Los virus y los buenos designios de Dios

Por Hugh Ross


Entre las muchas preguntas que he recibido en mis páginas de medios sociales está esta: ¿Por qué un Dios todopoderoso y amante de todo crearía un mundo en el que existen virus?

Como explico ampliamente en mi libro Why the Universe Is the Way It Is [Por qué el Universo es como es], se puede argumentar que Dios tenía múltiples razones para las leyes de la física que eligió para gobernar el universo y la Tierra.1 Creo que una de las razones más significativas es utilizar estas leyes como herramientas en sus manos para la rápida y eficiente erradicación del mal y el sufrimiento, mientras que simultáneamente mejora las voluntades libres de miles de millones de humanos que eligen sus redención.

Los múltiples propósitos que Dios tiene para las leyes de la física requieren que haya compensaciones de diseño. Sin embargo, parece que Dios ha optimizado estas compensaciones para que todos sus propósitos de crear el universo y los seres humanos se cumplan de la manera más beneficiosa posible.

Abordo muchas de estas compensaciones en mi libro More Than a Theory [Más que una teoría].2 Allí señalo que vivimos en un planeta con tornados, huracanes, terremotos, incendios forestales y tsunamis, pero cada uno de estos llamados desastres naturales es esencial para nuestra existencia. Están optimizados para traer el mayor beneficio posible a los humanos y al resto de la vida de la Tierra. Los virus están en la misma categoría.

Beneficios de los virus

Las formas de vida en la Tierra más grandes y complejas que los microbios serían imposibles sin una abundancia de virus. Sin los virus, las bacterias se multiplicarían y, en un periodo de tiempo relativamente corto, ocuparían todos los nichos y grietas de la superficie de la Tierra. El planeta se convertiría en una gigantesca bola de lodo bacteriano. Esos sextillones de bacterias consumirían todos los recursos esenciales para la vida y morirían.

Los virus mantienen la población bacteriana de la Tierra bajo control. Se descomponen y matan las bacterias a las velocidades correctas y en los lugares correctos para mantener una población y diversidad de bacterias que es óptima tanto para las bacterias como para todas las demás formas de vida. Es importante señalar que toda la vida multicelular depende de que las bacterias estén presentes en el nivel óptimo de población y en la diversidad óptima. ¡No estaríamos aquí sin los virus!

Una elevada población humana y una avanzada civilización mundial no serían posibles sin que el ciclo del agua de la Tierra proporcionara copiosas cantidades de precipitaciones en todas las masas terrestres continentales. Sin embargo, todos los componentes de la precipitación (lluvia, niebla, nieve, granizo y aguanieve) requieren la formación de semillas microscópicas (o núcleos). En la mayoría de los entornos, las semillas más importantes para la precipitación son los virus y los fragmentos bacterianos resultantes de ataques virales. El viento transporta es “semillas” a la atmósfera donde se forman cristales de hielo a su alrededor. El agua líquida se acumula en los cristales de huelo, haciéndolos progresivamente más grandes. Estos cristales de hielo aumentados se convierten en lluvia, nieve u otras formas de precipitación y caen al suelo. Mientras que el polvo y las partículas de hollín también pueden servir como semillas o núcleos para la formación de gotas de lluvia y copos de nieve, los virus y fragmentos bacterianos permiten que los cristales de hielo iniciales se formen a temperaturas más cálidas. No tendríamos precipitaciones casi suficientes en una zona suficientemente amplia para sostener nuestra agricultura y civilización si no fuera por lo virus.

Los virus también desempeñan un papel crucial en el ciclo del carbono de la Tierra. Ellos y los fragmentos bacterianos que crean son sustancias carbonosas. A través de su papel en la precipitación, se recogen como vastas láminas carbonosas en las superficies de los océanos del mundo. Estas hojas o esteras de virus y fragmentos bacterianos se hunden lentamente y finalmente aterrizan en los fondos oceánicos. A medida que se van hundiendo, proporcionan importantes nutrientes para la vida en los fondos marinos y bénticos (en el fondo). Las placas tectónicas impulsan gran parte de los fragmentos virales y bacterianos hacia la corteza y el manto de la Tierra, donde parte de ese material carbonoso es devuelto a la atmósfera a través de las erupciones volcánicas.

Gracias al agresivo ciclo del carbono de la Tierra, el medio ambiente mundial disfruta de una gran diversidad de vida que tiene acceso continuo a los nutrientes que necesita. El ciclo del carbono de la Tierra también desempeña un papel fundamental en la regulación de las cantidades de dióxido de carbono y metano en la atmósfera. Gracias a los virus tenemos el ciclo del carbono funcionando al ritmo que necesitamos y las cantidades de gases de efecto invernadero atmosféricos que son óptimas para nuestra existencia y nuestra civilización.

Además. Los virus ya están desempeñando un papel importante en las terapias médicas y en el avance de la tecnología médica. En un futuro próximo, podemos esperar que los médicos exploten los virus para combatir el cáncer y curar las enfermedades genéticas.

Empeorando los virus

Como con cualquier cosa buena en la naturaleza, hay potenciales desventajas, que pueden ser mucho peores por la negligencia humana, el abuso y el pecado. Los mosquitos son un buen ejemplo de cómo los humanos hicimos las cosas mucho peor de lo que Dios pretendía. Antes de que los humanos arruinaran las cosas, los mosquitos ocupaban solo alrededor del 10 por ciento de la superficie de la Tierra, limpiaban los escombros (como la caca de los leminos) y proporcionaban alimento a muchas especies de peces de agua dulce. Ahora ocupan más del 99 por ciento de la superficie terrestre de la Tierra y son una molestia y un peligro para la salud de gran parte de la población humana.

Al igual que con los mosquitos, los humanos han creado virus mucho peores de lo que Dios pretendía. Si hubiéramos practicado consistentemente los mandatos de salud escritos en el Antiguo Testamento, muy probablemente no hubiéramos tenido que lidiar con el VIH, el SARS-1, el MERS y el SARS-2 (responsable del COVID-19). Todos estos son virus que estaban presentes en los animales y saltaban a los seres humanos.

Hacemos más probables esos saltos donde tenemos poblaciones densas de animales domésticos y/o salvajes en estrecho contacto con poblaciones densas de humanos. Cuanto más grandes, más densas y más estresadas sean esas poblaciones animales y humanas, mayor será la oportunidad de que los virus relativamente benignos muten y se conviertan en virus asesinos.

Mi oración es que aprendamos de nuestra experiencia con COVID-19 cómo prevenir mejor tales pandemias en el futuro. Cambiar la forma en que manejamos y comercializamos nuestros animales domésticos para minimizar su hacinamiento, el estrés y el contacto con densas multitudes de humanos sería un comienzo. Minimizar el estrés y maximizar la salud personal, la aptitud física y la higiene en las poblaciones humanas, especialmente entre los pobres, es especialmente importante. ¡Que la compasión, la bondad y la sabiduría reinen para nuestro beneficio y el de nuestros animales!

Referencias:

1. Hugh Ross, Why the Universe Is the Way It Is (Grand Rapids: Baker, 2008), 153–63, https://shop.reasons.org/product/276/why-the-universe-is-the-way-it-is.

2. Hugh Ross, More Than a Theory (Grand Rapids: Baker, 2009), 195–208, https://shop.reasons.org/product/269/more-than-a-theory.

Traducción: Andrés Vásquez