Selección del autor.
En Archivos puede leerse completa su obra
Una historia improbable
y las posibles aplicaciones del Sistema Modular de Creación
a su montaje y representaciones.
SANGRE PARA AMASAR EL BARRO·
Francisco Garzón Céspedes
Soliloquio de una mujer joven.
(La mujer, portando un vestuario muy caro y elegante aparece rodeada de paquetes de bolsas plásticas, de las utilizadas para botar la basura, y de otros tres paquetes en los que las bolsas plásticas envuelven una barra de hierro, una soga y un cuchillo de carnicero. Estos tres elementos, hierro, soga, cuchillo, serán desempaquetados cuando la mujer en su soliloquio alude a ellos de modo significativo. La mujer utilizará de forma realista y/o simbólica las bolsas –desde el principio–, el hierro, la soga y el cuchillo para expresarse. Toda la proyección de la mujer: los recursos de su voz y sus acciones físicas o lenguajes corporales dependen fundamentalmente de lo que en cada instante dice. Se trata de un rito. Un rito previo a...) El carnicero se sorprendió al verme entrar en la carnicería. No en la del supermercado, allí no me atreví a preguntar. Fui hasta el barrio. ¡Tanto tiempo sin cruzar esas calles pedregosas del cerro! ¡Tanto tiempo sin reconocer sus casas hundidas en el fango, recostadas en el polvo, agrietadas como si el barro de las paredes se adornara para el derrumbe! Una se olvida o trata de olvidarse de la miseria. Se olvida sobre todo cuando una fue pobre y conoció el mordisco en el vacío… del hambre. Y supo del hambre inaugurando los amaneceres, del aullido de perra rabiosa del hambre en el estómago despertándola a una cada mañana. Del hambre presidiendo la mesa vacía a la hora del desayuno, y de nuevo vacía a la hora de la comida, y otra vez amargamente vacía a la hora de la cena. ¡Del hambre haciendo de la noche una pesadilla! ¡Del hambre retorciendo el cuerpo, y retorciendo… la conciencia! ¡Del hambre vibrante en los colmillos, espumosa en la lengua, jadeante en la garganta! (Pausa.) El carnicero al verme, como en los años de mi infancia, empezó a decir: ¡Carmen...! Pero no lo completó. Y ese "Carmencita" incompleto contra mi rostro, ese "Carmencita" flotando entre los ganchos de hierro y las costillas desnudas de las reses me trajo recuerdos de la niñez y de la adolescencia. (Pausa.) En aquellos años, las raras veces que de niña yo entraba en la carnicería con unas miserables monedas bien apretadas en el puño; porque esas pocas monedas no significaban carne fresca y jugosa, pero eran al menos algunos huesos para cocinar una sopa, y una sopa representaba la posibilidad de sobrevivir, de engañar el hambre… En aquellos años, el carnicero, que de pesar y sopesar los animales, de sacrificarlos y cortar los pedazos para la venta, había terminado por ser el partero del barrio, el de las mujeres humildes que se confiaban a sus manos hábiles y generosas… En aquellos años, el carnicero, que me había extraído casi ahogada del cuerpo de mi madre, al yo llegar me gritaba jubiloso como si anunciara a voces una estrella de circo: “¡Carmencita, contigo entra el sol!” Y yo olvidaba mi ropa desteñida, remendada, y me sentía como una flor que se desprendía de los pétalos muertos. Y ante aquel: "¡Carmencita, contigo entra el sol!", yo imaginaba un sol con mi rostro dentro del círculo, iluminando la carnicería, transformándolo todo: la carne picada y la cabeza cortada de un cerdo que recibió horrorizado la muerte; transformándolo todo en luz, en espuma blanca, en espuma destellante, en espuma transparente. ¡Un cerdo! ¡De eso, de eso fui hoy por la mañana a preguntar al