Reyna Esperanza Cruz
ROSTRO DORMIDO EN EL ESPEJO
(Violeta Parra)
Mientras sumerge el alma en amarillo
una mujer transita la agonía
de saberse tarot de la ironía,
de saberse la hoja de un cuchillo,
a quien nadie creerá que no es la herida
la meta de su filo o su costumbre.
Una mujer queriendo ser la lumbre
ha de reconocerse preterida
por el tiempo de abrir puertas al cielo,
que con su luz violeta le recuerda
que existen los abismos y la cuerda,
los árboles de luna y los del suelo,
que existen alegría y desconsuelo,
y es lo mejor partir antes que pierda
el musgo su retrato en la pared,
partir antes que el tiempo la condene,
partir porque una sombra la detiene
y hay que partir los nudos de esta red.
Ha de partir de este jardín de luces,
de esta tarde de junio florecida,
partir porque es hermosa la partida
a destiempo, si el tiempo es solo un filo,
si el tiempo es la cuchilla taladora,
si el tiempo es solo tránsito y demora,
si para ella es solo un frágil hilo,
una mota pequeña de algodón,
un fruto al que le llaman corazón
que la mantiene eternamente en vilo.
Partir para volver en un reflejo,
en un vórtice gris de lejanía,
en su múltiple rostro de porfía
dormido para siempre en el espejo.
MÁS ALLÁ DE LA VOZ
(Con Edith Piaf)
Parece un maniquí desencantado,
pero es solo un clavel en la llovizna.
Parece un cirio roto y desolado,
pero es solo un lucero de ultramar.
¿Acaso se preguntan qué ha pasado
que en el vacío y el temblor se abisma?
¿No les parece un ángel secuestrado,
perdido en la neblina del pasado,
una gaviota a punto de zarpar?
¿No les parece un sable amurallado,
o la bandera negra del pecado
queriendo sobre el tiempo naufragar?
Es la mujer que el rostro ha hipotecado
para que no la escuchen sollozar.
ANSIAS DE VOLAR
(Con Amy Winhouse)
Hoy me dije temprano
que podía escribir canciones serias,
canciones simplemente,
que confirmen que aún soy la niña de las nubes.
Pero ha pasado el día,
se han deshecho todos los fantasmas,
las notas del absurdo
escaparon del piano que me invento,
y comprendí que no hay atardeceres
ni gatos maulladores en mi sien.
Es por eso que busco inútilmente
melodías, palabras,
figuritas de amor para mis manos.
Y por eso los peces
naufragan en mis dedos como cirios
demasiado infelices para arder,
y las bujías verdes del consuelo
arden con luz tan fría
que incineran mi gesto de vivir.
Aunque hoy dije temprano
puedo escribir canciones,
el violín de los días se me ha roto
y ya no puedo retener el río
ni dejar que transcurran las palabras
ni pulsar el vocablo que me salve
de amanecer con ansias de volar.
EXTRAÑA FRUTA
(Con Billy Holliday)
Yo era la extraña fruta
nacida fuera de estación
y fuera de estación mordida por la noche.
Fruta caída cuando apenas
debía lucir la piel brillando entre las ramas.
Mecía el viento mi voz
y mi voz mecía al viento
con estelas de ángel y heroína.
Plantada entre dos aguas —siempre amargas las dos—
me sumergía a ratos.
Luego salía a cantar:
Entonces era yo, libre de mundo y lodo.
Sé que Dios escuchaba.
Creo sentir, a ratos, su perdón.
TURBIÓN DE LA NADA
(Con Ella Fitzgerald)
A nadie temí nunca sino a la soledad.
Mi puño era testigo y abogado
y mi voz la tenaza que rompía
las rejas de los reformatorios.
Rebelde, rebelde hasta el cansancio:
así no estaba sola ante la muchedumbre
que me señalaba con el dedo
como en un epitafio.
La misma muchedumbre que saciaba
mi sed de compañía cuando eran los aplausos
nudo, éxtasis, escalofrío
y luego nada.
