Historias y leyendas

Leyendas: La Piedra de San Isidro

En el alto de la crestería se alza la piedra de San Isidro. Desde ella se divisa un paisaje siempre cubierto de verdor. La piedra de San Isidro ha sido objeto de leyendas que los vecinos muchas veces cuentan a la luz mortecina de la tarde.

Se dice que en lejanos tiempos, los indios de la región habitaban en sus palacios a la orilla del Grande y que para comunicarse con el templo que estaba sobre la piedra habían construido una especie de túnel del cual se encuentran todavía restos a la orilla de la Poza de Ñor Concho.

Según testimonio de la señorita Ligia Echeverría que visitó este lugar, ella observó diversas inscripciones labradas en la piedra a la entrada no mas de la Cueva.

Agregan las consejas que en las noches de luna se ve un indio, armado con flechas con su penacho de plumas y oteando en la lejanía, también se habla de que determinados días suenan campanitas mientras bailan llamas azules, anaranjadas y verdes sobre la cumbre.

Nuestro ilustre historiador Rafael Lino Paniagua escribió una narración sobre la piedra titulada: "La Campana de Oro". Hablan las gentes que un viernes santo un campesino que iba por entre matones de jaral y flores de Santa Lucía, vio de pronto una campana de oro atravesada en su camino. Fue entonces a traerse sus bueyes para llevarse tan preciada joya y al regresar, llena su imaginación de ilusiones se encontró con que la campana había desaparecido.

A la piedra se puede llegar fácilmente tomando una picada que está a la derecha del camino antes de llegar a la Ermita de San Isidro, o lo que es mejor dando un rodeo a la par de la Escuela por la calle que conduce a Buenos Aires donde es menos violenta la subida.

En su cumbre el sitio es agreste lleno de plantas diversas mientras se oye en el silencio el cantar de los pájaros nativos y cuando se llega a la altura de la piedra puede admirarse un escenario natural de gran belleza.

Algunos geólogos creen que la piedra descansa sobre un cerro traída por los bloques en la edad conocida como la del hielo y de esto hace miles de miles de años. El resto de la cordillera es más alto sobre el cual al cabo de los siglos se ha acumulado la tierra vegetal dando origen a la floresta del collado.

Una teoría señala que el cerro del Espíritu Santo, el del San Isidro, el del Tremedal y el Quinto Cerro formaban una sola cordillera que atravesaba el centro de la actual ciudad de San Ramón. Debido a un espamo geológico, en la edad cuatenaria desaguó el lago que estaba donde hoy está Palmares, el terreno patinó, formando la planicie en la cual se encuentra la ciudad originando esta tremenda acumulación de rocas parte de la cordillera del Aguacate hacia el sur.


Historias: Expedición a San Carlos

En los primeros tiempos del San Ramón antiguo se trató por todos los medios de encontrar comunicaciones a través de los diferentes lugares no explorados de la Provincia de Alajuela.

Don Pío Alvarado Arrieta, y don Procopio Gamboa hicieron la primera picada hacia Esparta. Llegamos a 1856 y un grupo de ramonenses se ofrecieron a buscar, a través de las selvas de San Carlos, una senda que condujera al río San Juan a fin de estudiar el terreno para que las fuerzas costarricenses cortaran la vía del Tránsito por donde Walker recibía suministros de los Estados Unidos para las fuerzas filibusteras. Este grupo estaba compuesto por los ramonenses Pío Villalobos Quesada, Ramón Rodríguez, Leandro Quesada, Procopio y Diego Gamboa, Mercedes y Procopio Villalobos, Gregorio Rodríguez, Fermín Solano, Carmen Chavarría, Domingo Venegas, Juan Carranza, José Salazar y Silverio Sibaja.

Este grupo estaba dirigido por el coronel Alvarado, hombre sumamente nervioso y que no conociendo la ruta, equivocó el camino yendo a dar con el grupo de expedicionarios a un lugarejo habitado por los indios guatusos que eran sumamente valientes y audaces y recibieron a los costarricenses a flechazos. Durante una hora el grupo a que nos estamos refiriendo libró furiosa batalla entre el bosque y era tal la puntería de los indios que disparaban no solo sus flechas de huiscoyol horizontalmente sino verticalmente. De resultas de este combate, que así lo fue, quedaron gravemente heridos don Diego Gamboa, don José Cabezas y don Domingo Venegas. A duras penas los ticos recogieron a sus compañeros tintas sus camisas de sangre y con abnegación suprema, desandaron el camino, conduciendo a espaldas a sus compañeros, abriéndole paso muchas veces a machete limpio entre la maraña del bosque. Luego de muchas peripecias en las cuales tuvieron que alimentarse malamente de lo que iban hallando, sucios, llenos de barba, flacos y enfermos, luego de dar un considerable rodeo, arribaron a esta Villa cuyos habitantes se aprestaron a curar sus heridas y a poner el lenitivo de su simpatía sobre estos ignorados héroes de nuestra gloriosa Campaña Nacional.