carnicero! (Pausa.) Pero, después de los tantos años de no encontrarnos, él no completó su: "¡Carmencita!". Y yo no me sentí niña como entonces. Ni tampoco adolescente. No me sentí aquella muchacha que oía maravillada, en la voz del carnicero, las trompetas del circo que la anunciaban, no al entrar en la carnicería, sino al entrar en la carpa por la puerta de los artistas, al avanzar hacia el centro entre el atronador estampido de los aplausos… Aquella muchacha que al compás musical de la voz del carnicero se desabotonaba la capa y caminaba erguida y floreciente entre los payasos, y saludaba con una reverencia al público… No me sentí aquella muchacha que se acercaba a un extremo de la pista, y casi desnuda en su pureza, intocada, ascendía por la escalerilla para alcanzar la madera y la cuerda suspendida más allá del mástil de la carpa, suspendida del cielo... ¡La cuerda! (Pausa. Desempaqueta este elemento y lo utiliza para expresarse.) Aquella muchacha que ascendía para alcanzar el trapecio y volar libre por los aires… ¡Olvidada de la mesa vacía como un desierto! ¡Olvidada del barro pegajoso de las paredes! ¡Olvidada de los harapos! ¡No! ¡No me sentí lo mejor de mí, yo niña, yo muchacha en el barrio, con mucha hambre, pero también con muchos sueños, en medio de los míos que me daban un vestido que habían cosido con las tiras de su piel, un plato de comida arrancado de sus entrañas. ¡No! Cuando el carnicero dejó de decir: "¡Carmencita!", para decir: "¡Señora!", y bajar la cabeza derrotado frente a mi coche detenido a la puerta de la carnicería... Cuando el carnicero apagó las trompetas de su voz y sólo dijo: "¡Señora!", así de distante entre sus manos que me trajeron al mundo y yo, no pensé en el coche, ni en la mansión a la que me llevó mi marido cuando nos casamos y me sacó del barrio, sino que pensé en las grietas de la casa oscura y húmeda en donde nací; pensé en mis manos y en las de mi madre y en las de mi hermana, mucho menor que yo; en esas seis manos arañando los montones de barro y levantando el barro viscoso y chorreante entre los dedos para tapar las grietas de las paredes, las grietas surgidas una y tantas veces con cada tormenta de viento y agua, con cada deslizamiento de la tierra resbaladiza del cerro; el barro manchando uñas, brazos, rostro y escurriéndose frío como un camaleón entre los senos igual que las manos de mi marido. ¡El barro! El barro tratando de penetrar por las inmensas puertas y ventanas de mi casa de las nubes. El barro, invisible, ya sobre los suelos de granito y las escaleras de mármol. ¡Sólo yo veo el barro en la mansión! ¡Sólo yo lo siento palpitar allí, a mi alcance, para cuando yo decida tapar las grietas que poco a poco comenzaron a revelárseme en las amplias habitaciones, las grietas que han acabado por ser la columna vertebral de mi marido... “¡Señora!”, dijo, y me sentí despojada de cuando el carnicero me acariciaba como un padre la cabeza. Sentí que eso nunca había ocurrido, que el carnicero nunca me había dicho: "¿Quién ha visto a alguien de ojos tan azules y de pelo como el trigo en este barrio? El resplandor de la inocencia y de la belleza atrae a los chacales. Tú también nos serás arrebatada." (Pausa.) “¡Señora!”, dijo, y sentí que estaba cubierta de barro de cabeza a pies. Cubierta de barro como el día que caí sobre la tumba de mi madre y el barro, cual un molde, no sólo reprodujo mi cuerpo, sino que me inundó toda como un torrente fangoso que me arrasara por dentro. Cubierta de barro como ese día que juré irme de las chabolas, irme a cualquier precio. (Pausa.) “¡Señora!”, dijo el carnicero, y yo me contuve, porque