinciales que hice a pulmón, recorriendo con mi auto todo el territorio provincial como candidato de nuestro pequeño partido político, pueblo por pueblo, coincidíamos en muchas oportunidades con los candidatos de izquierda. Y en cada debate o presentación en la que nos invitaban a ellos y a nosotros, nos peleábamos sin tregua. Pero a la salida yo les ofrecía llevarlos y ellos me ofrecían un mate. E íbamos juntos hasta el otro pueblo.

Otra anécdota muy graciosa e ilustrativa en esta misma línea, fue el lanzamiento de una campaña a diputado nacional que hice en la Plaza San Martín en el año 2005. En esa oportunidad iba acompañado de dos candidatos que provenían del mundo evangélico. A la misma hora y en la misma plaza, lanzaba su candidatura un candidato de extrema izquierda. Muchos vaticinaban que podríamos tener problemas y enfrentamientos. Pero fuimos, conversamos, quedamos que nosotros lanzábamos primero y luego ellos. Y compartimos el mismo lugar. Lo notable era que mientras yo daba mi discurso, todos los militantes de izquierda me escuchaban desde el costado, mientras los que habían venido a nuestro acto (muchos evangélicos) en lugar de aplaudir gritaban “¡amén! ¡amén!”  Un periodista que cubría ambos eventos me supo decir: “nunca había visto nada igual”.

El desafío no es, entonces, cultivar la tolerancia. Creo que el reto hacia el futuro de Córdoba es cómo logramos que los diferentes grupos, que sostienen valores sustantivos distintos, se atrevan a lograr lo más difícil: la cooperación social. Ser capaces de trabajar en red por objetivos comunes, aun manteniendo las diferencias.

Aquí nos queda un largo recorrido por transitar, porque -aunque convivimos- cada grupo, sector o institución está ensimismado en sus cosas, en sus desafíos y en sus problemas. Nos está faltando interactuar a mayor escala.

Sin embargo, hay una segunda piedra fundante, que hemos defendido en este libro, que -si la tomamos- nos permitiría ser optimistas. Se trata de este “principio de subsidiariedad”, al que muchas veces hemos propuesto asirnos ante la duda, y que aconseja construir la sociedad de abajo hacia arriba, comenzando por la familia, lo privado, lo comunitario, lo social, lo municipal y vecinal. Y recién al final lo provincial y lo nacional.

Si adoptamos este criterio y nos guiamos por él podremos aprovecharnos de que, en el nivel básico de las familias, de lo comunitario e incluso de lo municipal (sobre todo en comunidades pequeñas) lo que prima es el conocimiento que se tienen las personas en general y los dirigentes en particular.

Pueden pensar muy distinto, pero se respetan porque conocen cómo viven. Es como si lo más importante no fuera escuchar lo que decimos, sino mirar cómo vivimos y lo que hemos hecho y hacemos de nuestra vida. Y sobre esa base se genera un respeto que baja los umbrales de cualquier condicionamiento ideológico o de otro tipo que podamos tener. En lo local, los problemas requieren soluciones urgentes y concretas, porque afectan a todos. Y allí no hay tanta ideología: arremangarse, discutir la mejor opción y probar sin temor a fallar. Si no sale bien, habrá que corregir y volver a intentar.

 

II.   El rol de nuestros dirigentes

 

Comienza a surgir una de las convicciones más profundas que quiero compartir. Es el rol fundamental que juegan los dirigentes de todos estos grupos e instituciones. Yo he interactuado con muchos de ellos. Y sé que, luego de un tiempo de experiencia en la gestión -siempre tan difícil y de escasos recursos-, luego de tener que interactuar y entender que no todo es blanco o negro, estos referentes se vuelven un factor de cooperación. No lo hacen solo por virtud, sino también por necesidad y eso es fantástico, porque lo convierte en algo más cercano. Más “necesario”.

Es en las “asambleas”, o cuando el juego se abre, donde surgen personas más desubicadas, por llamarlas de algún modo, que quieren detonar todo lo hecho porque le falta un punto y una coma, o porque traen en su psiquis un cargamento emocional extra que no han sabido trabajar correctamente. Pero estos dirigentes son, en general, capaces de conducir al grupo a buen puerto. Indudablemente la interacción humana con personas distintas, en todos los ámbitos de la vida, te hace más sabio y más prudente.

