9 pilares para fortalecer la vida familiar  

Fernando Alexis Jiménez

Dios ama la familia, por eso no quiere que se destruya. El problema radica en que nos hemos apartado de Él. Y aun cuando su gracia nos perdona y ofrece una nueva oportunidad, Él no nos obliga.

 Tenemos un gran desafío que debemos asumir: fortalecer la vida familiar a partir de principios y valores que le den solidez. El matrimonio y la relación con los hijos incluye unidad espiritual, emocional, física y financiera—entre otros ingredientes—para permanecer en el tiempo, por encima de las circunstancias.

Dios ama la familia, por eso no quiere que se destruya. El problema radica en que nos hemos apartado de Él. Y aun cuando su gracia nos perdona y ofrece una nueva oportunidad, Él no nos obliga. Es una decisión que debemos asumir.

En ese orden de ideas, no en nuestras fuerzas sido asidos de la mano de Dios, de Su gracia, podemos construir un vínculo fuerte que tiene al menos siete pilares:

Aquí cabe recordar al apóstol Pablo cuando escribe:

“En cuanto a las cosas de que me escribieron, bueno es para el hombre no tocar mujer. No obstante, por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. Que el marido cumpla su deber para con su mujer, e igualmente la mujer lo cumpla con el marido. La mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido. Y asimismo el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No se priven el uno del otro, excepto de común acuerdo y por cierto tiempo, para dedicarse a la oración. Vuelvan después a juntarse[b], a fin de que Satanás no los tiente por causa de falta de dominio propio.”(1 Corintios 7: 1-5 | NBLA)

En muy pocas líneas, escribiendo bajo la inspiración divina, Pablo traza pautas que aseguran la solidez en la familia.

ES HORA DE INCLUIR A DIOS

Como seres humanos tendemos a hacer las cosas a nuestra manera. Es propio de nuestra naturaleza, que en una concepción equivocada, busca la independencia de Dios. Tremendo error. Sólo con ayuda del Señor nuestro hogar puede ser inamovible, aunque vengan grandes dificultades. Así lo enseñó nuestro Salvador Jesucristo:

“Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca. Todo el que oye estas palabras Mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; 27 y cayó la lluvia, vinieron los torrentes[c], soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción».” (Mateo 7: 24-27 | NBLA)

Desconocemos cuál sea la situación familiar que esté atravesando. Lo que sí podemos asegurarle es que la idea esencial es salvar el matrimonio y fortalecer la relación con los hijos. Dios no avala el matrimonio y nos acompaña en el proceso de fortalecer la vida familiar. Pero esto es sólo posible cuando le concedemos el lugar que le corresponde, es decir, el primero.

Insistimos, no es luchando en nuestras fuerzas como salvamos a la familia, sino dependiendo del Padre. Es por Su gracia. Las crisis familiares pueden ser pasajeras y, si caminamos con Dios, pueden convertirse en oportunidades para crecer.

¿De qué manera? Cuando ponemos en práctica las enseñanzas que aprendemos en la Biblia. No solo conocerlas, sino ponerlas en práctica.

PRESTAR LA DEBIDA ATENCIÓN A LA FAMILIA

El elemento que nos une, es el amor. A este aspecto fundamental se refirió el apóstol Pablo cuando escribió:

“Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido.” (1 Corintios 13: 1-5 | NBLA)

Puede que sepa mucho de Dios, incluso que les hable a los miembros de su familia sobre Dios, pero si no tiene amor, de nada sirve. El amor debe ser el eje principal y el hilo conductor de todo cuanto hacemos:

Claro que nuestra vida familiar puede experimentar una transformación, cuando nos apropiamos de la gracia de Dios y le otorgamos a Él todo el control.

DIOS NOS AYUDA POR SU INFINITA GRACIA

Quizá como miembros de una familia, hemos cometido muchos errores.  Actitudes y comportamientos han fracturado la relación con el cónyuge y con los hijos. Todavía estamos a tiempo para cambiar y crecer.

No es en nuestras fuerzas, sino por la gracia de Dios quien nos guía en el paso a paso que debemos seguir.

El teólogo y catedrático de origen cubano, Jorge C. Córdona, escribió:

“La luz divina en el humano le hace tener un juicio claro acerca del bien y del mal. Cada día el ser espiritual se va refinando. Encuentra fallas en su conducta del día anterior. Evalúa su actuación y corrige el curso de su vida de acuerdo con la posición presente.  La espiritualidad mueve al ser hacia un estado ideal de perfección. El hecho de no alcanzar la meta propuesta sirve de nueva motivación para proseguir al blanco, como dijera el apóstol Pablo, del ideal de perfección trazado por las expectativas divinas.” (Citado en el libro “La familia y el nuevo milenio”)

Dios en su infinito amor y gracia, asume el gobierno de la familia cuando le abrimos las puertas. Nos ayuda en el proceso de rescatar y fortalecer la familia.

También es el Señor quien nos salva, cuando nos arrepentimos de los pecados, nos apropiamos de Su gracia y avanzamos—aliviados por el perdón—en el proceso de transformación personal y familiar.

Dios perdona a las personas por Su gracia. La gracia de Dios se entiende como Su amor inmerecido y su favor hacia la humanidad, a pesar de nuestras fallas y pecados. Esto significa que el perdón de Dios no se gana por mérito propio, sino que se ofrece libremente como un regalo divino.

En la Biblia leemos:

«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).

Dios nos perdona por Su gracia. Esta realidad refleja nuestra convicción en un perdón divino que va más allá de la capacidad humana de merecerlo, y que se ofrece como un acto de amor y misericordia hacia nosotros.

Hoy es el día para ser perdonado. Aprópiese de la gracia de Dios. Reciba a Jesucristo en su corazón como su único y suficiente Salvador.

© Fernando Alexis Jiménez | @SalvosporlaGracia

Lea más contenidos edificantes haciendo Clic Aquí

Escuche las transmisiones de Radio Reformada con programación cristiana 24/7