si le decía: "Para usted yo seré siempre Carmencita", el barro me iba a cortar las palabras emergiendo como vómito desenfrenado por la boca. (Pausa.) Así que, supuestamente lejana, le dije: “Vine hasta aquí a pedirle una información. Se la pagaré. Pagaré el tiempo que le ocupe.” Y el carnicero en silencio, mirándome, buscando en mis ojos a la pequeña que fui... (Pausa.) Yo borré a la niña viva en el espejo de sus ojos. Y continué, supuestamente altiva: “Necesito saber, en todos sus detalles, cómo matar un cerdo. Deseo... deseo darle una sorpresa a mi marido. Por primera vez hacer posible el festín desde el principio con mis propias manos.” (Pausa.) "¿Tú?", fue a preguntarme el carnicero, pero la palabra no se le dibujó, y dijo: “¿Usted? Tan... No sé si podrá.” (Pausa.) “¡Podré! Es mi mayor deseo ese festín. Tendré que poder. Usted dígame cómo se hace y no se preocupe. Yo le pagaré su tiempo.” (Pausa.) “El tiempo aquí va despacio. Sigue sin haber mucho que vender y sin que la gente del barrio casi consiga comprar. El tiempo a usted se lo regalo. Es que le agradezco, aunque duró segundos, el recuerdo del sol.” (Pausa.) Yo insistí en mi pregunta, supuestamente sin memoria: “Yo no dispongo de demasiado tiempo. ¿Cómo se mata un cerdo?” (Pausa.) “¿Es un cerdo grande?” (Pausa.) “Sí, es un cerdo enorme.” (Pausa.) “Señora, usted necesitará que alguien lo tumbe y le ate las dos patas del lado derecho.” (Pausa.) “Estaré sola esta tarde. Hoy di el día de descanso a..., a los..., a los que trabajan en la casa.” (Pausa.) “¡A los criados!”, precisó el carnicero. (Pausa.) “A los criados.” admití. (Pausa.) “Tendrá primero, entonces, que golpearlo en la cabeza con un hierro y atontarlo. Cuando ya esté en el suelo, para mayor seguridad, acuérdese de lo que le dije, sería conveniente que le atara las dos patas del lado derecho.” (Pausa.) ¡El hierro! (Pausa. Desempaqueta este elemento y lo utiliza para expresarse.) “Golpearlo en la cabeza con un hierro y atontarlo.”, repetí. (Pausa.) “No olvide atarle las patas.” (Pausa.) “No lo olvidaré. No debe escapárseme. Compraré el hierro y la soga.” (Pausa.) El carnicero volvió a mirarme fijamente a los ojos. Él ya no contemplaba a la niña. Intentaba perfilar desde su vejez, cómo era la mujer. Empecé a escuchar la explicación: “El cuchillo debe ser grande, como grande es el cerdo, y estar muy afilado. Debe matarlo de una puñalada al corazón. Levántele la pata del lado superior izquierdo y hunda el cuchillo de un golpe. Tenga en cuenta que la sangre va a brotar a borbotones. Hágalo donde la sangre no le manche el suelo, donde no deje huellas. He visto las mansiones, como la de su marido, de lejos. Muros altos rodean los patios. Hágalo en el patio trasero, así nadie... nadis la observará. Antes de matar... un cerdo, se hierve agua, cuando ya el cerdo está muerto se le echa el agua caliente mientras se le afeita. Lo siguiente es darle una cuchillada desde la parte inferior del hocico, pasando por el vientre hasta llegar al rabo. Una cuchillada que lo divida en dos. Extráigale al cerdo las vísceras: hígado, riñones y lo demás. También las tripas. No olvide... el corazón. Entonces cuélguelo de un gancho y métale un palo entre las patas delanteras para abrirlo bien. Cuélguelo para que escurra la sangre y el agua, y para que lo descuartice completo. Cada cual descuartiza el cerdo en un orden distinto. Usted córtele las patas, sepárele las costillas, sepárele la carne toda, sepárele la aguja o columna vertebral. Quizás usted aprendió los nombres técnicos, se fue de aquí una chiquilla y dicen que él le puso profesores, y que