Aun en esquemas organizacionales muy básicos, como puede ser una cooperativa escolar, o incluso un grupo informal de padres que está organizando el viaje de egreso de sus hijos, o una comisión para administrar un barrio o un consorcio de edificio, hay momentos en los que la apertura a la participación produce caos, zozobra y ganas de “irse del grupo de whatsapp”. Pero siempre hay un dirigente que se ha puesto al hombro el proceso y la gestión que, con paciencia y tolerancia, conduce al grupo al objetivo. Es, en definitiva, la virtud de un líder: lograr, en la diversidad del conjunto, la unidad de la acción. Y lo logran.

Son estos dirigentes los que pueden hacer que el “colchón de valores” no sea un loteo parcelado de principios distintos, puestos uno al lado del otro sin cruzarse, sino una amalgama de estos -un damero de valores- en la sufrida experiencia de ponerlos en práctica en el día a día y ante problemas y desafíos concretos.

Otra experiencia de vida aquí puede ilustrar: siendo uno de los coordinadores de un grupo misionero cuando era joven, que visitábamos regularmente un asentamiento muy precario del sur de Córdoba, advertí apenas comenzamos a trabajar que nosotros, que íbamos los sábados, estábamos haciendo algo muy parecido a los evangélicos que iban los domingos, y a los de una ONG que concurrían los martes y a las trabajadoras sociales del Estado que asistían los jueves. Convocamos a todos los dirigentes de esos grupos y fuimos capaces -teniendo mucha paciencia- de cooperar en ordenarnos en lo que hacíamos cada uno por esa comunidad, configurar un espacio común que nos sirviera a todos, etc. No llegamos a una cooperación más compleja que hubiera sido el ideal. Pero lo básico sí se logró.

 

III.   Defendamos la familia

 

Quiero detenerme un momento frente al núcleo central de nuestra sociedad que, como siempre hemos dicho, es la familia: nuestras familias, la tuya, la mía.

Ya sabemos lo difícil que es la construcción de una familia en el medio del mundo actual, pero -a su vez- lo central que es este proyecto en nuestras vidas. Me atrevo a hablar por todos: el desarrollo de nuestras familias es EL proyecto de nuestras vidas.

En este sentido, aunque no podemos arrogarnos que sea un diferencial solo de Córdoba, porque el valor de la familia es universal y con mucha fuerza en la cultura de América Latina y de Argentina, por supuesto, sí podemos sostener que los cordobeses tenemos un punto fuerte en este sentido.

Nuestro entramado familiar es aún muy fuerte y resistente, con familias grandes conformadas por abuelos, tíos, padres e hijos, que conviven con mucha intensidad, por la propia característica de nuestra dinámica social: nuestros hogares, cientos de reuniones familiares, cumpleaños, bautismos, casamientos, comuniones, recibidas, navidades, semanas santas, idas al campo, asados, amigos que se integran…. La frecuencia con la que nos reunimos con nuestra familia es un dato de lo intensa que es nuestra relación y lo importante que es para nosotros. Es común el caso de una pareja que se va a vivir afuera e incluso le va bárbaro económicamente. Pero anhelan volverse, para poder vivir esta dinámica de familia y amigos.

Dada esta fortaleza, y pensando en el futuro de Córdoba y de nuestra sociedad, hay dos esfuerzos que tenemos que hacer con particular esmero. El primero es defender esta institución de cualquier ataque ideológico o interesado que quieran hacer. No voy a desplegar aquí teorías conspirativas de que hay un plan siniestro a nivel mundial que pretende destruir a las familias del mundo. Sí hay que decir que existen ideologías que han visto en la familia el germen del sistema capitalista y que han tratado de destruirla en forma expresa. Traigo a la mesa el caso de los Khmer Rouge en Camboya, en la década de 1960, brazo armado del Partido Comunista de ese país, que ponía en un cruce de caminos a los distintos miembros de las familias de espaldas y los obligaban a caminar- cada uno hacia distintos rumbos- sin mirar atrás, so pena de fusilarlos. Así se destruyeron miles de familias para intentar terminar con la “mala influencia” de esta institución. De más está decir que no lo lograron, pero sembraron mucho sufrimiento.

