A destrozar la esposa, el trofeo y la virgen: la poesía de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio y Alfonsina Storni

A destrozar la esposa, trofeo y virgen: la poesía modernista de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio y Alfonsina Storni

Este trabajo salió de un contrato del Honors Program para una clase de literatura de la América Latina en Saint Mary’s College of California. Decidí enfocarme en la poesía de las modernistas latinoamericanas a los finales del siglo XIX, sobre todo Delmira Agustini, Juana Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio, y Alfonsina Storni. Este proyecto analiza cómo estas cinco poetas rompieron con los moldes patriarcales de la esposa, el trofeo, y la virgen. Ofrezco un comentario sobre las imágenes, las metáforas, y otros recursos literarios de seis poemas: “A Julia de Burgos” – Julia de Burgos, “Nacer hombre” – Adela Zamudio, “Hombre pequeñito” – Alfonsina Storni, “El vampiro” – Delmira Agustini, “Te doy mi alma desnuda” – Juana de Ibarbourou, y “Tú me quieres blanca” – Alfonsina Storni. Lo que me interesó tanto era la mezcla de lo personal con lo político. Estas mujeres usaron sus voces para expresar no solamente sus experiencias, sino las de muchas mujeres. A finales del siglo XIX, rechazar los papeles femeninos tradicionales impuestos por el patriarcado era algo muy radical. Y, al mismo tiempo que escribía yo este trabajo, hablaba mucho con mis profesores de baile y de filología hispánica sobre qué significa ser radical en el mundo contemporáneo y cuáles beneficios tiene. Estas mujeres tomaron pasos importantes en el movimiento feminista latinoamericano con su obra artística, algo que espero hacer algún día.

Departing from the mold: Agustini, Ibarbourou, Burgos, Zamudio y Storni

This paper was born out of an Honors Contract for one of my Hispanic Literature classes at Saint Mary’s College of California. I decided to study the work of female modernist Latin American poets at the turn of the 19th century, specifically Delmira Agustini, Juana Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio, and Alfonsina Storni. Moreover, this project analyzes how these five poets broke from the patriarchal female molds, which come down to the wife, the trophy, and the virgin. In the essay, I offer an analysis of images, metaphors, and various other literary tools in these six poems: “A Julia de Burgos”, “To Julia de Burgos” – Julia de Burgos, “Nacer hombre”, “To Be Born a Man” – Adela Zamudio, “Hombre pequeñito”, “Little Man” – Alfonsina Storni, “El vampiro”, “The Vampire” – Delmira Agustini, “Te doy mi alma desnuda”, “I Give You My Naked Soul” – Juana de Ibarbourou, and “Tú me quieres blanca”, “You Want Me White” – Alfonsina Storni. Above all, I was fascinated with how these five women mixed the personal with the political. They used their voices to reveal not only their experiences, but those of many women. At the turn of the 20th century, it was an incredibly radical act to reject traditional gender roles imposed upon women by the patriarchy. While I was writing this paper, I was also engaged in conversations with my Dance and Hispanic Literature professors about what it means to be radical in our current world and what potential benefits it could have. These women took important steps forward in the Latin American feminist movement by presenting their art. This is something I hope to do one day as well.

Catalina O’Connor


Profesora Ruíz


SPAN 141-01


22 May 2017


A destrozar la esposa, trofeo y virgen: la poesía modernista de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio y Alfonsina Storni


