Manuel Sosa


Salon de los rechazados.


Scala

No es para los que

pretenden colmar la sala,

o para quedar en algo

que imita la resistencia

del arte agónico.

Eso que se desgrana

como tónica virtuosa

ha sido escrito, y cantado

para alguien que

ni siquiera

escucha.

La Lista



Hay un vado, mira,

con su cuerpo de tres días

y el rastro de sangre,

y la certeza de que ya

no habrá otro esfuerzo

(calmada la jauría

y el perseguidor)

que no sea propagar la noticia

y tachar otro nombre

de la lista de insumisos

para luego olvidarlo,

y agregar el siguiente.

Línea de aguas negras

Esto de encontrar símbolos, afianzarse

sobre la hierba ardiente

y yacer como presa rendida:

esto vale el golpe que se recibe.

A ver: el recitador embobecido

suelta su salve al viento

y demarca su territorio.

Se entrega, hay una desnudez

que pide ser descrita.

Todo eso contiene otro tipo

de libertad, o suciedad,

o alegoría de un mundo

que le desprecia y le obliga

a cavar

hasta encontrar la línea de aguas negras

escondida debajo

de cada ilusión, de cada

señuelo.

No merece

Llevar más, atraer el molde

que alguna vez sirvió

para silenciar el clamor contrario,

pasar del castigo

al claroscuro que define…

¿Tú sabes que toda cuesta

es una revocación por revelarse?

Otro intento, fuerza ideal

y rescate

descrito con palabras

ante el salmo que se interpone.

El sueño deshecho, el premio

inútil:

la arena entre los dedos.

El otro, el invitado

Entrar al sueño de alguien,

y recordar el préstamo que somos:

no es tu aliento, es el desliz

llamado a embriagarte con otro absintio

y otro sabor de muerte.

No saber, el vacío de tu propia imaginación

debería adiestrarte, para que

reconozcas

esta estancia, la puerta que

lleva al puente, el sacrificio

de tu nombre o rostro

o concepto, y el color

que parece devorarte.

Y sin saberlo, has muerto y te recomponen

casi como el vitral donde

vibra tu imagen.

Eres el invitado, llevas ese papel

con un poco de dignidad

y te desmarcas, y mereces los segundos

lapidarios, y no resistes

tanta eclosión.

La fábula ajena, víctima fugaz

que se podrá zafar del castigo.

Vuelves al día, al color amarillo

de unas flores vencidas,

y no sabes, no sabes

que despertar es la inocencia

prendida a la calidez de un lecho

cuando alguien, insaciable,

te sueña.

Mirador

Falto yo. Y esto no es

el tipo de cosas que

se dice a la ligera.

Porque suena a reproche

y también está el desfavor

de salirse de esa cuadrícula

donde juntan la poesía con

sus reglas,

y los jueces pueden

retirar la llave e injuriarte.

Pero no hay otra holganza retórica

que acomode el asco

y uno ya no está

para abrigar sutileza;

así que relumbra el hecho

y escasea el entendimiento,

y lo que sobra no se explica

como antes.

Está la realidad, fragmentos

de espejos

pegados a la madera,

y tal distorsión

es todo lo que ves,

hilos de sangre

y conjeturas

y pretextos para que faltes.

El salto

¿De qué otro golpe

quieres que te hable?

No miraba, no había esa costa

de sal y escozor.

Era una ventana en la alevosía

de la cartulina, y la mente

quiso ser más, el concepto

que deslumbrara.

Mentir para salvarse,

escoger el mismo oficio

de los efectos y las fórmulas.

¿De qué quieres? La mentira

es el espejo, la ventana,

el salto al vacío.

Manuel Sosa, es un poeta y ensayista cubano. Nació en Meneses, Sancti Spíritus, Cuba, en 1967. Se graduó en Lengua Inglesa, y ejerció como profesor universitario hasta 1998, año en que emigró de Cuba. Escribió para revistas y periódicos de la isla, sobre todo reseñas de libros y temas culturales. Sus poemas han aparecido en antologías cubanas, mexicanas, chilenas y norteamericanas. Ha residido en Toronto, Charlotte y Atlanta, y en esta última trabaja desde el 2000 como supervisor de servicios sociales.