Raymond Carver
Ultramar
para Richard Ford
Agua perfecta en calma. Perfectamente admirable.
Multitudes de pájaros moviéndose
sin descanso. Es suficiente el misterio, sólo Dios lo sabe.
Me preguntás si tengo tiempo. Tengo.
Tiempo para ir. No hay pique
de cualquier forma. Nada que hacer en todas partes.
Cuando, a un kilómetro de distancia, vemos al viento
cruzando el agua. Nos quedamos sentados y quietos
y lo vemos venir. Nada de qué preocuparnos.
Solo viento. No tan fuerte. Aunque bastante fuerte.
Me decís, “¡Mirá eso!”
Y nos aferramos a la borda cuando pasa.
Lo siento abanicarme la cara y las orejas. Lo siento
despeinarme más dulcemente, parece,
que los dedos de cualquier mujer.
Después giro mi cabeza y lo veo
moverse y bajando por el Estrecho,
llevando las olas antes de eso.
Arrojando las olas contra
nuestro casco. Los pájaros se vuelven locos ahora.
El barca se mueve de un lado a otro.
“Jesús”, decís, “Nunca vi nada como esto”
“Richard”, te digo —
“Nunca vas a ver algo como esto en Manhattan, mi amigo.”