Como digo, no voy por esa línea conspirativa en esta reflexión. Solo subrayo que hay que cuidar a las familias de Córdoba. Toda decisión que debilite la estructura familiar es una medida equivocada, aunque tengamos buenas intenciones. Cuando le damos de comer  a los chicos en el colegio, porque los padres no pueden hacerlo en sus casas y no nos esforzamos por entregarle esa comida al entorno familiar, para que puedan sentarse en torno a la mesa e interactuar, estamos debilitando esa estructura. Cuando en el ámbito educativo le quitamos poder a los padres para decidir sobre la educación de sus hijos, porque los subestimamos y pensamos que sabe más el técnico o el burócrata que ellos, ocurre lo mismo. Cuando un director técnico intenta ahuyentar a los padres que apoyan al equipo y también se entrometen y opinan (por la propia pasión que les genera), están subestimando el valor central que tiene el acompañamiento de esos padres a ese hijo durante la aventura deportiva que está encarando.

Más arriba -por supuesto- está la inseguridad, que obliga a las familias a encerrarse entre rejas y no salir para que no le roben (con situaciones dramáticas como en los casos en que no pueden ir siquiera a festejar la Navidad con sus familiares, porque esa noche los desvalijan). También están las políticas de hábitat de los gobiernos, que en lugar de dar un crédito para que cada familia construya donde quiera, lo más cerca posible de los suyos, construyen planes de vivienda en cualquier lugar y le asignan una casa que los extirpa del entorno de sus seres queridos.

El debate sobre la educación sexual de los niños y adolescentes en el colegio es otro ejemplo que requiere sintonía fina. ¿Partimos de la base que la educación en la familia es retrógrada, que no se dialoga y no se informa, y que es bueno que un docente o un tercero desde el colegio configure la formación sexual y la información desde el colegio? ¿O son los padres los que deben tener ese protagonismo, incluso capacitándolos a ellos, para que luego transmitan según su marco cultural, religioso o ideológico?

Tengo la impresión de que en los últimos 30 años no hemos cuidado a las familias de Córdoba como corresponde. Las hemos dejado a su suerte. Nos preocupamos de la mujer, del niño, del joven, del anciano como individuos separados, pero no como partes integrantes de una institución capaz de contenerlos y hacerlos crecer como es la familia.

No me voy a escapar a la pregunta central que debemos hacernos aquí: ¿qué modelo de familia vamos a enseñar desde el jardín de infantes y durante el primario? Utilizando todos los conceptos que hemos desarrollado en este libro, mi propuesta es que no tomemos ninguna definición. Que haya alternativas distintas y que puedan ser los padres los que elijan a cuál quieren adscribirse y a qué escuela enviar a sus hijos. Luego serán ellos, durante la adolescencia y la juventud, los que decidirán si ratifican o se rebelan contra lo aprendido.

En esta misma línea pregunto también: ¿qué nos conviene a todos como sociedad y por supuesto también al Estado? ¿Que las parejas formalicen su relación en un matrimonio y que -además- sean estables, incluso con el horizonte de que estén juntos “hasta que la muerte los separe”? ¿O a la sociedad y el Estado nos es indiferente que se separen y se divorcien?

Aunque está claro que es un derecho individual de la persona a decidir sobre si quiere estar o seguir estando con su pareja, a la comunidad nos convienen parejas formales y estables. Si es así, entonces también tenemos que promover y proteger el matrimonio como institución, base para que luego exista una familia.

Cuando la relación no se formaliza y cuando una perspectiva de estabilidad -un proyecto de vida en común- no se consolida, las bases de esa familia son precarias. Si se rompen en el camino, eso seguro que repercutirá en los hijos, en el entorno y en la propia pareja con esquirlas hacia la comunidad más cercana. En términos de estabilidad de la dinámica social, es mejor tener familias estables y parejas fuertes.

