Hoy más que nunca vuelvo a ser aquella niña pequeña, con mofletes rosados y redondos como resultado de una infancia inefable. No podría decir que no estás presente ni un sólo segundo de esta preciosa y complicada vida que me has dado. Porque hoy, vuelvo a recordar aquella larga terraza donde me bañaba en la piscina más inestable de plástico que jamás haya visto, pero que hiciste que se convirtiese en un mar lleno de inocentes olas. Vuelvo a sentir tu mano agarrada a la mía, aferrándonos sin miedo a aquella baranda a la que poco a poco la pintura se iba rompiendo en pedazos; mientras que jugabas conmigo al "Veo Veo", dándome el gusto de ganar siempre, para así poder contemplar mi sonrisa de oreja a oreja.
Los viernes santos ya no son lo mismo sin ti, sin tus grandes recipientes llenos de arroz con leche, en los que el aroma a canela impregnaba la casa. Sé que nunca conseguiré el sabor tan tuyo que conseguías en cada una de tus recetas y quiero llegar a creer que sólo tus manos eran las únicas de crear tan exquisito gusto para nuestro paladar. Las tortillitas de bacalao y las grandes ollas de garbanzos eran las que llenaban la mesa en ese mediodía para que así pudiésemos ver tu cara de alegría cuando probábamos tus deliciosos platos. De lo que no era consciente era de que el tiempo me arrebataba minutos de vida a tu lado; que aquel beso de buenas noches en tu mejilla sería el último de este viaje, al menos por ahora.
Hoy me sigues susurrando al oído tus cuentos inventados por las noches; de los cuáles lo que más me gustaba era el final tan característico, aquel en el que te quedabas dormida. Hoy después de cinco años desde que te fuiste a un lugar mejor, vuelvo a pasar por ese hogar dónde compartimos tantos momentos y me transmitiste tu pasión hacia la vida. Miro hacia aquella terraza y te veo a ti, asomada con tus batas de flores esperando a que llegásemos y subiésemos a verte, y otra vez me vuelves a saludar con tu mano y tus uñas pintadas de rosa. Hoy, sólo puedo decir que no podría estar más agradecida de haber disfrutado contigo esos doce años lleno del amor más sensible y puro que jamás podrá ser reemplazado. Para nosotros, abuela, sigues viva en nuestros corazones y ten por seguro que no quedarás en el olvido porque a cada día de nuestras incompletas vidas seguiremos transmitiendo de generación en generación el amor que nos diste, la sabiduría que nos regalaste y los momentos que dejaste tatuados en nuestra memoria. Y abuela a pesar de no poder tocarte, te aseguro que te sigo dando la mano aunque nos separe un mundo que no podemos traspasar.
Ángela de la Cruz Macías