Mario Levrero

Naturaleza muerta

Acorralaron al rengo.

 

Relucían

 

sobre paisajes otoñales

de parques y praderas

los fuegos de artificio

como artilugios refulgentes

 

y soñaban

en su cueva el topo

en su relincho el caballo

en su sueño el pez

 

Era el día de la primavera.

 

Todos

 

Empujaban algo tesoneramente

 

cuesta arriba

cuesta abajo

y un rincón bajo el portal

a la izquierda del templo

más allá de las dunas

más acá de los rábanos

 

y entre los limoneros,

sin piedad ni maldad ni caridad,

por esa pobre torpeza de los simples,

con esa simple torpeza de los pobres,

con esa torpe pobreza de los simples,

 

acorralaron al rengo

acorralaron al rengo

acorralaron al rengo

 

No intentó la más mínima defensa

no arguyó la más mínima disculpa

no le tembló

ni un músculo del alma

no dijo nada

quedó callado

como un horizonte

mirando la laguna

donde los patos

 

danzaban y brincaban

 

como un coro de ángeles

desnudos desplumados

y la gaita

sonaba su lamento lejano

lamento de otras tierras

lamento de ciervo moribundo

 

de niñez torcida

de laberintos afilados por el tiempo

(Ah, las gaitas; aún hoy

Resuenan en mis oídos

con la insistencia de los nomeolvides

y de ciertos lagartos portuarios).

No dijo nada, el rengo.

 

Dejó caer la noche

 

y entre los fuegos de artificio

declinantes por puro aburrimiento

se alejó rengueando

 

como siempre el rengo

 

se alejó cojeando

 

hasta casi contento

 

de que lo hubieran acorralado entre los limoneros:

eran treinta pelucas

 

nada menos

 

las que llevaba en el bolsillo.

 

Y hasta me quedo corto.


Mario Levrero de Conversaciones con Mario Levrero con Pablo Silva Olazábal [2017]