Fran, 1ºC ESO

Ilustración

Reflexiones


Carlota González Strozzi, 3ºA ESO


1.- Te escribo, por no saber hablarte. Estoy entre cuatro paredes, sin luces. Sin aguantar más lo hago. Enciendo la vela. Siento ese calor que comparte, la mezcla de colores que crea y el olor a vainilla que desprende. La llama se mueve, nada en la cera fundida atrapando mi mirada hacia ella. La mecha que se va partiendo, poco a poco, ayudando al fuego a seguir en pie. Percibo cómo se arriesga por ayudarle sin miedo a romperse. Amigos de verdad.


A veces quiero ser la vela, quiero sentir que me estoy consumiendo, que mis lágrimas son solo por el calor, única y exclusivamente por causa de la llama. Que con el paso del tiempo mi tamaño disminuye hasta que alguien sopla y me apaga. Ahí suelto con un suspiro todo lo que llevaba, la llama que me estaba quemando y yo ayudaba se va por el aire mezclándose con él hasta desaparecer. Mis cenizas se quedan en la vela fundida, consumida por el calor de la vida. Se quedan hasta que alguien las quita y ya no hay rastro de ellas.


Esta carta, estas letras que navegan en el fuego sin importarles irse, haz que desaparezcan. Y quiero que lo hagas, enciende una vela y quémame. Pon mi carta en el fuego para que pueda sentir el dolor de la mecha y la llama, que pueda oler la vainilla y que pueda ver los colores. Pero hazlo rápido, no quiero que mis lágrimas apaguen la vela, quiero llegar al suspiro final.


Quiero llegar a ser simplemente unas cenizas y un aire gris delante de tus ojos.


2.- Tengo algo que confesar, hace mucho que no escribo.


En ningún caso quise evitar hacerlo, simplemente sentía que era innecesario.


Tengo la sensación de que cuando hay un periodo de tiempo en el que sin saber por qué, te sientes frustrado o quemado, prefieres dejar de lado ciertas partes de tu mente, aislarlas por unas semanas, incluso meses y sentirte ordinario.


También es verdad que cuando utilizas mucho uno de tus gustos te acabas hartando. Pero no pasa nada, algún día volverás a ese viejo hobbie de manera nostálgica y feliz.


Otra razón por la que pienso que dejé de escribir es porque muchas veces soy un ser humano, y soy egoísta; prefiero guardar ciertos recuerdos e instantes para mí, solo para que los pueda disfrutar yo. Muchos pensaréis que se puede guardar ese recuerdo en un papel y que no lo lea nadie, sin embargo me parece más único dejarlo dentro de mí, ya que si se me llega a olvidar es porque realmente no fue tan buen recuerdo y no merecía guardarle un sitio en mis pensamientos.


En cambio, esto que estás leyendo sí que tuve la necesidad de escribirlo, no es que sea una gran idea ni un gran momento, pero supongo que inconscientemente he querido dejarlo marcado porque sé que se borrará de mí, contradiciendo todo lo que decía antes, pero bueno supongo que es lo que ocurre cuando, algunas veces, soy un ser humano.


3.- Por qué la gente pensaría que estoy bien si estoy sentada apoyada en la pared llorando sin razón.


Si cada día pasa, y cada hoja cae, cuando pienso que…, cuando no pienso nada, y nada en mí se mueve, y mirar al cielo no causa efecto, y las flores no me cuentan ninguna historia, y la brisa no choca en mi cara; ir a coger un libro y solo tocar papel, oler una vela y solo respirar aire, acariciar una mano y no sentir calor.


Confieso, por mucho que no quiera decirlo, que prefiero el sentimiento de dolor que este innombrable, esta cosa sin color ni forma que vive en mi interior y es igual de destructible que el sonido más desagradable; esta sensación que es el vacío y el silencio.


Supongo que la gente piensa que estoy bien porque yo lo pienso, aunque no sea así.


Porque cuando el miedo es muy fuerte y no puedes más, te conviertes en él.

El Tiempo

Natalia Jiménez Cabezudo, 1ºE Bachillerato

El otro día fui a ver a mi abuelo. Realmente esto iba a ser una entrevista, porque él ha sido médico y ha tratado millones de enfermedades y quería preguntarle cómo había visto él la evolución de la Medicina. No obstante, ese día le vi triste y pensativo mirando hacia la ventana y con lo que me contestó he hecho un poema.

Tenemos que valorar cada uno de nuestros días.

Me ha puesto muy triste ver lo que le pasaba por la cabeza.


Un domingo de mayo

Fui a ver a mi abuelo

Que miraba desde la ventana

Las hojas caer al suelo.


“¿Qué te pasa abuelito?”

Le pregunté yo atrevida

“Que al igual que caen las hojas,

veo como cae mi vida”.


Vio mis lágrimas y dijo:

“ ¿Cómo quieres que acepte

que la única certeza

de la vida, es la muerte “.


“ Ves que tu cuerpo se apaga

No es que falte batería

Y es que triste , pero cierto

Es el ciclo de la vida”.


“¿Para qué estamos aquí?

Veo como el tiempo vuela

Y no pienso en otra cosa

Desde que murió tu abuela”.


“ Siento, hija, si te apena

Escuchar mi pensamiento

Pero cuando hoy te marches

Ve, y aprovecha el tiempo “.

Poemas Varios

Carlota González Strozzi, 3ºA ESO

No puedo seguir avanzando,

cada paso se hunde

y cada respiro se corta.

El viento me araña la cara

la niebla me deshace.

Lo que resalta de la rosa

son las espinas

y el cielo se tira encima mía.

Me tapo la cara con las manos y

me pongo las gafas llenas de lágrimas,

esperando a que cuando se sequen

la vida deje de ser borrosa.

Querida paloma, lleva la carta.

Guárdala entre tus pálidas alas

y sigue por donde el viento grita

y llega a donde las flores cantan.


Querida paloma, lleva la carta.

Déjala caer como una hoja

en su regazo con la aurora

chocando y sus ojos cerrados.


Querida paloma, lleva la carta.

En profundo sueño está ella

esperando paciente tu llegada

a su propia piedra nombrada.


Querida paloma, lleva la carta.

Que sea el tiempo quien le diga

que la quise y no me dejó verla

cuando aún su alma aquí seguía.


Suelta la carta junto a su grabado

y cerca de las rosas ya marchitas,

que no volveré a ir para despedirme

mas la visitaré al otro lado de la vida.

Tenía un amigo, lo tenía.

Ardía por la tierra y se consumía

como una vela acariciada por cerilla.

Él caminaba por los montes,

más tarde llegaba a las aguas claras

como la tierna arena a los mares.

Grande y fuerte por las mañanas,

ocupando trozos de cielo las tardes

y desvaneciendo su cuerpo las noches.


Tenía un amigo, lo tenía.

Me mostraba sus danzas al mediodía

acompañado de blancos vapores.

Si él melancólico se ponía

hacía caer desde arriba sus penas

en forma de lágrimas ajenas.

Ya vacío de tristeza y lleno de alegría

volvía a mostrarse antes de acabar el día, y a veces prefería no volver a salir.


Tenía un amigo, lo tenía.

Pero cuando ya le quedaba poca vida

decidió ir apagándose y se fue sin mí.


Me abandonó y me dejó con la noche,

como imaginaba, oscura y fría

y el viento me gritaba, ¡llora, no está aquí!

Me recordó que tenía un amigo

y no lo quise volver a oír.

Derrotado me senté en el césped,

cerré mis ojos llorosos y rojos

no me lo digas cuando despierte.