7 errores que debe evitar en una crisis matrimonial  

Fernando Alexis Jiménez

Haga un alto en el camino. Piénselo. Los conflictos de pareja se pueden resolver. Basta que volvamos la mirada a Dios en procura de ayuda, la que comienza cuando nos guía a evaluarnos para reconocer nuestros errores y, con Su divina ayuda, disponernos a cambiar.

Las diferencias que terminan convirtiéndose en crisis al interior del matrimonio, evidencian una peligrosa evolución de las relaciones. En ese tránsito priman el descuido del uno al otro, indiferencia, falta de diálogo, intolerancia, incomprensión y olvidar los ingredientes que, en la fase inicial, generaron unidad: ternura, dulzura, pasión y cierta dosis de erotismo.

Sin embargo, cuando empiezan las dificultades, nos olvidamos de todo: los momentos agradables, la felicidad que se experimentó en pareja, la serenidad para manejar las dificultades y la tolerancia que esgrimieron en un comienzo.

El problema fundamental es el orgullo y la falta de perdón. Se dimensionan los inconvenientes, sólo se resaltan los errores del cónyuge y el trato se torna hosco, como si no hubiese salida para el laberinto. Si estos inconvenientes no se resuelven, los enfrentamientos serán recurrentes.

El apóstol Pablo enfatiza en la importancia del diálogo y de ser cuidadosos al expresarnos:

“No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.” (Efesios 4: 29 | NBLA)

Y, también, escribe:

“Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona.” (Colosenses 4: 6 | NBLA)

El diálogo guiado por Dios, es el principio para la resolución de los conflictos en el matrimonio.

El especialista en terapia familiar, Valerio Albisetti, aborda el asunto:

“La mayor parte de las personas tienen problemas de amor consigo mismas y con los demás. Cuando decidimos casarnos, nos sentimos felices, tenemos una gran seguridad, esperanza y disponibilidad porque estamos convencidos de que la fuerza de nuestro amor superará todas las dificultades. Sin embargo, la mayoría de las veces, no sucede. Hoy día observamos que una profunda soledad divide a los cónyuges, incluso a los que se aman.” (Citado en el libro “Terapia del amor conyugal”)

Una realidad que no podemos eludir y que es necesario abordar con urgencia: resolver los conflictos de familia. Un proceso en el que Dios desea ayudarnos. Él ama la familia.

ES HORA DE ACTUAR

No se quede impasible mientras que su matrimonio va camino del abismo. Es hora de actuar. Se requiere afrontar las diferencias de pareja, profundizar en cuáles son los factores que la originan y emprender, juntos, la búsqueda de una solución, de la mano de Dios.

No podemos darle largas al asunto por temor. La situación empeorará, sin duda. En esa dirección, es necesario:

Si no se sigue esa ruta, en apariencia sencilla, la situación seguirá igual, con tendencia a empeorar. La meta es comprender la situación en su verdadera magnitud y procurar resolverla, no en nuestras fuerzas, sino en aquellas que provienen de nuestro amado Padre, por su infinita gracia.

Él nos concede las condiciones para hacerlo, rodeados por la recomendación que hace el apóstol Pablo cuando se trata de enfrentar las situaciones difíciles de la vida:

«Pero ahora desechen también todo esto: ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca. Dejen de mentirse[a] los unos a los otros, puesto que han desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó.» (Colosenses 3:8-9 | NBLA)

Por favor tenga en cuenta que, en el camino a superar momentos conflictivos, no existen recetas determinadas y, menos, si se trata de construir una relación feliz. Cada caso es único. Y, por supuesto, nadie podrá ayudar a quien no desea recibir orientación oportuna y apropiada.

MOTIVACIONES EGOÍSTAS

Nuestro amado Salvador Jesucristo nos instruyó acerca de tratar a las personas, como esperamos nos traten:

“Y así como quieran que los hombres les hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. Antes bien, amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos. 36 Sean ustedes misericordiosos, así como su Padre es misericordioso.” (Lucas 6:31-38 | NBLA)

Sobre esa base, en un texto que tiene especial aplicación en la relación conyugal y familiar en general, le invitamos a evitar siete motivaciones que son egoístas y equivocadas.

1.- Cada uno de los cónyuges debe asumir su responsabilidad en los conflictos.

2.- No debemos culpar al cónyuge.

