Humboldt-1799

1799. Wilhelm von Humboldt

Diario de Viaje a España. Espasa & Calpe (1951) (Pàg. 120-25)

El Montserrat.

Pero ya vuelvo, a fin de describirle mis andanzas desde el comienzo. El Montserrat está situado al N. O. de Barcelona (2' 6" de longitud occidental de París: 41º 36' 15" de latitud) y el pie del mismo dista unas nueve horas escasas desde esta ciudad.

Dos caminos conducen hasta la abadía situada algo por encima de la mitad de la altura del monte: uno, más breve y escar­pado por el que solamente se puede andar a pie o a caballo; y otro por el que se puede llegar en co­che hasta el patio mismo del monasterio, pero que lleva medio día de viaje. Los hombres casi siempre prefieren el primero.

EL LLOBREGAT

En un trecho de unas dos horas, hasta el largo y magnífico puente de Llobregat (el Rubricatus de los antiguos), el camino es el mismo que lleya a Valencia. Nada le diré de esta parte. Habrá usted leído sin duda el libro de viaje de Fischer que acaba de aparecer, que además de otros méritos sobre sus prede­cesores tiene especialmente la ventaja de exactas y en­cantadoras descripciones de la naturaleza, de modo que conoce usted todos los atractivos de las comarcas cata­lanas, la bella alternación de colinas boscosas valles hermosamente cultivados; el minucioso, pero no mísero cultivo de los campos, la limpieza y gracia de las aldeas y casas de campo próximas a esta ciudad, que por todas partes respiran bienestar y alegría.

Cuando se deja la arcada de follaje, que junto al puente forman sobre el camino los árboles plantados al borde de la calzada, y uno se detiene sobre el puente, se ve río arriba mirando ante sí el camino que hay que tomar. Luego, inmediatamente detrás del puente, se tuerce a la derecha y se marcha en adelante siempre a la derecha del río.

El Llobregat tiene aquí anchura consi­derable. Corre por un ancho cauce, como la mayoría de los ríos españoles que, como torrentes de montaña que son, en verano parecen insignificantes, pero en invierno y primavera a menudo, con no escaso peligro de los viajeros, crecen de repente. A su izquierda se extienden prados graciosos. Pero a la derecha el camino hacia el Montserrat está en su mayor parte estrechado por montañas.

LA MONTAÑA A LO LEJOS

Recién frente a Martorell se abre hacia el Noroeste un valle romántico, y en medio de él se levanta el Mont­serrat, al que se ve aquí por vez primera. Esa montaña se levanta ante la comarca como un muro largo y alto, y como se alza, destacándose por todos lados de la llanura lisa, sin contacto con ningún otro monte, esto le presta un aspecto todavía más ma­jestuoso.

Como lo expresa su nombre, tiene el perfil aserrado y ostenta una infinidad de ángulos maravillosos. Mas así como la distancia oculta a la vista las puntas menores, semejantes a pilones de azúcar que, especialmente en las xilografías caricaturescas de la Virgen de Montserrat, casi le dan el aspecto de un glaciar, desde aquí aparece mayor y más severo.

EL PUENTE DEL DIABLO

Antes de entrar en Martorell visité el puente que aquÍ atraviesa el río y al que llama el pueblo Puente del Diablo. Es evidentemente nuevo y de arquitectura gótica; forma una bóveda alta, de ángulo agudo, y en su centro se ha construído un arco pequeño, para dificuItar el paso de vehículos, paso que, ya sin esto, sería muy difícil a causa de la pendiente.

En el extremo del puente, situado hacia la ciudad, existe un viejo arco vi­sible lateralmente, y destruído, de construcción grande y sólida, pero tan sencilla que no se le puede otorgar un estilo determinado. Comúnmente se entiende que es un arco de triunfo, que Aníbal habría erigido en honor de su padre Amílcar, sin que yo conozca para esta opinión otra autoridad que la inscripción española qUe lleva el puente, trans­cripta en Los Viajes de Dillon.

En todo caso, no tiene nada que lo caracterice como tal arco triunfal y parece probable que en realidad existiese otra ciudad en el emplazamiento de la actual Martorell, y que aquella se extendiera más lejos hacia Barcelona, hasta junto al puente, y sería este arco, quizá la puerta ex­terior de la ciudad, o acaso también sería simple orna­mento del puente, como los arcos de los puentes de St. Chamas sobre el Touloubre, entre Aix y Arlés, y en el que está sobre el Charente, junto a Saintes.

Pero sin embargo hay allí dos arcos, uno a cada lado del puente, mientras que aquí, al otro lado del puente, no se ve rastro de ruinas. Pero entre tanto queda en pie el hecho notable de que no se observe el menor adorno, no haya rastros de inscripción en él y este motivo bastó acaso para Ilevarlo hasta más allá de la época romana, cuando por el contrario cualquier obra de arquitectura car­taginesa podría ser indicada con seguridad.

El puente fué restaurado en 1768, y no sé cuánto se conservó de su estructura anterior. En la actualidad se levanta sobre los restos de las pilastras de uno antiguo (que parece haber sido de igual arquitectura que el arco), y es unos cuatro pies más angosto que el arco, el que según un cálculo aproximado tendrá unos 18 pies de ancho por 40 de alto.