SONORAS MANOS LIBRES
(Con Mahalia Jackson)
El río Mississippi, sus corrientes de ensueño,
me lavaron la voz hasta dejarla
como canto pulido en sus orillas.
Me tornaron sirena, embrujadora voz
que violaba a los ángeles cuando cantaba un gospel,
y doblegaba como a un junco el blues.
El spiritual no fue nunca tan espiritual
sino en mis manos libres
que alcanzaban el cielo
con los toques sensuales de mi sangre.
Desde que hice del silencio
mi única melodía
las aves de Evergreen
cantan mejor que las del paraíso.
LA SÓLIDA COSTUMBRE
(Con Gabriela Mistral)
Hay un zapato azul en mi esqueleto
que no me deja recorrer el mundo.
Un zapato que pesa demasiado,
y obliga a mi costumbre a revivir.
Hay también una urdimbre en mi mano derecha
y una araucaria triste hay en mi andar.
En mis cabellos
hay un trozo gastado de caricia,
una nave de antaño naufragada.
La araucaria, a menudo, sus ramas tambalea,
y la nave se enrumba hacia el poniente,
y el trozo de caricia va en mi mano
como serpiente que mudó la piel.
De este modo
es imposible pescar cardos al vuelo,
decir adiós a las gaviotas de la tarde.
El zapato que digo
a veces es de plata y brilla mucho
y otras veces se burla de mis pies.
Es un zapato azul tan luminoso
que no me deja sitio en las estrellas
ni asir de un sorbo toda la locura.
Por eso habito aún entre los cuerdos.
Por eso vuelo anclada y florecida.
Por eso suena triste mi cantar.
PUDO LLAMARSE AMOR
(Con Silvia Plath)
Absurdamente espero por la aurora:
no amanece en mi patria de papel,
no atardece en el sueño donde floto.
Es el reloj un beso que se esfuma
y cada sol distancia, luz de espera,
playa que no me libra del naufragio.
Refugio donde pierdo la confianza
es el país que Amor pudo llamarse.
DIÁLOGO CON EL HUMO
(Con Artemisia Gentileschi)
Bajo la noche se abren los caminos
a un sol que no ha nacido todavía,
corriendo como un ciervo hacia las aguas.
Es humo todo el pensamiento
y como humo, al fin se desvanece.
Una inútil consigna milenaria
se duerme en mi canción de polvo y lluvia.
Ladra un sueño a lo lejos
y su quejido muerde mi virtud
que no sabe pedir:
—Un grano, por favor,
un solo grano
de luz o de certeza,
una mínima copa de rocío.
Y quedo bajo el toldo de la noche
dándole de comer a mis fantasmas.
LA TINTA DE LA VOZ
(Con Camille Claudel)
De otros días más fieles a mi sombra
imágenes sonoras me golpean.
Era invierno, y tus ojos
traían un recado de París.
Yo era el invernadero de tus rosas
—las que pintas de azul mirando a Venus—,
pero no lo decías, no plasmabas
con tinta de tu voz, tanta tibieza
que aún no logro borrar del calendario.
Y mientras decapito tu recuerdo
intentando volver a mis jardines
se suicida una góndola en el río.
Reyna Esperanza Cruz (Puerto Padre, Cuba, 1956). Poeta, escritora para niños, narradora oral, declamadora, promotora, museóloga. Imparte talleres para niños y adultos sobre poesía en general, y también sobre la décima en específico. Miembro del Grupo Iberoamericano Amigos de la Décima Espinel-Cucalambé. Miembro de la Agrupación de Mujeres Décima al filo. Miembro de la Agrupación Ala Décima. Miembro de la UNEAC. Le fue otorgada la Placa Cucalambé en el 1996, y la Orden Raúl Gómez García en el 2000. Ha recibido numerosas distinciones en el trabajo promocional y comunitario. Tiene publicados ocho cuadernos de poesía, tanto para adultos como para niños. Sus obras aparecen en diversas antologías nacionales e internacionales. Acaba de aparecer su cuaderno Calles de nube y piedra, Colección Arco Tenso, Ediciones Selvi, Valencia, España, 2020.