Esposa, trofeo, o virgen: las únicas tres categorías a las que puede pertenecer una mujer en una sociedad patriarcal en el siglo XIX. Pero, ¿qué significa ser esposa, trofeo, o virgen y cómo oprimen estos tres estereotipos a las mujeres? Para empezar, la esposa sólo se puede quedar en casa y ser el ángel del hogar: la esposa cariñosa y pasiva que trabaja duramente sin quejarse. El trofeo, a diferencia de la esposa, ni puede hablar o hacer el trabajo de la casa. Es resignada a ser bella, pasiva, y callada. Es básicamente un trofeo del que puede hacer ostentación un hombre. La virgen, como sus compañeras, debe ser pasiva, pero también casta. No puede tener pensamientos sexuales porque debe mantenerse pura. Obviamente, no es difícil averiguar los problemas con el patriarcado y su tratamiento de la mujer. Niega su individualidad, inteligencia, sexualidad, y humanidad para oprimirlas. Sin embargo, muchas autoras indoamericanas han expresado su “desilusión” con el patriarcado. Un movimiento específico que ha producido muchas obras literarias de categoría es el modernismo latinoamericano. En la transición del siglo diecinueve al siglo veinte las poetas modernas—como Delmira Agustini, Juana Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio, y Alfonsina Storni—crearon muchas obras de resistencia al patriarcado que ofrecen otra imagen de la mujer. Tenían que hacer esto porque durante la formación de las identidades nacionales en Indoamérica los revolucionarios no asignaron mucho espacio a las mujeres al establecer cada una de las identidades nacionales. En la época en la que los significados de ser chileno, mexicano, guatemalteco, etc. se formaron, las chilenas, mexicanas, guatemaltecas, etc. intentaron encontrar su identidad y espacio en cada país, y les aseguro de que no está en la cocina. “Las décadas del ‘80 y del ‘90 del siglo XIX fueron de anarquía sexual y que todas las leyes que gobernaron la degeneración y al colapso y surgió un intenso anhelo de estrictos bordes de control alrededor de la definición de género, tanto como de raza, clase y nacionalidad” (Minelli 72). Las poetas modernistas luchan contra los tres estereotipos sobre las mujeres creados por el patriarcado para crear una imagen más moderna y auténtica de la mujer y así criticar al patriarcado y su opresión de la mujer.


La primera categoría es la esposa. Para empezar, la mujer-esposa está resignada a trabajar en la casa y a criar a los hijos. Entonces, su papel de ángel del hogar y “la suposición de que las mujeres siempre han sido la fuerza conservadora en la sociedad-con la que se puede contar en que no produzca, sino que reproduzca, para preservar lo que merece la pena preservar en la cultura-ayuda a la agenda machista” (Kamisky 16). [1] No pueden expresar sus identidades ni explorar sus intereses (como la poesía, por ejemplo) porque en el patriarcado sólo pueden trabajar en la casa y mantener el linaje de su esposo. Al otro lado, “los hombres pueden continuar siendo las bestias que los naturalistas dijeron que eran, ‘la más noble mitad de la humanidad’ para las mujeres [. . .] alzado los espíritus de los hombres e inspirado sus impulsos más altos. Si una mujer declara su propia libertad, ‘ella pone en peligro el orden’” (Sternbach 34).[2] Entonces, el doble estándar es que el hombre puede ser libre y hacer lo que quiera, pero la mujer no. Es cuestión de obediencia: la sociedad y los esposos exigen que la mujer sea el ángel del hogar. Cómo buena esposa, una mujer debe quedarse en la casa mientras que su marido va por todas partes.


El trofeo tiene una situación similar a la esposa, pero se le exige ser aún más pasiva que su compañera. Como trofeo, debe quedarse quieta, callada, y bella para que todo el mundo pueda ver el objeto bonito que ha conseguido el hombre. Existe casi como declaración de alto estatus social para los hombres. “El uso del cuerpo femenino como ensalzamiento del éxito y de la existencia masculina, el concepto de la mujer objeto, la violación de la mujer de la cual se dice repetidamente que es ‘la posesión’ del hombre” son diferentes maneras en que el patriarcado intenta mantener a la mujer como un trofeo. (Sternbach 107).[3] Se le niega totalmente su individualidad—y su humanidad—cuando la mujer está representada como trofeo.


