Sesión 1


Cita en Pekín

Pekín, septiembre de 1923.

Una tarde otoñal y ventosa de septiembre de 1923, Clifford Jenkins (agregado comercial del consulado británico en Shanghái) y Zhang Mingze (experto en antigüedades y artesanía tradicional) llegan en tren a Pekín, a resolver asuntos privados. Inmediatamente, se alojan en el Hotel des Wagons-Lits, no lejos de las murallas de la Ciudad Prohibida. En su restaurante conocen a Joe Doe (un joven británico, reportero especializado en conflictos), William Gurney (otro impetuoso joven británico, fotógrafo recién llegado de cubrir una expedición en el desierto del Gobi) y a Aleksandr Mijaílovich “Sajalin” Popov, un profesor de arqueología anteriormente ligado al Instituto Oriental de Vladivostok y con experiencia en el Asia Central, hoy exiliado tras la guerra civil entre rojos y blancos.

Los cinco no tardan en descubrir que tienen un conocido común: el profesor Wang Enlai, que amablemente los ha invitado a una interesante conferencia acerca de las Rutas de la Seda y los tesoros históricos y artísticos que aún guardan. Así que tras invertir la mañana siguiente en asuntos personales, la tarde del día 20 (jueves) se encaminan a la Universidad Yenching de Pekín. Por el camino les sorprende una violenta y repentina tormenta, que paraliza momentáneamente la ciudad y extraña a sus habitantes, pues no es habitual en esta época del año y hasta parece una señal de mal agüero. Por si fuera poco, todos los PJs se sienten inquietos, como si ojos ajenos los observasen discretamente.

Finalmente se congregan en el salón de actos de la facultad donde trabaja la American School of Archeology y el ponente, un indio de edad avanzada y muy viajado llamado Sofian Bazaz-Wain, oriundo de Cachemira, ofrece una conferencia muy interesante, animada con diversas diapositivas. Desafortunadamente, la bombilla del proyector estalla en plena intervención, dejando a oscuras a la concurrencia porque precisamente coincide con un apagón. El público suspira exasperado. ¿Otro mal augurio, tal vez? ¿Justo en la Cuarta Sala del edificio? Durante el lapso de oscuridad, unas inquietantes y fugaces visiones sorprenden a nuestros protagonistas y dejan un halo de espanto en sus retinas: una horda de ratas rodeándolo en pleno desierto (Gurney), verse rodeado por una multitud de estatuas de Buda que se aproximan de manera inquietante en una sala oscura (Doe), enfrentarse a la mirada ardiente de un santón desnudo, esquelético y embadurnado en cenizas, que apila huesos humanos (Perkins), observar las propias manos acuclillado en la arena a la trémula luz de antorchas y hogueras, para encontrárselas empapadas en sangre fresca (Zhang Mingze)… pero finalmente Sofian Bazaz-Wain retoma el hilo y conduce su intervención a buen puerto, con aplausos del respetable.

Durante el cóctel posterior, Wang Enlai saluda cordialmente a los PJ y les entrega un telegrama muy interesante: se trata de una petición de cooperación inmediata por parte de Langdon Warner, un reputado arqueólogo estadounidense que se encuentra en estos instantes en las Cuevas de los Mil Budas en Dunhuang, una pequeña ciudad-oasis que antaño marcaba la frontera del Imperio Chino y el comienzo del Turquestán. Allí se bifurcaba la Ruta de la Seda y superaba la Gran Muralla hacia los desiertos de la depresión de Tarim. Diversas expediciones arqueológicas occidentales han recuperado en el complejo de cavernas miles y miles de documentos (textos teológicos, narrativos, poesía, etc.) ligados al budismo y su expansión por China, datados del s. IX en adelante. También se han encontrado valiosas estatuas y orfebrería de todo tipo. Langdon Warner parece especialmente interesado en los fastuosos frescos que decoran muchas de estas estancias, aunque es verdad que también hay quien considera a los occidentales más expoliadores que conservadores.

