Seminario Reflexivo III
Reflexión: investigar al enseñar
Durante mi proceso de práctica docente, he podido reafirmar la importancia fundamental que tiene la investigación continua en el quehacer educativo. Desde el primer momento en que ingresé al salón de clases en la Escuela Maternal de la UPRRP, comprendí que enseñar no comienza simplemente al pararse frente a los estudiantes. Enseñar comienza mucho antes, desde la observación cuidadosa y el análisis consciente del entorno en el que se va a desarrollar el proceso educativo. Antes de que los estudiantes llegaran, me tomé el tiempo para analizar el acomodo físico del salón: cómo estaban distribuidos las áreas, qué tipo de materiales decoraban las paredes, la disposición de los recursos didácticos y el ambiente general que se respiraba. Estos detalles, aparentemente sencillos, son esenciales, pues cada elemento en el salón comunica, organiza e influye en el comportamiento y el aprendizaje de los estudiantes. Observar el espacio me permitió anticipar cómo se darían las interacciones, qué ajustes podrían ser necesarios y cómo aprovechar al máximo el ambiente para facilitar el aprendizaje.
Al recibir a los estudiantes, continué con mi proceso de observación. Me detuve a mirar sus rostros, sus expresiones, la forma en que escogían sus materiales y cómo se relacionaban entre sí. Esta observación no era superficial; buscaba captar señales que me indicaran el estado emocional del grupo, sus niveles de confianza, sus dinámicas internas y sus necesidades particulares. Entendí entonces que investigar al enseñar también significa observar cada día con nuevos ojos, sin dar nada por sentado. Esta práctica de observar de manera consciente la he seguido haciendo aún desarrollando durante mi práctica en la Escuela Maternal de la Universidad de Puerto Rico, donde el grupo de niños pequeños me permitió aplicar estrategias basadas en la investigación constante. Al planificar experiencias como proyectos de arte sensorial, circuitos motores, actividades de movimiento y talleres de metacognición, me di cuenta de que cada acción que planificaba debía estar precedida por una profunda reflexión sobre las necesidades, intereses y habilidades de cada niño. No bastaba con planificar actividades "interesantes"; era necesario investigar qué método o enfoque sería realmente significativo para los estudiantes. Cada jornada en el salón representaba una nueva oportunidad para investigar: analizar qué estrategias funcionaban mejor, qué ajustes requería cada niño, y cómo podía integrar la tecnología, el arte o el movimiento para lograr un aprendizaje más efectivo. También trabajé directamente en adaptaciones individualizadas, como en el caso de Rafael, a quien apoyé a través de modificaciones visuales, modelaje adicional y propuestas de actividades que respetaran su ritmo de participación. Esta experiencia me enseñó que investigar no solo significa buscar información en libros, sino también estudiar las respuestas emocionales y conductuales de cada estudiante en la cotidianidad. Investigar también implica mantenerse actualizado en cuanto a los contenidos de enseñanza, buscar nuevas metodologías, y encontrar recursos que enriquezcan la práctica diaria. El docente que se estanca y deja de estudiar, inevitablemente, perjudica el proceso de aprendizaje de sus alumnos. Un maestro que no investiga, no observa ni reflexiona, corre el riesgo de reproducir prácticas ineficaces, de no adaptarse a las diferencias individuales, y de limitar el potencial de cada estudiante.
Por el contrario, el maestro-investigador se convierte en un facilitador del aprendizaje activo. Observa, escucha, analiza y crea estrategias que permiten que todos los estudiantes participen plenamente, se sientan valorados y logren desarrollar al máximo sus capacidades. La investigación continua le permite reconocer los talentos ocultos, identificar dificultades tempranas y adaptar su enseñanza para atender la diversidad que inevitablemente existe en cada salón de clases. En conclusión, investigar al enseñar no es una opción, sino una necesidad para todo buen pedagogo. Observar, analizar, estudiar y mejorar de forma constante son hábitos esenciales para garantizar una enseñanza significativa y un aprendizaje eficaz. A través de este proceso, el maestro se transforma en un verdadero agente de cambio, capaz de impactar positivamente la vida de sus estudiantes y de construir una educación de calidad, inclusiva y transformadora. Esta práctica de investigación diaria es la que quiero continuar perfeccionando a lo largo de toda mi vida profesional, con el fin de ofrecer siempre lo mejor de mí a cada estudiante que llegue a mi salón.