El último estereotipo femenino es la virgen, que ha surgido por el marianismo. La expectativa de que todas las mujeres deben imitar a la virgen María y la idea de que la mujer casta es considerada “la mujer moral y espiritualmente más fuerte” (Rodríguez 145). Entonces, el patriarcado supone que la mujer no es un ser sexual y exige que ella reciba de manera pasiva los deseos amorosos de un hombre. Una vez más, este estereotipo funciona para oprimir a la mujer y proponer la “obediencia femenina y la idealización que ponen cerco y exaltan el hecho de ser mujer, contienen a la sexualidad femenina y mantienen el privilegio masculino” (Kamisky 16).[4] Por consecuencia, explota “el desenfreno sexual [que] [contribuye] a crear una atmósfera en que el sujeto lírico manifiesta un erotismo lúgubre y sádico” (Minelli 73). Por los diferentes papeles femeninos opresivos, las poetas modernistas latinoamericanas empiezan a escribir poesía que rechaza los ideales patriarcales.


Sección 1: La esposa

El primero de los tres papeles que el patriarcado asigna a la mujer es el de esposa. Aunque se habla de la ‘realidad americana’ como una identidad unida dependiendo de género (además de clase social y raza) la experiencia de uno es bastante diferente al otro. Por las restricciones, expectativas, y opresión impuestos a las mujeres por el patriarcado, las autoras indoamericanas están dispuestas a criticar a sus propias sociedades. En el poema “A Julia de Burgos”, por Julia de Burgos, la narradora distingue una “tú” y una “yo”. La ‘falsa’ Julia de Burgos (tú) está conforme con el patriarcado y se identifica mayormente como esposa, pero la ‘real’ Julia de Burgos (yo) es rebelde, hace lo que quiere, y no se resigna a ser sólo esposa de algún hombre. El poema trata de lo nocivo que es para la mujer intentar vivir su vida según la imagen de la “mujer perfecta” en una sociedad patriarcal.


La distinción entre la “mujer perfecta” y la mujer real es clarísima en “A Julia de Burgos”. Con el diálogo interno y la yuxtaposición entre el tú y yo, Burgos critica la imagen femenina del patriarcado, que está representada en la “tú” de su poema. Aunque la “tú” nunca habla, todo lo escrito está dirigido a ella. La “yo” quiere dialogar con su compañera. Pero, como los dos personajes forman una sola persona (Julia de Burgos) el resultado es un diálogo interno en el que la “yo” yuxtapone sus rasgos deseados a los de la “tú”. Por ejemplo, la “tú” es “fría muñeca de mentira social” (Burgos v. 7), “miel de cortesana hipocresías” (Burgos v. 9), “solo la grave señora señorona” (Burgos v. 13). Es falsa, hipócrita, seria, y se piensa ser superior a los demás por ser de clase social alta. Ser “señora señorona” (Burgos v. 13) significa que el papel más importante en su vida no es ser poeta, intelectual, o madre, sino esposa. Su mejor característica según el patriarcado es que es casada y “pertenece” a un hombre. También, la “tú” deja que todos influyan sobre ella: es conformista y complace a “[su] esposo, [sus] padres, [sus] parientes, el cura, el modista, el teatro, el casino, el auto, las alhajas, el banquete, el champán, el cielo y el infierno, y el qué dirán social” (Burgos v. 25-28). Es interesante notar que el esposo es la primera persona nombrada en esta lista: demuestra que él tiene control casi total sobre la vida de la narradora. Deja que todos los aspectos de la sociedad patriarcal—hasta el auto y el consumismo que compra—y sus preocupaciones materialistas la conviertan en una mentirosa. No puede tomar sus propias decisiones, pero la “tú” nunca lucha por ese derecho. Es un ser pasivo que es manipulado por todo; por eso es falsa e hipócrita.


