Texto de las conferencias

MISIÓN EDUCATIVA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN ÚBEDA


ANTONIO ALMAGRO Gª

Aula Fe-Cultura

2 de diciembre de 2021


0. INICIO

Hablar de la Compañía de Jesús y de Úbeda nos adentra en cuatro siglos de presencia, con una ausencia de ciento setenta y tres años, que de forma permanente ─incluso en la distancia y desde el recuerdo─ se manifiesta en un recíproco reconocimiento de la ciudad y de sus gentes hacía la Compañía y de ésta hacia la ciudad. Es éste un tema lleno de matices y de posibilidades de estudio y tratamiento, pero ahora, al hilo del título genérico de la presente edición del Aula Fe-Cultura, nos centraremos en la misión educativa de la Compañía de Jesús en Úbeda; es decir, en el pasado de la educación jesuítica en un caso y lugar concretos. Hacerlo así parece apropiado al encontrarnos en un centro universitario y en la celebración del Año Ignaciano. Los caminos que podríamos seguir bien pudieran ser estos:

  1. Acercarnos de forma especialmente sucinta a la Úbeda de los siglos XVI, XVII, XVIII; y de la Postguerra.

  2. Presentar, de igual forma, centrándonos en lo más importante el cómo y cuándo de la Compañía de Jesús en Úbeda.

  3. Adentrarnos, finalmente, en la misión educativa de la Compañía en los dos momentos de su presencia en la ciudad.


1. LA ÚBEDA DE LA MODERNIDAD (SIGLOS XVI-XVIII). LA POSTGUERRA

En 1645 Rodrigo Méndez Silva describe de forma breve, pero suficientemente precisa, la ciudad de Úbeda como:

...de fuertes y torreados muros, hermoseada de vistoso alcázar, se descubre en un cerro la ciudad de Úbeda, fertilísima de pan, vino y azeite, casas, ganados, aves, frutas, especialmente higos, pasas, con seis salinas copiosas en su distrito, donde salen al año 1.600 fanegas. Tiene 4.000 vecinos [unos 16.000-18.000 habitantes], muchos caballeros, y nobleza, divididos en once parroquias, una colegial de cuatro dignidades, ocho canongías, doze conventos [realmente dieciséis] de frailes y monjas, cinco hospitales (Méndez Silva, 1645/1924, p. 1624).

Es decir, se nos presenta el resultado de un largo proceso histórico que culmina en el siglo XVI, el gran siglo de Úbeda, caracterizado por el fortalecimiento de la nobleza y por el renacimiento urbanístico, económico, demográfico y social, junto a un progresivo crecimiento de la población, de la riqueza, de la industria, de la agricultura... La ciudad renace con la creación de iglesias, palacios, casas solariegas, conventos, hospitales y capillas: «Ciudad de las cien iglesias y de los mil palacios»; e hijos de Úbeda acceden y ocupan las más altas dignidades políticas del Reino. Una población cercana a los 20.000 habitantes al final de siglo constituye uno de los núcleos urbanos más populosos de Castilla, repitiendo los estamentos tradicionales: nobleza, clero y gente llana (en su desigualdad); sin olvidar las minorías etnicas y religiosas empadronadas con los apelativos de cristianos nuevos, gitanos, del Reino de Granada, berberiscos y moriscos (1).

El siglo XVII hacia finales del primer tercio supone, en cambio, el comienzo de un período de decadencia que va a perdurar muchos años. Las malas cosechas, temporales, plagas, levas de soldados, guerras, carga impositiva, epidemias, falta de alimentos y disminución de la población son constantes. Úbeda pasa a ser una sombra de lo que fue, patentizándose que el XVI no dejaba de ser un gigante con pies de barro.

En el siglo XVIII se llega a bajas cotas de habitantes, a momentos de pobreza y a una situación general penosa, sólo salvada en el reinado de Carlos III, cuando, precisamente, la Compañía es expulsada. De este escenario casi general, agravado por la dominación francesa, se sale a mediados del siglo XIX, en el que se plasma una profunda transformación, se realizan proyectos urbanísticos que «rejuvenecen» un glorioso pasado, hay un florecimiento cultural en las letras, en las artes... En definitiva, se sientan las bases de la Úbeda actual como centro de una extensa comarca de la provincia de Jaén, pero para entonces los jesuitas ya no estaban en Úbeda ni habían vuelto, pero sí se les esperaba. Y lo van a hacer en los duros y difíciles años de la Postguerra de una España preñada de dolor, dificultades y necesidades.


2. EL CÓMO Y CUÁNDO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN ÚBEDA

La presencia de la Compañía de Jesús en Úbeda pasa por varios momentos:

Tiempo de «MISIÓN» (1555/1573 a 1582):

1555. Relaciones de algunos jesuitas con Úbeda, que solicita clases a san Ignacio, aunque hay que esperar a la creación del colegio de Santiago en Baeza (1571) para poder hablar con mayor certeza de jesuitas viniendo a Úbeda a predicar y a desarrollar misiones.

1573. Doña Luisa de Mendoza, hija del Conde de Priego y mujer de don Juan Vázquez de Molina, secretario del Rey Felipe II, para que los jesuitas tuviesen donde recogerse cuando viniesen a sus misiones, le hizo donación de un huerto (S. Luis) extramuros de la ciudad con casa y capilla, que ella abasteció́ de alhajas y todo lo necesario y más de 26.000 maravedíes de juro sobre rentas reales de esta ciudad y otros 10.000 sobre los de Porcuna (Roa, 2005).

1581. Donación por doña Isabel Chirino Mexía de la Cerda de cuatro censos por valor de cuatro mil quinientos ducados de principal (H.C.Ú., 1634, f. 1v).

También se consigue la ermita de Santa Catalina después de un espinoso proceso con la cofradía del mismo nombre en el que desempeña un papel fundamental, a favor de la Compañía, el obispo don Francisco Sarmiento de Mendoza.

Tiempo de «CASA»: de 1582 a 1593:

1582. Se ratifica el acuerdo con la cofradía de Santa Catalina y el padre provincial, Diego de Acosta, confirmándolo el padre general Claudio Acquaviva (H.C.Ú., 1634, f. 2). Es el primer Superior el padre Gaspar de Salazar y luego, el P. Juan Bautista Ferrer. La ciudad dona una casa situada junto a la ermita, que servía de pósito; finalmente se compra por 300 ducados y no por los 700 que valía (H.C.Ú., 1634, f. 2). Acquaviva es reticente a una residencia tan precaria.

1583. Dos proyectos por parte del obispo Sarmiento: Hospital de Santiago (que veremos) y traslado del colegio de Baeza a Úbeda con otra donación del Obispo de 1.000 ducados de renta, que no prospera.

1586. Carta del General al Provincial que retoma el tema último: En el particular de la traslación del collegio de Baeza a Úbeda recebimos dos singulares beneficios de Su Señoría Ilustrísima, uno es librarnos de un collegio que tan poco lucía y medraba como el de Baeza, donde aún era necesario vivir con tanto recato en el hablar y predicar, y el otro fundar uno de nuevo en una tal ciudad como Úbeda donde ya se ha començado a descubrir por experiencia quánto será nuestro Señor servido y quán copioso será el fruto en las almas (Martínez Rojas, 2004, p. 346).

