Leonardo da Vinci, pintor y escultorflorentino
(Texto tomado de:Vida de los mas excelentes pintores, escultores y arquitectos. Autor: Giorgio Vasari)
"Los cielos suelen derramar sus más ricos dones sobre los seres humanos -muchas veces naturalmente, y acaso sobrenaturalmente-, pero, con pródiga abundancia, suelen otorgar a un solo individuo belleza, gracia e ingenio, de suerte que, haga lo que haga, toda acción suya es tan divina, que deja atrás a las de los demás hombres, lo cual demuestra claramente que obra por un don de Dios y no por adquisición de arte humano. Los hombres vieron esto en Lionardo da Vinci, cuya belleza física no puede celebrarse bastante, cuyos movimientos tenían gracia infinita y cuyas facultades eran tan extraordinarias que podía resolver cualquier problema difícil que su ánimo se planteara. Poseía gran fuerza personal, combinada con la destreza, y un espíritu y valor invariablemente regios y magnánimos. Y la fama de su nombre se propagó a tal punto, que no sólo fue celebrado en su tiempo, sino que su gloria aumentó considerablemente luego de su muerte. Este maravilloso y celestial Lionardo era hijo de Piero da Vinci. Hubiera obtenido grandes beneficios de sus estudios de ciencias y letras si no hubiese sido caprichoso y voluble, pues comenzaba a estudiar muchas cosas y luego las abandonaba. Así, en aritmética, durante los pocos meses que la estudió, realizó tales progresos que a menudo confundía a su maestro, suscitándole continuamente dudas y dificultades. Se consagró por un tiempo a la música y pronto aprendió a tocar la lira. Y como estaba dotado de un espíritu elevado y exquisito, podía cantar e improvisar divinamente. Empero, aunque estudió tantas cosas, jamás descuidó el dibujo y el modelado, pues eso, más que cualquier otra cosa, era lo que excitaba su fantasía. Cuando Ser Piero lo advirtió, conociendo el elevado ingenio del muchacho, tomó un día sus dibujos y los llevó a Andrea del Verrocchio, que era íntimo amigo suyo, y le preguntó si Lionardo podía hacer algo dedicándose al arte. Andrea, asombrado ante estos precoces esfuerzos, aconsejó a Ser Piero que hiciera estudiar al niño. De este modo decidió que su hijo iría al taller de Andrea. Lionardo lo hizo de buena gana y no se ejercitó en un solo oficio, sino en todos aquellos en que intervenía el dibujo. Dotado de una inteligencia divina y maravillosa, y por ser excelente geómetra, no sólo trabajó en escultura, haciendo con barro algunas cabezas de mujeres sonrientes, que fueron vaciadas en yeso, y también cabezas de niños, que parecían ejecutadas por un maestro, sino que preparó muchos planos y elevaciones de arquitecturas, y fue el primero, a pesar de ser tan joven, que propuso la canalización del Arno desde Pisa hasta Florencia. Diseñó molinos, batanes y otras máquinas hidráulicas, y como quiso que la pintura fuese su profesión, estudió dibujo del natural. A veces hacía modelos de figuras en arcilla, las vestía con blandos trapos, cubiertos de barro, y luego las dibujaba pacientemente sobre finas telas de batista o lino, en negro y blanco con la punta del pincel. Hacía admirablemente esos dibujos, como puede verse en los que conservamos en nuestro Libro. Asimismo dibujaba sobre papel, tan cuidadosamente y bien, que en finura nadie le igualó jamás. Tengo de su mano una cabeza a lápiz y en claroscuro que es divina. La gracia de Dios dominaba a tal punto su mente, su memoria e intelecto se integraban de tal suerte, y con los dibujos de su mano sabía expresar tan claramente sus ideas, que sus demostraciones eran infalibles, y era capaz de confundir a los más ingeniosos contradictores. Todos los días hacía modelos y proyectos para cortar fácilmente las montañas y horadarlas para pasar de un lado a otro, y por medio de palancas, grúas y montacargas levantar y arrastrar grandes pesos; ideó la manera de vaciar los puertos, y bombas para extraer agua de grandes profundidades, pues su mente jamás descansaba. Pasó mucho tiempo dibujando metódicamente cuerdas anudadas que llenaban un círculo. De estas dificilísimas composiciones se ve un ejemplo en un grabado muy bello, en