En tiempos distantes, alguna vez vagaron libres y salvajes en los frondosos bosques de un continente mediterráneo; hasta que una especie de primates bípedos calvos lograron dominarlos para convertirlos en esclavos del consumo placentero; seleccionados artificialmente por su sabor y tamaño para satisfacer la demanda de su carne. Conforme la civilización fue avanzando y desarrollando nuevas tecnologías, su uso se vio diezmado ante la implementación de nuevos métodos para la creación de alimentos artificiales producidos en masa que relegaron las actividades donde distintos organismos vivos eran utilizados y, eventualmente, volvieron a acceder a una libertad añorada. Con pocos cientos de miles de años, pronto desaparecerían de este mundo ante la adaptación y competencia que el mundo natural exige.
Los cerdos como tal, en algún punto de la historia de la vida en la Tierra, desaparecieron producto del mestizaje con su aún presente antecesor no domesticado, el jabalí. Aún así, el linaje de los suinos persistió durante generaciones, incluso sobreviviendo a una gran extinción masiva previa al abandono de la Humanidad. Sin embargo, como la mayoría de dinastías, eventualmente su fin aconteció, y mientras sus ecos quedaban grabados en la tierra, de ellos nuevos seres crecieron para florecer y crecer sobre su recuerdo.
Como una fuerza inexplicable, se desconocen las razones que llevaron a los xifosuros sapientes para emplearlos en la titánica tarea que se encomendaron a realizar como civilización; no fueron los primeros en volver a la vida, ni mucho menos los últimos. Su regreso podría parecer no más que un capricho de avanzadas formas de vida para demostrar su ego al ensalzar su poderío tecnológico; no obstante, todo rastro de maquiavelismo o megalomanía se perdió hace incontables ciclos estelares.
Con gigantescos mecanismos del tamaño de planetas alimentados por esferas Dyson en miniaturas, convirtieron a la Vía Láctea en un pateo de recreo donde maquinaron el polvo estelar para forjar sistemas solares por completo. A partir de estos cimientos, se forjaron satélites naturales para ser las nuevas cunas de los futuros habitantes; uno de estos tantos sistemas fue decorado con uno de los tantos gigantes planetas gaseosos anillados, con este particularmente recibiendo el nombre de Myrriah. Y cuando las primeras arcas de vida sobrevolaron las grandes creaciones de los Xih’kaz, se adentraron a las tierras vírgenes del nuevo mundo. Los nuevos inquilinos jamás habrían podido imaginar volver a deslumbrarse ante un nuevo amanecer; uno simbólico, uno que les vislumbró toda la cantidad de terreno para volver a florecer. Así fue como llegaron a su nuevo hogar; mientras los más pequeños se abalanzaron para trotar en el pasto fresco, los adultos observaron al gigantesco planeta azul vestido de un resplandeciente anillo de polvo y roca en las inmediaciones del cielo.
Este nuevo mundo, Sustopia, se convirtió en una tierra libre para los cerdos y los demás huéspedes; una tierra sin la intervención de vida superior que pudiese obstruir su avance entre las llanuras silvestres, las selvas frondosas o en los vacíos océanos listos para albergarlos, junto a su descendencia por venir, durante el resto de cíclicas épocas.
Antes de la llegada de los vertebrados, los “invertebrados” como los miembros del filo Arthropoda (hexápodos, quelicerados, miriápodos, crustáceos, etc), junto a moluscos y otros cnidarios gobernaron a lo largo y ancho de toda Sustopia durante poco más de cinco mil años. Esto, con el propósito de ir preparando al mundo para la llegada eventual de los nuevos inquilinos. Durante esta época, los insectos como en muchos otros mundos sembrados, lograron diversificarse producto de la falta de presión y competencia por otros organismos más grandes que una weta gigante (Deinacrida heteracantha), desarrollando formas corporales y tallas que horrorizarían a cualquier espectador con una fobia a estos simpáticos organismos. Dentro de estos grupos beneficiados, se encuentran toda la rama de insectos voladores del grupo de los anisópteros (libélulas) y los lepidópteros (mariposas), que incluso a la llegada de la competencia de los vertebrados, seguirían manteniéndose como las únicas criaturas voladoras por varios millones de años. Esta falta de depredadores adaptados para cazar dichos grupos les permitió aumentar en tallas nunca vistas; dentro de estos beneficiados se encuentra la mariposa alas de pájaro (Ornithoptera alexandrae) que, en comparación de su predecesor de la Tierra, ha logrado alcanzar una envergadura de hasta 45 centímetros mientras revolotea en grandes islas aledañas al noreste de Darwuina, donde emprenden masivas migraciones que nublan todo a su alrededor mientras surcan el cielo, hasta llegar a zonas sureñas para reproducirse cíclicamente. Otros organismos con la misma suerte fueron los anélidos: producto de la falta de depredadores subterráneos que los cazaran, las lombrices de tierra alcanzaron cifras de tamaño considerables para su época, siendo las descendientes de la lombriz de tierra africana (Microchaetus rappi) capaces de lograr tamaños de hasta 8 metros de largo; en esa época, habitaban la gran sabana ubicada al noroeste de Linnasus.
Ha pasado poco menos de un año tras la gran siembra de los vertebrados; ahora, los cerdos vagan en las inmediaciones de las praderas y demás ecosistemas de Sustopia.
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