Roberto Bolaño
Ni crudo ni cocido

Como quien hurga en un brasero apagado.

Como quien remueve los carbones y recuerda.

La Tempestad  de Shakespeare, pero una lluvia sin fin.

Como quien observa un brasero que exhala gases tóxicos

en una gran habitación vacía.

Aunque tal vez la grandeza de la habitación

resida en la edad del observador.

En todo caso: vacía, oscura, el suelo desigual,

con cortinas donde no deberían,

y muy pocos muebles.

Como quien mueve las brasas

y aspira a todo pulmón

el aire criminal de la infancia.

Como quien se acuclilla y piensa.

Como quien remueve el carbón

bajo La Tempestad  de Shakespeare que golpea las calaminas.

Como el carbón que exhala gases.

Como las brasas deshojadas como una cebolla

bajo la batuta del detective latinoamericano.

Aunque tal vez todos estemos locos

y nunca haya habido un crimen.

Como quien camina de la mano

de un maníaco depresivo.

Escuchando a la lluvia batir

los bosques, los caminos.

Como quien respira junto al brasero

y su mente remueve las brasas

una a una.

Como quien se vuelve a mirar a alguien

por última vez

y no lo ve.


Como las brasas que arden

mientras Ariel y Calibán

sostienen la soledad del muro del oeste.

Acuclillados uno frente al otro.

Como quien busca su rostro

en el corazón de la cebolla.

Hurgando, hurgando

pese al frío y los gases:

un abrigo de fantasía.

Como quien remueve el brasero apagado

con la batuta de un detective

inexistente.

Y La Tempestad de Shakespeare

no aminora en esta isla maldita.

Ah, como quien remueve las brasas

y aspira a todo pulmón.