cuyo centro se leen las palabras: Leonardus Vinci Accademia. Entre esos modelos y proyectos había uno, que mostró varias veces a muchos ciudadanos ingeniosos que a la sazón gobernaban en Florencia, explicando un método para levantar la iglesia de San Giovanni y poner debajo las escaleras, sin que se derrumbara. Argumentaba con tan sólidas razones, que convencía a quienes lo escuchaban; sólo cuando se iba reconocían la imposibilidad de semejante empresa. Su conversación encantadora ganaba todos los corazones, y aunque nada poseía -por decir así- y trabajaba poco, tuvo criados y caballos, que le gustaban mucho. En verdad, amaba a todos los animales y los domesticaba con gran cariño y paciencia. A menudo, cuando pasaba por los lugares donde se vendían pájaros, los sacaba de sus jaulas y ponía en libertad, y luego pagaba al vendedor el precio exigido. La naturaleza lo había dotado a tal punto, que cuando aplicaba su cerebro o su alma a cualquier cosa, demostraba inigualada divinidad, vigor, vivacidad, excelencia, belleza y gracia. En verdad, su inteligencia del arte le impedía terminar muchas cosas que había comenzado, pues sentía que su mano era incapaz de añadir nada a las perfectas creaciones de su imaginación. Su mente concebía tan difíciles, sutiles y maravillosas ideas, que sus manos, hábiles como eran, jamás podrían expresarlas. Sus caprichos eran tan numerosos, que filosofando acerca de las cosas naturales llegó a entender las propiedades de las hierbas y observó los movimientos del cielo, la órbita de la luna y el curso del sol. Como dije, Lionardo fue colocado, siendo niño, por Ser Piero en el taller de Andrea del Verrocchio, cuando su maestro pintaba un cuadro de San Juan bautizando a Cristo. En esta obra, Lionardo hizo un ángel que tiene algunas prendas en la mano y, aunque muy joven, lo hizo mucho mejor que las figuras de Andrea. Este último no quiso volver a tocar los colores, mortificado de que una criatura supiera más que él."
Ángel del "Bautismo de Cristo" de Andrea del Verrocchio (Leonardo1475)
"Luego le encargaron a Lionardo un cartón del Pecado de Adán y Eva en el Paraíso, para una antepuerta de tapicería que se había de tejer en Flandes, en oro y seda, para enviarla al rey de Portugal. Hizo en claroscuro con las luces en albayalde, un prado lleno de vegetación y con algunos animales, insuperable por su perfección y naturalidad. Hay una higuera con las hojas y ramas hechas hermosamente en escorzo y ejecutadas con tanto cuidado, que la mente se turba ante tal despliegue de paciencia. También hay una palmera en que la redondez de las palmas está realizada con maravillosa maestría, debido a la paciencia e ingeniosidad de Lionardo. La tapicería no llegó a ejecutarse y el cartón se encuentra actualmente en Florencia, en la afortunada residencia del magnífico Ottaviano de Médicis, a quien lo obsequió no hace mucho el tío de Lionardo. Cuentan que estando Ser Piero en su casa de campo, un campesino de su heredad le pidió que hiciera pintar en Florencia una rodela de madera que había cortado de una higuera de su hacienda. Ser Piero consintió con agrado, pues el hombre era muy hábil en la caza de pájaros y en la pesca, y le resultaba muy útil en tales menesteres. En consecuencia, Ser Piero envió el pedazo de madera a Florencia y le pidió a Lionardo que pintara algo en ella, sin decirle a quién pertenecía. Lionardo, al examinar un día la rodela, vio que era torcida, mal trabajada y tosca, pero con la ayuda del fuego la enderezó y luego la entregó a un tornero que, de áspera y grosera que era la volvió lisa y delicada. Luego de enyesarla y prepararla a su manera, Lionardo comenzó a pensar lo que pintaría en ella y resolvió hacer alguna cosa que aterrorizara a todos los que la contemplaran, produciendo un efecto similar al de la cabeza de la Medusa. A una habitación donde sólo él tenía acceso, Lionardo llevó lagartos, lagartijas, gusanos, serpientes, mariposas, langostas, murciélagos y otros animales extraños, con los cuales compuso un horrible y espantoso monstruo, cuyo ponzoñoso aliento parecía envenenar el aire. Lo representó saliendo de