1590. El obispo Sarmiento añade 7.000 ducados, sin pedir título de fundador, con la condición de que el dinero se destinase al colegio y no a otras obras de la Compañía, hasta que a juicio del General llegase el dinero para un gran proyecto: «sustentar treinta y cinco o quarenta sujetos»; obligándose por todo el tiempo que durase la renta para la fundación a dar diez mil maravedíes y treinta fanegas de trigo al año para el sustento de la casa (Martínez Rojas, 2004, p. 348).

1593. Legado de Diego de Anchuelos (procede de 1576): casas, olivar, viña, tierra de sembradura y 620.400 maravedíes (2).

Tiempo de «COLEGIO»: de 1593 a 1767.

1593. Finalmente, aceptadas estas donaciones, el padre Juan Francisco de Córdoba puso «el Ssmº. Sacramento en la iglesia con decente solemnidad e hiço un tabernáculo en que estuviese e hiço se exercitasen los ministerios de la Compª. de doctrinas y pláticas en la plaça, cárcel y hospitales con lo qual creció mucho la devoción y edificación del pueblo (3).

Hay que destacar el gran número de donaciones que mayoritariamente vienen por la vía testamentaria en forma de censos consignativos mediante el cobro de una cantidad anual garantizada por determinados bienes raíces. El propio padre Roa las destaca diciendo: «estas ayudas y otras particulares limosnas que con amor y liberalidad siempre hace esta ciudad a la Compañía» (Roa, 2005, p. 311).

Construcción de la iglesia nueva de 1597 a 1618:

      • Participan los arquitectos Pedro García y Pedro Sánchez.

      • Gran número de donaciones y limosnas para las obras.

      • Primera piedra en 1597 por don Lope de Molin Valenzuela, tesorero de la Colegial.

      • Practicamente terminada en 1618: «...oy goça este Collº. tan hermosa y capaz como se ve» (4).

      • Debió tener planta típicamente jesuítica de una nave abovedada con cañón, dos naves de capillas laterales, tribunas sobre ellas con bóveda de aristas, cúpula central sobre un crucero poco marcado, coro a los pies, tres tramos de capillas, crucero, sacristía bien dotada y cabecera plana por la presencia de la muralla.

Sobre el edificio del colegio hubo un intento de mudarse a las casas del Alcázar de don Antonio de Biedma que las cedía por 16.000 ducados. Finalmente el padre General manda conservar el emplazamiento y que «se pusiese perpetuo silencio a la dicha mundança y que de ningún modo se tratara más de mudar sitio [...] por ser muy bueno y sano y vastante para labrar la casa necesaria y para nuestra habitación y más a propósito para nuestros ministerios por estar en la calle principal del comercio desta Ciudad entre las dos plaças» (5). De aquella fábrica, que ocupaba la práctica totalidad de la acera norte de la calle de la Compañía, nos queda hoy una larga fachada de piedra y una sencilla y austera portada de arco de medio punto entre pilastras de orden toscano.

Tiempo de «EXPULSIÓN Y AUSENCIA» de 1767 a 1940. Desaparición de iglesia y colegio que finalmente se convierte en casino.

Tiempo de «REGRESO»: de 1940 a nuestros días. SAFA.


3. MISIÓN EDUCATIVA DE LA COMPAÑÍA EN ÚBEDA

La misión de la Compañía en Úbeda no fue en sus orígenes estrictamente educativa; al contrario, es relativamente tardía y no comienza hasta 1636, siendo otras misiones las que prevalecen. Lo que manda hasta entonces es lo que genéricamente (Literae anuae) la propia orden califica como «ministerios que se ejercitan». De los que, como las crónicas dicen, «se podrían poner muchos casos particulares que dexamos por ser semejantes a otros que suceden donde la Compa. hace mucho fruto» (H.C.Ú., 1634, f. 4v). Estaríamos hablando de:

      • Misiones a pueblos cercanos de Jaén y Córdoba. Habituales y ca- ficadas «de muy grande servicio de nuestro Señor y provecho de las almas». Prácticamente eran anuales. No faltaron tampoco otras realizadas en las parroquias.

      • Doctrinas y pláticas en las plazas, cárceles, escuelas y hospi- tales, en las que con su dirección se hacían «muchas amistades de gran servicio de Dios y bien de la República».

      • Amistades, o acciones de reconciliación porque: «...en esta ciudad hay muchos caballeros briosos y ay siempre muertes y muchas amistades que hacer y para ellas siempre se valen de los nuestros...». Son numerosas las referencias en este sentido y no es de extrañar que en las Litterae annuae llegue a decirse sobre las gentes de Úbeda: «Inveterata discidia: quoniam ubetensis gens nobilis natura bellicosa iramque impatiens est» (Molina García, 1999, 51, p. 24). Pero también sabemos de otras entre el Vicario Episcopal y la Justicia ordinaria, o entre órdenes religiosas, o entre el Alcalde Mayor y el Corregidor con una de las congregaciones religiosas, o entre la Colegial y la capilla del Salvador...

      • Conferencias de «casos de conciencia» con los clérigos de la ciu- dad de las que se sacaban gran fruto.

      • Congregaciones. Sabemos al menos de dos: una, de sacerdotes, caballeros y «gentes de plaça» denominada Concepción de Nuestra Señora, que acudía a la cárcel y, otra, la del Espíritu Santo, de mercaderes, oficiales y labradores, que pasaba de cuatrocientos miembros y acudía a los hospitales a consolar a los pobres y a hacerles las camas. Estaban agregadas, por el General, a la primaria de Roma.

      • Consejo a los cabildos colegial y municipal.

      • Adoración del Santísimo los domingos de cuaresma con la interpretación de un miserere.

      • Sermones cuaresmales con confesiones generales y práctica de los sacramentos.

      • Asistencia habitual a los pobres en momentos paradigmáticos como el de la hambruna de 1606, con la que «se remedió esta necesidad y la Compª. grangeó en los coraçones de todos grande estima como a quien se lo debía todo o la mayor parte de esta piadosa obra...». También se organizaban habitualmente comidas de pobres.

      • Incluso podemos hablar de supuestos milagros y conversiones, como las luces que se vieron sobre el colegio en la noche de la muerte del hermano Lucas «dechado en humildad y aplicación al trabajo», en 1618; o, unos años antes, la curación de una niña, enferma de gota coral, por intercesión de san Ignacio; e, incluso la conversión de una «mora ladina y proterva» que no quería convertirse.

