Alda Merini
David, hágase el silencio...
David, hágase el silencio
en torno a tu gran clamor
contra los impíos.
Cómo gritabas el nombre de María,
la mujer que felizmente entró
en la cueva del demonio
para arrebatarle los secretos
de la muerte.
Pero tú no mueres
porque tu raíz está enterrada
hasta en mi vientre.
Cada maternidad te sonrió,
veías al Señor como a un padre.
También tú
que temblabas ante la muerte
te alzaste como un monumento.
Estabas armado de espada y justicia,
caíste como héroe en tu tumba
de donde surgen todavía plegarias.
Ruega por nosotros, David,
estamos llenos de dolor,
nos manchamos la cara con el pecado,
pero tu cara es limpia y solemne:
es la lágrima absorta del buen Dios.
Recibe a cada uno de nosotros
en tus rodillas
como un hombre crucificado,
un palo que arde
de oscura miseria
y de nuevo se vuelve niño en tus brazos.