Al otro lado está la “yo”. Es la opuesta de “tú”: es el “viril destello de la humana verdad” (Burgos v. 8), “desnudo el corazón” en toda su obra (Burgos v. 10), “de nadie, o de todos” (Burgos v. 16), dirigida por su “solo corazón, [su] solo pensamiento” (Burgos v. 29-30). Vemos inmediatamente que la “yo” es activa, inteligente, y no es la posesión de nadie. El hecho de que tenga marido no le impide tener su propia vida porque (a diferencia de la “tú”) la “yo” es su propia ama. En ella no manda nadie excepto su corazón y su pensamiento. Escribe sus poemas con un corazón abierto y con transparencia. Entonces, todo lo que crea es honesto, pero de un nivel tan alto que se considera desnudo. El hecho de que está creando algo artístico es una forma de rechazar la pasividad de la “tú”, o sea la conducta que exige el patriarcado. Otra divergencia de la “tú” es que la “yo” no es un objeto que pertenezca a alguien. Sólo se pertenece a sí misma y sólo es dirigida por su corazón—emociones—y su pensamiento—su inteligencia. En otras palabras, es autónoma.


La constante yuxtaposición en casi cada verso de “A Julia de Burgos” contrasta la pasividad exigida de la mujer por el patriarcado con la actividad de la rebelde. Pero, es importante notar que el ataque a la “tú” no es a todas las mujeres que obedecen las normas del patriarcado, sino a las expectativas tradicionales femeninas del patriarcado. Julia de Burgos habla consigo misma, a su otra personalidad, y en esto, aunque no es explícito, reconoce ella que en todas las mujeres existe esa dualidad y la lucha por expresar su identidad verdadera. Entonces, no está criticando a las mujeres que, por alguna razón, complacen al patriarcado, sino ese sistema y sus efectos sobre la mujer.


“Nacer hombre”, por Adela Zamudio, también explora las injusticias que sufre la mujer resignada a ser solamente esposa. La narradora del poema ofrece un ejemplo tras otro del doble estándar entre la mujer y su marido. Aunque ella trabaja tanto “por corregir la torpeza de su esposo, y en la casa [. . .] Tan inepto como fatuo, sigue él siendo la cabeza, ¡Porque es hombre!” (Zamudio v. 2-3, 5-7). La narradora es muy inteligente y trabaja duro en la casa para corregir los errores de su marido y para que sobreviva su familia. Sin embargo, ella no es considerada la ama de la casa solamente porque es mujer. Hace mucho trabajo y tiene mucho talento, pero en la casa no es reconocida por todo su esfuerzo. A pesar de eso, la sociedad exige que ella esté contenta porque “no importa si la mujer sea feliz con su matrimonio y/o su esposo porque la cosa podría ser peor: podría ser desafortunadamente una ‘solterona’” (Sternbach 39).[5] Debe considerarse afortunada porque ha conseguido un marido y ahora es “esposa”—el mejor título para una mujer.


Otro doble estándar que viene con el matrimonio en el patriarcado tiene que ver con la fidelidad. “Ella debe perdonar siéndole su esposo infiel; pero él se puede vengar [. . .] en un caso semejante hasta puede matar él” (Zamudio v. 29-31, 33-34). Entonces, el marido puede hacer lo que a él le dé la gana, pero ella sólo puede tener ojos para él, aunque le trate mal. Estos versos no implican que todos deben ser infieles a sus maridos, sino que el doble estándar no tiene sentido; no existe una diferencia científica entre las mujeres y los hombres por la que los hombres tengan más dificultad para ser fieles. La única cosa que les diferencia es que la sociedad ha dado a los hombres el privilegio de correr por todas partes buscando novias, aunque ya tengan esposas. Y, además, cuando son infieles, la sociedad patriarcal no castiga ni juzga al hombre. Al revés, las mujeres son condenadas a la casa y son castigadas fuertemente y convertidas en parias si ponen los cuernos a su marido. “Él se abate y bebe o juega. En un revés de la suerte: Ella sufre, lucha y ruega” (Zamudio v. 22-24). El doble estándar entre las mujeres y los hombres respecto al papel que cada uno juega en la casa es corrosivo para las mujeres.