      • Mención aparte, al situarse entre la misión y la educación, merece la celebración de determinadas festividades, generalmente relacionadas con beatificaciones y canonizaciones que a lo largo de siglo XVII se produjeron (en las Litterae annuae se habla de «veneración a los santos jesuitas»), pero que es apropiado tratar en este apartado por todo lo que la fiesta barroca tiene de educación, de didáctica, de enseñanza y de testimonio simbólico que servía de liberación a un pueblo cargado de penalidades. Y es que, como se apunta en las Disposiciones sinodales de 1624 del obispo Moscoso y Sandoval «la celebración de la fiesta se justifica por la necesidad de que cualquier cristiano confiese un Dios Omnipotente, Criador de todo, y de la conveniencia de darle el debido culto y reverencia directamente o a través de la Virgen y de los Santos» (Moscoso, 1787, p. 44); pero también, en otras opiniones, por lo que tienen de «instrumento de poder, de ostentación y de catarsis social» (Escalera Pérez, 1994, p. 11). Véase, como ejemplo, si no, la celebración de la beatificación de san Ignacio (1609) como ejemplo de otras conocidas (canonización de san Ignacio, beatificación de san Francisco de Borja y beatificación de los mártires de Japón):

Débesele mucho a esta Ciudad por la común y universal alegría que mostró y las muchas demostraciones que hiço en luminarias, fue- gos y otras fiestas que hiço y en especial a las Capillas de Santiago y el Salvador las quales dieron toda su riqueça pa. las fiestas y ambas a porfía pusieron fuegos famosos y artificiosos en todo el octavario y Don Lope de Molina y Valençuela, thesorero desta Iglesia Collegial grande amigo y devoto de la Compa. no menores, el qual sacó una máscara de estudiantes muy curiosa y vistosa. Pero la que salió de noche de caballeros desta ciudad fue una de las mejores que se an hecho en España con invenciones muy particulares y dos hermosos carros triun- fales. Los vestidos todos de damasco, tafetán doblado y telillas de oro y plata. [...] Celebrose la fiesta con su octaba en la qual fue muy célebre la solemnidad en el adorno de altares, riqueça de colgaduras, festividad de música y concurso de toda la Ciudad a nuestra iglesia en la qual estos días fue honrado el santo con muy grandiosos sermones de sus virtudes y milagros con los quales se augmentó la grande deboción que esta Ciudad siempre le a tenido y muy en especial la estima de la Compa. que se mostró en el amor y cuidado con que todos assí cava- lleros como ciudadanos, eclesiásticos y religiosos acudieron a honrar a su Sto. Patriarcha (H.C.Ú. 1634, ff. 7-7v).

Ahora bien, hablar de la EDUCACIÓN como tal en la Úbeda de la primera presencia de los jesuitas en la ciudad es hacerlo previamente de la realidad educativa existente en la ciudad y, después, de la educación de la Compañía.

En lo que se refiere a las enseñanzas universitarias, podemos hablar de que en el siglo XVI, Francisco de los Cobos, en el marco de la fundación de la Sacra Capilla del Salvador, concibe un ambicioso proyecto de múltiples facetas: capilla privada, gozando como tal de sus propios y exclusivos estatutos aprobados por el Papado; marcado carácter funerario; símbolo del poder personal y del rango social; incorporación de lo monástico con la creación de un convento para religiosos o religiosas, que finalmente no prosperó; e incorporación de lo académico, mediante el establecimiento, recogido en los estatutos fundacionales, de un «Estudio General dentro de la dicha Ciudad de Úbeda al cual su Santidad (Paulo III en 1541), concedió todos los privilegios y prerrogativas concedidas e que se concedieren de aquí en adelante a los Estudios de Bolonia, París, Salamanca e Alcalá» (Campos Ruiz, 1918-1919, 70, p. 305). Aunque lo cierto es que por proble- mas presupuestarios tras la muerte del fundador (1547), Úbeda se vio privada de la existencia de una universidad casi desde su origen en un proceso acelerado e irreversible. Con todo, no faltaron los intentos de su puesta en funcionamiento por parte de doña María de Mendoza. Pero a pesar de estos buenos deseos, lo cierto es que, en 1580, doña María ya había escrito a Gregorio XIII solicitando ser eximida de lo que debía haberse convertido en un proyecto casi insalvable por la falta de recursos provocada por la muerte de Cobos. Algo que no gustó nada en la ciudad y que provocó una airada protesta del personero, Diego López, alegando que no fueran tantos los gastos en ornato y capellanes y el bien que sería para la ciudad la existencia de una universidad. Con todo, al menos hasta 1634, algo se mantuvo rela- cionado con la denominadas latinidad y retórica, pues en las cuentas de este año se recoge un asiento referente a los salarios de las «cátedras» (6).

Sobre la educación elemental. Ruiz Prieto (1982) apunta que en el año 1551 don Diego de Guzmán, presbítero, compró a Diego Ruiz de Valdivia y Catalina Alonso, su mujer, unas casas en la parroquia de Santa María con la intención de que fuese destinadas a colegio, haciendo las reformas necesarias para la nueva función. Siendo el mismo don Diego y el doctor don Gaspar de Loarte los que se constituyen en patronos con las condiciones y facultades que se consignaron en la escritura de fundación hecha en Úbeda el 23 de septiembre del citado año. De igual forma, Paulo IV concedió por su bula de 25 de enero de 1556, la unión de este colegio de niños, casa de huérfanos y hospital, al de Roma. Y en el mismo año el licenciado Bartolomé Ibáñez, que enseñaba a leer y escribir, expuso al cabildo que había pedido al Papa una bula para que concediese jubileos a los bienhechores del Colegio y que era menester formar una cofradía para recoger a niños de los dos sexos huérfanos, pobres y desamparados, y enseñarles doctrina, a leer, a escribir y que no anduviesen pidiendo limosna. Partiendo, pues, de las palabras de Ruiz Prieto y de los datos aparecidos en otras fuentes primarias, parece claro que el Colegio estuvo situado en la colación de Santa María (calle Real Viejo) y que se costeaba por donativos, por rentas propias y por asignaciones municipales para el pago de los maestros y los reparos del edificio. Ahora bien, el hecho de que los salarios de los maestros se proveyeran de la renta de la almotacenería mayor no garantiza la regulari- dad del pago al estar ésta embargada en numerosas ocasiones. Las escasas noticias que poseemos sobre el edificio se hallan en las actas capitulares y son tremendamente parcas en sus contenidos. En la mayoría de las ocasio- nes sólo se cita su mal estado y la necesidad constante de unos reparos que no siempre se llevan a cabo y que, a menudo, van de la mano de atrasos en el pago a los maestros. Sabemos que contó con capilla, que se repara en 1611 al tiempo que se reteja el edificio, y que no debía diferenciarse significativamente de cualquier otro inmueble de la ciudad. El número de maestros que aparecen en los padrones nunca es demasiado alto y tampoco quiere decir que todos ejercieran en este colegio. Pensamos que además de los que trabajaran en él debieron existir otros que ejercieran su profesión de forma independiente en distintos lugares de la ciudad, posiblemente mediante contratos de aprendizaje para leer, escribir y contar. En lo que se refiere a la organización, al plan de estudios, al número de alumnos, a la elección de los maestros y al control que sobre ellos se ejercía, son reveladores ─aunque insuficientes─ una serie de datos que sobre estos aspectos hemos encontrado. Por la lectura de la toma de posesión como rector que por dos años realiza el clérigo Andrés Jacinto Ruiz, el 11 de febrero de 1611, se aclara que el Colegio estaba regido por esta figura y que generalmente era la de un clérigo. En esta ocasión, en un pliego de condiciones escrito y firmado de su puño y letra, se compromete a cuidar que los maestros cumplan con su obligación y enseñen con caridad y amor de Dios; a que no se discrimine al rico del pobre; a no excusar que hubiese «saculiñas» (es posible que se refiera a sacaliña); a asistir media hora al día y una tarde a la semana para visitar a todos los niños y ver si aprovechaban en leer, escribir y contar y si los pequeños entendían la doctrina cristiana; y a no permitir que los maestros viviesen en la casa del rector (7). Sobre el número de alumnos sólo conocemos que en 1666 había más de doscientos a cargo de dos maestros, de los que uno era considerado como principal (8). Documento curioso por lo que nos aclara del nombramiento, incompatibilidades y cese de los maestros, es un informe de los caballeros veinticuatro comisarios del Colegio, de 29 de enero de 1615, en el que se obliga a Cristóbal Hernández de la Cruz a abandonar su puesto y a renunciar a su salario de 20.000 maravedíes anuales por «tener otros asuntos», lo que nos hace pensar en el moderno concepto de dedicación exclusiva. Sugiriéndose además darle el puesto a Francisco de Aguirre por dos motivos: que había estudiado en el propio Colegio y que los niños ya le habían elegido como maestro (9). Lo que podíamos llamar «línea pedagógica» era, en parte, misión de los comi- sarios; así, en el cabildo de 26 de septiembre de 1670 el veinticuatro don Alonso de la Cueva se queja airadamente del incumplimiento del trabajo del maestro Galindo porque enseñaba a jugar a los niños (10). Por otra parte, la propia Iglesia, si nos atenemos a lo dispuesto en las Disposiciones Sinodales de 1624 del obispo don Baltasar de Moscoso y Sandoval, determinaba en su libro I, título I, capítulo V que los maestros de gramática o de escuela debían examinarse de doctrina cristiana además de ser de probada virtud y suficiencia.