ellos la enseñaron a comportarse en aquel mundo. Lo he comprobado esta mañana. Usted es diferente de cuando... Pero le hablaba de cómo matar un cerdo y descuartizarlo. A un cerdo, cuando no le queda carne, se le corta la capa y la empella, para hacer chicharrones y...” (Pausa.) “¡Es bastante! ¡Ya sé lo necesario!” (Pausa.) “Le aconsejo que las vísceras, en fin, cualquier parte que desee hacer desaparecer del cerdo, aquello con lo que no le agradaría tropezar, entiérrelo hondo, donde la lluvia o algún perro no vayan a desenterrárselo. Lo ideal es usar esos desperdicios como abono y plantarle un retoño de árbol encima, pero puede resultar mucho trabajo.” (Pausa.) “Le agradezco la explicación y el... consejo. Permítame pagarle.” (Pausa.) Y fue en ese momento cuando el carnicero, como si se dirigiera a la niña, me preguntó: “No ha sido fácil, ¿verdad?” Y yo sentí el barro. El barro creciéndome hacia la boca y con un gran esfuerzo respondí, supuestamente seca: “En este país todo es difícil. Las reglas son comprarlo y venderlo todo. Yo aprendí que ése es el juego.” (Pausa.) “Un juego cruel, señora.”, dijo el carnicero, y la niña quedó perdida entre nosotros. “A veces es preferible no jugarlo.”, afirmó. (Pausa.) “¿Y sobrevivir abajo en vez de tratar de vivir arriba? ¿Sobrevivir en el barro en vez de tratar de vivir en las nubes?” (Pausa.) “¿Usted vive arriba o sobrevive arriba?” (Pausa.) “Yo huí del barro.” (Pausa.) “Con barro aquí se construyen casas.” (Pausa.) “¡Odio el barro! Yo me escapé de la miseria.” (Pausa.) “¡De esta miseria! Se comentan cosas de su marido por el barrio. Él ha regresado en varias ocasiones. A lo mismo. En estas ocasiones ya no hay boda. Pero esas muchachas son tan jóvenes, tan niñas como era usted cuando él vino y se la llevó. O como cuando él y usted vinieron y se llevaron a su hermana. Su hermana tenía menos edad que la que tenía usted cuando se marchó. (Pausa.) “¿Usted sabe? ¡Usted sabe! Yo creí que iba a librarla de la miseria. Yo desconocía que mi marido había regresado por acá. Él me mintió para justificar sus... Procuré convencerlo de que nos lleváramos a mi hermana a la mansión. Era una niña y podíamos educarla. Mi marido se oponía porque mi hermana no... Usted la conoció, su incapacidad para... Mi marido no estuvo de acuerdo en que mi hermana nos acompañara hasta que advirtió, al volver a verla, que ya era casi adolescente y... (Pausa.) “Su hermana era una niña muy...” (Pausa.) “¡Muy dulce! Nuestros parientes del barrio la querían, la cuidaron. Una niña con el pelo negrísimo y aquella ternura como de conejo.” (Pausa.) “Se notaba que su hermana sería una muchacha muy hermosa.” “Sí. Mi hermana.” “En el cerro se supo que hace una semana murió. Los periódicos escriben habladurías. No pretendo dañarla a usted, pero su hermana, realmente, ¿cómo murió?” (Pausa. La mujer en este instante, o en otro a lo largo de lo que se refiere a la muerte de su hermana, podría representar el rechazo de su hermana a la violación, en medio de desesperados sonidos guturales, los de un animal acorralado que se defiende de una violencia bestial.) ¡Aaaaah! ¡Aaaaaaaaaah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ya tengo el hierro, la soga y el cuchillo! No me importó irme del barrio con un hombre viejo al que no amaba. Un hombre viejo y… violento. No me importaron los olvidados de allá. No me importó la tumba de mi madre desaparecida al deslizarse la tierra fangosa. No me importaron las casas de mi gente hundiéndose cada día en el lodo. Hasta olvidé a mi hermana. Olvidé al carnicero. Olvidé las trompetas: “¡Carmencita, contigo entra