Mitchell J. Howard
Mitchell J. Howard
No pretendía estudiar el español al entrar en Brown, pero gracias a una secuencia de eventos globales y personales a lo largo de los ultimos años llegué a esta maravillosa concentración. De hecho, al matricular en Brown no hablaba el español y sólo desde el otoño de 2022 estoy con esta lengua tan linda y útil. Estudié en el Centro de Lenguas Modernas durante aquel semestre y puedo anunciarles que eso fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Me dio la confianza necesaria para enfrentar cuestiones de mi patrimonio y familia que hasta entonces no tenía. Yo soy boricua pero apenas lo sabía hasta hace unos años, hasta educarme en la lengua de mi mamá y de su familia. Tomar aquel primer paso en España me lanzó a un mundo inexplorado dentro de mí mismo, uno al que anhelaba conocer tanto que me puse a hacer todo lo posible para desvelarlo poco a poco. Nunca conocí a mis abuelos puertorriqueños, nunca tuve la oportunidad, pero con la ayuda de los cursos y los profesores de esta concentración me voy armando para seguir las huellas que dejaron para llegar al vacío que ocupan. En los próximos pocos minutos, les voy presentando unas obras propias que muestran muy bien este viaje de buscar el patrimonio y de estar listo cuando llegue a donde voy. Primero me toca explicar una obra de interpretación legal que hice durante el ultimo semestre, después un puesto de educación bilingüe, y para cerrar, voy contando una obra tan nueva que no la he terminado todavía de autoficción. Ahí vamos.
Como mencioné, el trasfondo de mi tiempo en el departamento es la búsqueda de las herramientas necesarias para descubrir un patrimonio perdido. Por eso, cuando como parte de un curso dado por la increíble Nidia Schumacher me tocó escoger un trabajo voluntario me puse de una a traducir para gente huyendo de sus países con la esperanza de algo mejor, gente realmente similar a mis abuelos. Quería tanto poder escuchar una vida en español y contarla de nuevo. Quería tanto poder hacer eso con primos y tíos sobre la vida de mis abuelos y después contárselo a mis hermanos que no hablan el español. Durante meses traduje para un hombre de Colombia que pedía asilo en este país. A lo largo de esta relación que sigue hoy en día, fui poco a poco construyendo una empatía profunda hacía mis abuelos, y por supuesto, hacía cualquier persona persiguiendo algo mejor en este país. Lo que se enfrenta en este tipo de viaje no se olvida nunca, y estas conversaciones me regalaron un trocito de lo brutal que es entrar en este país y construir o mantener a una familia. La obra que resultó de este trabajo era un podcast con el hombre, cuyo nombre no puedo decir por motivos de confidencialidad. Inspirado por el libro de Valeria Luiselli Los Niños Perdidos le pregunté unas cuarenta preguntas para que él pudiera dejar un cuento más completo de su vida a su familia. Claro, una entrevista no existe de mis abuelos pero la oportunidad de ayudar o otra persona construir algo significante para su gente más que compensa la falta.
Siempre me fascinó la enseñanza como una herramienta que se puede usar para ampliar a la gente o para restringirla. Mi mama me cuenta de su formación en Nueva York durante los 70, siempre notando que hablar el español, incluso en la casa, en estas alturas era en pecado grave a los ojos del sistema educativo. Por eso, y porque nos llevamos bien yo y los chicos, decidí a trabajar dos veces semanales durante este año en una clase bilingüe en Lillian Feinstein Elementary.
Claro, no soy hablante nativo del español ni soy maestro profesional, así que mi contribución tenía que ser única. Estoy tomando ahora un curso de "translanguaging" en que se destaca la importancia de ver a las personas multilingües no como varias personas con distintos valores, sino que una persona con un valor único debido a todos los idiomas que contenga. Lo que hice en esta aula fue intentar comunicar eso cada vez que podía.
Es cierto que también aprendí mucho de la pedagogía que debo saber para mi puesto de enseñanza en México durante el año que entra. Pero mas que nada, la oportunidad de afirmar lo especial que es tener varias lenguas fue en regalo muy especial.
En mis últimos momentos aquí en Brown, veo como algún tipo de responsabilidad contar por lo menos un trocito de un trocito de la historia de mi familia materna, de la que conozco muy poco. En su libro Huaco Retrato, Gabriela Wiener hace claro que la forma de literatura menos respetada es el autoficción porque puedes hacer lo que te dé la gana. Perfecto, pensé. Acá les comparto un segmento de mi cuentito semi ficticio sobre mi abuela, o algo por ahí.