Mal momento para morir

Mal momento para morir

Disponible, también, en Revista Latina NC

Rosendo Angarita Rojas jamás pensó que después de cuarentaidós años de consagrado trabajo su “Financiera Amiga” le saliera con esas, y durante semejante crisis global. Lema comercial de aquella entidad bancaria que le administraba sus cesantías, fondo de pensión y en donde, también, la fábrica para la cual trabajaba consignaba su sueldo equivalente a casi cuatro y medio salarios mínimos legales mensuales. Allá él era ingeniero de planta.

Ahora solo le faltaban pocos meses para cumplir la edad de jubilación. Jamás hizo retiros parciales de ninguna de aquellas dos cuentas, por lo que, pese al bajo, muy bajo rendimiento que estas tenían, además de las cortapisas y talanqueras que el Gobierno mantenía para impedir retiros, garantizándole a los banqueros mayor disponibilidad de recursos e ingentes beneficios, los montos en una y otra eran algo significativos en comparación con el promedio de la población de profesionales trabajadores clase media de su círculo laboral.

—Amor —le solía decir a su esposa de toda una vida—, tan pronto me pensione, con ese dinero, además de saldar la deuda de nuestro apartamento…

—El que en dieciocho años hemos pagado casi tres veces su valor inicial —solía responderle ella—, ¡y jamás baja la cuota!

—Lo sé, mujer… pero, si no era así, ¡con ese crédito al más largo plazo posible!, ¡jamás hubiésemos comprado vivienda!

—Con lo que tienes ahorrado en cesantías —le reiteraba cuando él le hablaba de ese tema—, a ver si por fin cancelas, también, los saldos de esas tarjetas de crédito que te mantienen ahogado… Esos intereses del casi treinta por ciento, efectivo anual, son de usura, así tenga la aprobación del Gobierno.

—Sí, claro que lo haré, Damaris, pero después de hacer los viajes que te prometí desde cuando nos casamos… ¡nuestra aplazada luna de miel!, así como los tantas veces truncados aniversarios. Te dije que te llevaría a París, como también al crucero por el Danubio y a Machu Picchu en algún solsticio de verano.

Durante los dos últimos años, cada trimestre, cuando le llegaba el extracto de sus cesantías y fondo de pensiones, Rosendo Angarita Rojas miraba los saldos. Entonces, se centraba en las cesantías, además de calcular la mesada que le llegaría tras pensionarse, equivalente al 62.25% de su sueldo actual, algo menos de dos y medio salarios mensuales vigentes. Cada vez que su mujer lo encontraba en esas, o él le decía algo al respecto, ella le insistía en coger esa plata para cancelar la hipoteca y las tarjetas de crédito, además, para que las entregara y evitarse endeudamientos de imposible pago con el pauperizado nuevo emolumento que iba a recibir luego de pensionarse.

Desde hacía un buen tiempo que tenía calculado que, con ese ahorro en cesantías, que solo aumentaba por concepto de intereses cerca de US$100 trimestrales y el equivalente a un sueldo cada febrero, difícilmente le alcanzaría para todos los viajes que a su amada esposa le tenía ofrecidos, además de postergados, y año tras año. Sin embargo, en enero, cuando le llegaron los extractos, y ante la trepada del dólar, casi al doble con respecto a los años anteriores, se tuvo que resignar y descartar el crucero por el Danubio, el viaje a Suramérica y otros tantos que añoraba en mordido silencio. No le daban las cifras. Si viajan a Europa, con tres noches en París para la luna de miel después de cuarenta años de casados, le quedaría muy poco, ni para abonarle algo significativo a sus tarjetas, mucho menos para finiquitar el crédito hipotecario.

—Estos los seguiré pagando después de agosto, mes a mes, con mi disminuida mesada pensional… eso sí, sin aumentar ni un centavo el crédito, ¡toca guardar las tarjetas!, como lo dice mi mujer —concluyó al hacer cuentas, analizar los saldos de los extractos del último trimestre de 2019 y gestionar en la promotora de turismo el viaje por Europa para los dos—. Y, lo que quede, lo dejo como reserva estratégica por si la mesada no me alcanza para los gastos, impuestos y otros egresos por ahí, mientras nos acomodamos a ella.

