Por un mundo mejor

El mundo, tal como existe hoy en día, es un mundo insostenible, injusto y amenazante, al menos para todas aquellas personas que viven acorralados a la pobreza en el Sur y todas aquellas que sufren de alienación bajo el modo de consumo y de trabajo que impera en el Norte. Un puñado de individuos y sus cohortes de servidores - a los que se hace referencia aquí como la nueva oligarquía mundial - se apoderan de una porción cada vez mayor de la riqueza y, a través de esta, controlan las palancas del poder. Esta configuración política y social no es el resultado de la casualidad. Es el producto de la globalización del capital, un proceso que ha echado raíces en los cambios económicos y sociales de los últimos cinco siglos y que ha alcanzado su pico hoy con su extensión a todos los continentes y con la sumisión de todas las sociedades.

Querer cambiar este estado de cosas y promover un mundo mejor presupone tres condiciones: que la gran mayoría de las personas consideren esta situación como intolerable, que una alternativa al sistema actual parezca en absoluto creíble y que las nuevas formas de gobernación se desarrollen para este propósito. Tal como domina ahora el mundo y las mentes, "el sistema" no admite ninguna protesta o incluso ningún ajuste de menor importancia, ya que está cerrado y centrado en sus propios intereses. El “sistema" es sin duda el capitalismo que reside dentro de él y que lo modela, pero también es mucho más que el capitalismo tal como lo consideraron en el siglo XIX los grandes pensadores del socialismo. El “sistema" es un conjunto complejo de relaciones de fuerzas económicas y sociales, una combinación de todo tipos de instituciones y mecanismos de regulación, todos bañados por una ideología que los cementa y asegura su dominación. Este es el software que nos gobierna en el siglo XXI y es aquel mismo software que tenemos que cambiar si queremos edificar un mundo mejor.

Querer deshacernos del sistema imperante implicaría en primer lugar que este se vuelva insoportable para la inmensa mayoría de la gente, inaguantable como para despertar la resistencia a la opresión y la rebelión de las mentes. Pero estamos todavía muy lejos de aquello porque la gente del mundo subdesarrollado aún viven en la ignorancia y la pobreza y los de los llamados países desarrollados bajo la ilusión y la sumisión. Nada que pueda suceder por parte de poblaciones cuyo horizonte es sobrevivir en el Sur y perder su esencia en un universo de distracciones en el Norte. Pero cuando el aire se hará irrespirable, cuando el agua potable se acabará, cuando los ecosistemas entran en crisis y cuando los desastres se multiplicaran como resultado del cambio climático, entonces y sólo entonces "el sistema" se desplomara por completo. Sin embargo, no deberíamos esperar aquel punto de ruptura para reaccionar. Las soluciones para el futuro han de ser diseñadas y experimentadas desde ya. Los cambios, tan modestos sean, deberán ser impuestos a los dirigentes. Los intelectuales y los militantes de todas índoles tienen una responsabilidad muy especial al respecto.

El futuro sistema será radicalmente diferente del de hoy, que no es alterable ni puede ser sujeto a cualquier tipo de reforma. Deberá apuntar otras finalidades que las del sistema imperante, en su totalidad estructurado en torno al mito del crecimiento y la ilusión de que éste pueda generar empleo, recursos, satisfacción de las necesidades básicas y felicidad. Básicamente, tendrá como objetivo la satisfacción de las necesidades básicas y el adelanto de los seres humanos en un clima de paz y de tolerancia mutua: todo lo contrario, de hecho, al sistema imperante que alaba la violencia y la competencia y que tiene como objetivo la apropiación de la riqueza y del poder en favor de una pequeña minoría. La economía deberá servir a la sociedad y al pueblo, no lo inverso . La comunidad ofrecerá a todos una ocupación motivadora y útil a la sociedad. Además, garantizará a todos condiciones de vida digna. Cada persona tendrá el derecho de hablar, el derecho de debatir y el derecho decidir colectivamente la forma en que vivimos y el futuro que deseamos. Estamos hablando de un sistema construido sobre principios y normas de funcionamiento radicalmente opuestas al sistema existente: un sistema que serviría al pueblo y no al revés.