3.- Debemos aceptar que nuestro cónyuge es diferente y en nuestras fuerzas no lo vamos a cambiar.

4.- No está bien dimensionar los problemas.

5.- No está bien asumir el papel de víctimas.

6.- No debemos crearnos falsas expectativas con el matrimonio.

7.- No debemos buscar la perfección de nuestro cónyuge.

En todos estos elementos hay un común denominador que resulta transversal: podemos evitar las crisis cuando le damos a Dios el primer lugar en la relación y, como consecuencia, guiados por Él, desarrollamos una buena comunicación y gestionamos apropiadamente nuestros sentimientos.

HUMILDAD PARA ASUMIR LOS EQUÍVOCOS

Todos cometemos errores. De ahí que nuestro Señor Jesús dijera que, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra (Cf. Juan 8: 7, 8) Se requiere humildad para aceptar que fallamos.

Cuando lo hacemos, es más fácil disponernos a buscar la salida del laberinto, con ayuda de Dios. En todo matrimonio se viven períodos felices, pero también se experimentan períodos críticos.

Es fácil resolver esas etapas dolorosas y desalentadoras cuando comprendemos las razones y las motivaciones que originaron los problemas. La meta es restaurar y revitalizar el hogar. ¿Es posible? Por supuesto que sí, con el poder y ayuda de Dios, sumando el compromiso recíproco en esta meta.

Conocer a nuestro cónyuge será más fácil, cuando nos conocemos primero. El compromiso inicial debe ser nuestro, dar el primer paso. No podemos eludir la responsabilidad, descargando la culpa en nuestra pareja.

No podemos perder de vista el hecho de que el matrimonio es un viaje maravilloso, aunque surjan al paso muchas dificultades. Por ese motivo, debemos comprometernos en el mejoramiento continuo, de la mano de nuestro Padre celestial. Tendrá un impacto positivo en la relación matrimonial.

El terapeuta familiar, Valerio Albisetti, precisa lo siguiente:

“Ciertamente crecer juntos significa correr riesgos. El riesgo de conocerse tan profundamente que no nos gustamos más; correr el riesgo de tener dificultades para analizarnos, para ponernos desnudos sentimentalmente delante del otro. Pero vale la pena. Si los cónyuges no están involucrados en el crecimiento recíproco, será obstáculos el uno para el otro y perderán inexorablemente la confianza en sí mismos.”

Haga un alto en el camino. Piénselo. Los conflictos de pareja se pueden resolver. Basta que volvamos la mirada a Dios en procura de ayuda, la que comienza cuando nos guía a evaluarnos para reconocer nuestros errores y, con Su divina ayuda, disponernos a cambiar.

HOY ES EL DÍA PARA EMPRENDER EL CAMBIO

Cambiar y crecer en todos los ámbitos de nuestra vida—personal, espiritual y familiar—es posible. El Señor nos ofrece esa oportunidad, por Su infinita gracia, que está disponible para todos.

La salvación es un regalo inmerecido de Dios, no basado en nuestras propias acciones o méritos, sino en Su amor y gracia. Es un concepto central en la teología cristiana, especialmente en el Nuevo Testamento.

El apóstol Pablo escribió:

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.» (Efesios 2: 8, 9 | NVI)

Jesucristo ya pagó en la cruz por todos nuestros pecados. Por Su preciosa sangre vertida en la cruz, nos limpió de toda maldad. No es porque seamos buenas personas que somos salvos, sino por el amor divino, por Su gracia.

«No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.» (Tito 3: 5 | NVI)

Cristo Jesús nos hizo justos delante del Padre. No somos condenados, sino salvos, como aclara el apóstol Pablo:

«Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.» (Romanos 3. 24; Hechos 15: 11| NVI)

Desde la eternidad, Dios nos escogió para ser salvados por la obra redentora de Jesucristo. Sin embargo, el Señor no nos obligará a recibirlo en nuestro corazón, tras admitir nuestros pecados, arrepentirnos y pedir perdón:

«El cual nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.» (2 Timoteo 1: 9 | NVI)

Decídase hoy por la salvación. Aprópiese de la gracia de Dios. Este es el momento oportuno para ser perdonados—por gracia—y emprender una nueva vida. Ábrale las puertas de su corazón a Jesús el Señor.

@SalvosporlaGracia | ©Fernando Alexis Jiménez

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