Mario Levrero

Dos

A veces me muevo con dificultad...

A veces me muevo con dificultad entre las paredes emiderruidas del enorme caserón. Es una especie de juego. Nadie me obliga a andar tropezando entre las crecientes pilas de escombros, a respirar ese aire cargado del polvo de la cal, el revoque y los ladrillos, a someterme a los azares de algún derrumbe imprevisto; sin embargo, me aventuro una y otra vez por esos lugares casi laberínticos, y lo hago casi sin pensar, impulsado por secretos resortes cuyos mecanismos nunca me he detenido a investigar.

Los obreros, todos muy parecidos entre sí, protegidas sus cabezas por cascos metálicos, parecen no reparar en mi presencia. No les estorbo en su trabajo, pero tampoco les sirvo de ayuda. Tal vez me asocian, de alguna manera, con los dueños del caserón o con el personal administrativo de la compañía de demoliciones. Tal vez, cuando advierten mi presencia, se esmeran un poco más en su trabajo, temiendo algún papel de supervisión que yo pudiera estar cumpliendo.