VII. Un conflicto entre teorías éticas

VII. Un conflicto entre teorías éticas

En el texto podremos ver cómo Jean Valjean, utiliza un argumento utilitarista para no declarar ante el tribunal pero también recurre a una ética formal-kantiana para defender su obligación de acudir al tribunal y proclamar la inocencia de la persona a la que acusan y que es inocente, al menos de esos cargos.

Javert, antiguo oficial de la prisión en la que estuvo Valjean, parece reconocer al antiguo preso y que sigue en busca y captura. La captura de un delincuente al que confunden con Jean Valjean parece posibilitar la salvación definitiva de Monsieur Madeleine. Aquí es donde se presenta el conflicto moral.

En su obra Los miserables, Victor Hugo nos coloca ante una situación en la que el protagonista reflexiona desde distintas teorías éticas sobre la manera de resolver un conflicto moral.

Jean Valjean, protagonista de la obra, tras pasar diecinueve años en prisión por robar comida e intentar escapar del penal de castigo en el que estaba preso, tiene un encuentro con el obispo Myriel que le hace reflexionar sobre su conducta, rehace su vida y llega a convertirse en un próspero comerciante y alcalde de Montreuil-sur-Mer, bajo la nueva identidad de Monsieur Madeleine.

Los miserables

LIBRO SEPTIMO

El caso Champmathieu

I. Una tempestad interior

Al escuchar a Javert, su primer pensamiento fue ir a Arras, denunciarse, sacar a Champmathieu de la cárcel y reemplazarlo. Esta idea fue dolorosa, punzante como incisión en carne viva; pero pasó, y se dijo: "Veremos, veremos." Reprimió este primer movimiento de generosidad y retrocedió ante el heroísmo […]

Pero poco a poco empezaron a formarse y a fijarse en su meditación algunos conceptos vagos. Principió por reconocer que, por más extraordinaria y crítica que fuera esta situación, era dueño absoluto de ella. Esto no hizo sino aumentar su estupor. […]

-¿Y de qué tengo miedo? -se dijo-. Estoy salvado, todo ha terminado. No había más que una puerta entreabierta por la cual podría entrar mi pasado; esa puerta queda ahora tapiada para siempre. Este Javert que me acosa hace tanto tiempo, que con ese terrible instinto que parecía haberme descubierto me seguía a todas partes, ese perro de presa siempre tras de mí, ya está desorientado. Está satisfecho y me dejará en paz. ¡Ya tiene su Jean Valjean! Y todo ha sucedido sin intervención mía. La Providencia lo ha querido.

¿Tengo derecho a desordenar lo que ella ordena? ¿Y qué me pasa? ¡No estoy contento!

¿Qué más quiero? El fin a que aspiro hace tantos años, el objeto de mis oraciones, es la seguridad. Y ahora la tengo, Dios así lo quiere. Y lo quiere para que yo continúe lo que he empezado, para que haga el bien, para que dé buen ejemplo, para que se diga que hubo algo de felicidad en esta penitencia que sufro. Está decidido: dejemos obrar a Dios. De este modo se hablaba en las profundidades de su conciencia, inclinado sobre lo que podría llamarse su propio abismo. Se levantó de la silla y se puso a pasear por la habitación.

-No pensemos más -dijo-. ¡Ya tomé mi decisión! Mas no sintió alegría alguna. Por el contrario. Querer prohibir a la imaginación que vuelva a una idea es lo mismo que prohibir al mar que vuelva a la playa.

Al cabo de pocos instantes, por más que hizo por evitarlo, continuó aquel sombrío diálogo consigo mismo. Se interrogó sobre esta "decisión irrevocable", y se confesó que el arreglo que había hecho en su espíritu era monstruoso, porque su "dejar obrar a Dios" era simplemente una idea horrible. Dejar pasar ese error del destino y de los hombres, no impedirlo, ayudarlo con el silencio, era una imperdonable injusticia, el colmo de la indignidad hipócrita, un crimen bajo, cobarde, abyecto, vil. […]

Y siguió cuestionándose. Reconoció que su vida tenía un objetivo, pero ¿cuál? ¿Ocultar su nombre? ¿Engañar a la policía? ¿No tenía otro objetivo su vida, el objetivo verdadero, el de salvar no su persona sino su alma, ser bueno y honrado, ser justo? ¿No era esto lo que él había querido y lo que el obispo le había mandado? Sintió que el obispo estaba ahí con él, que lo miraba fijamente, y que si no cumplía su deber, el alcalde Magdalena con todas sus virtudes sería odioso a sus ojos, y en cambio el presidiario Jean Valjean sería un ser admirable y puro. Los hombres veían su máscara, pero el obispo veía su conciencia. Debía, por lo tanto, ir a Arras, salvar al falso Jean Valjean y denunciar al verdadero.

¡Ah! Este era el mayor de los sacrificios, la victoria más dolorosa, el último y más difícil paso, pero era necesario darlo. ¡Cruel destino! ¡No poder entrar en la santidad a los ojos de Dios sin volver a entrar en la infamia a los ojos del mundo!

-Esto es lo que hay que hacer -dijo-. Cumplamos con nuestro deber, salvemos a ese hombre.

[…] Y entonces se acordó de Fantina.

Principió una nueva crisis.

-¡Pero no! -gritó-. Hasta ahora sólo he pensado en mí, si me conviene callarme o denunciarme, ocultar mi persona o salvar mi alma. Pero es puro egoísmo. Aquí hay un pueblo, fábricas, obreros, ancianos, niños desvalidos. Yo lo he. creado todo, le he dado vida; donde hay una chimenea que humea yo he puesto la leña. Si desaparezco todo muere. ¿Y esa mujer que ha padecido tanto? Si yo no estoy, ¿qué pasará? Ella morirá y la niña sabe Dios qué será de ella. ¿Y si no me presento? ¿Qué sucederá si no me presento?

Ese hombre irá a presidio, pero ¡qué diablos!, es un ladrón, ¿no? No puedo hacerme la ilusión de que no ha robado: ha robado. Si me quedo aquí, en diez años ganaré diez millones; los reparto en el pueblo, yo no tengo nada mío, no trabajo para mí. Esa pobre mujer educa a su hija, y hay todo un pueblo rico y honrado. ¡Estaba loco cuando pensé en denunciarme! Debo meditarlo bien y no precipitarme. ¿Qué escrúpulos son estos que salvan a un culpable y sacrifican inocentes; que salvan a un viejo vagabundo a quien sólo le quedan unos pocos años de vida y que no será más desgraciado en el presidio que en su casa, y sacrifican a toda una población? ¡Esa pobre Cosette que no tiene más que a mí en el mundo, y que estará en este momento tiritando de frío en el tugurio de los Thenardier!

[…] Ahora sí que estoy en la verdad; tengo la solución. Debía decidirme, y ya me he decidido. Esperemos. No retrocedamos, porque es mejor para el interés general. Soy Magdalena, seguiré siendo Magdalena.

. ¡Muy bien! Sé hombre respetable, sigue siendo el señor alcalde, enriquece al pueblo, alimenta a los pobres, educa a los niños, vive feliz, virtuoso y admirado, que mientras tú estás aquí rodeado de alegría y de luz, otro usará lo chaqueta roja, llevará el nombre en la ignominia y arrastrará lo cadena en el presidio. Sí, lo has solucionado muy bien. ¡Ah, miserable! Oirás acá abajo muchas bendiciones, pero todas esas bendiciones caerán a tierra antes de llegar al cielo, y allá sólo llegará la maldición