La Inquisición

La Inquisición: Maestros de la Tortura.

El Dolor funciona mejor que la Recompensa

Fue la Inquisición la que realmente marcó la pauta de la tortura estatal aceptada y quizá fue la responsable de mostrarle al mundo la eficacia de la tortura en la guerra.

En 1478, los Reyes Católicos Fernando e Isabel le pidieron permiso el Papa Sixto IV (1471-84) para iniciar una Inquisición española para purificar a sus súbditos en España. Comenzaron su purga empleando un blanco fácil, al obligar a los judíos sobre todo -pero también a otros no creyentes- a arrepentirse y convertirse al catolicismo o marcharse de España.

El reino del terror de la Inquisición española fue abolido oficialmente en 1834, pero no fue hasta enero de 1968 cuando se archivaron por fin los documentos de la Oficina de la Inquisición en el Vaticano.

La inquisición estaba bajo el mando de un Inquisidor general que designaba todos los tribunales locales. A los acusados de herejía se los identificaba mediante la delación pública y se los llevaba ante el tribunal. Ahí se les presionaba para que confesaran su herejía contra la Iglesia Católica y se les animaba a que delataran a otros herejes.

Si no admitiían su herejía ni inculpaban a otros, a los acusados se los llevaba a una gran ceremonia pública antes de que fueran ejecutados o condenados a cadena perpetua.

El primer Gran Inquisidor - Torquemada

En 1483, Tomás Torquemada, un fraile dominico, fue nombrado Inquisidor General para toda España por Fernando e Isabel. Durante su tenencia de quince años como gran inquisidor hasta su muerte, se estima que más de 100.000 personas fueron condenadas como herejes bajo su jurisdicción.

Las condiciones para la aceptación de la Inquisición se plantaron por supuesto mucho antes de que la institución se creara de verdad.

El empleo de la tortura

El uso de la tortura fue autorizado en 1252 por el Papa Inocencio IV. En España, se estima que se empleaba en aproximadamente un tercio de los casos. Su supuesto propósito era obtener confesiones. Como algunos cuestionaban la validez de las confesiones hechas bajo tortura, a los acusados se les requería que confirmaran en público lo que habían admitido bajo tortura. Si se negaban a confirmar su confesión, ¡nada era más natural para esos bárbaros salvajes que someterlos de nuevo a más tortura!

Los judíos eran un gran lugar para empezar la purga y generar tanto aceptación como miedo entre la población, pues tiempo atrás, en 1391, más de 50.000 de ellos fueron asesinados por turbas con motivo de su fe, y de acuerdo con la Iglesia. Pero si miramos más de cerca, podemos ver intolerancia, envidia y odio.

Así, en 1492, a los judíos de España se les dio la opción de convertirse en cristianos bautizados o abandonar el país. Se calcula que unos 50.000 "aceptaron" la conversión, y entre 100.000 y 200.000 salieron del país.

Los judíos que se habían convertido a la fuerza fueron aceptados, aunque aún se los discriminaba, llamándolos "marranos" o conversos.

Muchos judíos presentaron una conversión falsa, pero la Inquisición elaboró una sofisticada lista de "señales" por las que se podía descubrir a un "judaizante" (un converso que volvía a su fe).

Los musulmanes de España sufrieron una suerte similar a la de los judíos. Estos moriscos -como se les conocía- eran vistos con gran suspicacia por parte de la Inquisición.

Se estima que hasta 3.000.000 de musulmanes abandonaron España entre 1502 y 1615.

"A los prisioneros no se les deja ver al que les acusa o delata. pero tampoco hay informador o testigo al que no se le escuche. El criminal convicto, el malefactor de todos conocido, el infame, la prostituta común, el niño son acusadores y testigos creíbles para el Santo oficio, aunque no lo sean para nadie más. Incluso el hijo puede testificar contra su padre y la mujer contra su marido.” - Voltaire

El edicto de fe

Lo más típico era que la Inquisición iniciase sus procesos visitando un pueblo escogido para su purga. El Inquisidor y su cortejo de varios guardaespaldas a caballo junto con soldados de a pie entraban en el pueblo sin aviso previo y a menudo el Inquisidor pronunciaba un sermón sobre el pecado de herejía ante la población en la plaza o en la iglesia.

Por lo general, le seguía un edicto de fe publicado por el Inquisidor, en el que se daban instrucciones detalladas sobre cómo identificar a los herejes.

