Mario Levrero

Cinco

Aquel sonido inusual...

Aquel sonido inusual de los cascos golpeando repetidamente la tierra se introdujo subrepticiamente en mis ensueños, promoviendo pequeñas variantes en su compleja anécdota. Al hacerse el sonido más cercano e intenso, mi ensueño se fragmentó en infinidad de puntos que emitían señales contradictorias, como ondas que se entrechocaban y se deformaban unas a otras, y al fin desperté, con la clara consciencia de haber estado soñando: pero ya la anécdota se había perdido, disuelto, y me fue imposible reconstruirla. Sin encender la luz, me levanté y me acerqué a la ventana. La noche era clara y cálida, serena; y el reflejo del cielo que la luna iluminaba no sé desde dónde, me permitió ver las siluetas ondulantes y casi fantasmales de los caballos, que pasaban y pasaban, como mágicamente brotados desde sombras a mi izquierda, seguían el irregular borde del arroyo a mitad del camino entre el horizonte y mi casa, y se disolvían, como la anécdota de un sueño, en otro manojo de sombras que dominaba sobre mi derecha. Después, el ruido de los cascos se fue amortiguando, se fue incorporando al silencio de la noche como un elemento más —los grillos, el rumor de las hojas— y más tarde ya no me fue posible darme cuenta de si el sonido estaba aún allí, enmascarado en su mimética oportunidad, o si había simplemente desaparecido hacía muchas horas, acompañando, quizás, a los caballos.