Alda Merini
Yo, Padre...
Yo, Padre, ya no tengo la voluntad para curarme, pues me pregunto qué otras cosas amargas aún me tiene reservadas la vida.
He vivido demasiado sola y demasiado calumniada y finalmente demasiado pobre como para justificar mi pobre cuerpo con cualquier forma de ascesis interior.
Pero no he muerto y por más que la muerte me asfixie y me haga sudar, yo, padre, jamás me he sentido tan viva y presente, y tal parece que la locura me confiere tanta lucidez, tanto tormento, tanta avaricia y tanta prodigalidad hasta hacer de mí un hechizo de amor sagrado y profano.