una roca obscura y hendida, vomitando veneno por sus fauces abiertas, fuego por sus ojos y humo por su nariz, de un aspecto realmente terrible y espantoso. Estaba tan absorto en su trabajo, que no advertía el terrible hedor de los animales muertos, pues se abstraía en su amor al arte. Su padre y el campesino ya no preguntaban por el trabajo y, cuando lo hubo acabado, Lionardo hizo saber a Ser Piero que podía mandar a buscar la rodela cuando le pluguiese, pues ya estaba terminada. En consecuencia, una mañana fue Ser Piero a sus habitaciones a buscarla. Cuando llamó a la puerta, le abrió Lionardo y le pidió que esperara un instante; volvió a su pieza, colocó en su caballete la rodela de modo que le diera la luz deslumbrante de la ventana y luego pidió a su padre que entrara. Éste, tomado desprevenido, se estremeció, pues no pensó que fuese la rodela de madera, ni menos que lo que veía estuviese pintado. Y retrocedía asustado, cuando Lionardo lo contuvo, diciéndole: «Esta obra ha servido a su propósito; llévala, pues, ya que ha producido el efecto deseado». Ser Piero pensó que en verdad eso era más que milagroso y elogió calurosamente la idea de Lionardo. Después, calladamente compró a un comerciante otra rodela de madera pintada, con un corazón traspasado por una flecha y la dio al campesino, quien quedóle agradecido por el resto de sus días, mientras que Ser Piero llevó secretamente la obra de Lionardo a Florencia y la vendió por cien ducados a unos mercaderes. Poco tiempo después, fue a parar a manos del duque de Milán, quien la compró por novecientos ducados. Luego pintó Lionardo una Virgen muy excelente, que más adelante estuvo en poder del Papa Clemente VII. Entre otras cosas, en este cuadro representó una jarra llena de agua y con unas flores maravillosas, sobre las cuales las gotas de rocío se veían más reales que la realidad misma.
Para su gran amigo Antonio Segni dibujó un Neptuno sobre papel, con tanto cuidado que parecía vivo. El mar está agitado y su carro es arrastrado por caballos marinos, con sirenas y otros monstruos, los vientos del Sur y hermosas cabezas de divinidades. El dibujo fue regalado por Fabio, hijo de Antonio, a Messer Giovanni Gaddi, con el siguiente epigrama: Pinxit Virgilius Neptunum, pinxit Homerus; Dum maris undisoni per vada flectit equos. Mente quidem vates illum conspexit uterque Vincius ast oculis; jureque vincit eos .
NEPTUNO. Leonardo 1503
Después se le ocurrió a Lionardo hacer una cabeza de la Medusa al óleo, con una guirnalda de serpientes; era una idea extraordinaria y fantástica, pero como el trabajo requería tiempo, quedó sin terminar, que era el destino de casi todos sus proyectos. Se encuentra entre los tesoros del palacio del duque Cosme, junto con la cabeza de un ángel que levanta un brazo, en escorzo desde el hombro hasta el codo, mientras el otro brazo descansa en su pecho. Tan maravillosa era la mente de Lionardo, que, deseando que sus pinturas obtuvieran más relieve, se dedicó a lograr sombras más profundas, y buscó los negros más intensos con el fin de volver más claras las luces por contraste. Finalmente hizo tan sombrías sus pinturas, que parecen más bien representaciones de la noche, pues no hay ninguna luz intensa que dé la luminosidad del día. Pero lo hizo con la idea de dar mayor relieve a los objetos y hallar el fin y la perfección del arte. Lionardo se complacía tanto cuando veía cabezas humanas curiosas, sea por sus barbas o su cabellera, que era capaz de seguir durante un día entero a quienquiera le hubiese llamado la atención por este motivo; y adquiría tan clara idea del personaje, que cuando regresaba a su casa podía dibujar la cabeza tan bien como si el hombre hubiera estado presente. De esta manera llegó a dibujar muchas cabezas de hombres y mujeres y yo poseo varios de estos dibujos a pluma en mi Libro tantas veces citado. Entre ellas está la cabeza de Amerigo Vespucci, hermoso anciano, dibujada con carbón, y la de Scaramuccia, capitán de los gitanos, que luego pasó a poder de Messer Donato Valdambrini de Arezzo, canónigo de San Lorenzo, a quien se la había regalado Giambullari.