el...!" Me importó salir del barro, desterrarlo de mi cuerpo, impedir que el barro penetrara en la casa de las nubes. Y para impedir que el barro asaltara por segunda vez mi vida no me importó de dónde provenía el dinero. No me importaron las salidas nocturnas de mi marido. Las salidas, junto a otros de su misma violencia, para cazar... ¿Para cazar a quiénes? No pregunté. Ni siquiera me importó que una y otra vez, con cualquier justificación, mi marido trajera nuevas criadas a la casa, siempre muy jóvenes, casi niñas. ¡No me importó! ¡No pregunté! ¡No supe! ¿Cómo no supe? (Pausa.) Y el barro penetrando en la casa. Penetrando a pesar de que yo luchaba por detenerlo, quedándome sin memoria. Sin conciencia. ¡El barro visible únicamente para mí! ¡Enloqueciéndome! ¿Dónde? ¿Dónde el amor? ¿Dónde está el amor? (Pausa.) El barro cerca para cuando, con las dos manos embarradas como en la infancia, me decidiera a tapar las grietas que le aparecían, que le aparecen, a la casa de las nubes. El barro y las grietas en el cuerpo putrefacto en vida de mi marido. Grietas que me han permitido verlo por dentro y ver, a través de él, su mundo. (Pausa.) Me acordé de mi hermana cuando comenzó a angustiarme la soledad. Quería a mi hermana, pero me daba miedo no lograr comunicarme con ella, me daban miedo sus ojos tan asombrados y su boca sin palabras. La traje a esta casa contra su deseo, ansiaba proporcionarle mis nubes y que me acompañara en la desolación de estas alturas. Ansiaba reparar el olvido. (Pausa.) A mi hermana la hallaron muerta los criados una semana atrás al regreso de su día de descanso. Yo estaba ingresada en una clínica. Mi marido me había… (Pausa.) Mi marido declaró a la policía que había viajado fuera de la ciudad por un asunto de negocios. Y al parecer presentó pruebas. (Pausa.) La sangre, los muebles destrozados, la ropa hecha pedazos, probaban que mi hermana se defendió. No podía gritar palabras para pedir que la auxiliaran. Era muda. Fue ahogada y violada. No fue la primera, no será la última. Sólo que ésta era mi hermana. Intenté vendarme los ojos y no pude. Callar las preguntas. Taponar los oídos ¡y no pude! (Pausa.) Esta mañana, en el cuarto donde dormía mi hermana, revisándolo todo, rastreándolo todo, descubrí en el suelo la sortija. ¡Nunca había tenido una certeza! Luego fui a preguntar al carnicero. Al mediodía compré, en una tienda de otra zona de la ciudad, la barra de hierro, la soga, el cuchillo y… las bolsas para la basura. (Pausa.) ¡El cuchillo! (Pausa. Desempaqueta este elemento y lo utiliza para expresarse.) ¡El cerdo está al llegar! La sortija se la mostraré después del golpe en la cabeza, cuando recobre el conocimiento y se sorprenda de estar fuertemente atado. La puñalada será una sola. ¡Una sola! ¡Y la sangre brotará por la grieta para amasar el barro!
· Soliloquio que tiene versiones en la narrativa de Francisco Garzón Céspedes, la primera: “Las grietas y el barro”. Ha sido estrenado dentro del teatro profesional en los años ochenta y noventa en Cuba, México y España, entre otros países, y, en varios, en más de una ocasión; el montaje mexicano, dirigido por Garzón Céspedes y estrenado en Centro Cultural El Juglar, en México Distrito Federal, fue llevado de gira por México y representado en los Estados Unidos de Norteamérica. En este Siglo existen ya otros dos montajes mexicanos, uno de ellos, en el 2006, ha llegado a escenarios de Portugal y España.
Francisco Garzón Céspedes
(Monólogo, desde un “yo mentiroso”,
de cualquier mujer, sin más.
O monólogo de una vedette o de cualquier otro
personaje un tanto enloquecido, alienado).