Mención especial merece la formación profesional. En la organización gremial del trabajo durante el Antiguo Régimen era lo normal que los aprendizajes se realizasen de forma reglada ajustándose a un contrato de tipo base con tres tipos de acuerdos básicos: los referidos al oficio (periodo de aprendizaje, enseñanza del oficio sin encubrir nada del mismo, bien y cumplidamente, no quedando por el aprendiz de aprenderlo ni por el maestro de enseñarlo); los que lo hacen sobre cuestiones domésticas como la manutención, el vestido, enfermedad y la llamada «vida en razón» y los que lo hacen sobre las responsabilidades en caso de incumplimiento. Los aprendizajes de cuestiones ajenas al propio oficio son raros, aunque aparecen. Así, como ejemplo, en el contrato por el que el escultor-entallador Alonso de Zayas (1615) toma como aprendiz a Fernando López, además del oficio, habría de enseñarle a leer y a escribir. Finalizado el período de aprendizaje, el examen es el acto que da paso a la oficialía y a la maestría en todas las especialidades, se realiza por veedores del oficio y permite trabajar libremente, en el caso de los oficiales, y dirigir un taller con oficiales y aprendices, así como contratar obras en cualquier lugar, en el caso de la maestría.

Como final, podemos hablar de enseñanzas especiales. La adquisición de aprendizajes especiales, en muchos casos relacionados con la música, que no son los puramente profesionales, se regula en contratos firmados ante notario. Valdrían, como ejemplos, un contrato de 1611 por el que el carpintero Bernardino de la Torre pone a su hija Juana Martínez, de nueve años, a aprender canto llano con Miguel Pascual por un período de dos años y un pago de nueve ducados anuales (11), o la existencia de una escuela de canto en la Sacra Capilla del Salvador al menos desde 1576, en que se firma el aprendizaje por el que un niño de nueve años habría de aprender durante ocho canto llano, de órgano y de música al mismo tiempo que vive en la propia iglesia (12).

Frente a esta realidad, que no se presenta, al menos aparentemente, como desoladora para la época, es interesante presentar como el obispo don Francisco Sarmiento de Mendoza, ya en 1583, pensó en «un atrevido proyecto» consistente en aprovechar el hospital de Santiago, fundación de don Diego de los Cobos, dado el escaso servicio que prestaba y la existencia de otros establecimientos con fines parecidos en la ciudad, para la fundación «del mejor colegio jesuita de Andalucía donde se enseñasen latinidad, artes y teología». En carta (firmada en Baeza el 19 de agosto de 1583) del obispo Sarmiento a Juan Vázquez de Salazar, patrono del hospital, venían a solucionarse todos los problemas que podría generar el proyecto y a resaltar sus muchas ventajas. Así, entre los primeros, los capellanes de Santiago pasarían a Santa María, con lo que el templo ganaría y seguirían aplicándose las memorias del obispo Cobos, y tampoco desaparecería la dotación de doncellas; y, entre las segundas, estaría una superior educación de la juventud en letras y virtud, la mejora en la educación de los clérigos ubetenses y de la comarca y la llegada a Úbeda de estudiantes de múltiples lugares si la Compañía proporcionaba sus «mejores lectores». Pero, lógicamente, el problema consistía en el consentimiento de Vázquez de Salazar y en el del papa para «permutar la voluntad expresada por D. Diego en la escritura fundacional y en su testamento» (Martínez Rojas, 2004, pp. 343-345).

Tras el fracaso de este intento, se vio la posibilidad, como vimos, de trasladar el colegio de Baeza a Úbeda, algo que tampoco prospera. Y no va a ser hasta septiembre de 1636 cuando comienzan de forma continuada las clases. En ese año don Jorge de Monsalve y Sanmartín dona su herencia para dotar unas aulas y el Concejo da tierras de La Iruela, pero con el requisito de que se mantuviesen las escuelas municipales de leer, escribir, contar y doctrina cristiana, anteriormente citadas, ya existentes en la ciudad. Hubo gran júbilo por parte de la población y recelos de Baeza que ya contaba con un colegio. Era rector el padre Feliciano de Figueroa y los primeros profesores fueron el toledano Sebastián Romero de Quesada y el malagueño Pedro Morejón de Casares, encargados de dos clases de latinidad, junto con un prefecto de estudios, que se ocupan de las nuevas clases de gramática para muchachos (Molina García, 1999, 50, p. 24; 51, p. 24). Torres Navarrete lo confirma presentando como don Jorge de Monsalve San Martín, por escritura dada en Úbeda el 25 de agosto de 1635 hace donación de tres mil ducados cuyas rentas se destinarían a la fundación de dos cátedras de gramática, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Natividad, renovando veintiséis años más tarde la obra de las aulas con una nueva renta para su mantenimiento (Torres Navarrete, 1999, III). Y pensamos que el hecho de que en 1634 sepamos de la existencia de unas aulas de Gramática en la Sacra Capilla del Salvador y de que en el colegio de la Compañía comiencen a funcionar en 1636, bien pudiera llevarnos a la suposición y posibilidad de la desaparición de las primeras y en que las de la Compañía viniesen a llenar el hueco dejado. Todavía en 1638 se realizan donaciones con este fin (13).

Más tardías serán unas aulas de primeras letras, pues parece ser, salvo en contadas ocasiones, que san Ignacio tenía sus reservas sobre la existencia de colegios para niños; Úbeda debió ser una de esas ocasiones. Así se ratifica por una serie de acontecimientos:

      • Presentación de un memorial del rector Miguel Cañete en la sesión del Cabildo de 11 de julio de 1736 por el que solicitaba ayuda (concretamente 200 cuerdas de propios en el sitio de la Irijuelas) para la implantación de unas aulas gratuitas ante «el notable defecto que en la educazión, crianza y primeras letras de leer y escribir padeze la tierna edad en esta novilísima república, o bien por no tener muchos de ellos aquellos medios precisos e yndispensables para su cultivo o por ser estable y firme la aplicación de los maestros» (14).