Cabeza de mujer. Leonardo 1508
Comenzó un cuadro de la Adoración de los Magos, donde se ven cosas muy hermosas, especialmente las cabezas; esa obra se encontraba en la casa de Amerigo Benci, situada frente a la galería de los Peruzzi, pero quedó sin terminar, como sus otras obras. Con motivo de la muerte de Giovanni Galeazzo, duque de Milán, y de la ascensión de Ludovico Sforza en el mismo año 1493, Lionardo fue invitado por el duque, con gran ceremonia, a trasladarse a Milán para tocar la lira, cuyo sonido deleitaba particularmente al príncipe. Lionardo llevó su propio instrumento, que él mismo hizo de plata y al que dio la forma de una cabeza de caballo, rara y original idea para que las voces tuvieran mayor sonoridad y resonancia, de modo que superó a todos los músicos reunidos en dicho lugar. Además, fue en su tiempo el mejor improvisador de versos. El duque, cautivado por la conversación y el genio de Lionardo, concibió un extraordinario afecto por él. Le rogó que pintara la Natividad para una tabla de altar, la cual fue enviada por el duque al emperador. Lionardo pintó luego una Última Cena bellísima y milagrosa, para los dominicos de Santa Maria delle Grazie, en Milán, infundiendo a la cabeza de los apóstoles tal majestad y belleza, que dejó la de Cristo sin terminar, pues sintió que no podía darle la celestial divinidad que ésta requería. La obra, dejada en esas condiciones, fue siempre tenida en gran veneración por los milaneses y también por los extranjeros, pues Lionardo representó el momento en que los Apóstoles están ansiosos por descubrir quién de ellos traicionará al Maestro. Todos los rostros expresan el amor, el temor, la ira o el pesar por no poderse interpretar la intención de Cristo, en contraste con la obstinación, el odio y la traición de Judas, al par que toda la pintura, hasta los más pequeños detalles, muestra increíble diligencia: hasta la trama del mantel es tan claramente visible, que la tela misma no parecería más real. Se cuenta que el prior importunaba constantemente a Lionardo para que terminara la obra, juzgando extraño que un artista tuviera que pasarse la mitad del día perdido en sus pensamientos. Hubiera deseado que jamás abandonara el pincel, tal como no descansaban los que cavaban la tierra de la huerta. Al ver que su importunidad no producía efecto, recurrió al duque, quien se vio obligado a llamar a Lionardo para preguntarle acerca de su trabajo, mostrando con mucho tacto que se veía obligado a intervenir a instancias del prior. Lionardo, conociendo la agudeza y discreción del duque, le habló largamente de su pintura, cosa que jamás había hecho con el prior. Discurrió libremente de su arte, y le explicó cómo los hombres de genio están en realidad haciendo lo más importante cuando menos trabajan, puesto que están meditando y perfeccionando las concepciones que luego realizan con sus manos. Agregó que aún faltaba hacer dos cabezas. Una era la de Cristo, para la cual no podía buscar modelo en la tierra, y él se sentía incapaz de concebir la belleza y la gracia celestial de esa divinidad encarnada. La otra cabeza era la de Judas, que también le daba qué pensar, pues no creía poder representar el rostro de un hombre capaz de traicionar a su Maestro, Creador del mundo, después de haber recibido tantos beneficios de él. Pero agregó que en este caso estaba dispuesto a no seguir buscando y que, a falta de algo mejor, haría la cabeza de ese importuno e indiscreto prior. El duque se divirtió enormemente y declaró, riendo, que tenía mucha razón. Entonces el pobre prior, lleno de vergüenza, se dedicó a apremiar a los jardineros y dejó en paz a Lionardo. El artista terminó su Judas, haciéndolo la verdadera imagen de la traición y la crueldad. La cabeza de Cristo quedó inconclusa, como he dicho. La nobleza de esta pintura, su composición y el cuidado con que estaba terminada, despertaron en el rey de Francia el deseo de llevarse la obra a su patria. En consecuencia, empleó arquitectos para que intentaran armarla con vigas y hierros para transportarla sin peligro, y no reparó en los gastos, tan grande era su deseo. Pero el Rey se vio defraudado porque la pintura estaba hecha en la pared, y así les quedó a los milaneses.
