Lo primero que aprendió fue a silenciar la voz, ocultar pasiones, mentir lo que sentía, perseguir fantasías y avergonzarse de ellas.
Burlaba miradas burlonas y esquivaba carcajadas a quemarropa y se estacionaba catatónico en el sillón mirando una pantalla encendida, con los dedos suavizando la ropa en los labios.
Y aunque nada de eso parezca importante, sin duda se constituye en el porqué uno es como es, y el porqué la profesión que eligió fue la más acorde con lo que realmente sabía hacer: mentir.
Era experto en decir lo que los otros querían escuchar, sin importar que tan cierto sonaba en su interior. Si los demás aplaudían, estaba bien... y se llenaba por dentro de una escalofriante sensación de bienestar al sentir que los otros lo veían, aplaudían y clamaban su presencia.
Así se fue acostumbrando a relegar al sótano del espíritu todo aquello que sonara a su propia voz y comprendió que mentir no es falsear la verdad sino el callar lo que la propia voz le decía.
En el juego hacía trampa. En la escuela hacía trampa. Hacía trampa cuando decía lo que le gustaba y trampa cuando rechazaba lo que no le gustaba. De niño, cuando jugaba solo, hacía trampa, pues siendo malhechor en “Policías y ladrones” siempre se las arreglaba para quedar, al final, como el héroe redentor, mártir o el incomprendido justiciero.
Y como le gustaba Pink Floyd y no sabía ni jota de inglés, hacía trampa al cantar. Hacía trampa al comer porque le daba su comida al perro. Hacía trampa al soñar porque despertaba al instante mismo en que algo malo le iba a pasar y, para colmo, olvidaba todo lo soñado.
A la niña de pelo negro y carita de ángel que le gustaba le hizo trampa y nunca le dijo nada de lo que sentía… y eso que sabía que ella andaba loca de amor por él.
En la primera pelea que tuvo hizo trampa y al mastodonte con el que debía trompearse le convenció de dejarse ganar a cambio de una lapicera de Snoppy y una lanchera de Superman.
Le hizo trampa dos veces a la muerte y se salvó de milagro. Al médico que lo diagnosticaba como “sano y fuerte” le hizo trampa y terminó operándolo de las amígdalas.
A la primera mujer con la que se acostó le hizo trampa y quedó embarazada. Y la volvió a engañar cuando le juró que se haría cargo del niño si se mudaban a Nueva York. Ella se mudó primero y quizá todavía lo espera en alguna calle olvidada del Bronx.
Los militares tomaron el control del Estado durante varios años. Marchaban por las calles armados hasta los dientes y más de una vez se salvó de morir acribillado, claro que haciendo trampa, pues a sus camaradas del partido los disfrazaba de sí y los convencía de sacrificarse distrayendo al enemigo para que él pueda huir por la puerta de metal pequeña y angosta que quedaba justo debajo de la escalera de la sede clandestina del Partido de Izquierda Socialista (PIS).
Tal vez la cifra no sea exacta pero se calcula que fueron 22 los que se “sacrificaron” en su lugar, dado que él era el líder del PIS.
Y como sabía decir lo que querían oír, sus amigos, enemigos y desconocidos estaban convencidos de que era un héroe de la revolución, y que la virgen de Copacabana, los ángeles y el mismísimo señor Jesucristo lo protegían de morir en manos de los militares.
Y como la vida es una broma pesada, 20 años después, el autodenominado “Héroe de la Revolución” se convirtió en el Comandante General de las Fuerzas Armadas y todos se referían a él con el epíteto de “su excelencia, señor Presidente”.
......