(Como todo monólogo, y al contrario de un soliloquio, se trata de una situación en que se habla “para” alguien, en este caso se presupone que existe un público de uno u otro tipo). ¡Yo tenía…! ¡Yo tenía una gata única en el mundo…! ¡Me lo crean… o no me lo crean! (Pausa.) Mi gata era como yo. Así, ronroneadora, holgazana y… Bueno, como yo. ¡Hermosa la gatica! ¡Un amor! Pero no es por eso que era única en el mundo, aunque ya eso era bastante bastante. Díganme ustedes: ¿Si vieran una gata como yo no dirían que es única en el mundo! ¡Pero no! Yo tenía una gata única en el mundo por otras razones. Por razones de peso. Mi gata, cada vez que maullaba, lanzaba por la boca como si fueran soles y estrellas relucientes, monedas y más monedas. Y mientras más maullaba, más monedas y monedas lanzaba. (Pausa.) La primera vez que mi gata maulló, era tan chiquitica, que la moneda que le salió por la boca era del tamaño de una lentejuela. ¡Ay, las lentejuelas! ¡Con lo que me gustan a mí las lentejuelas! Yo coleccioné todas aquellas diminutas monedas y me hice un vestido. ¡Qué vestido! Cuando me lo ponía para andar por la calle todos se apartaban a mi paso. Me parece oírlos. Los horrores que decían cuando el sol le daba al vestido y los cegaba. ¡Envidiosos! (Pausa.) Yo me sentaba horas y horas frente a la gatica a esperar que maullara. Así debe ser la música celestial, pensaba yo, como los maullidos de esta gata. ¡Y soñaba, soñaba! Porque en la misma medida que mi gata crecía, crecían las monedas que lanzaba por la boca. ¡Y yo soñaba, soñaba! Me compraría, ¡total, ante todo me compraría un hombre! ¿Por qué una no va a poder comprarse su hombre? ¿Por qué una va a tener que estar aceptando cualquier cosa que se le cruce en el camino? ¡La escasez de hombres obliga a las mujeres a cada sacrificio, a llegar a la vejez con cada espantapájaros! ¡A ver!, por qué una no va a poder salir al mercado, ¿o la calle no es un gran mercado?; por qué una no va poder salir y decir: “¡Yo quiero comprar un hombre marca General Electric!” ¡No, no acepto menos! ¡No acepto marcas nacionales! ¡Ni siquiera mexicanas o brasileñas! (Pausa.) Y la gata maullaba, y yo soñaba, soñaba! Me compraría con las monedas de mi gata: ¡Un palacio! No una mansión en las colinas, ¡no!, ahorita las más recientes pasan de moda y los arquitectos ya no saben que construir, cristales por aquí, cristales por allá. ¡Oigan, que desconsideración!, con lo que cuesta mantener limpia, una sola, sencilla, ínfima, ventana de cristales! ¡Tampoco me iba a comprar un piso de lujo en un edificio de la ciudad! Si mientras más de lujo más llaves una está obligada a cargar. Y una siempre se siente contra el piso, porque el peso de las llaves la arrastra la arrastra la arrastra a una contra el suelo. ¡No! Si cada vez tienen más rejas, es como vivir en una jaula que está dentro de una jaula, cercada, finalmente, por otra jaula. ¡No! ¡Con las monedas de mi gata única en el mundo me compraría un palacio! ¡Auténtico! Del siglo… ¡y yo que sé! De cualquiera de esos siglos en que se hacían verdaderos palacios: De piedras enormes, con fosos y puentes levadizos y murallas y torreones. ¡Hasta con sus fantasmas! ¡Todo genuino! ¡Y de excelente calidad! Porque tampoco dejaría que me lo construyeran aquí, que aquí cada vez construyen peor. En este país ya no hacen bien ni una casa, ¡que van a construir en esta época un buen palacio! ¡Yo estoy por lo legítimo de calidad! ¡Y por las importaciones! Y en esto del palacio me pronuncio además por las tradiciones más antiguas. Las tradiciones son lo único que no pasa de moda, ellas se mantienen. ¡Un palacio traído de Grecia! Piedra sobre piedra transportada desde la antigüedad. ¿No es así como se dice? Un palacio de la antigua Grecia gracias a mi gata. (Pausa.) ¡Y yo la oía maullar, y soñaba, soñaba! ¿Qué más necesita en este país que se ha vuelto tan incivilizado una mujer que tiene un hombre General Electric y un palacio de la antigua Grecia? ¡Ah, claro, la cultura! Con