Textos Filosofía Antigua
Presocráticos - Sócrates - Platón - Aristóteles - Sofistas - Escuelas Helenísticas
Presocráticos - Sócrates - Platón - Aristóteles - Sofistas - Escuelas Helenísticas
TEXTO 1. Aristóteles, Metafísica, A3, 983b 6.
“La mayoría de los primeros filósofos creyeron tan sólo principios a aquellos que se dan bajo la forma de la materia; pues afirman que el elemento y principio primero de todas las cosas es aquel a partir del cual todas las cosas existen y llegan por primera vez a ser y en él terminan por convertirse en su corrupción, subsistiendo la substancia, pero cambiando en sus accidentes; porque tal naturaleza se conserva siempre y por eso piensan que nada nace ni perece. Ninguno de los entes se genera ni corrompe, pues dicen que siempre hay alguna naturaleza, o una o múltiple, de la cual se originan las demás cosas, permaneciendo ella.
En cuanto al número y a la especie de tal principio, no dicen todos lo mismo, sino que Tales, el iniciador de la filosofía, afirma que es el agua (por lo que declaró también que la tierra está sobre el agua); llegando, tal vez, a formar dicha opinión por ver que el elemento de todas las cosas es húmedo y que el calor mismo surge de la humedad y que de ella vive; de ahí vino a formar esa opinión, y del hecho de que las semillas de todas las cosas tienen la naturaleza húmeda, y el agua es el principio natural de las cosas húmedas".
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TEXTO 2. Simplicio, Phys., 24, 16.
"Anaxímenes, milesio, hijo de Eurístrato, compañero de Anaximandro, dice, como éste, que la naturaleza sustante es una e infinita, no indeterminada, como él, sino determinada, a la que llama aire, y que se diferencia en sustancias por rarefacción y condensación. Cuando se hace sutil se convierte en fuego, y cuando se condensa, en viento; después en nubes, condensándose más, en agua, luego en tierra, después en piedras; y los demás seres se originan de esas sustancias. Hace también eterno al movimiento, por medio del cual se verifica el cambio".
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Heráclito dice en alguna parte que todas las cosas se mueven y nada está quieto y comparando las cosas existentes con la corriente de un río dice que no podrías sumergir dos veces en el mismo río.
Cratilo, 402 a (C.G. Kirk y J.E. Raven, Los filósofos presocráticos, Gredos, Madrid 1969, p. 278).
Pues bien, voy a hablar. Tú escúchame y retén mis palabras, que te enseñarán cuáles son los dos únicos caminos de investigación que se pueden concebir. El uno, que el ser es y que el no-ser no es. Es el camino de la certeza, ya que acompaña a la verdad. El otro, que el ser no es y que necesariamente el no-ser es. Este camino es un estrecho sendero, en el que nada iluminará tus pasos. Ya que no puedes comprender lo que no es, pues no es posible, ni expresarlo por medio de palabras.
Porque lo mismo es pensar y ser.
(...)
No nos queda más que un camino que recorrer: el ser es. Y hay muchas señales de que el ser es increado, imperecedero, porque es completo, inmóvil, eterno. No fue, ni será, porque es a la vez entero en el instante presente, uno, continuo. Pues, ¿qué origen puedes buscarle? ¿Cómo y de dónde habrá crecido? No te dejaré decir ni pensar que es del no-ser. Ya que no puede decirse ni pensarse que no es. ¿Qué necesidad lo hizo surgir más pronto o más tarde, si viene de la nada? Así pues, es necesario que sea absolutamente, o que no sea en absoluto. Ningún poder me persuadirá a que deje decir que del no-ser podría nacer algo a su lado. Así la justicia no afloja sus lazos y no le permite nacer ni morir, sino que lo sujeta con firmeza. La decisión lleva a esto: es o no es. Por tanto, necesariamente hay que abandonar el camino impensable e innombrable, ya que no es el camino verdadero, y emprender el otro que es real. Pues, ¿cómo habría empezado en el pasado? Si ha empezado, no es. Y lo mismo si debe empezar algún día. Así está extinguida la generación y la destrucción es inconcebible.
El ser tampoco es divisible, porque es todo él idéntico a sí mismo. No sufre ni aumento, cosa que sería contraria a su cohesión, ni disminución; sino que todo está lleno de ser. También es enteramente continuo, porque el ser es contiguo al ser.
Por otra parte, es inmóvil, encerrado en la estrechez de poderosos lazos. No tiene principio ni fin, ya que hemos rechazado su nacimiento y su muerte, y a ellas repugna nuestra convicción verdadera. Permanece idéntico a sí mismo, en el mismo estado y por sí mismo. También permanece inmutable, en el mismo lugar, porque la poderosa necesidad lo mantiene estrechamente en sus límites que lo sujetan por todas partes. Por consiguiente, la justicia no es que el ser sea inacabado, ya que no le falta nada; porque de otro modo le faltaría todo.
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Y ocurre así que, siendo el alma inmortal, y habiendo nacido muchas veces y habiendo visto tanto lo de aquí como lo del Hades y todas las cosas, no hay nada que no tenga aprendido; con lo que no es de extrañar que también sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz ella de recordar lo que desde luego ya antes sabía. Pues siendo, en efecto, la naturaleza entera homogénea, y habiéndolo aprendido todo el alma, nada impide que quien recuerda una sola cosa (y a esto llaman aprendizaje los hombres), descubra él mismo todas las demás, si es hombre valeroso y no se cansa de investigar. Porque el investigar y el aprender, por consiguiente, no son en absoluto otra cosa que reminiscencia. De ningún modo, por tanto, hay que aceptar el argumento polémico ese; porque mientras ése nos haría pasivos y es para los hombres blandos para quien es agradable de escuchar, este otro en cambio nos hace activos y amantes de la investigación; y es porque confío en que es verdadero por lo que deseo investigar contigo qué es la virtud.
Menón.- Sí, Sócrates; pero ¿qué quieres decir con eso de que no aprendemos sino que lo que llamamos aprendizaje es reminiscencia? ¿Podrías enseñarme que eso es así?
Sócrates.- Ya antes te dije, Menón, que eres astuto, y ahora me preguntas si puedo enseñarte yo, que afirmo que no hay enseñanza, sino recuerdo, para que inmediatamente me ponga yo en manifiesta contradicción conmigo mismo.
Menón.- No, por Zeus, Sócrates, no lo he dicho con esa intención, sino por hábito; ahora bien, si de algún modo puedes mostrarme que es como dices, muéstramelo.
Sócrates.- Pues no es fácil, y, sin embargo, estoy dispuesto a esforzarme por ti. Pero llámame de entre esos muchos criados tuyos a uno, al que quieras, para hacértelo comprender en él."
Menón, Platón.