      • Acuerdo del Cabildo, en la misma sesión, sobre la conveniencia de la petición y sobre el nombramiento de comisarios que averiguasen la situación real del colegio municipal y de sus bienes para dotar con ellos las aulas pretendidas por la Compañía (15). El 13 de agosto, se da cuenta de las averiguaciones, y se acuerda ceder las tierras por mayoría, aunque el corregidor interino de Úbeda y Baeza, don Francisco del Río, vetó la cesión el 26 de octubre, alegando que era necesaria la autorización del Rey y de su Consejo (16).

      • Nuevo intento, parece que definitivo, en la sesión del Cabildo de 6 de diciembre de 1760, solicitando las rentas propias de la Compañía, procedentes de un legado de don Jorge de Monsalve y Sanmartín, que el Concejo administraba como patrono para la creación de escuelas de leer y escribir. Era rector el padre Juan Merchante (17).

En lo que se refiere al funcionamiento general de estas aulas, también de las ya existentes desde 1636, es de suponer que se acomodarían a la Ratio Studiorum de 1599 (18). Y por ello, vamos a centrarnos en lo que ella se recoge sobre la organización de los estudios, sobre los planteamientos metodológicos, sobre la figura de los profesores y, finalmente, sobre los alumnos.

En la organización de los estudios (en Úbeda muy posiblemente únicamente se impartía hasta los denominados estudios superiores) se distinguen distintos niveles y distintos ciclos:

      1. Aulas de leer y escribir con varios grados: los que sólo conocen el alfabeto; los que comienzan a unir las letras; los que comienzan a leer palabras; los que escriben el alfabeto, a los que se les enseñará el Padre Nuestro, Credo, Salve...; los que leen de corrido y escriben seguido las líneas; y los que leen latín rudimentariamente y aprende de memoria la doctrina cristiana. Generalmente están a cargo de hermanos (ludimagister).

      2. Estudios Inferiores (primer ciclo): Tres cursos se dedican a la Gramática; uno a las Humanidades; y otro a la Retórica.

      3. Estudios superiores:

  • Segundo ciclo: Filosofía durante tres años: Lógica y Matemáticas; Física y Ética; Metafísica, Psicología y Matemática superior.

  • Tercer ciclo: Teología. Se cursa durante cuatro años por los aspirantes al sacerdocio. Además, para determinados alumnos «de virtud probada y que brillen por su ingenio» se añadían dos cursos más en privado y, de éstos, algunos podían ser promo- vidos al grado de maestro o doctor.

Pero hay otros aspectos en la organización de los estudios, de no menor importancia, como los siguientes:

    1. Se exige seguir el orden en la sucesión de estudios (salvo excepciones).

    2. - Se insiste en que no se pase de tema hasta haber fundamentado los anteriores.

    3. Los tiempos de clase y vacación varían en los dos ciclos. Por lo general el curso dura desde septiembre hasta julio, con vacaciones en Navidad, Carnaval, Semana Santa, Pascua y Pentecostés. En el ciclo superior los jueves no hay clases y en los inferiores sólo los jueves por la tarde.

    4. Se da gran importancia a las horas de estudio privado porque permite un elevado nivel de autonomía personal, la formación de hábitos de trabajo responsable y el aprendizaje para pensar por sí mismo.

    5. Se proponen un gran número de autores y de obras que trataran los temas con rigor, pero considerando que cada clase tenga sus libros y sus autores y que los maestros puedan acudir a ellos, libros que ade- más conviene revisar y enriquecer.
      Desde el punto de vista de los
      planteamientos metodológicos se busca conseguir la mayor eficacia en el aprendizaje. El sentido procesual y cíclico y la fundamentación de carácter psicológico y pedagó- gico aportan un valor especial que, entre otras cosas, se manifiesta en unidad y jerarquía en la organización de los estudios, división y gradación de las clases y confección de programas orgánicos y gra- duados en extensión y dificultad. De tal forma que en el proceso de aprendizaje hay distinguir tres fases sucesivas:

            • Prelección: considerada elemento central y distintivo de esta pedagogía; consistía en una variedad de métodos utilizados por el profesor para su explicación. La prelección del profesor exige claridad en la exposición, pero con moderación, según la capa- cidad de los alumnos. Correspondía al profesor orientar el estudio y el trabajo en orden a conseguir los mejores resultados. Supone una excelente preparación por parte del maestro.

            • Repetición: en los ejercicios de repetición se insiste en repetir lo principal y lo más útil, procurando además del ejercicio de la memoria, el cultivo del ingenio. Requería diferentes actividades implicadas: asistir a las lecciones, preparar con diligencia, es- cuchar, repetir, pedir explicación de lo no enterado y anotar; todo lo cual indica un proceso didáctico planificado junto con otros aspectos de gran eficacia para el aprendizaje, por ejemplo, enseñar y aprender a pensar, ejercitar el mayor número posible de sentidos, etc.

            • Aplicación en ejercicios prácticos. Es decir, composición, debates entre los alumnos y ejercicios en grupos con la presencia del profesor. Es conveniente tener en cuenta que se llegaba a este momento metodológico después de la explicación del pro- fesor y la repetición del alumno en el sentido visto. Y esto significaba ya un nivel importante de aprovechamiento por part del estudiante, aprovechamiento que contribuía progresivamente a su construcción personal y a su crecimiento académico. Además, con la aplicación práctica se procuraba el fomento de la propia iniciativa y la utilización de la lengua vernácula y del latín.

Por lo tanto, tres momentos que se autoimplican con la utilización de técnicas y recursos novedosos y variados, que han de ser gratos y dignos, porque con nada se debilita tanto la aplicación de los estudiantes como con la monotonía; a saber: debates con moderador, horas reducidas de estudio, utilización de los sábados para repasar, exámenes con utilización de libros, celebración de concursos con público, declamación, representaciones teatrales, uso de la biblioteca, etc. Algo, esto último, que era posible gracias a la existencia de cuantiosos fondos bibliográficos, en parte conseguidos en Úbeda por la compra en 1609 ─siendo rector el padre Alonso García de Morales─ de la biblioteca del doctor don Cristóbal de Villarroel:

Compróse en setecientos ducados y le costó al buen caballero más de mil y quinientos, porque fuera de tener todos los Padres de la Iglesia y libros de escritura y humanidades los mejores y muchos muy selectos y particulares vinieron todos enquadernados en becerro y tablas. Dióla su hijo D. Franco. de Villarroel por el dicho precio perdiendo ochocientos ducados del aprecio general de todos con condición que no se pudiese sacar libro ninguno deste Collegio para otro (H.C.Ú., 1634, f. 7).

Y sobre la que se dice que llegó a tener unos cuatro mil libros tanto en latín como en castellano (Molina García, 1990). Después de la expulsión de la Compañía por Carlos III los libros se llevaron al Obispado (Ruiz Prieto, 1982).

