Ángel Escobar

Me río con mis contemporáneos.

Me río con mis contemporáneos

de las estupideces mías y de mis contemporáneos.

Sé que sufren. Y son hipocondríacos y torpes

como cualquier bicho de este mundo. Buscan la melodía

que los lleve en sus hombros, pobrecitos. Tonto a diario,

me río con mis contemporáneos

de las estupideces de ellos primero que de las estupideces

mías. Sé que sufro, que me siento en mi cara

a ver pasar dos locos manoteando. Buena hormiga,

me llevan en sus hombros gimoteando

al último cuartel. Ya la emboscada

pasó.

Vámonos yendo. Me río con mis contemporáneos

para luego seguir dándonos vuelta, para luego seguir

campante apenas yo, todos campantes.

Y mis contemporáneos se acomodan el traje,

las viseras, se montan en sí mismos, vuelven luego. Se van.

se van, hipocondríacos y torpes

como cualquier bicho de este mundo. Se van. Se van. Y tú,

busca una melodía que te lleve en sus hombros,

pobrecito. Y tú,

busca una melodía que te lleve en sus hombros.


ÁNGEL ESCOBAR: NO PODER ESPERAR UN DÍA MÁS

Por Manuel Sosa

Ángel Escobar: poeta, suicida y arúspice de sus propias entrañas. Fuimos amigos, de notas breves y telegramas espaciados, y algún poema de por medio. Quien le juzgara por sus libros iniciales, no hubiera sospechado el giro que daría a su poética pocos años después. Viejas palabras de uso y Allegro de sonata no le separaban del grupo que frecuentaba los premios y los éxitos florales de entonces. En ellos se podían encontrar pizcas de su lenguaje fracturado y febril, pero el resultado fue convencional, por decirlo piadosamente. Son libros que no resisten examen crítico, que deben tomarse como auscultación de la tierra ciega, o como síntomas de una insania que ya afloraba para nunca dejarle. Luego siguió Epílogo famoso, rico en luminosidades y pobre en suspicacia, ascenso y declive de la persona escindida, pero que ya podía aventurarse como carta de anuencia en el ruedo de la poesía cubana.

Ángel Escobar no tuvo que poner esmero en armar el rompecabezas que le entregaron. Al editarse La vía pública tuvieron que atenderle de todas maneras, los críticos que faltaban y los lectores escasos de siempre. El libro hubo de desplazarse solo, sin que el autor lo conminase. La vía pública era un escándalo silencioso (valga el trillado oxímoron), era un pedazo de carne que ya estaba tendido en el pavimento. Ángel saltó al vacío esa primera vez, como un sacrificio que de él esperaba la piedra. No había vuelta atrás: los libros de tal especie son marcas, son declaraciones de fe por las que se paga un elevado precio. Su vida posterior le entretuvo de manera tal que escrituras, viajes, y estancias le parecieron cosa ordinaria. Cuando apareció Abuso de confianza, su libro más redondo, ya cada texto era conocido, por obra de la suerte y una aparente fiebre que le hacía abrir puertas y gavetas y cuadernos de exaltada caligrafía. Era que se estaba alineando (alienando) con sus compañeros de suerte, Zequeira y Milanés, sin complejos, aliviado por lo ellos le habían conferido, como pactante y cofrade.

Abuso de confianza no tuvo la suerte de una buena edición, pero sí de la complicidad y el efluvio. El poeta no llegó a ver su propia antología, pero sí sus lectores, que la fueron componiendo de memoria, o la fueron amontonando en sus estantes o en un cajón. Los otros cuadernos que han ido saliendo dan testimonio de sus obsesiones postreras. Y luego la Poesía completa, libro que ya nadie encuentra en La Habana, imanta lo que puede (como puede) de su flor tornátil, sin que consiga retratarle como autor “normal”.

Ángel Escobar no quiso esperar un día más, y volvió a lanzarse al vacío el 14 de febrero de 1997. Lo sintomático de la fecha vino a ser la imaginaria cruz de tiza con que marcaron su ataúd. Cada pieza fue cayendo en su lugar: el sacrificio cumplido sobre la piedra, el dato de su cuerpo inerme y ofrendado, los escritos esparcidos y dispares, los poemas que sobraban y los que reiteraban su miedo, su salto como símbolo de esa ruina (de ese foso) que nos cerca siempre.


Ángel Escobar Varela. Cuba (1957-19997) Narrador, poeta y dramaturgo guantanamero. Premios David y Roberto Branly de la UNEAC en 1978 y 1985, respectivamente.

Epílogos Famosos. 1985 (Poesía)

La Vía Pública. 1987 (Poesía)

Abuso de confianza. 1992 (Poesía)

Cuéntame lo que me pasa. 1998 (Cuento)

La sombra del decir. 1998(PoesÍa)

EL examen no ha terminado. 1999 (Poesía)

Cuando salí de la habana. 1999 (Poesía)