Wang Enlai los invita a comer al día siguiente en su domicilio familiar, para que allí le comuniquen su decisión. Por la mañana aprovechan para resolver asuntos pendientes, conocer monumentos como el Templo del Cielo o hacer compras en los bazares atestados. Tras un delicioso banquete, ya sentados ante el té y una vez han acordado acudir a la llamada del americano, el Sr. Wang les revela que ha organizado la primera parte del viaje: partirán al día siguiente hacia Xi’an bajo la protección de un salvoconducto firmado por el Wu Pei-fu, el Mariscal de Jade, que actúa como gobernador militar y señor de la guerra en la zona alrededor de Pekín. A saber qué favores le debía el militar al profesor, pero desde luego es una buena noticia, dada la inestabilidad en los caminos. Dos o tres días serán suficientes para recorrer el valle del río Huang He (el río Amarillo) hasta Zhengzhou (Chengchow), Luoyang y finalmente Xi’an, antigua capital de las dinastías Ching y Tang. Una vez lleguen allí, les recomienda encarecidamente alojarse en el hostal Casa Koulou (económico, limpio y bien situado, aunque carente de lujos) y ponerse en contacto con el Sr. Mi Han, un experto en estas lides, para organizar una caravana-expedición que recorra el corredor de Gansu hasta Dunhuang, donde encontrarán a Langdon Warner. Naturalmente, también pueden buscar otros medios de viaje o quién sabe, disponer de sus propios vehículos. Pero no será un viaje fácil ni corto, como ya les han advertido. Para facilitarles aún más la tarea, les hace entrega de una cuantiosa suma de dólares de plata, moneda de curso legal en la República de China, que deberían cubrir al menos los gastos de todo ese trayecto. El Sr. Zhang Mingzhe aprovecha para visitar la biblioteca personal de Wang Enlai y escamotea un par de rollos de pergamino que parecen a todas luces reproducciones de textos rescatados de las Cuevas de los Mil Budas en Dunhuang. La tarde deja ya poco tiempo para preparativos, pero el grupo se esfuerza en pertrecharse de cara al viaje, sobre todo con ropa de abrigo, algún material útil para excavaciones arqueológicas y suministros para fotografía. En Xi’an podrán encontrar con seguridad lo que necesiten.

Al alba del día 22, dos Dodge 30 con capota completa se presentan ante el Hotel des Wagons-Lits, acompañados de un tercer vehículo que portará los equipajes. Junto a los PJ viajará Li Shiaozi, una distinguida y reservada señora de la alta sociedad, con su joven dama de compañía. Wang Enlai les ha dejado una cesta donde además de platos, vasos y té (con su tetera) vasos para organizar un picnic se encuentra una tartera de bambú llena de baos hervidos al vapor, rellenos de carne de cerdo, col, hortalizas y especias. Encuentran también cuidadosamente doblada una bandera británica cosida a mano, con una recomendación: podría servir para intimidar a bandoleros o a soldadesca díscola. El Sr. Wang se disculpa por no incluir también una bandera rusa… pero la insignia zarista podría atraer atención no deseada, y la bandera roja no es del gusto de todo el mundo.

Dodge 30

En la Plaza de Tian An Men les aguarda la escolta militar impuesta por el Mariscal Wu Pei-fu: dos camiones que han visto días mejores, con una dotación total de 10 soldados y 2 conductores. Al grito del sargento, los mozos dejan el tabaco, se encasquetan sus gorros de pico, recogen los máusers anticuados y saltan a la caja de los vehículos entre risitas, mientras los motores se desperezan. El convoy sale de la Ciudad Tártara de Pekín, cruza la puerta de Chang-y-men para superar la muralla occidental y atraviesa el puente de Marco Polo. Por delante esperan unos 1000 km de pistas de tierra y carreteras enlodadas, llenas de baches y carromatos, que los llevarán hasta la antigua capital imperial y sus célebres pagodas.