Mario Levrero

Cuatro

He sido...

He sido, finalmente, capturado por los señores de este trozo de tierra abochornada por un sol de fuego; sólo sabía que debía huir, y tenía razón, aunque no supiera por qué, ni el motivo de esta captura ni de este castigo — apenas uno penetra en el territorio, se ve acometido por el irresistible impulso de la fuga. Ciertamente, no temo por mi vida, y he podido, en pocos días — y gracias quizás al castigo mismo— desprenderme del miedo a la muerte. Quiero decir que he llegado a bendecir el castigo, porque me ha liberado. También es cierto que me estoy secando. Más como una planta o como un árbol que como un animal — pero no es la muerte. Los rayos de este sol tan particular sobre la piel, pero también el delirio desde adentro, me van secando lenta, parsimoniosamente, y si no pienso en ello puedo percibir en mí una especie de placer. Todo consiste en someterse. Mientras se mantiene la lucha, se mantiene el dolor.

No es fácil, pero tampoco es difícil someterse. En realidad no es necesario tomar ninguna determinación — una vez que ha sido uno capturado. Tampoco es difícil ser capturado, una vez que uno ha penetrado en este territorio. Lo verdaderamente difícil es encontrar el lugar; después, no sin dolor, no sin angustias, pero sí inevitablemente, todo fluye en una sola dirección.

No sé por qué medios gobiernan todo estos señores invisibles, pero sé que no pasan nada por alto. No tengo la menor esperanza de escapar; tampoco, ahora, lo deseo. Y es en este amoldarse de los deseos donde radica el secreto. Me estoy secando, al sol, mientras también se agota mi delirio.