MORANTE NOS SALVA DE LA MEDIOCRIDAD
MORANTE NOS SALVA DE LA MEDIOCRIDAD
Hoy se abrió el periodo favorito de los vendedores de combinados. Se abrió la época en la que el aficionado sobrevive a este público ocasional que se autoproclama aficionado a los toros aunque venga una o dos veces al año. Como buen día de relumbrón, la sospecha de quien sí viene día a día a calentar la piedra de este edén pues acaba teniendo más peso. Por lo que sea, pero si el aficionado se apoya en lo que salió por chiqueros, más aún. El cartel aglutinaba la apabullante cifra de 69 años de alternativa entre los tres actuantes, con evidente -y lógica- facilidad para excluir de la ecuación de la mediocridad al toreo que no tiene fecha de caducidad y que nace de las muñecas de uno de La Puebla del Río. Era Morante hoy el clavo ardiendo de quien sigue enchufado a este veneno tan infectado por la trastienda y la fontanería. Y nos salvó, nos salvó otra vez.
Venía el Lunes de Pescaíto con aires rarunos, tanto como los vestidos que se iban a ver hoy. Estrambótico como él sólo, el de Morante sangraría a los ojos si se posara en otra percha pero como es Jose Antonio… pues eso. Azul agua e hilo blanco, sólo se lo podía poner él. Volviendo al lío que tengo que contarles, la escalera de Matilla iba a comenzar con el inválido primero, que venía tan bien presentado como moribundo en alma y vida. Vino y se fue con la sentencia del pañuelo verde. El colorao que lo enmendó también flaqueó de manos en varias ocasiones pero se mantuvo de aquella forma. El inicio de Morante pegado a las tablas del 2, con los hombros relajados y sólo levantando las muñecas para pasarlo por estatuarios fue perfecto. Pero es que el pase del desprecio cayó a plomo en un grito unánime del que paga. Se sucedieron dos tandas de arrebato máximo, de ajuste tremendo y hondura sublime. Se enfadó Jose Antonio, pero por el izquierdo no tuvo aquello la intensidad necesaria dadas las complicaciones del burelito. Ahí quedaron esos dos testimonios de belleza con la derecha.
Siguió nuestra salvación con Morante en el cuarto, un peldaño más de la escalera de Matilla que parecía sacado de la época de la posguerra. Con el cuajo de un eral apareció en el ruedo para que Morante prodigara sus exquisiteces. Ungido él, ungida su figura toreadora en la mejor representación de lo que es torear reunido, se inventó al toro por completo y dejó, de nuevo, unos pasajes de tremendo calado, de exquisita exactitud en los palmos de terreno en los que toreó. Y es que cuando los demás pierden pasos, ahí se queda él para plantar la muleta y que el animal no tenga otra que viajar hasta el final de un trance profundísimo. El toro tenía una complicación sorda para el público, y es que venía algo cruzado añadiendo a que, cuando veía a Morante, se echaba a los pechos del cigarrero. Sensacional el puñadito de naturales endosados en la segunda raya del tercio, con un pulso férreo para que aquel no se despistase. Se arrebató en una tanda final de derechazos y aquello bramó antes de un abaniqueo que supo a otro tiempo. Un crisol de tauromaquias que nos sacó, durante dos faenas, de un tedio impropio de una tarde de toros. Certera viajó la espada para cortar su oreja. A destacar la tarde, entera, de Ferreira.
El segundo fue un toro basto, serio pero tremendamente basto, con las hechuras abuelladas y sin perfil. Manzanares, con su traje azul apagado y cobre -sin seguridad si es así- quiso soltar las muñecas a la verónica y lo consiguió por momentos, templando y llevándolo en los vuelos del capote. Expusieron Trujillo y Cebadera en un balcón peligroso por ese disparo en el encuentro, por ese derrote que tiraba el toro en la reunión. Eso que apuntaba el toro conluyó en lo contrario en la muleta del alicantino. Más allá de la emoción de la serie estandarizada que Manzanares tiene patentada, algo no cuadra en él. Aquel torero de extraordinario conocimiento de terrenos, de exquisita composición y gran empaque parece haber desaparecido por completo. Bien con la derecha en tandas en redondo, con la izquierda no lo quiso ver teniendo más aún más categoría el oponente por ese pitón. La oreja cayó tras un espadazo algo desprendida. Corrección. Bien Manzanares, pero no trascenderá como una gran labor.
«Menos mal que lo ha pinchado», se llegó a escuchar en el nueve. Y es la pura verdad. Sensacional Manzanares al natural, el frenesí del público conjuraba su salida por la del Paseo Colón desde la mitad de la faena. Al de Matilla le colgaba un cortijo del pitón izquierdo y ahora sí, el alicantino lo toreó con asentamiento aunque falto de temple. Logró correr la mano pero se le notaba el ansia y se ausentó el público. Gran lote de Matilla. Para volver a cerrar bocas que, una tarde más, siguieron abiertas. Cuando se dejó la Puerta del Príncipe -porque iba a caer- algunos suspiraron airadamente. Otros se lamentaron como si un delantero hubiera fallado un penalti. Gran toro de Matilla, por cierto.
El tercero determinó el momento crítico de una plaza con su exigencia. Que Fernando Fernández Figueroa aprobase semejante animal en un coso de primerísima categoría es para replantearse muchas cosas. Bizco del pitón derecho, más propio de un pueblo que de Sevilla, desató un pequeño conato de protestas que no pasaron de lo testimonial. Absolutamente lamentable. Se movió el novillete en banderillas tras el esbozo de Talavante a la verónica y el trámite de la cruceta. Inesperado, por sorpresa, de un derrote enganchó por el muslo derecho a Javier Ambel a la salida del par que cerraba el tercio. No dudó ni un segundo el extremeño para meterse por el burladero y que los compañeros lo llevasen callejón abajo. Llevaba abierto el muslo de una forma espeluznante. La foto que correría por redes sociales minutos después así lo atestiguaba. Sumido en la sosería extrema, Alejandro Talavante no dijo nada con el castaño. Pitón derecho con dulzura, cierta profundidad, todo fueron líneas. La vulgaridad presidió todo su hacer. Incluso se llevó ciertos pitos.
Con el sexto, encendido el público de esta tarde en la que corrió el alcohol por los tendidos como si de una verbena se tratase, comenzó Talavante de rodillas y por la espalda. Dulzura, humillación en un fuelle medio, sin gran chispa, el extremeño cuajó buenos momentos sin llegar a redondear la faena para calificarla como rotunda. El público, a lo suyo, jaleando. Mañana vendrán otros, claro. Para rematar le dieron la oreja. Casquería abierta para todos. Aguantó el tipo para no dar la segunda. Hubiera sido otro escándalo.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla
Feria de Abril. 10ª de abono.
Toros de García Jiménez: Devuelto el 1º por inválido. Mal presentados (sobre todo 3º y 4º) y de juego dispar, con un gran 5º.
Morante de la Puebla: Ovación con saludos tras aviso y oreja.
Jose María Manzanares: Oreja y ovación con saludos.
Alejandro Talavante: Silencio y oreja.