Planes de nuevo alterados, y tal vez por siempre, no solo por la irrupción del virus y la declaratoria de pandemia global en marzo cuando le tocó irse a trabajar desde la casa por la clausura domiciliaria que decretó el Gobierno, sino por la afable carta que llegó en abril, anexa a los extractos del primer trimestre de la “Financiera Amiga” con los saldos de sus cesantías y pensión.    

Hola, Rosendo, tus objetivos están cerca, nosotros continuamos muy comprometidos para garantizar y fortalecer los ahorros que nos has confiado.

Te comunicamos que los mercados financieros fueron impactados por el Covid-19 y por las alteraciones globales en los precios del petróleo. En consecuencia, la rentabilidad de tus ahorros bajo nuestra responsabilidad fue algo afectada. Sin embargo, nos es grato decirte que los portafolios en los cuales están invertidos tus aportes, en el largo plazo están asegurados y se recuperarán. Además, y para tu tranquilidad, los ahorros de las personas próximas a pensionarse son colocados de manera estratégica en cuentas con menor exposición al riesgo, siempre pensando en el futuro y en la edad dorada de nuestros clientes.

Seguiremos trabajando para los afiliados con fundamento en nuestra comprobada experiencia y solidez, toda vez que para nosotros es sagrado el compromiso que hemos asumido y consolidado juntos.”, decía la carta anexa.

Rosendo no se inmutó al leerla por primera vez, tal vez porque no entendió tal galimatías, aun cuando algo le dijo el subconsciente, una especie como de alerta temprana. Luego, abrió los extractos, primero el de las cesantías. En este el saldo a 31 de marzo de 2020 era menor al del 31 de diciembre de 2019… US$1575,27 menos, pese a la consignación equivalente a un salario que le hizo la empresa en febrero, correspondiente al monto del año anterior. En ese momento comenzó a entender los términos soslayados de la carta anexa.

Abrió el segundo extracto. ¡Casi se infarta! En síntesis, su mesada pensional, de tramitarla para el próximo julio, sería un poco menos de uno y medio salario mínimo legal vigente, una tercera parte de su actual sueldo.

Evitando que su esposa se enterara fue a la alcoba en donde estaba su hijo. Este era economista de profesión, especialista en Gerencia Financiera y laboraba como analista de inversiones en uno de los grandes bancos del país, y quien también teletrabajaba desde casa por lo de la pandemia.

—¿Qué pasa, pa’? —le preguntó al verlo angustiado.

—Hijo, mira, ¿tú entiendes esta carta y las cifras de estos extractos?

—Padre —le respondió tras leer y revisar las cifras—, que el virus y la situación global del petróleo nos afectó a todos… al menos a la clase obrera y a los independientes. A mí me llegó una carta similar y también mis aportes por pensión y cesantía disminuyeron…

—Y, ¿qué hay que hacer?

—Esperar… —le respondió con la sequedad que caracteriza el trato de las personas al servicio de las finanzas—. De pronto después de octubre o noviembre se estabiliza el dólar, sube el petróleo y encuentran la vacuna contra el virus; entonces, pueda que la economía vuelva a su relativa estabilidad.

—Disculpa, hijo… pero, esos casi US$4250 que me figuran como rendimiento negativo, sumando cesantía y pensión, ¿los recuperaré…?

—Lo dudo, padre, esos corresponden a intereses que se esfumaron… el capital sigue intacto, aunque con menor valor adquisitivo…

—Entonces, respecto a esa plata, ¿qué?, y, ¿en cuanto a la pensión…?

—Entonces, ¡nada, pa’!, solo esperar a que la economía se estabilice y sus ahorros, los míos y los de todos vuelvan a generar intereses... ¡ojalá! En cuanto a su solicitud de pensión, creo que es prudente esperar algún tiempo.