Insisto en que no estoy hablando de abolir el divorcio ni mucho menos. Solo hablo de cuidar la institución familiar y su núcleo, que es una pareja formalizada en matrimonio. Aquí incluso voy mucho más allá de cualquier convicción religiosa, y desde un punto de vista meramente civil y social. Párrafo aparte merecerán las consideraciones de fe de cada persona o comunidad.

Más arriba hablamos de dos esfuerzos. Ya reflexionamos sobre el primero, que es cuidar a la familia como institución, si queremos construir un futuro potente para Córdoba. Pero el segundo esfuerzo va más lejos aún: la familia como institución puede convertirse en un centro revolucionario de gestión eficiente de muchos de los desafíos sociales que hoy nos aquejan y que aparentemente no tienen vías de solución. Esta idea la ha defendido con pasión Carmen Álvarez Rivero y tomo de ella la inspiración.

¿Qué podemos hacer con las personas mayores que están solas? Tal vez podamos trabajar soluciones que involucren a la propia familia. Incluso quizás sea mejor pagar a un miembro del núcleo familiar para que los cuide, que llevarlos a un geriátrico (por supuesto siempre que la condición de la persona anciana lo permita). Seguro que lo harán con más cariño y dedicación que un extraño. ¿Cómo trabajar con las personas con discapacidad? En lugar de inventar mil y un organismos, programas y cosas que no funcionan, tal vez hay que financiar a la propia familia, porque ellos sí saben qué se puede y qué no se puede hacer. Doy estos ejemplos, de muchos otros que podría citar, para que advirtamos la potencia y la mayor eficiencia de gestión de desafíos sociales que hay en el marco de la familia y su entorno.

Y si la familia no tiene que involucrarse con sus propios miembros respecto de problemáticas especiales, sigue siendo una unidad potente y eficiente para gestionar en instancias cercanas. Las familias trabajando con otras familias cercanas de amigos, en los colegios, en los clubes, en los grupos religiosos, en ONG’s, en apoyo escolar o en lugares de ese tipo son incomparables en su energía positiva y labor.

El padre Ricardo Rovira sabe decir: “lo que una madre le diga a su hijo, ese hijo se lo dirá al mundo”, resaltando esto que estamos mencionando y cómo la tarea de una madre, por ejemplo, que -en general- es la líder de la familia, puede irradiar compromiso y acción en el resto de los miembros de ese grupo íntimo.

Agrego este párrafo porque está claro que la madre sería la que mayor potencial y eficiencia tendría, en general, para liderar este tipo de procesos novedosos, si contara con los recursos adecuados.

¿Cómo se llevan estas reflexiones con los movimientos feministas y sobre todo los extremos? Está claro que estamos hablando desde concepciones distintas. Pero - poniendo en práctica el gran valor de la tolerancia- digo que la tarea que ha hecho el feminismo en los últimos años, en ciertos aspectos, ha sido interesante y positiva. No tal vez en intentar que cambiemos las palabras y hablemos con la letra “e” incrustada, porque es una “lucha” que pareciera demasiado semántica en comparación con los desafíos de la realidad. Pero sí en advertir sobre el machismo que puede habitar en muchas familias, con una mujer muy subordinada a ciertas tareas que no tienen por qué ser exclusivas de ellas.

Todos hemos vivido -yo también, en el seno de mi familia- una transformación positiva, un avance respecto de los roles y los preconceptos sobre qué tenía que hacer un varón y qué una mujer; sobre formas de tratar y de condicionar, sobre prejuicios infundados que estaban muy enraizados en nuestra cultura y que se han ido resquebrajando sobre todo por la exigencia de los jóvenes, de la nueva generación. Todo esto ha sido extremadamente positivo.

¿Hacía falta pasearse desnudas por las plazas o hacer caca en la puerta de la catedral, o los excesos que proponen “matar a un macho para terminar con el patriarcado”? Claro que no. Pero tampoco es bueno ser apocalípticos: todos los movimientos sociales -en sus comienzos- se mueven hacia los extremos y luego se moderan y se incorporan a la sociedad con todo lo bueno que pueden dar. De todas maneras, no quiero entrar en esta discusión ahora, porque nos aleja del objetivo del libro.