las monedas de mi gata me compraría para mi sola una orquesta sinfónica. ¡Eso sí!, ¡con músicos extranjeros! Si una va a convivir con tanta gente dentro de casa, que sean extranjeros. Ingleses, si es posible. ¡Tan refinados! ¡Tan solemnes! ¡Tan ceremoniosos! Imagínense, con tantas reinas como han tenido, estoy segura que viviendo en un palacio la harían sentir a una como su soberana. ¡Yo siempre he querido reinar! (Pausa.) ¿Y qué más, que más necesita una? Bueno… algunas mejoras… total que si una va a ser reina, debe ser la más bella, la más esplendorosa, ¿no? Y no es que requiera hacerme mucho, no. Una sabe cuando está en forma. Reparaciones menores… (Pausa.) ¡Y trajes, por supuesto, trajes de lamé dorado, de terciopelo rojo, de tul azul, de monedas brillantes…! (Pausa.) Les voy a decir algo: ¡No estoy dispuesta a que desde que empecé a contarles que tenía una gata única en el mundo, unos se rían a carcajadas, otros alcen las cejas en señal de duda, y otros me miren lastimeramente! El hecho de que yo me vista de un modo humilde, de que no esté en un palacio, y hasta de que pida dinero prestado a alguno, ¡no significa que yo no tenía una gata única en el mundo, ni significa que mi gata cada vez que maullaba, no lanzaba por la boca monedas y más monedas…! ¡Lo que ocurre… es que las monedas… eran falsas!
· Monólogo que, en aplicación de su Sistema Modular de Creación esta escrito igualmente como cuento del "yo mentiroso", y para una u otra posibilidad de montaje, y que tiene una versión breve en la narrativa de Francisco Garzón Céspedes: “Yo tenía un gato único en el mundo”. “Una gata única en el mundo”, no obstante su ambiente contemporáneo, es un texto escrito como homenaje a las cuenteras(os) mentirosas(os) familiares o comunitarias(os), rurales o urbanas(os) de todos los tiempos, de allí que parte de los modos de los cuentos del “yo mentiroso” de las tradiciones orales, vinculados a una supuesta anécdota personal o que toman como inicio una anécdota para fabular “mentirosamente”. Integra y sugiere maneras de varias artes: de lo oral escénico a lo teatral. Ha sido estrenado en los ochenta y noventa, y en este Siglo, en numerosos países, desde la oralidad artística y desde el teatro profesional, de Venezuela a España, de Colombia a México, y, en varios, en diversas ocasiones; el montaje mexicano de integración de las artes con acento en lo teatral y de carácter modular (alternaba la categoría humorística del original con la dramática), dirigido por Garzón Céspedes y estrenado en México D. F., fue llevado de gira por México y representado en los Estados Unidos de Norteamérica en los ochenta. En España, Garzón comenzó a ensayarlo, para un montaje teatral, con Mayte Torres, con la que ha estrenado exitosamente obras teatrales y otros textos en Costa Rica (Teatro Nacional / Teatro Tiempo) y en España (Espacio CIINOE, Centro Cultural de la Villa de Madrid, Auditorio de Cuenca…), pero este montaje quedó pendiente por otros compromisos, y, mientras, acordaron que, como narración oral escénica, Garzón lo dirigiera a otras narradoras orales para presentarlo, entre más, del Centro Cultural de la Villa de Madrid al Gran Teatro de La Habana, Cuba, y al Palacio de Bellas Artes de México, entre muchos otros.
UNA NOTICIA ENTRE TANTAS REFERIDAS AL TEATRO DE FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
El 4 de Octubre de 2015
Radio Progeso Cadena Nacional,
la más popular de las emisoras cubanas,
escenifico como radio teatro
la obra de Francisco Garzón Céspedes
Las gaviotas no muerden el anzuelo;
publicada junto a
Las gaviotas no hablan inglés
(Dulogía: Gaviota de la noche)
en 1986
por la especializada revista Tablas
del Consejo Nacional de las Artes Escénicas
del Ministerio de Cultura de Cuba.
El teatro de Garzón Céspedes
ha sido llevado al cine,
y convertido en varias ocasiones
en series televisivas y series radiales,
además de estrenado y reestrenado profesionalmente
decenas y decenas de veces
en quince países de Iberoamérica.