En lo que se refiere a la figura del maestro, se piensa que el ministerio de la enseñanza es el que exige más preparación. El perfil humano y profesional del maestro vendría definido por rasgos como: el humanismo vital, ser activo, poseer intuiciones psicológicas y pedagógicas presididas en todas las ocasiones por un elevado sentido de adaptación y ser renovador; junto a: la originalidad e independencia de pensamiento; el amor a la verdad por sí misma; la capacidad para reflexionar y formar juicios correctos; el conocimiento individual de los alumnos; la orientación personal con indicaciones provechosas; la facilidad para fomentar las relaciones interpersonales y las actividades en grupo; y la posesión de recursos suficientes para adaptarse y adecuar la enseñanza al nivel y al ritmo de aprendizaje de los estudiantes y, así, posibilitar un trabajo fácil y atractivo, graduado en cantidad y dificultad, utilizando métodos variados. En todas las páginas de la Ratio Studiorum subyace el interés por la formación de los profesores. Su capacidad para enseñar se consideraba tan importante como los propios conocimientos, comprobándose periódicamente estos aspectos mediante actividades de supervisión y orientación de la tarea docente según los casos. Tal valor se concedía a este tema que se propone la fundación de seminarios de maestros en cada una de las provincias, donde aquellos aspi- rantes que lo deseen puedan prepararse para enseñar las correspondientes disciplinas. En estos seminarios debían estudiar sujetos aptos e inclinados a la enseñanza, suficientemente formados en otras facultades, con cuyo trabajo y asiduidad se pueda mantener y propagar cierto género a modo de cosecha de buenos profesores. Esta exigencia expresamente formulada en repetidas ocasiones se refiere a todos los profesores de los distintos grados y niveles. Señalo algo tan importante para el aprendizaje como es la disponibilidad del maestro. Al respecto de esto último podemos leer:

  • Después de la lección quédese en la clase o cerca de ella para que los alumnos puedan acercársele a hacerle preguntas, para exigirles él, de vez en cuando, razón de las lecciones y para que éstas se repitan.

  • Se procurará no cargar con demasiado trabajo a los maestros y se cuidará su descanso, de tal manera que se establece la posibilidad de interrumpir uno o dos años la docencia por razón de cansancio.

  • Se recomienda al Rector del colegio que trate también de fomentar diligentemente con caridad religiosa el entusiasmo de los maestros, y procure que no se les cargue demasiado con oficios domésticos. Finalmente, se piensa que el profesor no debe ser precipitado en cas-
    tigar ni incisivo en inquirir las faltas. Disimule más bien cuando lo pueda hacer sin daño de nadie: La virtud y las letras se aprenden mejor con bondad, simpatía y suavidad que con el castigo.

Los alumnos, considerados como los verdaderos protagonistas de la Ratio Studiorum, están sometidos a algunos aspectos de interés:

  • Se les admitía cuando eran presentados por sus padres o responsables y con una sola condición: nadie sería excluido por ser de condición humilde o pobre.

  • A los nuevos se les hacía un examen sencillo que se respondía oralmente y por; tenían que resolver ejercicios diversos que les permitie- ran mostrar tanto sus conocimientos como sus actitudes y comportamientos.

  • Al ser admitidos se le inscribía en un libro con los datos y se le asignaba a las clases correspondientes según el nivel de instrucción de- mostrado.

  • Se aconseja que no sean admitidos para la misma clase Se aconseja que no se admita para la misma clase ni jóvenes mayores, ni niños demasiado jóvenes a no ser que sean extraordinariamente capaces.

  • El sistema permite a los estudiantes con buenos rendimientos promocionar al nivel superior en cualquier momento del curso.

  • En sentido contrario: Si alguno claramente no fuera apto para subir de grado, no promociona; en este caso se advertía a los padres o tutores.

  • Las horas de estudio se distribuyen por el prefecto con el fin de que se aprovechen convenientemente.

  • Para lograr el orden y el buen funcionamiento de los colegios cada colegial debía tener un conocimiento exacto de las normas que tenía que cumplir. Las normas se exponen en un sitio donde puedan ser leídas públicamente y en cada clase bien a la vista.

  • Desde el punto de vista educativo, las oportunidades de progreso dentro de este sistema eran numerosas. El desarrollo de la personalidad, el orden, la disciplina, los comportamientos, los recreos, las amistades, las vacaciones, todo estaba orientado a lograr la máxima eficacia en la mejora constante de los estudiantes. Cumplir con el plan de estudios establecido, que a cada uno correspondía, significaba aplicarse con seriedad y constancia a sus estudios, ser asiduos en llegar a tiempo a clase, diligentes en oír y repasar las prelecciones y en practicar los demás ejercicios. Y si algo no entendían con claridad o tenían dudas, debían consultar al profesor.

  • Se insiste en la puntualidad, el orden, la regularidad, la atención: cada uno en su banco y asiento atienda compuesto y en silencio, ni salga de la clase sin permiso del profesor. Se pide no hacer señales en bancos, tribuna, sillas, paredes, puertas, ventanas o en cualquier otra cosa, pintando, escribiendo, grabando o de cualquier otro modo.

  • Al profesor se le recomienda que «No tolere en el patio ni en las clases, aun superiores, armas, gente ociosa, contiendas y clamores». En las cuestiones problemáticas se ha de llevar el asunto con espíritu de mansedumbre, conservadas las paces y la caridad con todos.

  • En cuanto a los modos de comportarse desde la perspectiva de la educación integral lo que se busca es un modo de proceder que fácilmente pueda comprender cualquiera que no debe haber menor inte- rés en las virtudes e integridad de vida, que en la ciencia y en las letras.

Como resumen de todo lo expuesto sobre el sistema, se podrían apuntar algunas conclusiones de distinto carácter:

      • Estamos sin duda ante un sistema educativo comprensivo de la persona en su totalidad y en este sentido la pedagogía de los jesuitas significó un gran progreso para la formación humana ampliamente reconocido. Representa un avance considerable sobre la realidad pedagógica de su tiempo.

      • Los jesuitas después de largos años de experiencia optan por este método intentando conducir sus enseñanzas al grado más elevado de instrucción en cuanto a las letras y de comportamiento en cuanto a la piedad.

      • Hay un empeño por conseguir la formación del hombre cristiano, en una tarea educativa integral que requiere un delicado y tenaz esfuerzo de síntesis. Intervienen en esta tarea el trabajo personal del maestro y la acción colectiva de toda la comunidad educativa.

      • Puede afirmarse que en las escuelas de jesuitas el éxito consistió́ en que sus métodos de enseñanza superaron los de sus contemporáneos y los mejores de la antigüedad, obteniendo como resultado una irreprochable formación disciplinaria conseguida con flexibilidad y buen ejercicio intelectual.

Ya en referencia directa a Úbeda, desconocemos el número y el particular tipo de alumnos que se atendían. Es de suponer que a las aulas de lectura y escritura sí acudiesen de todos los grupos sociales (más cuando el Concejo contribuía a su mantenimiento) pero en los estudios medios difícilmente las clases más desfavorecidas, por los condicionantes sociales y económicos, tendrían posibilidad de continuar estudios; y es que, a la vista del gran número de analfabetos con que nos encontramos en las fuentes, la educación en la Úbeda del XVII y XVIII no puede ni debe ser considerada, en cuanto a las carencias, de forma diferente a la de otros lugares del Reino.

