Melancolía de la privacidad
No existe el anonimato en las redes, así de sencillo. Y mientras la perdimos, ni siquiera nos dimos cuenta. Así de sencillo. Cualquier cosa que hagamos deja huella, se sabe quién y se sabe desde dónde.
Ahora que somos dolorosamente conscientes de este cambio, recurrimos a algunos placebos tranquilizadores, como las ventanas privadas de los navegadores, y ante la irreversibilidad de la situación nos planteamos qué hacer, cuál es el siguiente paso.
En este proyecto hemos planteado que, dada la pérdida de privacidad, la cuestión a resolver es cómo llegar a un uso correcto de todo el universo de internet. Y más concretamente, qué ocurre con el anonimato (esto es, que los demás usuarios no conozcan nuestros datos personales al utilizar, por ejemplo Twitter), si podemos decidir a quién cedemos nuestros datos o si incluso podemos obtener algún beneficio en este contexto.
Y más concretamente, tratamos uno de los puntos más conflictivos de nuestra presencia en la red: el anonimato. Aparecer sin tu nombre real ni ningún otro medio de conocer la verdadera identidad aporta una sensación (recordemos, sólo "sensación") de anonimato que lleva en ocasiones a opinar e intervenir de manera descarnada e incluso ofensiva. ¿Qué debemos hacer? ¿Debe regularse o modificarse esta realidad?
A nuestro grupo se le ha propuesto la lectura de un artículo de opinión redactado por Enrique Dans, reconocido investigador y docente de todo lo relacionado con la creatividad, la tecnología y el mundo de la empresa. Aunque con frecuencia, sus reflexiones tienen que ver más con el conjunto de la sociedad que con lo puramente económico
Y tras una hora de clase dedicada el debate y a opinar, y teniendo en cuenta que, sorprendentemente, algunos alumnos no tienen móvil aún, y otros lo tienen pero sin más cuenta que la de WhatsApp, las conclusiones a las que llegaron fueron las siguientes:
El anonimato en la red es algo que no debe cambiar, a pesar de los eventuales "inconvenientes" que pudieran surgir.
Siendo conscientes de la actual polarización y radicalización de las opiniones sobre cualquier tema, en especial los políticos, se debe permitir que cualquier persona se exprese con total libertad, sin importar cuánto pueda llegar a molestarte su opinión.
De no poder opinar con libertad, las personas que no tuvieran la posibilidad de expresarse buscarían otro medio de hacerlo, lo que no necesariamente ha de ser positivo, sino todo lo contrario. Las personas con pensamiento diferente existen, y no van a cambiar su modo de pensar al coartarle su libertad de expresión, en este caso en redes.
No obstante lo anterior, se puede tener una presencia en las redes bien cuidada, eligiendo bien los temas que sigues y los amigos y seguidores que se tienen en las cuentas. No es raro, al parecer, que los alumnos tengan al menos dos cuentas en cada red social (sobre todo Instagram), siendo una de ellas de carácter más restringido y privado, donde se comparte sólo lo más personal o, en ocasiones, dirigido en exclusiva a un reducido círculo de amigos. La cuenta de carácter más abierto tiene más diversidad y se cuida menos; no importa que les sigan desconocidos porque no les hacen demasiado caso, y están en general bastante prevenidos antes eventuales conductas peligrosas que pudieran surgir. En algún caso, incluso, no sólo reconocen con facilidad la amenaza, sino que se burlan de élla.
Los alumnos valoran mucho la opción de bloquear contactos, entienden que es la mejor opción ante situaciones incómodas o de cualquier otro tipo.
Reconocen la conveniencia de tener seguidores con opiniones variadas e incluso contrarias a las propias, pero contemplan esta realidad como muy difícil de conseguir.
Los alumnos son conscientes de la influencia que las redes sociales y otras aplicaciones de creación y visionado de contenidos pueden llegar a tener en la vida diaria de las personas, pero ante las preguntas del profesor es evidente que no son del todo conscientes del verdadero poder que estas empresas gestionan en nuestro tiempo, de ahí que....