Las óperas de Verdi

Desde sus inicios Verdi estuvo en constante evolución creativa, manteniéndose fiel a sí mismo y respetando la tradición operística italiana. La ópera se encontraba estancada por la función ornamental que desempeñaba el canto, y por la censura que imponía vestuarios, gustos escénicos y libretos.

Verdi reverenciaba a Beethoven y estaba claramente influido por sus predecesores Donizetti, Bellini y Rossini. Aprendió mucho de la armonía y orquestación de Meyerbeer, y nunca incorporó elementos de otros compositores sin asimilarlos antes por completo e integrarlos en su propio lenguaje.

Escribió 28 óperas estrenándose la primera ,Oberto, conde de San Bonifacio, en 1839 y la última, Falstaff, en 1893, llevando a la ópera italiana a una perfección jamás superada desde entonces.

Con excepción de Falstaff y una obra temprana de escaso éxito, todas las óperas de Verdi son serias. En su mayor parte, sus temas fueron adaptados por sus libretistas de diversos autores románticos: Schiller (Giovanna d´Arco, I masnadieri, Luisa Miller, Don carlos), Victor Hugo (Ernani y Rigoletto), Dumas, hijo (La Traviata), Byron (I due foscari e Il corsario), Scribe (I vespri siciliani y Un ballo in maschera), o dramaturgos españoles como Antonio García Gutiérrez (Il Trovatore y Simon Boccanegra)) y el Duque de Rivas (La forza del destino). De Shakespeare proceden los libretos de Macbeth y de sus dos últimas obras: Otello y Falstaff.

La obra de Verdi se puede estructurar en tres etapas; la primera finaliza con la creación de La Traviata (1853), la segunda con Aida (1871) y la última con Falstaff (1893).

Sus óperas tempranas destacan por sus coros, que se convirtieron en cantos populares por la libertad de la patria. Nabucco (1842) es probablemente la mejor de ellas y su éxito convirtió al compositor en un autor consagrado.

En la ópera Luisa Miller (1849), aunque no resultase del todo lograda, se comienzan a percibir cambios en su estilo que poco a poco se van imponiendo. La caracterización de los personajes, la unidad dramática y la inventiva melódica llegan a su punto culminante en Rigoletto (1851). La Traviata (1853) sorprende por un tipo de melodía más flexible, expresiva y semideclamatoria que Verdi continuó desarrollando en óperas posteriores. En la " trilogía romántica" que constituyen Rigoletto (1851), El Trovador (1853) y La Traviata (1853), que tienen en común su popularidad y el avance en calidad respecto a obras anteriores, verdi asume riesgos planteando variados temas atrevidos y nuevas formas. Dos incursiones en el mundo de la grand opéra fueron Las vísperas sicilianas (1855) y Don Carlos (1867), que contienen poderosas escenas dramáticas e interesantes efectos orquestales y armónicos.

En un segundo período Verdi es menos prolífico y opta por introducir novedades muy cautelosamente. Las arias, números de conjunto (dúos, tercetos, etc.) y coros no siguen el típico modelo en el esquema dramático, las armonías son más rompedoras y la orquesta es tratada con mayor originalidad. En Un baile de máscaras (1859) y La fuerza del destino (1862) introduce personajes cómicos y recurre al uso de temas y motivos distintivos en los momentos cruciales, dando unidad dramática y musical a las óperas. Aida (1871) reúne todos los progresos de esta etapa: la espectacularidad y el heroísmo de la grand opéra francesa, un claro retrato de los personajes, una sólida estructura dramática y la riqueza del colorido melódico, armónico y orquestal.

Cubierta de la 2º versión del libreto de Simón Bocanegra,1881. Archivio Storico Ricordi © Ricordi & C. S.r.l. Milano"

Tras el éxito de Aida, Verdi se retiró durante dieciséis años de la composición operística.  En este periódo creó diversas obras, entre ellas la Misa de Réquiem (1874) por la muerte de su compatriota Alessandro Manzoni. Por entonces Italia ya se había unificado, y en el mundo musical habían surgido nuevas corrientes y obras innovadoras como El anillo del nibelungo  y Parsifal de Wagner , de las que Verdi era conocedor. En 1887 animado por el editor Giulio Ricordi y en colaboración con Arrigo Boito, adalid de al renovación operística, estrenó Otello . Otello se diferencia de las óperas anteriores principalmente por la mayor continuidad musical en cada acto. La unidad musical se logra con el plástico fluir de la melodía, el poder de vinculación de la orquesta, y una fragmentación bastante fllexible, que no siempre anula los vestigios de las formas tradicionales (arias, dúos...), disimulada mediante sutiles transiciones.

Si Otello fue la consumación de la ópera trágica italiana, Falstaff (1893) lo fue de la cómica. La agilidad del libreto de Boito y el refinado juego intelectual de Verdi, apoyado por un entorno orquestal dinámico, convierten a Falstaff  en el mejor broche para cerrar una carrera de más de medio siglo de búsqueda inquieta de renovación.

Diseño de vestuario para la ópera Falstaff de Verdi,1893. Archivio Storico Ricordi © Ricordi & C. S.r.l. Milano"

Figurín del Rey de Egipto de Aida, 1877