Para hacer posible este sueño debemos diseñar primero los fundamentos del sistema alternativo. Una economía que sirva la sociedad y no al revés presupone que este totalmente dirigida hacia la satisfacción de las necesidades básicas, a saber agua potable y alimentos, vivienda y ropa, conseguir una educación y ser saludable , disponiendo además de medios de transporte y comunicación adecuados. Todo esto sería posible en el marco de una economía mixta y de una planificación estratégica a largo plazo, una economía en la que las grandes empresa transnacionales estarían sujetas a una estricta reglamentación, donde se revitalizarían las iniciativas empresariales y locales, y donde los recursos serian utilizados y reciclados de manera inteligente. Nada realmente nuevo en términos de principios y de modalidades, sino una firme voluntad política de implementar dichas orientaciones y recursos adecuados para este fin.

En cuanto al medio ambiente y a los recursos naturales, todos ellos esenciales para la supervivencia y el desarrollo de los seres humanos, seria necesario continuar y profundizar las políticas y las iniciativas llevadas a cabo hasta la fecha, empezando por las apuntan a prevenir que el calentamiento global y el cambio climático. Esto implicaría, ante todo, proscribir todos los combustibles fósiles, seguir desarrollando nuevas fuentes de energía y ahorrar drásticamente el consumo de energía con rio arriba, entre otras orientaciones, la reestructuración de nuestro hábitat y de nuestros modos de transporte. Seria también necesario continuar aplicando políticas de control de la contaminación del aire, del agua, de los mares y de la tierra, preservando los recursos naturales y los ecosistemas. Esto supone, entre otras cosas, una ampliación de las áreas protegidas y de las modalidades de dicha protección, sustrayéndolas a los apetitos privados (selvas, océanos, regiones árticas, etc.). Significa, por último, el establecimiento de mecanismos de control y protección supranacionales, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, para prevenir futuros desastres y la pérdida irreversible de nuestro medio ambiente. Nada realmente nuevo, aquí también, en términos de principios y de modalidades, sino una vez más una firme voluntad política de implementar efectivamente tale políticas y recursos adecuados.

En cuanto a la sociedad sería necesario encaminarnos hacia una sociedad distendida que daría prioridad a la solidaridad y al desarrollo personal. Seria necesario cambiar radicalmente la forma en que se proporciona la protección social y se organiza el trabajo. Debería garantizarse a todos recursos que permitan vivir en condiciones dignas - por encima del umbral de la pobreza - lo que implicaría la consolidación y el fortalecimiento de los mecanismos de solidaridad existentes en los llamados países avanzados y la institución de sistemas para la atribución de ingresos básicos para todos en los países pobres. Los debates incipientes sobre el un “ingreso básico” - un universal e incondicional que seria otorgado a cada persona de su nacimiento hasta su muertre, que trabaje o no - indican el camino a seguir. En términos de trabajo, por otra parte, seria necesario disociar mas claramente en el futuro el concepto de actividad o ocupación - productiva o no y útil a la sociedad - del concepto de empleo asalariado - predominante hoy pero en vía de regresión con la extensión de la automatización y el aumento de la productividad. El objetivo al respecto seria lograr una sociedad en la que cada cual estaría provisto de una ocupación útil a todos, no siendo empleado según los caprichos del mercado. Esto supondría, entre otras cosas, una distribución más equitativa del trabajo entre todos resultando de una reducción del tiempo de trabajo, asociada a políticas proactivas de empleo promovidas por la comunidad todos los niveles. Los cambios en estas áreas serian fundamentales, tanto a nivel de las políticas a implementar como del cambio de las mentalidades. Esto requeriría una revolución cultural asociada, aquí también, a una fuerte voluntad política.