 

IV.   Que salga a la cancha la Sociedad Civil

 

Si escalamos en este camino de construcción, de abajo hacia arriba, por encima de la familia y más allá de la iniciativa privada -ya hablamos de las empresas y los comercios y su futuro- encontramos a la comunidad y su red de trabajo, que es la Sociedad Civil: el tercer sector o las organizaciones no gubernamentales (como queramos llamarlo).

Ya hablamos de ellas in extenso en el capítulo sobre el futuro de la sociedad cordobesa. Pero aquí quiero detenerme -en particular- en las organizaciones religiosas: las iglesias y hacer foco en la Iglesia Católica de Córdoba, que sigue siendo la institución mayoritaria.

Remarcamos a su turno cómo, de los voluntarios de nuestra provincia, más del 90% reconoce una inspiración religiosa para hacer lo que hace. Por lo tanto, el llamado a la sociedad civil seguro que traerá mucha gente comprometida de este sector. La pregunta que tenemos que hacernos -sobre todo de cara al futuro- es: ¿qué tienen para aportar, sustancial e innovador, desde las iglesias que valga la pena mencionar en este libro (¡y en el proyecto a futuro!)?

Detengámonos en la comunidad Católica, donde yo participo desde muy joven hasta nuestros días, por lo que puedo hablar con fundamento de causa. Nuestra iglesia local posee una infraestructura material y humana formidable. Para empezar, contamos con una red de construcciones distribuidas por todo el territorio -ya sean iglesias y templos, conventos, salones comunitarios, colegios, casas de retiros y otras que albergan obras de beneficencia, etc. Pero lo más importante no son los edificios, claro está, sino la organización que -aún con sus falencias- se despliega por detrás, en todos los rincones de la sociedad.

Contamos además con la Universidad Católica, con Cáritas, Radio María, la Pastoral Social dialogando con todos los sectores, Acción Católica, ACDE para el vínculo con los empresarios y -como digo- cientos de parroquias, colegios religiosos, fundaciones, grupos juveniles, misioneros y de acción, dispersos por toda la provincia y por todos los barrios.

Entre los laicos hay profesionales prestigiosos: empresarios, trabajadores, artistas, intelectuales, maestros y profesores, sindicalistas y referentes de todo tipo, con un compromiso social relevante. Las Iglesias, gracias a Dios, están llenas de jóvenes que además se organizan para estar en acción.

Los evangélicos en Córdoba viven un proceso notable de crecimiento, coordinación entre los diversos pastores y de inserción en la comunidad abierta. Apostaron por la formación de sus jóvenes y eso ya está arrojando resultados concretos. La militancia activa de sus bases es sorprendente y su estructura de comunicación crece.

La Comunidad Judía se muestra fuerte también, dinámica y organizada para la acción. El resto de los credos otro tanto.

Sin embargo, no estamos lo suficientemente “en salida”, como pedía el Papa Francisco en su momento. Estamos hacia adentro, como en zona de confort, aunque en verdad nada de lo que hace la iglesia es “confort”, porque generalmente está vinculado a sacrificios de personas que le ponen el hombro.

Pero nos está faltando creernos nuestra misión, no solo en lo micro sino también en lo macro, como portavoces de valores que pueden transformar la sociedad. Nos falta aspirar a tener -con nuestro mensaje- la incidencia que tuvimos en otros tiempos de la historia de Córdoba. Incluso nos pone nerviosos si alguien nos menciona esta posibilidad. Y eso está muy mal, porque una sociedad tolerante no condiciona que las partes que deben convivir entre sí renuncien a su afán evangelizador y transformador. Ese sueño de construir “la civilización del amor” que nos insufló el Papa Juan Pablo II cuando nos visitó -siendo todos jóvenes y adolescentes- está (o debería estar) más vigente y también más pendiente que nunca.

A este problema de falta de volumen en nuestro plan de transformación se agrega -o tal vez sea la causa- que no hay suficientes dirigentes, surgidos de entre las filas de los grupos religiosos, dispuestos a representar en forma activa esos valores en el ámbito de lo político y de lo público.

Es cierto que nuestras enseñanzas indican que más que alardear hay que “predicar con el ejemplo”. Pero aquí estoy hablando de otra cosa: de la posibilidad de que dirigentes se atrevan a pensar la proyección de los valores a nuestra sociedad, como lo supieron hacer los que -inspirados por la Fe- fundaron en Córdoba escuelas, universidades, grupos y estructuras que tanto incidieron en nuestro “hoy”.