ESQUEMA DE ORDENAMIENTO DE LA ULTIMA CENA (Leonardo 1495-1498)
Mientras estaba trabajando en la Última Cena, Lionardo pintó el retrato de Ludovico con Maximiliano, su hijo mayor, en la parte superior del mismo refectorio, donde había una Pasión en el viejo estilo. En el otro extremo pintó a la duquesa Beatrice con Francesco, su otro hijo, que más adelante llegaron a ser duques de Milán. Esos retratos son maravillosos. Cuando estaba ejecutando estas obras, Lionardo propuso al duque erigir un caballo de bronce de proporciones colosales, con el duque montando en él, para perpetuar su memoria. Pero lo comenzó en tal escala, que jamás pudo ejecutarse. Tal es la malignidad del hombre, cuando lo mueve la envidia, que hay quienes creen que Lionardo lo comenzó, como muchas de sus obras, con la intención de no terminarlo, puesto que su tamaño era tan grande que se podían prever las extraordinarias dificultades que surgirían para fundirlo. Y es muy probable que muchos se hayan formado esa opinión, ya que tantos trabajos suyos quedaron inconclusos. Empero, podemos muy bien creer que su grande y extraordinario talento se sentía trabado por ser demasiado temerario, y que la verdadera causa era su afán de progresar de excelencia a excelencia, y de perfección a perfección. Quizá «la obra fue demorada por el deseo», como dice nuestro Petrarca. En verdad, aquellos que han visto el gran modelo en barro hecho por Lionardo, aseguran que jamás contemplaron nada más bello y soberbio. El trabajo se conservó hasta que los franceses llegaron a Milán, conducidos por Luis, rey de Francia, y lo hicieron pedazos. También se perdieron un pequeño modelo en cera, considerado perfecto, y un libro de anatomía del caballo, hecho por él.
Estudio para monumento equestre (Leonardo 1488-89)
Más adelante, Lionardo se dedicó con mayor asiduidad aún al estudio de la anatomía humana, ayudando a Messer Marcantonio della Torre, excelente filósofo, quien a la sazón enseñaba en Padua y escribía sobre estas cuestiones y a su vez le prestó ayuda. He oído decir que fue uno de los primeros en ilustrar la ciencia de la medicina, según la doctrina de Galeno, y en revelar secretos de la anatomía, envuelta hasta entonces en las espesas tinieblas de la ignorancia. En esta tarea fue maravillosamente secundado por el ingenio, el trabajo y la destreza de Lionardo, quien hizo un libro de dibujos anatómicos hechos con lápiz rojo y a pluma. Para ello disecó y dibujó con grandísimo cuidado todo el esqueleto, al que agregó todos los nervios y músculos, los primeros ligados al hueso, los segundos que lo mantienen firme y los terceros que lo mueven. Y en las diversas partes escribió notas con curiosos caracteres, usando la mano izquierda y escribiendo al revés, de modo que no se pueden leer los textos sin cierta práctica, salvo mediante un espejo. Gran parte de las hojas de esta anatomía están en poder de Messer Francesco de Melzo, gentilhombre milanés, que guarda celosamente estos dibujos. En tiempos de nuestro pintor era un niño encantador, por quien Lionardo sentía gran afecto, y en la actualidad es un hermoso y cortés anciano, que posee también un retrato de Lionardo, de feliz memoria. Quienquiera logre leer estas notas de Lionardo, se sorprenderá al comprobar cuán acertadamente este divino espíritu razonaba sobre las artes, los músculos, los nervios y las venas, con la mayor diligencia en todas las cosas.