Todo aquello demuestra con evidencia que los cambios mayores para el advenimiento de un mundo mejor dependen ante todo de la voluntad política y no de procesos y de supuestas leyes económicas como nos quieren hacer creer los partidarios del sistema existente . La voluntad política es el problema clave y para que se materialice seria necesario que los ciudadanos la recobren. Los ciudadanos de todos tipos fueron despojados de la política por la “clase política” y los círculos dirigentes que se han apoderado de las palancas del poder y han transformado la política en espectáculo mediático y en consultas ocasionales que les confiere una apariencia de legitimidad. Mismo designados legítimamente, los líderes políticos de todas tendencias sirven deliberadamente o involuntariamente el sistema imperante, debido a la omnipresencia de la ideología dominante o a la presión ejercida continuamente por los intereses imperantes. Las decisiones y las políticas en vigor reflejan básicamente las exigencias del sistema y las expectativas de la nueva oligarquía global. Por lo tanto, nada realmente nuevo podría ocurrir si no se cambian las reglas del juego.

Cambiar las reglas del juego político supone en primer lugar que los ciudadanos se apropien el debate y las decisiones políticas, lo que implicaría a su vez que se involucren directamente en los debates de su interés y que contribuyan directamente a las decisiones que les interesen. Esto requeriría un cambio radical en la vida política, dando prioridad a la democracia participativa frente a la democracia representativa y relegando esta última a la aplicación de las orientaciones fundamentales y a la administración de los asuntos de rutina en lugar de la formulación de las metas políticas esenciales. Un desarrollo de la democracia participativa en este sentido exigiría la institución de procesos de toma de decisiones participativos a gran escala a la base y un recurso sistemático a la iniciativa popular y al referéndum para toda orientación política de carácter importante, tal como se practica hoy en Suiza.

Sería además necesario que los Estados instituyan sistemáticamente estructuras colegialas, no sólo para asegurar las funciones legislativas, sino también para asegurar el poder ejecutivo. Estructuras gubernamentales colegialas - únicas capaces de garantizar que las virtudes de la deliberación prevalezcan sobre la ambición y el poder personal - deberían establecerse en todas partes, al igual que las estructuras del gobierno de Suiza. Además, la selección del liderazgo debería realizarse por el canal del sufragio universal, por medio de listas que excluirían toda participación y representación partidista. El objetivo sería de eliminar las peleas de gallos y los programas partidistas que atentan contra la democracia. El objetivo sería lograr “un gobierno de los sabios” en todo el mundo, sólo capaz de hacer que el interés general prevalezca sobre las ambiciones personales y los anheles privados. Tal modo de gobierno sería por naturaleza portador de consenso en las sociedades y promotor de paz entre las naciones.

Mientras que el derecho a la identidad cultural y la autonomía regional debería ser reconocido a todas las comunidades humanas, y a pesar de la autoridad de los Estados como únicos responsables del destino de las entidades nacionales, significativas transferencias de soberanía deberían ocurrir a favor de las Naciones Unidas (o del sistema de gobernación mundial que eventualmente le daría continuidad). Mientras que los problemas regionales y locales deberían siempre ser tratados a nivel local, los problemas globales que requieren una respuesta supranacional y coordinada deberían ellos ser tratados a nivel mundial. Nuevas instituciones deberían ser establecidas para hacer frente a las amenazas globales las más apremiantes, en particular la del cambio climático. El funcionamiento de estos nuevos órganos - incluyendo los del sistema de las Naciones Unidas o del sistema de gobernación mundial que le daria eventualmente continuidad - deberia revestir formas más democráticas, reconociedo a todas las naciones derechos iguales y teniendo más en cuenta las aspiraciones de sus pueblos que el poder de los Estados que supuestamente los representan. Los mecanismos de financiación de la ayuda internacional también deberían ser reestructurados para eliminar las deficiencias que les caracterizan hoy y permitir que los más pobres puedan acceder a la dignidad humana gracias a la transferencia de recursos importantes y predecibles.