Pero, la injusticia no sólo existe en la casa, sino en el resto de la sociedad también: “una mujer superior en elecciones no vota [. . .] puede votar un idiota, ¡Porque es hombre!” (Zamudio v. 15-16, 20-21). Sin tomar en cuenta que el voto debe ser un derecho básico de todos, la narradora es inteligente y quiere votar y participar de manera activa en su sociedad, pero por una regla arbitraria no puede. Esto contribuye al hecho de que la gente la ve sólo como esposa. No debe ser capaz de ser inteligente en el patriarcado. La narradora está oprimida en la casa y en la sociedad. En la casa debe obedecer pacientemente a su marido. En la sociedad, debe seguir las pautas establecidas por el patriarcado. En ambos casos, la mujer debe ser obediente y aceptar su falta de individualidad.


Sección 2: El trofeo

En “Hombre pequeñito”, por Alfonsina Storni, la voz poética usa la imagen del canario enjaulado para representar la opresión de la mujer en la sociedad patriarcal. Atado a esta forma de opresión es otro papel para la mujer: trofeo. Este rol está relacionado a “la esposa”, pero aquí la mujer ni siquiera tiene trabajos (como limpiar la casa y otros quehaceres de la casa). Al ser tratada como un trofeo, la mujer debe ser totalmente pasiva: no puede ni hablar. En “Hombre pequeñito” la narradora es franca porque no tiene miedo de criticar al hombre, su opresor, que la mantiene en la jaula. Pero, ella también intenta averiguar por qué el hombre la mantiene allí y le llama “pequeñito”. Para empezar, es un insulto llamar a un hombre pequeño en una sociedad patriarcal, y es aún más radical llamar pequeñito. El “-ito” sugiere que es aún más débil e inseguro de sí mismo; casi es como un niño. El significado de esta sola palabra sugiere que el origen de la opresión está en la hiper masculinidad de la sociedad patriarcal. Para sentirse cómodo, el hombre necesita oprimir, controlar, y enjaular a la mujer y “montar su cabeza a la pared” como si fuera un trofeo de caza. El poema pinta una imagen de un hombre macho que pide tanto de la mujer que ella ya no puede darle más y declara “no me pidas más” (Storni v. 12). También, es un hombre que nunca “me entenderás” (Storni v. 8). Para entender a alguien, hay que escucharle primero y el hecho de que este hombre nunca entenderá a la narradora sugiere que no la escucha porque no hay razón para escuchar a los trofeos. Tiene que oprimir a la mujer para no sentirse emasculado.


La voz poética contrasta al hombre pequeñito con la mujer/canario. El canario es bello y tiene habilidades musicales innatas: nace con un canto lindo. También, por ser pájaro, sabe naturalmente cómo volar y ser independiente. En otras palabras, el canario no necesita la ayuda de nadie para ser una criatura especial, bella, e inteligente; es independiente y libre. Otra cosa para destacar es que el estado natural del canario es volar. Hay un deseo innato, irrevocable por ser libre. La narradora pide al hombre “ábreme la jaula que quiero escapar” (Storni v. 10). No debe estar oprimida; debe ser libre e independiente, viviendo su vida sin la “ayuda”—o mejor dicho la opresión—del patriarcado. Entonces, la narradora está diciendo al hombre que no necesita su dirección para nada. Por ser una mujer ya tiene todo lo que va a necesitar en la vida. ¡Basta con ser mujer! Enjaularla y presentarla como un trofeo va directamente en contra de su naturaleza.