Por ejemplo, en Valencia se publicó este edicto de fe en 1519, sobre cómo reconocer a un judío secreto:

“...se muda con ropa limpia los sábados y llevar mejor ropa que los demás días;

prepara los viernes la comida del sábado, en ollas puestas a hervir sobre un fuego pequeño;

no trabaja los viernes por la noche ni los sábados como los demás días;

enciende velas en lámparas limpias con pábilos nuevos los viernes por la noche;

coloca sábanas limpias en las camas y servilletas limpias en la mesa;

celebra la fiesta del pan ácimo, como pan ácimo y apio y hierbas amargas...

no quiere comer cerdo salado, liebres, conejos, caracoles o peces sin escamas;

baña los cuerpos de sus muertos..

si alguno sabe que en cualquier casa la gente se congega con el propósito de realizar servicios religiosos, o leer en alto la Biblia en lengua vernácula o llevar a cabo otras ceremonias judaicas...”

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Este Edicto de Fe iba firmado por el Inquisidor Andrés de Palacio.

Una vez se le acusaba a una persona, se le convocaba a comparecer ante la Inquisición. Esta comparecencia no era obligatoria, pero el no obedecerla se tomaba como prueba de culpabilidad.

Durante las investigaciones, que se entablaban en secreto, se les presentaban "manuales" a los inquisidores.

El extracto que sigue le aconseja al inquisidor cómo llevar la primera fase del interrogatorio de un sospechoso:

“El inquisidor debe comportarse de manera amigable y actuar como si ya conociera toda la historia. Debería mirar sus papeles y decir: `Está bastante claro que no decís la verdad´ o debería coger un documento y fingir sorpresa, diciendo `¿Cómo podéis mentirme cuando lo que aquí tengo escrito contradice todo lo que me habéis dicho?´ Luego, debería proseguir: `Confesadlo -ya veis que conozco la historia entera´". - Nicholas Eymeric, Directorium inquisitorium

A los acusados a menudo se los encerraba en prisiones de la Inquisición durante el intervalo entre arresto y sentencia, y no se les permit´´ia hablar con nadie excepto con inquisidores. En España, este periodo podía durar de 3 a 4 años.

A los sospechosos condenados por herejía se les quitaban sus propiedades. Eso quería decir que la Inquisición a menudo ponía su mira en los ricos más que en los pobres.

Las sentencias más severas (como la confiscación completa de las propiedades o la muerte en la hoguera) se reservaban para dos tipos de reos -los que se negaban a arrepentirse (la mayoría de las veces, cátaros) y los herejes arrepentidos que "recaían" en su herejía.

Una vez se le juzgaba cupable al hereje recaído o no arrepentido, se les entregaba a las autoridades laicas para su castigo. Esta era una acción al estilo de Pilatos, y bastante extraña dada su aparente falta de coherencia. La Iglesia tenía un lema -"la Iglesia evita la sangre" (Ecclesia abhorret a sanguine).

De esta manera, la Iglesia en sí no administraba la pena capital. Además de eso, el método elegido para administrar la condena a muerte -la hoguera- no implicaba el derramamiento de sangre...

Lo normal es que las familias de los quemados en la hoguera vieran sus propiedades confiscadas por las autoridades civiles; en España, los descendientes de herejes no podían ser funcionarios públicos, clérigos, médicos ni abogados.

El Auto de fe

El drama final del proceso inquisitorial era el Acto de fe o Auto de fe, como se lo conocía comúnmente en España e Italia en los primeros años de la Inquisición Papal. <p< </span>

A menudo, al acusado se le negaba toda información sobre su sentencia hasta el día del Auto (a los condenados a muerte se les avisaba la noche previa).

Los Autos de fe se celebraban en público y se convirtieron en espectáculos públicos. En 1660, un Aunto de fe celebrado en Sevilla duró tres días y fue presenciado por 100.000 personas. Otro de 1680 en Madrid duró 14 horas y fue visto por 50.000 espectadores.

Una vez se leían las sentencias, los condenados a muerte eran llevados al lugar de la hoguera. A los que se arrepentían después de su condena a muerte se les ofrecía la cortesía de morir por el garrote vil antes de ser quemados.

Los que se negaban a retractarse, por lo general creyentes sinceros en su fe, eran quemados vivos.

Tales atrocidades, cometidas contra seres humanos por un cuerpo religioso a una escala tan terrible y sin oposición de su jerarquía, deberían hacernos pensar de verdad en nuestra propia capacidad para infligir castigos como estos por cualquier causa.