Rigoberto Rodríguez Entenza

Fuga

La hoja que cae del árbol

va hasta la raíz

hacia el rostro inédito.

En la mímesis de su ciclo

confirma el juego de la luz

la sombra del trasiego infinito.

Desde allí dibuja la pausa

el tiempo de la meditación.

Un actor recuerda la escena.

Hay en sus acciones físicas

un deseo tácito de olvidar

la casta de aquel molde.

No ilumina pero mata

esa casta mata

y guarda la ropa cuando mata.

Entra en un círculo de meditaciones

y cala una criptografía

mutante y sonante

corte a corte

intenta disimular

el color calado en el fondo.

La figura no es un grano maíz

es una condición y salta sobre los ojos

como la semilla no puede saltar de sí.

El aire rasga el silbido

y juega en el ciclo de matices.

La huella

El pájaro busca su imagen

en el centro de la secreta polifonía.

Al enhebrar los hilos de otro tiempo

el espacio revela los ciclos íntimos.

El pájaro inaugura su plenitud

e invoca las fibras del viaje.

Desde un pedestal

el niño proyecta el sueño.

Mira a través de la urdimbre

y descubre lo inasible en la fronda.

La parábola precipita su altura.

Desde la confirmación del alba

el río de los ojos cruza la floresta

y regresa a la punta del fin.

Canción cotidiana

La línea es una obsesión.

Con aterradora exactitud

donde comienza el abismo

entre un cuadro y otro

el diseñador traza el corte imprevisto.

Los límites

sobre la grafía

borran su apariencia

dejan un estado de vigilia

en el que corren los hombres

a dejarse definir.

Entre sus cuatro manos coinciden

los rostros hundidos en el mar

el ritmo sangrante, las pautas

del hosco bregar hacia las costas

fraseadas en el adiós

en el cabo que buscan los seres

para regresar al espesor cortado

con los cuchillos de las vocales calcinadas.

Vino cívico

Abre su memoria

deja el aire cuajado de hebras.

Del cuero del animal

brota ahora la vibración

el peso mordaz de la voz antigua.

En las notas hay un núcleo

el seco encuentro

de lo que contiene y dicta.

Las dudas afloran en el paisaje

a fuerza de extraños giros

se colocan bajo la luz

para que nos hundamos

en el polvo de las partículas vírgenes.

Los testigos miran la larga fluidez

de la palabra, repetida, aguzada

filtrada en la sed, en el olor

a estiércol, en el cansancio

de los pedales cotidianos.

Las fábulas se enraizaban

debajo de los puentes, en las vísceras.

Entretanto baja el manto callado

de las horas de quietud.

El músico deja escapar

las piedras de su vino cívico

la coalición de los vacíos

el adiós de las aguas, del tiempo

de la mano sobre las cabezas

que en la proa de los vivos

en vano intentan erigirse.

Fábula

Un silbido lejano llega a las ramas.

Las razones se filtran entre las hojas.

A través de ese tamiz

no puede el hijo develar

el paisaje interior del bosque.

Lo inevitable cala su compás

en el vasto sonido de la tierra.

Cuando el muchacho llega

vista desde arriba

la imagen es simple: una casa rústica

tibia como la oración anclada

en el mar de la mañana.

Se dilatan horas y sonidos.

Con la mano sigilosa

el viejo señala el paisaje.

Colores y formas, decía.

Pero el hijo no ve.

No veo, no veo el sí

no veo el no, no veo nada.

El viejo abre sus manos

toma al muchacho por la nuca

lo empuja hacia la tierra.

Le hace tragar dos tramos

y lo lleva a los cimientos

de la razón última.

Pero él dice que no ve.

No veo, no veo el sí

no veo el no, no veo nada.

Se deja caer de bruces.

Junta sus lágrimas de ayer

con las de hoy

y se traga el agua del día.

Cuando logra apartar la mano

como de un tajo hiciera dos

lenguas de una misma raíz

se echa a correr hacia la caverna.

Logra cruzar a otras horas

se sienta en la piedra

y advierta que la flor no estaba.

No brotaba la cruz delante de sus ojos.

No estaba la hoja verde

ni en el dibujo incubado

en las márgenes de su adiós.

No lograba ver.

Tampoco allí lograba ver

y lo dice.

Dice no.

No veo.

No veo, no veo el sí

no veo el no, no veo nada.

No ve su ritmo.

No ve su esplendor.

Solo corre como las bestias

que buscan el abrevadero.

Rigoberto Rodríguez Entenza Sancti Spíritus, Cuba, 5 de noviembre de 1963. Poeta, narrador, dramaturgo y crítico cubano. Es graduado de Teatro por la Escuela Nacional de Arte de La Habana, Cuba y de Español y Literatura por el Instituto Superior Pedagógico de su ciudad natal. Profesor universitario. Es considerado por la crítica especializada como uno de los autores significativos de la literatura cubana contemporánea.