Sección 3: La virgen

En “El vampiro”, por Delmira Agustini, la voz poética nos pinta una imagen de sí misma. Pero, su “autorretrato” no obedece en absoluto a la imagen de la virgen deseada por el patriarcado. Si el patriarcado quiere proponer el marianismo—la idea de que la virgen es “la mujer moral y espiritualmente más fuerte” (Rodríguez 145)—Agustini nos ofrece lo totalmente opuesto. La narradora vampira es cruel y sanguinaria porque exprime el “corazón herido mortalmente” (Agustini v. 10) del hombre con quien tiene una relación romántica. La voz poética ve (metafóricamente) y goza de como cae la sangre roja. No cesa hasta beber la sangre del órgano más importante de este chico (el corazón). Este uso intenso de los colores y de una sensación del sabor es algo muy característico del modernismo y nos ayuda a imaginar y a sentir esta pasión que siente la voz poética. ¡Pasión! Tenerla en una relación tan física implica que la narradora no es virgen ni conforme con las características del estereotipo de la virgen. Es una mujer sexual que goza de esta relación “de carne”. No es tímida, sino violenta y sanguinaria y goza de su relación sexual con el hombre. A pesar de ser violenta, es suave y seductora: hace daño a su pareja “dulcemente” (Agustini v. 9). Otra característica de esta mujer es que es la única proponente de acción en todo el poema. Es activa y, aparte de que hace crueldades, ella inicia la acción, no el hombre. Nadie le manda que ella hiera al hombre; lo hace porque quiere. Entonces, rechaza el tipo de mujer que propone el patriarcado: la mujer pasiva, bella, inocente—el ángel del hogar.


Además, es importante destacar que esta descripción radical viene de una mujer; una vez más, la voz poética se está describiendo a sí misma. Entonces, la descripción es más auténtica, más natural, que la que viene del patriarcado. También, es una descripción (no muy) implícita de una relación sexual. Muerde—con gusto—al hombre: “Yo que abriera tu herida mordí en ella—¿me sentiste?—Como en el oro de un panal mordiera!” (Agustini v. 6-8). Estos versos iluminan a través de imágenes ricas que morder, ser cruel, le gusta mucho a la mujer. Es una sensación deliciosa como si comiera miel. Una vez más, nos está dando una imagen femenina que es todo lo contrario de lo “establecido”. Las vírgenes no pueden gozar de actos carnales, ni pueden tener sus propios pensamientos sobre el sexo. Sólo sirven las mujeres, en los ojos del patriarcado, para recibir pasivamente los sentimientos amorosos de los hombres. Ahora, ¡toda la autonomía de la mujer vampira pone en peligro este estereotipo del ángel del hogar! No es sorprendente que esto sea el propósito de la voz poética.

Como en “El vampiro” por Delmira Agustini, la narradora de “Te doy mi alma desnuda”, por Juana de Ibarbourou, reconoce abiertamente que no cumple con los estándares para “la virgen” en el patriarcado. Por ejemplo, el primer verso es “Te doy mi alma desnuda” (Ibarbourou v. 1). Obviamente la palabra tiene un sentido sexual y Juana de Ibarbourou emplea ese significado. La desnudez suele aparecer en situaciones íntimas. Además, la narradora hace una comparación entre sí misma y “todas esas cosas, frutos, astros y rosas, que no sienten vergüenza del sexo sin celajes” (Ibarbourou v. 6-8). A la narradora no le da vergüenza hablar de sus propios sentimientos sobre el sexo. Es una parte importante en su relación con su pareja que implica que ella también tiene deseos sexuales. Tradicionalmente, la sociedad patriarcal sólo deja que el hombre tenga impulsos sexuales y no las mujeres. Entonces, el hecho de que la narradora—¡una mujer!—piensa en el sexo es radical en sí mismo. Solamente con esto Ibarbourou rompe con la tradición patriarcal de la virginidad.