La acogida que por la ciudad y sus gentes tuvieron el colegio y las aulas creo que queda claro con la presentación de tres testimonios de distintas épocas:

  • En las Litterae annuae de los años inmediatamente posteriores al del comienzo de las clases, se refleja que el colegio prosperó y que a los pocos años de su puesta en funcionamiento los alumnos procedentes de Úbeda son alabados por su preparación en el vecino colegio de Baeza, donde continuaban estudios de retórica; que aumenta el pres- tigio y no se da abasto a tantas peticiones como se tenían y que algunos jóvenes van a estudiar a otros centros de España con gran preparación; algo que se constata en la carta de 1641:

El avance es grandísimo en toda la diócesis. Vienen de Baeza para que se instruyan los chicos en disciplinas superiores: de allí son enviados los jóvenes pues destacan no sólo en virtud, sino también en letras y agudeza de ingenio. Toda la ciudad nos está muy agradecida y nos envían a sus hijos (Molina García, 1991, 51, p. 24).

  • Unas palabras del conde de Guadiana en la sesión capitular de 27 de septiembre de 1715, justificando una petición del padre rector, Pedro Victoria, para que determinadas cabezas de ganado que le habían sido donadas pudiesen pastar en tierras de propios cerca de la población; que recogen con claridad lo que se pensaba de la presencia y labor de la Compañía de Jesús:

Dixo que siendo como son tan notorios los benefiçios que todos los individuos de esta ciudad reciven del Collexio de la compañía de Jesús de ella en la educación de buenas costumbres y enseñanza de la Gramática, cortesía y política a los niños, con que con tanta liberalidad se están exmerando los padres maestros destinados a dicho fin, y a todos con su predicaçión y doctrina y administraçión de los Santos Sacramentos de la penitençia y eucaristía y exortaçión y asistencia a los agonizantes, todo ello con la caridad, zelo y desinterés que es patente y constante a la Ziudad, como también la suma pobreza y nesesidad a que está reduzido dicho Collexio, [...] será mui propio de la grandeza de la Ziudad en remuneraçión a lo mucho que deve a dicho Collexio, el que desde aora para siempre jamás le conzeda lizencia y facultad para que en el dicho sitio puedan traer sus carneros (19).

  • Cincuenta años después de la expulsión de la Compañía, conocida la restitución de la orden y con una manifiesta esperanza en el regreso al colegio, que todavía existía en su fábrica, en el cabildo de 8 de julio de 1805 se habla lastimosamente de la enseñanza de la juventud con las siguientes palabras:

Se halla bastante decaída de muchos años a esta parte, y más desde la entrada de los Franceses, sin conocerse adelanto alguno, antes sí visibles atrasos tanto en la educación, como en la instrucción de los principios de Nuestra Sagrada Religión, de forma que en este Pueblo se han conocido y conocen hombres los más ilustrados en las Ciencias y con destinos honoríficos en la Iglesia y tribunales políticos y militares, debidos a los buenos principios de su enseñanza y en el día no se hallan jóvenes dispuestos [...] a llevar los deveres de una cimentada ilustración, cuya decadencia empezó a experimentarse desde la expulsión de los Padres Jesuitas, pues su doctrina, virtud, ejemplo y dirección prestaban respeto a sus discípulos, salían perfectamente doctrinados y con máximas morales y políticas que causaban admiración (20).

Ciento setenta y tres años después de la expulsión, la Compañía vuelve a Úbeda (1940) de la mano del padre Rafael Villoslada, pero ahora sí, desde el principio, con una tan clara como evidente e inicial misión educativa, centrada en el acercamiento y atención a las clases más desfavorecidas de la Andalucía rural y suburbana y, por añadidura, a los huérfanos de la Guerra Civil de otros lugares de España. Y aunque pensa- mos que no es este el momento de hablar en profundidad de SAFA, si valdría la pena destacar algo de los primeros pasos de este esperado regreso en el que la sintonía con la ciudad es absoluta:

  • En la Comisión permanente de 13 de diciembre de 1940 se trata de la visita efectuada por los señores encargados de procurar la instalación de un colegio de primeras letras y segunda enseñanza, dirigido por la Compañía de Jesús, de sus gestiones y donativos obtenidos; solicitando ayuda al Ayuntamiento que concede 1.000 pesetas con cargo a la partida de imprevistos (21). Es ahora el momento de la Corredera y de López Almagro, de los Medinillas y de la Plaza de Alonso Martínez.

  • El 9 de julio de 1941 Villoslada expone en instancia a la Comisión Permanente su deseo de que se le ceda para su adquisición mediante compra el edificio del Parador del Condestable Dávalos para destinarlo a internado, capacitación docente e iniciar a los alumnos en un arte, profesión u oficio. Por unanimidad se acordó aceptar la petición, pero considerando la decisión del pleno, la conformidad del estado para que el edificio volviese a la ser de titularidad municipal. Villoslada se comprometía a pagar por el edificio una cantidad igual a lo que costase la adquisición de otro semejante para ofrecerlo al Estado (22). Un año después (28 de enero de 1942) se vuelve a intentar, quedando el asunto sobre la mesa (23).

  • Cuatro años más tarde, 14 de junio de 1944, en el pleno del Ayunta- miento se estudia la posibilidad de comprar los terrenos actuales (León, Zurrupa y haza del Alférez) para donarlos a la SAFA. Se libran 100.000 pesetas para un primer pago y la condición de que en caso de disolución el complejo pasaría a ser propiedad municipal. Se hacía al tener en cuenta «los altos fines sociales y docentes que cumple la Institución Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia» (24). Cantidad que se amplía en el pleno de 25 de octubre del mismo año en 235.000 pesetas (también se compra el huerto de las Hermanitas) y la condición de admitir a cincuenta alumnos pobres de Úbeda (25).

Francisco Palma Burgos, autor del gran frontis del templo, en una entrevista en la revista VBEDA del mes de febrero de 1957 refleja bien las intenciones del de Villoslada:

Un cierto padre, de mediana estatura, ojos azules e inquietos, había colocado en mis pecadoras manos, pero ansiosas de creación, la grave res- ponsabilidad de una obra: concebir y labrar en piedra un grupo escultórico que, como una aurora constante, cantara a la posteridad la magnífica voluntad de los hombres en su amor a Dios. Y es que este hombre mediano de cuerpo, pero titán y gigante de alma y espíritu, me había hablado con la exaltación de su fantasía granadina de esta ilusión suya: «Espero que Dios te ilumine para que hagas del barro una apoteosis final, que vista eternamente de fiesta las obras de la Sagrada Familia.

Para ello, no dudó en tomar como modelo la representación de Cristo que preside la fachada de la Sacra Capilla del Salvador, pero, en este caso, como protector de una juventud desvalida que entre las figuras de la Caridad y la Esperanza ahora trabaja y estudia bajo el amparo de las imágenes de la Virgen y san José (talladas por Cayetano Aníbal) que flanquean el conjunto:

Aquí no tendrás muros ni vigilancia. Serás libre. Si un día quieres irte, nadie tratará de retenerte [...] por la fuerza. Mientras no encuentres otra, quisiera que consideraras esta casa como tu propio hogar. Estaremos aquí, no para castigarte ni humillarte, sino para acudir en tu ayuda en la medida en que podamos [...] No todo será fácil para ti. Los niños que tengo aquí no han conocido más problema que el de una miseria tan vieja como Andalucía. Son muchachos un poco rudos, pero no malos; los has de encontrar «muy jóvenes». Verás, lo que envejece a un ser son las despedidas; cuantas más despedidas ha vivido uno, más viejo se hace. Envejecer es abandonar a alguien o algo [...] Tú te sentirás viejo... Puede que ellos no te comprendan del todo; te verán como «original» [...] Entonces, cuando te sientas mal, ven a este despacho. Ven aquí igual que irías a la iglesia si fueras creyente, para aliviar tu corazón. Siempre tendremos algo de qué hablar... (Castillo, 1999, pp. 215-217).