MARTORELL y COLLBATÓ

Vi en Martorell la misma diligencia que distingue a casi todas las ciudades catalanas. Delante de cada puerta se sientan mujeres y muchachas y hacen enca­jes, y a menudo se pueden ver familias enteras y ma­dres con cuatro o cinco hijas reunidas en este trabajo.

Luego de Martorell se cabalga a través del Noya, que aquí se une al Llobregat. El suelo comienza ya a elevarse gradualmente, y el Montserrat a mostrarse cada vez más en su verdadero ser. Sus cien puntas apa­recen ahora más claramente' a la vista y entre ellas se ven titilar puntos blancos que por largo rato mantie­nen en la duda al viajero, hasta que poco a poco se reconoce a las ermitas que un piadoso fervor ha levan­tado sobre cimas y entre grietas de rocas, a las que antes difícilmente hubiese visitado un viajero solitario.

Todo lo que circunda la ruta es interesante. Se prolon­ga en un alternar continuo de campos de frutales, pra­deras y boscajes, y se ven especialmente he:m1osos a la distancia algunos rodales y sotos de Pinus Píneas, con sus fustes sin ramas, parecidas a palmeras y sus copas esféricas.

Algunos sitios de este camino me llamaron particu­larmente la atención por su belleza: una garganta pro­funda entre peñascos, sobre los cuales pende románticamente un matorral siempre verde, y un paradero donde la vista desde una pequeña elevación sigue por un largo trecho, el valle del serpenteante Llobregat con sus en­cantadores labrantíos, prados y bosquecillos.

En los últimos días de marzo, cuando visitaba yo esa comarca, alcanza precisamente la primavera, ese breve pero encantador momento en que todo comienza a flo­recer en espléndida plenitud. En vano trataría de des­cribir a usted la fascinadora variedad de colores que ostentan las innumerables flores, cuán inimitable era el verde delicado y cuán sutil la fragancia que rodea­ban a los árboles, cuya fronda se abría de las yemas, de qué manera encantadora contrastaba aquélla con el verde oscuro de las espesuras, siempre verdes, que producen en abundancia maravillosa los climas meridiona­les.

El aire más puro y el abundante rocío, que sin embargo fácilmente se convierte de nuevo en vapor an­te los rayos más fuertes del sol, prestan a todas las plantas en esta región afortunada un frescor opulento, una tenuidad y delicadeza indescriptibles de los colores, y un esplendor que fascina instantáneamente a los sen­tidos y se graba por mucho tiempo en nuestra fantasía.

Collbató es el último poblado en este camino. Es pe­queño y mal construído y sólo dista cosa de un cuarto de hora del propio pie de la montaña.

LA CUESTA

De aquí se asciende durante unas dos horas hasta llegar al monasterio. El sendero para peatones costea en líneas sinuosas las laderas de la montaña, y sin embargo es en algunas partes sumamente escarpado. Por lo menos, mis compa­ñeros y yo encontramos discreto apearnos de nuestras mulas y subir a pie.

Por este camino se marcha teniendo siempre a la izquierda las alturas de la, montaña, pero a la derecha está el abismo. Su primera parte no es interesante. En general, esta montaña sólo cerca de la cumbre tiene tierra vegetal y vegetación más bella. Cierto es que ya desde aquí se disfruta de una vasta' perspectiva. Pero ¿ qué son estas vistas, en las que no se destaca un solo objeto y donde no hay un primer plano que reduzca a un cuadro al horizonte desmesu­rado ?

Comenzábamos a sentirnos molestos ante las no suficientemente recompensadas dificultades del ascenso, cuando repentinamente la senda dobló un ángulo y nos puso ante una ancha entrada de la montaña. ¡Jamás he gozado de una vista semejante! Imagínese usted dos contrafuertes de graciosas formas, que a ambos lados de la montaña se extienden hasta la planicie, corónelas de bosquecillos tan románticamente como lo pueda hacer su fantasía e imagínese entre ambas, en el valle a sus pies, el curso del Llobregat prolongándose hasta el mar que majestuoso se destaca en el horizonte.

Estuve largo rato apoyado en el fuste de un roble que está en el medio de esta abertura, pues, por cierto, este lugar de observación reúne todo lo que puede prestar a un pai­saje, majestad y belleza. Las faldas de la montaña son salvajes y arriscadas por las moles de forma de pirá­mide o de cilindro, a las que recién aquí se ve en toda su singularidad; los contrafuertes y las riberas ya próximas al río prestan a la perspectiva un carácter gracioso y cordial, y tras ella se pierde la mirada sobre la ilimitada llanura del mar.

Ha habido que descender un poco para llegar al medio de esta arruga del monte; ahora volvemos a ascender otro tanto hasta el otro extremo de aquélla, doblamos un ángulo y pronto vemos ante nosotros el Monasterio.

EL MONASTERIO

Es un edificio muy vasto, y con las edificaciones adya­centes semeja una pequeña ciudad…