Además, la desnudez no es algo solamente físico, sino una manera para conectar con su pareja porque da su alma “desnuda, y toda abierta de par en par” (Ibarbourou v. 12). La desnudez del alma también significa la conexión emocional. Ofrece todo lo que tiene en un alma desnuda. Con esta declaración la narradora también reconoce que podría ser juzgada por su autonomía corporal. Vemos esto cuando dice “de todas esas cosas que tienen la infinita serenidad de Eva antes de ser maldita” (Ibarbourou v. 5-6). La narradora entiende que expresar su sexualidad la va a convertir en una ‘maldita’ como Eva. No tiene ninguna duda de qué pasa a las mujeres que no obedecen las normas de virginidad impuestas por el patriarcado. Entonces, como “El vampiro”, este poema no es un ataque al amor ni al matrimonio; la narradora goza de su relación íntima. Sin embargo, ella quiere redefinir el amor (físico y emocional) para que sea más igual y justo—¡para que incluya a la mujer! El amor y el sexo deben “pertenecer” a todos, no sólo a los hombres. Entonces, al expresar sus propias emociones rebeldes la narradora rechaza el papel de la virgen.


“El vampiro” por Delmira Agustini, “Te doy mi alma desnuda” por Juana de Ibarbourou, y “Tú me quieres blanca” por Alfonsina Storni tienen en común el hecho de que todos los poemas tienen como propósito ofrecer una representación más moderna de la mujer, pero la obra de Storni añade una crítica fuerte del patriarcado que no existe tan claramente en las obras de Agustini y Ibarbourou. Alfonsina Storni trata de criticar al patriarcado y el doble estándar que existe entre la mujer y el hombre. El hombre tiene “los labios morados” (Storni v. 18) por beber y festejar tanto y es mujeriego porque va “vestido de rojo [corriendo] al Estrago” (Storni v. 25-26). Como una buena escritora modernista, Storni usa el color rojo para indicar la pasión presente en el Caos o “Estrago”. Al fin, el hombre aún queda “intacto”, o sea, nadie le critica. Al contrario, si la mujer no es casta, blanca, dulce, pasiva, la sociedad la castiga y la rechaza. El uso del color blanco es otro rasgo del modernismo. En este poema, como en muchos del modernismo, el color blanco significa la pureza o la virginidad. Al decir que no es blanca, la voz poética está exclamando que no es casta o pura. Con ironía, la voz poética exige al hombre que se vaya por las montañas y explica que “alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarchas; renueva tejidos con salitre y agua; habla con los pájaros” (v. 42-48). Si el hombre puede completar todos estos actos imposibles y medio absurdos, tiene el derecho de pedir a la mujer que sea casta y blanca. El medioambiente “mágico” es otra cosa que aparece mucho en la literatura modernista. Aquí Storni lo emplea para destacar que los deseos del patriarcado no son posibles para los seres humanos. Uno necesitaría ser mago para hablar con pájaros. Pero, como nadie puede hablar con los pájaros y beber de las piedras, no hay ninguna razón para exigir a las mujeres que sean lo que no son ni quieren ser: vírgenes y pasivas.