Pero claro para esto era necesaria la creación de un centro de formación de maestros –con un completísimo plan de estudios de ocho años– para las escuelas de la Fundación, la creación de un Seminario de Maestros, que en sus principios siguió al pie de la letra los fundamentos de la Ratio Studiorum anteriormente comentados. Y así lo pensaba el padre Villoslada:

Las Escuelas Profesionales de la «Sagrada Familia» vienen desarrollando una labor creciente de formación desde su fundación en 1940. Pero para el sostenimiento y mayor extensión de estas Escuelas, se necesitan Maestros perfectamente preparados, que tomen su función docente con ver- dadero interés vocacional y apostólico. Maestros además que posean a fondo los recursos de la moderna Pedagogía y conozcan no sólo las asigna- turas que han de enseñar ─bien limitadas por cierto en una Escuela Primaria─ sino todos aquellos conocimientos que merecen a un hombre el respeto y las atenciones de persona culta. Pretendemos que nuestros maestros eleven el nivel medio de las Escuelas por ellos regentadas y para esto es indispensable que su nivel personal en vida espiritual, en educación, en conocimientos científicos e históricos, en la formación de su temperamento artístico sea también elevado. Más todavía. Aun el Maestro rural debe tener una cultura muy por encima del medio en que vive para poder influir eficazmente en el mismo. La misma naturaleza de las cosas exige que el Sacerdote y el Maestro sean los educadores de los demás hombres, y por lo tanto que de ellos resulte a la larga el levantamiento espiritual y moral o la decadencia de los pueblos. Preciso es insistir en estos aspectos del problema de la formación del Maestro, para aquellos que consideran sólo, con inexcusable ligereza, el aspecto material y económico del mismo (26).


MUCHAS GRACIAS


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Anónimo (1634): Historia del collegio de Úbeda. Transcripción y notas de Leonardo Molina García S.J. Biblioteca de la Universidad de Granada, sección manus- critos, caja A.49, R. 30.774.

  • Campos Ruiz, M. (1918-1919): La Sacra Capilla del Salvador. Don Lope de Sosa, 68, pp. 249-251; 70, pp. 304-309; 72, pp. 367-369; 83, pp. 326-329; 84, pp. 358-359.

  • Castillo, M. del (1999). Tanguy. Historia de un niño de hoy. Vitoria: Ikusager ediciones.

  • Escalera Pérez, R. (1994): La imagen de la sociedad barroca andaluza. Estudio simbólico de las decoraciones efímeras en la fiesta altoandaluza. Siglos XVII y XVIII. Málaga: Universidad de Málaga - Junta de Andalucía.

  • Gil Coria, E. (Ed.); Labrador, C.; Martínez de la Escalera, J.; y Díez Escamiano, A. (1992): El sistema educativo de la Compañía de Jesús. La Ratio Estudiorum. Madrid: Universidad Comillas.

  • Labrador Herraiz, C. (1999). La Ratio Studiorum de 1999. Un sistema educativo singular. Revista de Educación, 319, pp. 117-134.

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  • Méndez Silva, R. (1645): Población general de España. Paisaje (1949), 59, p. 1624.

  • Molina García, L. (1990-1991). Un antiguo colegio de jesuitas en Úbeda. Ibiut, 47, p. 24; 48, p. 24; 49, p. 24; 50, p. 24; 51, p. 24; 52, p. 24; 53, pp. 24-25.

  • Moscoso y Sandoval, B. de (1787). Constitvciones Synodales del Obispado de Iaen. Hechas y ordenadas por el Ilvstrisimo Señor Don Baltasar de Moscoso y San- doval, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, Obispo de Iaen, del Consejo de su Magestad, en la Synodo Diocesana, que se celebró en la Ciudad de Iaen, en el año de 1624. Jaén: por Pedro Joseph Doblas.

  • Palma Burgos, F. (1957). Mi impresión. Revista Vbeda, 86, pp. 19-20.

  • Roa, M. de (2005). Historia de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús (1553-1662). Edición, introducción, notas y transcripción de Antonio Martín Pradas e Inmaculada Carrasco Gómez; prólogo de Wenceslao Soto Artuñedo. Sevilla: Asociación de Amigos de Écija.

  • Ruiz Prieto, M. (1982): Historia de Úbeda. Edición crítica sobre la de 1906. Úbeda: Asociación Cultural Pablo de Olavide.

  • Torres Navarrete, G. (1990). Historia de Úbeda en sus documentos: Conventos. Tomo III. Sevilla: edición del autor.


NOTAS

  1. Archivo Histórico Municipal de Úbeda (A.H.M.Ú.), Fondo Municipal (F.M.), Sección Padrones de Repartimiento (S.P.R.), 25/2. Se realiza en 1606 sobre los años 1603, 1604 y 1605.

  2. A.H.M.Ú., F.M., Legajo Compañía de Jesús. 3. H.C.Ú., f. 2v.

  3. Historia Colegio de Úbeda (H.C.Ú.), f. 9.

  4. H.C.Ú., ff. 8 y 8v.

  5. Archivo Ducal de Medinaceli (A.D.M.), Sección Sabiote (S.S.), 8/4. 7. A.H.M.Ú., F.P.N., Jorge de Biedma, 616, f. 12.

  6. A.H.M.Ú., F.M., Documentación Diversa (D.D.), 35/11.

  7. A.H.M.Ú., Fondo de Protocolos Notariales (F.P.N.), Andrés López de las Vacas, 609, f. 7 (v).

  8. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 24, f. 238 (v).

  9. A.H.M.Ú., F.P.N., Alonso Gómez, 931, f. 221.

  10. A.H.M.Ú., F.P.N., Alonso Martínez de Arellano, 49, f. CCVII.

  11. A.H.M.Ú., F.P.N., Salvador Garcés, 1.423, f. 279.

  12. A.H.M.Ú., F.M., Sección Actas Capitulares (S.A.C.), 46, f. 23.

  13. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 46, f. 25.

  14. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 46, f. 42.

  15. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 52, f. 267.

  16. Todo lo relacionado con la Ratio Studiorum se toma de Labrador Herraiz, 1999, pp. 117-134. También de Gil Coria, E. (Ed.); Labrador, C.; Martínez de la Escalera, J.; y Díez Escamiano, A., 1992.

  17. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 36, f. 211-211v.

  18. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 60, f. 98.

  19. A.H.M.Ú., F.M., Actas Comisión Permanente (A.C.P.), 5, f. 91. 22. A.H.M.Ú., F.M., A.C.P., 6, f. 102.

  20. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 128, f. 40v.

  21. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 129, f. 33v.

  22. A.H.M.Ú., F.M., S.A.C., 130, f. 1.

  23. Archivo SAFA Escuela Universitaria Profesorado (ASEUP) 1.