Estudio de las manos (Leonardo 1474)
Un pintor de Milán posee también algunos originales de Lionardo, escritos del mismo modo, que tratan sobre pintura y técnica del dibujo y el color. No hace mucho, este pintor vino a verme a Florencia, pues era su deseo publicar la obra. Luego se trasladó a Roma para hacerla imprimir, mas ignoro con qué resultado. Pero, volviendo a las obras de Lionardo, cuando éste se encontraba en Milán, el rey de Francia fue a la ciudad y le pidieron que hiciera alguna cosa curiosa; en consecuencia, hizo un león que caminaba, luego de dar unos pocos pasos, se le abría el pecho y dejaba ver profusión de lirios. En Milán, Lionardo tomó como discípulo a Salai, nacido en esa ciudad. Éste era un gracioso y hermoso joven con delicados cabellos rizados, que encantaba particularmente a Lionardo. Le enseñó muchas cosas y retocó cuadros que en Milán se atribuyen a Salai. Cuando el pintor volvió a Florencia se encontró con que los Servitas habían encomendado a Filippino la tabla del altar mayor de la Nunziata. Al saberlo Lionardo, declaró que le hubiera gustado hacer una cosa semejante. Cuando se enteró Filippino, que era muy cortés, renunció a pintarla. Los frailes, deseando que Lionardo realizara la obra, lo alojaron en su casa y le pagaron todos sus gastos y los de su familia. Estuvo mucho tiempo preparando la obra, pero nunca la comenzaba. Finalmente dibujó un cartón de la Virgen, Santa Ana y Cristo, el cual no sólo llenó de admiración a todos los artistas: cuando estuvo terminado y colocado en su lugar, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos desfilaron durante dos días para verlo, como se va a las fiestas solemnes, y se maravillaron sobremanera. El rostro de la Virgen manifiesta toda la simplicidad y belleza que puede comunicar la gracia a la Madre de Dios. Se ve en ella la modestia y humildad de una Virgen llena de gozo y contento al contemplar la belleza de su Hijo, al que sostiene tiernamente en su regazo. Mientras lo mira, el pequeño San Juan, a sus pies, acaricia un corderillo y Santa Ana sonríe llena de alborozo, al ver que su progenie terrena se ha vuelto divina; es una concepción digna de la gran inteligencia y genio de Lionardo. Este cartón, como se dirá más adelante, fue llevado a Francia.
La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan. Leonardo 1499
Lionardo hizo un hermoso retrato de Ginevra, esposa de Amerigo Benci, y luego abandonó el trabajo que le encargaran los frailes, quienes volvieron a llamar a Filippino, el cual no lo pudo terminar, pues a poco murió. Por encargo de Francesco del Giocondo, Lionardo emprendió el retrato de Mona Lisa, su mujer, y lo dejó sin terminar después de haber trabajado en él cuatro años. Esta obra está ahora en poder del rey Francisco de Francia, en Fontainebleau. Aquella cabeza muestra hasta qué punto el arte puede imitar la naturaleza, pues allí se encuentran representados todos los detalles con gran sutileza. Los ojos poseen ese brillo húmedo que se ve constantemente en los seres vivos, y en torno de ellos están esos rosados lívidos y el vello que sólo pueden hacerse mediante la máxima delicadeza. Las cejas no pueden ser más naturales. Por la manera como salen los pelos de la piel, aquí tupidos y allí ralos, encorvándose según los poros de la carne. La nariz parece viva, con sus finas y delicadas cavidades rojizas. La boca entreabierta, con sus comisuras rojas, y el encarnado de las mejillas no parecen pintados sino de carne verdadera. Y quien contemplaba con atención la depresión del cuello, veía latir las venas. En verdad, se puede decir que fue pintada de una manera que hace temblar y desespera al artista más audaz. Mona Lisa era muy hermosa, y mientras el artista estaba haciendo su retrato empleó el recurso de hacerle escuchar músicas y cantos, y proporcionarle bufones para que la regocijaran, con el objeto de evitar esa melancolía que la pintura suele dar a los retratos que se hacen. La figura de Lionardo tiene una sonrisa tan agradable, que más bien parece divina que humana, y fue considerada maravillosa, por no diferir en nada del original. La fama de este divino artista creció a tal punto por la excelencia de sus obras, que todos los que se deleitaban con las artes y la ciudad entera quisieron que les dejase alguna memoria suya y le rogaron encarecidamente que pensara en alguna obra decorativa digna de atención por la cual el Estado pudiera adornarse y honrarse con el genio, la gracia y el entendimiento que caracterizaban sus producciones.