Si las únicas veces que estamos dispuestos a organizarnos y salir públicamente a defender los valores es cuando nos convocan por el aborto, la tarea de expansión evangelizadora tiene más olor a reacción que a acción.

¿Qué nos falta? Hay que decirlo: en muchos casos sabemos perfectamente lo que no queremos, pero nos faltan -puertas adentro- debates más profundos, sistemáticos y propositivos sobre la Córdoba en la que queremos vivir, de cara al futuro.

Lo nuestro es pura resistencia, reacción, queja, melancolía incluso por un tiempo que no volverá. Pero las pocas propuestas que se elevan desde nuestros ámbitos no tienen la misma fuerza y sustancia. Son enunciados del deber ser, pero sin el roce con la realidad que todo lo condiciona.

Si las instituciones religiosas le siguen dando la espalda al juego de la política real y ya se han auto-convencido de que la realidad les ganó 1 a 0, y de que solo podrán remediar o “apalear” las consecuencias, entonces estamos complicados. Además, va a ser difícil -en ese contexto- que germinen vocaciones concretas, dispuestas a hacerle frente.

¿No tendrá algo que ver con todo esto que estoy mencionando la falta de vocaciones sacerdotales? Más allá de lo religioso, una falencia grave para nuestra sociedad es no tener una cantidad suficiente de sacerdotes, monjas y consagrados, porque son ellos -luego- dirigentes esenciales en el territorio para producir la transformación.

Entiendo que la Iglesia -al menos la Católica- sufrió las distorsiones que se produjeron en los 60 y 70 por la confusión entre fe e ideología y las consecuencias que eso produjo. Pero nos hemos pasado de pacatos. En los 90 se fueron desactivando las movilizaciones masivas de jóvenes (recuerdo el Estadio Córdoba, repleto de jóvenes en el Encuentro de Juventudes del 85 o en las peregrinaciones al Pan de Azúcar), los ámbitos universitarios se replegaron intramuros (ni siquiera la Facultad de Ciencias Políticas de la UCC nos interpela, ni tampoco a sus estudiantes). Los medios de comunicación propios y los espacios de reflexión, le siguen hablando a los que ya nos escuchan de siempre…

De alguna manera, a estos valores (en los que yo personalmente creo) les falta mística social, les falta épica, les falta relato que inspire. Me atrevería a decir que les falta marketing. Si vamos a seguir el mandato de ser “sal y luz”, entonces tenemos que comenzar por Córdoba, que es nuestro lugar, y convertirla en una tierra de amor y valores compartidos.

Iré a la próxima marcha en contra del aborto. Pero alguna vez quiero ir a la marcha de los 10 puntos que los hombres y mujeres de fe de Córdoba pensamos y proponemos para cambiar positivamente Córdoba y la Argentina.

Vuelvo a ser más “objetivo”. Y como ciudadano y miembro de la comunidad de Córdoba digo: así como sin avasallar la libertad de nadie, a nuestra sociedad le conviene que haya matrimonios fuertes y duraderos y también familias fuertes y duraderas, también digo que a nuestra sociedad -aun incluyendo a los que no son religiosos- nos conviene que las religiones (no importa cuál en particular) sean fuertes, creciendo y ramificándose en el tejido social, porque son garantía de que una parte de ese “colchón de valores” que necesitamos para construir el futuro no falte.

Esta consideración es tan simple y práctica como decir: “yo no participo en ningún club deportivo, pero soy consciente de la enorme función social que cumplen, aun cuando también abrigan personajes nefastos que se pelean con los referís, y barras bravas vinculadas con lo peor de la delincuencia. Pero no dudo ni un momento en levantar mi mano para que sigan, crezcan y se fortalezcan.” Con lo religioso sucede otro tanto en términos de importancia social.

 

V.   Si no hay justicia, no habrá nada

 

Antes de cerrar este capítulo sobre los valores, quiero hablar de un valor en particular que, si lo fortalecemos, más rápidamente puede arrojar resultados en términos de transformación social.