El cambio de siglo y la emergencia del modernismo trajeron consigo una necesidad urgente de definir la identidad americana. Pero, en este hecho, la élite masculina indoamericana dejó al margen a las mujeres. Consecuentemente, ellas no fueron incluidas en la conversación ni en la ‘definición latinoamericana’. La sociedad patriarcal decidió relegar a las mujeres a papeles secundarios y pasivos, los cuales no reflejaron las habilidades reales de la población femenina. Estos papeles fueron el de esposa, trofeo, y virgen. Para luchar en contra de los roles tradicionales y opresivos, autoras modernistas—como Delmira Agustini, Juana Ibarbourou, Julia de Burgos, Adela Zamudio, y Alfonsina Storni—compartieron sus perspectivas auténticas, rechazaron el patriarcado, y crearon nuevos papeles para la mujer. Por ejemplo, en los poemas que enfrentan la imagen de la esposa (“A Julia de Burgos” por Julia de Burgos y “Nacer hombre” por Adela Zamudio) estas autoras ofrecieron múltiples ejemplos de la inteligencia de la mujer y de cómo es capaz de ser un miembro total de la sociedad, no sólo como esposa. Alfonsina Storni, con su poema “Hombre pequeñito”, rechaza la pasividad de la mujer-trofeo. Declara que su estado natural es la libertad; entonces, no tiene sentido enjaular y oprimir a la mujer. Para terminar, “El vampiro” por Delmira Agustini, “Te doy mi alma desnuda” por Juana de Ibarbourou, y “Tú me quieres blanca” por Alfonsina Storni rechazan el marianismo del patriarcado. Los tres poemas demuestran que la virginidad es un ideal imposible para mantener porque—como todos los seres humanos—las mujeres también son seres sexuales. Además, critican el doble estándar que existe entre la diferente conducta sexual que se permite a los hombres y a las mujeres. Los hombres pueden andar con quienes quieran y no van a ser juzgados. Pero, si las mujeres no mantienen la virginidad serán juzgadas, castigadas, y rechazadas por hacer la misma cosa que hace un hombre. Las mujeres no son seres pasivos; todos estos poemas reclaman este hecho. Como mujer, leer estos poemas honestamente me da mucho orgullo de ser mujer y esperanza para el futuro. Aunque la lucha sigue para la igualdad entre los géneros, me siento esperanzada cuando leo las grandes poetas modernistas indoamericanas. Ellas usaron su arte para luchar por la justicia social y quizás todos nosotros deberíamos intentar hacer lo mismo.


Obras Citadas


Minelli, María Alejandra. “Cinceladas Para Su Estro: Representación Literaria De Las Mujeres a Fines Del Siglo XIX.” La Aljaba, 2008, p. 71. EBSCOhost, stmarys-ca.idm.oclc.org/login?url=http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&db=edssci&AN=edssci.S1669.57042008000100005&site=eds-live.


Rodríguez, Rodney T. Reflexiones: Introducción a la literatura hispánica. Pearson Education, Inc., 2013.

Sternbach, Nancy Saporta. The Death of a Beautiful Woman: The Femme Fatale in the Spanish-American “Modernista” Novel. Dissertation, The University of Arizona, 1984. EBSCOhost, stmarys-ca.idm.oclc.org/login?url=http://search.ebscohost.com/login.aspx?¡direct=true&db=edsndlAN=edsndl.oai.union.ndltd.org.arizona.edu.oai. arizona.openrepository.com.10150.187804&site=eds-live.


Sternbach, Nancy Saporta. The Death of a Beautiful Woman: The Femme Fatale in the Spanish-

American “Modernista” Novel. Dissertation, The University of Arizona, 1984. EBSCOhost, stmarys-ca.idm.oclc.org/login?url=http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&db=edsndl&AN=edsndl.oai.union.ndltd.org.arizona.edu.oai.arizona.openrepository.com.10150.187804&site=eds-live.


End Notes


[1] “The assumption that women have always been the conservative force in society—counted on not to produce, but to reproduce, to maintain whatever is worth maintaining in the culture—serves masculinist agendas” (Kamisky 16)


[2] “men could continue to be the beasts that Naturalists said they were, for women ‘the nobler half of humanity [. . .] elevate[d] men’s spirits and inspire[d] their higher impulses.’ If [a woman] were to assert her own [freedom], ‘she would threaten order’” (Sternbach 34)


[3] “The use of the female body as glorification of male accomplishment and existence, the concept of woman as object, the rape of the female who is repeatedly said to be the ‘possession’ of the man” (Sternbach 107)


[4] “womanly obedience and idealization that enclose and exalt womanhood, fetter women’s sexuality, and maintain male privilege” (Kamisky 16)


[5] “no matter how unhappy a woman is with her marriage and/or her husband, things could be much worse: she might have the misfortune of being a ‘solterona’” (Sternbach 39)