La Gioconda. Detalle. Leonardo 1503-1505
Por decisión del gonfaloniero y de ciudadanos importantes (y de esto hablaremos más extensamente en otro lugar) se estaba reconstruyendo la sala del Consejo bajo la dirección de Giuliano San Gallo, Simone Pollajuolo, llamado Cronaca, Miguel Ángel Buonarroti y Baccio d'Agnolo, y habiéndola terminado con gran prisa, se ordenó por decreto público que se encomendara a Lionardo la ejecución de alguna obra hermosa. De esta suerte, Piero Soderini, a la sazón gonfaloniero de Justicia, le encargó la pintura de dicha sala. Entonces Lionardo comenzó por dibujar un cartón en la Sala del Papa, en Santa Maria Novella, con la historia de Niccolò Piccinino, capitán del duque Filippo de Milán. Dibujó un grupo de jinetes que combaten por un estandarte, obra maestra por su manera de tratar la refriega, expresando la furia, la ira y el carácter vengativo, tanto de hombres como de caballos; dos de estos últimos, con sus patas delanteras trabadas, están peleando a dentelladas, con no menos ferocidad que sus jinetes, quienes combaten por el estandarte. Un soldado, poniendo su caballo al galope, se ha dado vuelta y, agarrando el asta de la bandera, trata de arrancarla a la fuerza de las manos de otros cuatro, mientras dos la defienden y tratan de cortar el asta con sus espadas; un viejo soldado con un gorro rojo aferra el asta con una mano, al par que grita y blande con la otra un alfanje, amenazando cortar las manos de los otros dos, quienes, rechinando los dientes, hacen lo imposible para defender su estandarte. En el suelo, entre las patas de los caballos, se ven dos figuras en escorzo, trabadas en lucha; mientras un soldado yace por tierra, el otro se le echa encima y alza el brazo cuanto puede para hundir con toda su fuerza el puñal en la garganta de su adversario; este último, forcejeando con las piernas y los brazos, hace tremendos esfuerzos para escapar a la muerte. Los innumerables dibujos que Lionardo hizo para los trajes de los soldados desafían toda descripción, sin hablar de las cimeras y otros ornamentos. Increíble maestría hay en la forma y disposición de los caballos, que supo hacer mejor que cualquier otro maestro, con sus recios músculos y su graciosa belleza. Se dice que para dibujar el cartón hizo una ingeniosa armazón que subía cuando se la apretaba y bajaba cuando se la ensanchaba. Pensando que podía pintar al óleo en la pared, hizo una mezcla tan espesa para el encolado del muro, que cuando empezó su pintura, ésta comenzó a chorrear. Al poco tiempo, Lionardo abandonó la tarea, viendo el trabajo arruinado.
Estudio del rostro de dos guerreros para la batalla de Anghiari . Leonardo 1504
Copia de la batalla de Anghiari. Peter Paul Rubens 1630
Lionardo tenía alma grande y era generosísimo en todas sus acciones. Se cuenta que una vez que fue al Banco a buscar la asignación mensual que solía recibir de Piero Soderini, el cajero pretendió entregarle unos cartuchos de maravedíes, pero no los quiso recibir, diciendo: «No soy pintor de maravedíes». Cierta vez que Soderini fue acusado de malversación y víctima de murmuraciones, Lionardo, con la ayuda de algunos amigos, reunió dinero y se lo llevó para que lo restituyera, pero Soderini no quiso aceptarlo. Fue a Roma con el duque Julián de Médicis con motivo de la elección de León X, quien se ocupaba de filosofía y especialmente de alquimia. En el camino hizo una pasta con cera y modeló animales huecos muy livianos que, al soplarlos, volaban por el aire, pero caían en cuanto cesaba el viento. A un curioso lagarto que encontró el viñatero del Belvedere, Lionardo le pegó en el cuerpo escamas de otros lagartos, con una mezcla que contenía mercurio. Las escamas temblaban cuando el animal se movía. Después de ponerle ojos, cuernos y una barba, lo domesticó y lo encerró en una caja. Todos los amigos a quienes se lo mostraba echaban a correr aterrorizados. También solía hacer secar y limpiar las tripas de un capón, volviéndolas tan reducidas que cabían en la palma de la mano. En otra habitación guardaba un fuelle de herrero y con él solía inflar las tripas hasta que llenaban la pieza, que era grande, obligando a los que estaban presentes a refugiarse en un rincón. Hizo muchas locuras como ésta, estudió los espejos y efectuó curiosos experimentos en busca de aceites para pintar y barnices para conservar las obras pintadas. En esta época pintó para Messer Baldassare Turini de