Así como arriesgamos que la lucha por la pobreza nos obliga a comenzar por garantizar la seguridad de la gente, o cuando hablamos de cómo liberar la potencialidad de las empresas de Córdoba no dudamos en exigir que el Estado cordobés nos saque la pata de encima con sus impuestos extorsivos, la gran pregunta para responder aquí sería: ¿cómo podemos procurar -en el corto plazo- un fortalecimiento del entramado de valores de nuestra sociedad? ¿Cuál debería ser el primer paso?

La respuesta no es innovadora, pero sí lo es en el marco de nuestra sociedad. El valor que más rápido puede activar esa palanca es la justicia.

Es que hemos vivido tantos años con la sensación de que el que las hace no las paga, que los acuerdos se pueden deshonrar sin consecuencias, que siempre hay margen para que un pillo haga sus picardías en cualquier ámbito y lugar, que eso nos ha replegado en nuestra interacción social.

No solo nos hemos encerrado tras las rejas por temor a que nos roben. También nos hemos encerrado en nosotros mismos por la desconfianza que nos produce interactuar con el entorno. Esto ha empequeñecido no solo nuestro mercado sino también nuestra sociedad.

Parece mentira, pero está muy constatado por la historia social que cuando el Poder Judicial no es rápido y certero, por ejemplo, para corregir las injusticias que puedan producirse entre los propietarios y los inquilinos, eso ralentiza la interacción de estos grupos y produce efectos negativos, con menos familias que puedan acceder a la vivienda propia.

Cuando eso mismo pasa en el ámbito laboral, con una Justicia que no castiga la informalidad, pero que se sobrepasa en la industria del juicio respecto de los que contratan, cuando no cuida que los contratos laborales sean respetados sin inclinarse en forma injusta para una de las partes, entonces el mercado del trabajo se distorsiona, se vuelve precario, desconfiado para volver a contratar o para entregar todo el esfuerzo en un nuevo empleo por parte del trabajador. Esto ocurre en la calle cuando  transitamos y chocamos, cuando contratamos un servicio, y en las mil y una interacciones que producimos día a día.

Esto mismo sucede en los ámbitos sociales. Mil y una injusticias que entorpecen la rueda de la interacción comunitaria. El señor de la cooperadora que se queda con la institución y mete a su señora de empleada después, y luego no presenta los papeles en IPJ y nadie le reclama nada… o al revés: la ONG que está naciendo, pero es asediada con presentaciones de balances y papeles para poder lograr estar en términos formales. En ambos casos se produce una “injusticia” que quita las ganas a las personas de bien de involucrarse y participar.

Eso es lo que transpiran los comentarios de los sacerdotes encargados de las parroquias, cuando uno charla con ellos: no pueden hablar con los ojos encendidos de su misión y de lo que hacen por expandir la civilización del amor, porque están aturdidos por regulaciones que no pueden cumplir, por juicios que le hacen en las instituciones que llevan adelante, por trabas en los proyectos que realizan, por injusticias. Lo mismo les sucede a los otros dirigentes sociales que hemos exaltado más arriba. El sistema y sus injusticias los terminan venciendo.

No les digo nada respecto de los que verdaderamente son víctimas: madres cuyos hijos han muerto en circunstancias que la Justicia no logra dilucidar, familias que han sufrido violencia pero que el Poder Judicial nada resuelve respecto del violento, mujeres que se hartaron de ir a solicitar el “botón anti-pánico” y que alejen a su exnovio violento, que terminan muriendo en un nuevo hecho porque la justicia no llegó a hacer nada a tiempo…

La Justicia de Córdoba funciona. Y lo mismo que ya dijimos: podríamos consolarnos diciendo que “al menos anda mejor que en otras provincias”. Pero eso sería sentenciar nuestro proyecto a futuro. Necesitamos una Justicia eficiente, rápida, independiente, con gente comprometida trabajando, con la urgente misión de dar a nuestra sociedad la certeza de que, si algo sucede (o nos sucede), el responsable tendrá castigo y la reparación será en tiempo y forma.

Mientras no tengamos esa seguridad los cordobeses, todo lo que venimos proponiendo en el recorrido de este libro se demorará hasta el extremo.