Sesión 5


El desierto de irás y no volverás

Taklamakán, septiembre de 1923.

Ante la incredulidad de Warner, parece que las supercherías alucinadas del lama han despertado genuina curiosidad entre nuestros aventureros, dispuestos a seguirle en su peregrinar. Quién sabe qué otros secretos ocultos podría alumbrar este personaje… Pero primero conviene terminar lo que han empezado. De modo que alojan al lama en una cueva discreta del complejo y se ponen manos a la obra, cooperando codo con codo con el equipo de jóvenes arqueólogos que comanda Langdon Warner.

Convendría recordar someramente qué les ha revelado el asceta: que las fuerzas del Aghartha pugnan por abrir las puertas de una nueva era de caos y horror en la Tierra antes de lo razonable. Al fin y al cabo, el devenir de todas las cosas es cíclico, pero por algún motivo fuerzas oscuras actúan para acelerar este Fin de los Tiempos, para deleite del Rey del Miedo. Eso sí, en teoría este se encuentra prisionero, encerrado en Aghartha. Y como respuesta a estas supuestas estratagemas, los Sabios Señores de Shambhala han enviado visiones que empujaron a este humilde lama a iniciar su peregrinaje. Y ahora se las envían también a quienes quieran y se atrevan a acompañarlo para tratar de cerrar esas puertas del pavor. ¿Cómo se lograría? Pues por medio de un ceremonial. Vamos, que es preciso celebrar un complejo ritual, que incluirá música, baile, algún que otro sacrificio, diagramas místicos, letanías secretas, etc. Los ingredientes típicos de un buen teatrillo esóterico, comenta algún descreído… pero en el fondo, según Tenzin, el objetivo es alterar la realidad y todos esos pasos ayudarán a poner la mente de los participantes en la tesitura propicia.

El caso es que, de todos los elementos que Tenzin enumera, faltan varios: el principal, y único verdaderamente imprescindible, es el pergamino que contenía las instrucciones detalladas del ceremonial y que un visitante sustrajo de la cueva oculta donde reposaba aletargado el lama. Ahora bien, debería ser factible recuperarlo (o acceder a una versión aproximada) en alguna de las imprentas sagradas budistas del Tíbet (llamadas “parkhang”), pues conservan con reverencia los bloques de madera con que imprimen sus textos sagrados o “kagyupa”. Tenzin afirma que sabrá reconocer el lugar y a fin de cuentas, los monasterios agraciados con las tradiciones más longevas no son muchos.

El segundo objeto serían los cuencos de ofrendas que dejó Padmasambhava junto al lago Danakosha, donde el propio santo nació del corazón de una flor de loto. Y el tercero, un juego de instrumentos musicales que deberían elaborarse con huesos humanos obtenidos en un osario relacionado con el gurú Padmasambhava, llamado Sitavana. Según Xuanzang (el monje budista viajero del siglo VII cuya historia conocieron en Xi’an) este es uno de los ocho osarios míticos de la India, donde una dakini se tragó a Padmasambhava y lo dio de nuevo a luz iniciándolo así en los misterios del tantrismo. Su localización es objeto de debate, pero diversas opiniones lo sitúan en la ciudad de Rajgir, en las regiones de Bihar y Orissa.

Naturalmente, luego habría que oficiar el ritual, en el Tíbet de donde es oriundo Tenzin Kalsang. Concretamente, en el Valle de los Monos Blancos, en las junglas de Pemakö, donde amenazan con abrirse las puertas del Aghartha si nuestros aventureros no se aprestan a sellarlas.

Sea como sea, tras debatir (no sin una buena dosis de risas, burlas e incredulidad) si acompañar al enigmático lama, acuerdan que quizás lo más apropiado sea primer buscar el mítico lago Danakosha, pues allí sostienen las leyendas y el propio Tenzin que deberían encontrarse los cuencos rituales de Padmasambhava, el célebre monje del siglo VIII que introdujo el budismo tántrico en el Tíbet y dejó tras de sí una serie de textos y objetos de carácter místico y sagrado para guiar a las almas de épocas posteriores. El lago, que hoy no existe al menos con tal nombre, debería encontrarse dentro de las fronteras del antiguo reino de Oddiyana… que nadie ha sabido delimitar con claridad. Un enigma dentro de un misterio, vaya. Langdon, risueño, apunta que lo cierto es que la región más propuesta es un lugar propicio para la arqueología: al norte de Peshawar, en los valles del Indo y ríos adyacentes, los agrimensores del Civil Service británico que cartografían la India han encontrado no pocos restos arqueológicos, pues fue una zona de paso dominada por consecutivos imperios, como está bien documentado. Precisamente allí donde Alejandro Magno vadeó el Indo para finalmente desistir de su empeño de conquistar todo el mundo (pero sí dejó una huella perdurable en las artes, la cultura y la organización del territorio).

De todos modos, primero hay que terminar lo que han empezado, manos a la obra pues. Clifford Jenkins se encarga de la burocracia para agilizar la operación de trasladar los restos arqueológicos recuperados y todo el mundo, con la ayuda del equipo humano de Warner, se afana en completar los objetivos de la expedición. En cuestión de tres semanas, lo más duro está liquidado y Langdon se ofrece a aconsejar a los aventureros para organizar una expedición que los llevará a cruzar el desierto de Taklamakán, nada menos. En Dunhuang contratan los servicios de un equipo formado mayoritariamente por uigures, que los llevará primero hasta Kashgar, para allí cambiar parcialmente de personal y encarar los pasos de montaña que los conducirán hasta la India Británica. Guiará la caravana Hoshur Sabri, ayudado por sus socios y hermanos (cazadores, mozos de cuerda y cocineros), quienes saben desenvolverse por estos inhóspitos parajes con la ayuda de mulas y camellos bactrianos. Los preparativos demoran pocos días y enseguida comienza la marcha. Primero hacia Turfan, una ciudad histórica famosa entre los arqueólogos por los éxitos de distintas expediciones alemanas y rusas en sus alrededores.

Camellos

Poco antes de llegar a Turfan, en plena travesía por los bordes de las planicies salinas del Lop Nor, una ominosa tormenta de arena negra se abate sobre la comitiva. El buen oficio de los caravaneros ayuda a que casi todos los aventureros salgan indemnes del susto… pero Zhang Mingzhe es presa del pánico y huye en la nube de oscuridad, desorientado. Tras calmarse el huracán, como surgido de una pesadilla, ahora se halla perdido en el inicio del mar de dunas. Pasará unos minutos de nervios y angustia, primero tratando de orientarse (mientras sus amigos lo buscan y se organizan para peinar el área) y después huyendo de dos formas enjutas y andrajosas que, surgidas de la arena, se encaminan a él entre quejidos y arrastrar de miembros, con un fulgor ígneo en las cuencas vacías de sus ojos…

Afortunadamente, el ingenio y la premura del resto de compañeros son suficientes para llegar a tiempo e impedir la tragedia. Los caravaneros, horrorizados, abren fuego para ahuyentar a lo que denominan como “espíritus de los difuntos”, “momias revividas” o “pisachas”. Según ellos, son almas errantes que perdieron la vida en las dunas yermas y ahora buscan víctimas que los acompañen en sus soledades.


Alarmados por este encuentro y con Zhang Mingzhe extremando la prudencia para no separarse del desfile de camellos ni por un instante, la travesía prosigue tediosa entre la monotonía del yermo, rumbo a Turfan, el lugar ideal para reponer fuerzas y suministros.