Pescia, datario de León, un cuadrito con la Virgen y el Niño, ejecutado con infinita diligencia y arte. Pero ahora está muy deteriorado, sea por negligencia o a causa de sus numerosas y caprichosas mezclas de preparaciones y colores. En otro cuadro representó a un niñito, maravillosamente bello y gracioso. Ambas obras están ahora en Pescia, en poder de Messer Giulio Turini. Se cuenta que habiéndole encargado el Papa una obra, Lionardo se puso a destilar aceites y hierbas para hacer barniz, por lo que el Papa exclamó: «Este hombre jamás hará nada, pues comienza por pensar en el fin de la obra antes de comenzarla». Había gran enemistad entre él y Miguel Ángel Buonarroti. Este último abandonó Florencia a causa de esa rivalidad, y el duque Julián lo excusó, porque había sido llamado por el Papa para hacer la fachada de San Lorenzo. Al enterarse de ello Lionardo, salió para Francia, donde el rey, que tenía obras suyas, quería que le hiciera en pintura el cartón de Santa Ana. Pero Lionardo, según su costumbre, lo entretuvo con palabras mucho tiempo. Finalmente, llegado a viejo, estuvo enfermo muchos meses y, viéndose cercano a la muerte, quiso instruirse en las verdades de la Fe Católica y en nuestra buena y santa religión cristiana. Luego, habiendo confesado y demostrado su arrepentimiento con muchas lágrimas, tomó con gran devoción el Santísimo Sacramento, bajando de su lecho sostenido por sus amigos y sirvientes, pues no podía tenerse en pie. Al llegar el rey, que solía hacerle amistosas visitas, Lionardo se sentó respetuosamente en la cama y comenzó a relatar detalles de su enfermedad y a manifestar cómo había ofendido a Dios y a los hombres por no haber trabajado en su arte como hubiera debido. Le atacó luego un paroxismo, presagio de la muerte, y el rey se acercó y le sostuvo la cabeza para ayudarlo y demostrarle su favor, así como para aliviar su malestar. Entonces el divino espíritu de Lionardo, reconociendo que no podía gozar de mayor honor, expiró en los brazos del rey, a la edad de setenta y cinco años. La pérdida de Lionardo causó extraordinario pesar entre quienes le habían conocido, pues jamás había existido un hombre que diera tanto brillo a la pintura. Con el esplendor y la magnificencia de su porte, confortaba a toda alma triste, y su elocuencia convencía a los hombres con sus razones. Su fuerza era prodigiosa, y con su mano derecha podía doblar el soporte de una campanilla de pared o una herradura como si fuesen de plomo. Sumamente liberal, acogía y ayudaba a cualquier amigo, pobre o rico, siempre que tuviera algún talento y habilidad. Su presencia adornaba y honraba la morada más mísera y desnuda. Por eso Florencia recibió un gran don con el nacimiento de Lionardo, y sufrió una pérdida infinita con su muerte. En el arte de pintar agregó cierta obscuridad a la manera de colorear con óleo, mediante la cual los modernos han dado gran vigor y relieve a sus figuras. Demostró su talento en la estatuaria en tres figuras de bronce que se encuentran sobre la puerta de San Giovanni, del lado norte. Fueron ejecutadas por Giovanni Francesco Rustici, pero bajo la dirección de Lionardo, y son los bronces más bellos por su diseño y general perfección que se han visto hasta ahora. También debemos a Lionardo un gran adelanto en el conocimiento de la anatomía de los caballos y los hombres. Así, por sus dones superiores, aun cuando obraba mucho más de palabra que de hecho, jamás se extinguirá su nombre y fama. En alabanza suya, Messer Giovanni Battista Strozzi escribió: Vince costui pur solo Tutti altri, e vince Fidia e vince Apelle, E tutto il lor vittorïoso stuolo . Giovanni Antonio Boltraffio, de Milán, fue discípulo de Lionardo y hombre muy hábil e inteligente. En el año 1500 pintó para la iglesia de la Misericordia, situada en las afueras de Bolonia, una tabla al óleo con la Virgen y el Niño, San Juan Bautista, un San Sebastián desnudo y el retrato del donante de rodillas. Puso su firma en esta hermosa obra, agregando que era discípulo de Lionardo. Realizó otras obras en Milán y otros lugares, pero la que acabo de comentar es la mejor de todas. Marco Uggioni, otro discípulo, pintó en Santa Maria della Pace la Muerte de la Virgen y las Bodas de Caná en Galilea.
San Juan Bautista. Leonardo 1513-1516
(Texto tomado de:Vida de los mas excelentes pintores, escultores y arquitectos. Autor: Giorgio Vasari)
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