THE GHETTO
Se levanta Varsovia vestida de gris, nosotros, con nuestras galas de aprender y vivir la ciudad salimos a comernos una atmósfera que con su lluvia de primavera encapotada nos envuelve con la melancolía de una historia con peso.
Se nos presenta un guía turístico con un español igual de gris que el cielo polaco, llorando una versión del holocausto tan húmeda como las gotas que hoy nos acompañan.
Varsovia es una ciudad nueva, no por el brillo de sus edificaciones, sino por haber sido arrasada por los nazis en una Segunda Guerra mundial que todavía sangra en los muros faltos de fachada, calles limpias donde antaño había hileras de casas austeras compartidas por cientos, miles, millones de familias sesgadas por la guerra, delgadas de derechos y hundidas por la desigualdad.
¿Nos planteamos cómo se regenera una ciudad devastada al 84%? Nosotros sí: edificios que no pueden alcanzar altura ya que están reconstruidos con los escombros de la ciudad perdida, con las manos de las familias a las que después se les devuelve un hogar por la ayuda. Sin embargo son edificios débiles, frágiles y silenciosos, como sus vacías calles.
Acabamos el tour con la tristeza que se lleva el viento a la par que esas nubes lluviosas, dejando el cielo algo despejado, y unos platos típicos locales que nos devuelven a la vida. Saboreamos cada cuchara de sopa, cada empanadilla, como quien por primera vez prueba el privilegio de conocer, de tener la mente abierta a la riqueza cultural, religiosa, en definitiva, la diversidad de vivir.
La tarde se presenta alegre, con un nuevo guía, Pedro (Piotr), que nos acompaña al centro histórico de Varsovia, también reconstruido pero con un aire menos soviético, menos encorsetado, más europeo, más colorido y más acogedor. Paseando por las calles todavía de aire medieval, reímos ante el acento esta vez más cercano del guía que tras casi un año viviendo en Granada nos sorprende con chascarrillos y coletillas familiares.
"¿Os cuento una cosilla? En el bajo de esta torre, viven gatos de una especie única local que acaba con los ratones, mientras que en lo alto de la torre se encuentran halcones peregrinos que generación tras generación anidan allí". Hoy en día son las familias polacas las que dan nombre a los polluelos, como uno de ellos llamado "Vava", igual que el diminutivo que usan los locales para referirse a Varsovia.
Acabamos la jornada, algo desorientados con un GPS que no recalcula como debiera, pero subiendo a esta torre, la más alta de Europa, que recuerda a edificios emblemáticos como el Empire State o al Big Ben, bautizada como el "Palacio de la Cultura y la Ciencia", con una altura de 237 m y un ascensor muy moderno que nos sube 30 pisos en menos de treinta segundos.
La panorámica recorriendo sus cuatro esquinas es un resumen perfecto de una ciudad con un casco antiguo que se mezcla con la zona de rascacielos donde te transportas al Skyline de Nueva York en cuestión de segundos.
Volvemos a casa en una caminata que completa con cerca de 21 km en el cuerpo y con más de 27.000 pasos en el corazón que no ha podido hacer otra cosa que empatizar con esta ciudad y su HISTORIA con mayúscula.
¿Mañana? Habrá más, mejor y en nuevos lugares. Día de aeropuerto y esperanza: Vilnius.