Sonia Díaz Corrales


Onírico de Abisinia

Queremos irnos a Abisinia.

Estamos enfermos

carentes

llenos de apatía y de torpeza

y Abisinia suena como un órgano

sobrecogedor y arcaico.

Nos decimos que hoy no

pero algún día

vamos a desayunar en Abisinia

leche miel dátiles y frutos de granada

en una tienda

o en un castillo imperial en Semien Gondar

al norte del lago Tana

en un sitio hermoso y verde.

No hemos hecho las maletas

ni descolgado las fotos de familia

pero seguimos mirando hacia Abisinia:

una pared sólida y abrupta

llena de sombras

desde el Mar Rojo.

Habrá que comprar mapas y cuerdas

brújulas

linternas

y un machete en forma de medialuna

inútil y hermoso.

En los valles bajos

nos consumiremos mirando

por si encontramos el chacal de Simien

acechando topos y ratas

rodeados de acacias y mimosas

leones y leopardos

monos

y habrá que sobrevivir a las lluvias

a la sequía

a las aguas abundantes del Nilo Azul

que no pueden tocarse

y en lo más alto

será como si estuviéramos solos en el mundo.

Llevaremos a Bach

a Chopin

solo Bach y Chopin

alternándose en lo perpetuo

revelando la certeza de que seguimos aquí por accidente

y que siempre debimos estar en Abisinia.

Aprendemos canciones

que nos parecen hechas para ser cantadas en Abisinia.

Haré un cojín de algodón de Abisinia

para reclinarnos

y cantar las canciones que aprendemos.

En Voina-dega

en Gondar

nos olvidaremos del tiempo

y el vino las aceitunas

los perfumados limones

llenarán los días y noches.

En las sabanas

demoraríamos siglos en contar los rebaños

porque cuando toquemos la última cabeza

y digamos un número

habrán nacido

—o muerto entre los colmillos de los depredadores—

cien búfalos más.

Encontraremos amigos

y amantes

un hombre de Sudán

perfecto y áspero

ancestral.

Un bereber

pacífico y místico

hecho del espíritu de la búsqueda

nos enseñará a sentir el silencio

el dolor de las estrellas cuando mueren sobre las dunas.

Un árabe

que nos llamará hijos de Habech

y danzará con siete sables

y nosotros le llamaremos hermano

y exaltaremos su belleza.

Definitivamente hoy compraré un abanico

y vamos a empacar las debilidades.

A esta hora en Abisinia alguien verá amanecer

y luego dormirá la siesta bajo un árbol tan frondoso

y deseará tener un abanico.

Al atardecer hará fuego

y traspasará el cuerpo del pescado que comerá en la cena.

Entre los velos que el viento mece

despertaremos el deleite con que se amaron Salomón y Makkeda

negus-se-neghest

reyes de reyes.

Practico reverencias

con mi sombrero rojo

para el amor que no conocía los prejuicios

para un tiempo en que la sabiduría y la belleza eran el estado natural de las cosas.

Vamos a enamorarnos de nuevo en Abisinia

como locos

el amor nos volverá divinos

aunque nos llamen excéntricos

no podríamos estar en Abisinia sin amor.

Nunca enfermaremos

moriremos de algo verde y suave

de felicidad

nunca de tedio

aunque lentamente

subiremos

a morir a Ras Dejen

mis pies descalzos pisando la tierra

a cuatro mil pies de altitud

entre rododendros y líquenes

sobre el musgo apacible

que baja por abismos de belleza.

Abisinia sería el mejor sitio para morir

aunque nos rodearan el barro

las moscas

y esta sofocación desconocida

todo será dorado cuando cerremos los ojos

el cielo y la miel que empalaga.

En el paralelo 14º de latitud norte

al sur de Nubia

hay un lugar llamado Abisinia

decimos su nombre en un susurro

nos decimos que hoy no

pero algún día...


Comprensión del martirio

No respira

siquiera por la herida.

El miedo es inmisericorde

miedo de

asfixiarse

asfixiarnos

y quedarse tan serena

sintiéndose justificada

santificada.

Preguntamos a la Santa

sobre el dolor

y susurró:

Solo la herida sabe lo que duele,

yo apenas soy

quien le pone la sal.

Ejercicio de memoria

Sobre la superficialidad acumulada

dime, tú que también estabas allí,

¿qué cantaba el viento en las ventanas?

No recuerdo qué cantaba el viento

el día de partir

tan lejos

tan distante.

Pregunto por el amor que padecíamos

—ya no sabemos si era cierto

si era amor—

quién lo eligió por nosotros.

Pregunto por el que recorrió las calles mostrando su cicatriz

esa que le dieron con la gloria —o la muerte—

tan vana

tan poco útil a la hora de vivir.

Pregunto por la oscuridad donde contábamos las piezas

y siempre nos faltaban

pregunto

a dónde fuimos

mientras seguían cayendo las diminutas flores de mango

en los patios

en el chorrerón de la charca

en esta larguísima ausencia.

Después de tanta superficialidad

yo pregunto si recuerdas

el susurro

la canción

del viento en las ventanas

mientras hacíamos aquel amor pausado

último

de tácita despedida.

¿O sólo yo escuchaba

el patio muerto

y las flores minúsculas cayendo

arremolinándose

y el viento cantando

en la ventana entreabierta?

Sobre todas las preguntas

que la superficialidad impone

¿tú recuerdas

—me recuerdas—

en aquellas ventanas

el viento

qué cantaba?

Chopin trae de vuelta mis caballos

Sugiero escuchar Nocturno en mi bemol mayor Op. 9 n.º 2.

Ciertos poemas se roban mis caballos

los convierten en bestias

entonces me hundo en Chopin

como una piedra.

Chopin alivia

arpegios simples

claros y oscuros

claroscuros

dobleces

senza tempo

rubato

delirios creciendo como el pelo

o las uñas

sin que lo note.

Chopin desde la mañana hasta el atardecer

doliendo

perfecto

incontenible

trayendo de vuelta a los caballos.

Yo enferma de Chopin

de una emoción que rompe como olas en mi orilla.

Chopin me torna de cristal

de Baccarat

o de vitrina promiscua.

Con Chopin me convierto a otros credos

soy una mujer soñando que cabalga.

Chopin en la noche

crípticas las cuerdas

fortíssimo

piano

pianíssimo

y luego voltereta.

Chopin entra a borbotones por la hendija de la noche

parte en colosales tesituras las vivencias

mulle el sillón

desborda de extraños rostros la ventana

adormece las miserias.

Chopin a gritos

a cucharadas

llorando sin llorar

flotando en el azar del cáncer

en el amarillo casi histérico de las margaritas.

Chopin impasse

y yo la piedra contra los vidrios que soy

estrictamente ambos

en múltiples resonancias.

Chopin

impoluto en la indigencia de mi alma

como si ya me hubiera muerto

y ahora

tuviera que renacer.

Los caballos volviendo

caballos corchea semifusas

volviendo de Chopin

con Chopin

de mi demencia.

Chopin musicando el paso lento de mis caballos

su regreso

sobre los vidrios rotos

Sonia Díaz Corrales. Cuba, 1964) Es poeta y narradora. Ha publicado, entre otros, Diario del Grumete (poesía), “Taller Editorial Vigía”, Cuba (1996) y “Sed de Belleza Editores”, Cuba (1997); Minotauro (poesía), Cuba (1997), El hombre del vitral (novela), “Editorial Idea” y “Editorial Aguere”, España (2010) y Noticias del olvido (poesía), “Ediciones Hoy no he visto el paraíso”, Francia (2011).