El lenguaje, que es una facultad humana se representa de dos formas: una oral y una escrita. La modalidad oral es inherente al ser humano como especie, y por esto la podemos denominar como una función biológica. Una característica esencial del habla es que es efímera, su realización es de forma continua y lineal, y se desvanece a medida que pasa el tiempo.
En contraposición, la modalidad escrita es artificial, es decir, es una tecnología creada por el ser humano para representar precisamente los sonidos del habla. Es decir, la escritura se apoya en implementos como la roca, el bronce, la arcilla, el papel o la pantalla de un computador para su realización, además del punzón, la pluma o el teclado que serian aquellos equivalentes a los órganos del habla. Su realización busca plasmar los sonidos de forma gráfica, lo cual la hace estática, artística, y eterna.
El habla no requiere de un aprendizaje formal (como si pasa en la escritura), esta se aprende como parte del proceso de socialización. No obstante las manifestaciones comunicativas orales no son del todo tan “naturales”, ya que algunas de ellas son preparadas con antelación, siguen un “ritual” o un protocolo y se apoyan en la escritura. Por lo tanto, el discurso escrito es un hecho localizable, y se remonta a las representaciones icónicas de la realidad (pictogramas e ideogramas). Su representación más notable es la escritura alfabética, logrando una representación económica y funcional de las unidades lingüísticas que aún debemos seguir re pensando para generar una transformación en la forma de narrar la historia de la escritura.
En el caso de su enseñanza(la escritura) en la actualidad,lo mejor es que en la Educación Infantil (3, 4 y 5 años), se tenga un primer contacto con el lenguaje escrito sin exigir a los niños que, al finalizar este periodo, sepan leer y escribir con normalidad. En esta etapa, realizan trazos y se familiarizan con los diversos instrumentos (ceras, lápices, etc.), desarrollan su capacidad para dibujar y empiezan a conocer algunas letras y palabras (como su nombre). Todo ello de una forma lúdica, que despierta su interés por el lenguaje escrito. En esta etapa, y hasta los 6 años, podemos hablar de iniciación al proceso de la escritura
El punto de partida es la grafomotricidad, que está integrada dentro de la motricidad fina (es decir, de la precisión de los movimientos, fundamentalmente, la coordinación ojo-mano). El desarrollo del «gesto fino» se lleva a cabo a través de ejercicios que requieren precisión, rapidez y control de movimientos en las manos y en los dedos. Estos ejercicios desarrollan una serie de habilidades necesarias para, posteriormente, realizar los primeros grafismos. La manifestación más temprana de la grafomotricidad es el garabateo, que se desarrolla de manera simultánea al dibujo espontáneo o al dibujo con modelos y que precede a la escritura propiamente dicha.