Raymond Carver
La cartera de mi padre

Mucho antes de pensar en su muerte,

mi padre dijo que quería descansar cerca

de sus padres. Los echaba mucho de menos

desde que se habían ido.

Lo dijo tantas veces que mi madre lo recordó,

y lo recordé yo. Pero cuando los pulmones

se le quedaron sin aire y todo signo de vida

había desaparecido, se encontraba en un pueblo

a 512 millas de donde más quería estar.


Mi padre, sin embargo, fue inquieto

hasta muerto. Hasta muerto

tuvo que hacer un último viaje.

Toda la vida le gustó ir de un sitio a otro,

y ahora había un sitio más al que ir.


El de la funeraria dijo que lo arreglaría,

nada de qué preocuparse. Una escasa luz

caía desde la ventana al suelo polvoriento

donde esperábamos aquella tarde

hasta que el tipo salió del cuarto del fondo

y se quitó los guantes de goma.

Traía el olor a formaldehído con él.

Era un gran hombre —dijo el de la funeraria.

Luego se puso a contarnos por qué

le gustaba vivir en este pueblo tan pequeño.

Este hombre que acababa de abrirle las venas a mi padre.

¿Cuanto va a costar? —dije.


Cogió block y pluma y se puso

a escribir. Primero, los gastos de preparación.

Luego incluyó el transporte

de los restos a 22 centavos la milla.

Pero estaba la ida y vuelta del de la funeraria,

no se olvide. Más, digamos, seis comidas

y dos noches en un motel. Incluyó

algo más. Añadió un recargo de

210 dólares por su tiempo y trabajo,

y allí lo teníamos.


Pensó que discutiríamos.

Había una mancha de color en

cada una de sus mejillas cuando levantó la vista

de sus cifras. La misma escasa luz

caía en el mismo lugar del

suelo polvoriento. Mi madre asintió

como si entendiera. Pero

no había entendido ni palabra

Nada de aquello tenía sentido para ella,

empezando por la vez que dejó su casa

con mi padre. Sólo sabía

que pasara lo que pasase

iba a sacar el dinero.

Buscó en su bolso y cogió

la cartera de mi padre. Nosotros tres

en aquella habitación tan pequeña aquella tarde.


Miramos la cartera un momento.

Nadie dijo nada.

De aquella cartera se había ido toda vida.

Era vieja y estaba cuarteada y sucia.

Pero era la cartera de mi padre. Y mi madre la abrió

y miró dentro. Cogió

un puñado de dinero que pagaría

el último y más asombroso viaje de mi padre.

Raymond Carver de Bajo una luz marina [1990]

Tad. Mariano Antolín Rato