Damaris algo sospechó cuando sintió que su marido se levantó de su escritorio en el estudio y entró sigiloso a la habitación de su hijo, cerrando la puerta. Tras unos segundos se acercó y escuchó toda la conversación, por lo tanto, cuando este salió con cara de conmoción, le dijo:

—Rosendo Angarita Rojas, ya escuchaste al muchacho que sabe de números: ¡esa plata se voló!, por lo que, como dicen por ahí: ‘No hay que llorar sobre la leche derramada’ y, en cuanto a tu pensión, si esperamos toda una vida, ¿qué más da uno, dos o más años, viejo?

—Pero… ¡¿y el viaje a Paris?!

—Si está por darse y nos conviene… algún día será, en su momento.

—Mujer, ¿sabes una cosa? —suspiró mientras se acomodaban en el sofá de la sala, cogiéndole con cariño su mano.

—¿Qué?

—Recuerdas, Damaris Díaz, que hace algunos años compré un seguro de vida y te puse de beneficiaria… si algo me llega a pasar, espero que con lo que te den puedas hacer, no solo el paseo a París, sino el crucero por el Danubio y el viaje al Perú… así sea sin mí.

—¡Viejo… deja de hablar sandeces!

—Ojalá que la pelona se acordara de mí en estos momentos...

—Como lo hemos visto por televisión, este es un mal momento para morir, pésimo año para partir, ¡el peor!, cuando ni al entierro se puede ir; menos por esos pinches US$4250 que se te llevó la pandemia, viejo. Ahora, si vas a sucumbir, que algún día será, te pido que lo dejes para después… para cuando, no solo el virus maluco ese se haya cansado de llevarse a los más viejos y a gente indisciplinada, sino para cuando me hayas cumplido con aquellas noches de luna de miel en París, así sea en unos años… ¡qué importa esperar otro poco!

Lo que Damaris Díaz desconocía, ¡ni siquiera se imaginaba!, era que, a su esposo, además de esta pérdida en sus ahorros de pensión y cesantía, otras cuatro inesperadas cosas le afligían. En marzo compró el plan para viajar en octubre de ese año a Europa, incluida una grata pasantía de cuatro días en Paris, ¡para lo de su postergada luna de miel! Se calló este caro detalle porque darle esa sorpresa a su amada esposa quería. Mucho menos ella sabía que esos US$5250 del primer abono lo hizo con cargo a sus tarjetas de crédito, casi dos terceras partes de su cesantía. Monto que, como le informaron por esos días al comienzo de la pandemia cuando llamó azorado a la agencia de viajes que le vendió el paquete, no era reembolsable sin una penalidad cercana al 100% del abono, por lo que no valía la pena solicitar cancelaciones ni reintegros.

—Esperemos que, para entonces, don Rosendo —le enfatizó la asesora de viajes—, ya estén aplicando la vacuna contra el virus, o que la pandemia haya aminorado y bajado el riesgo para viajar.

—Señorita… ¿y si no?

—En ese caso, tal vez, la aerolínea y la agencia operadora en Europa nos permitan reprogramar… eso sí, lo más seguro, con tarifas reajustadas.

 —Y… de ser así, ¿como de cuánto adicional estaríamos hablando?

—No tengo un monto exacto… le sugiero que, al menos, aliste otros US$1250… espero que no sean necesarios; sin embargo, es mejor prevenir.

Él tenía que cumplirle y darle a Damaris Díaz ese viaje antes de finalizar el año. Lo tuvo claro tras la última cita de control con su médico en febrero pasado cuando este le explicó los inesperados resultados de los últimos exámenes efectuados en enero; los que nunca compartió ni siquiera con ella. Fue cuando decidió comprar el plan turístico para viajar a Europa, una vez cumpliera en julio la edad de retiro, obtuviera la jubilación, así como la disposición y el desembolso de su cesantía, trámite que duraba dos meses, le dijeron. Entonces, programó que a inicios de ese otoño se irían a disfrutar de las tan esperadas vacaciones y la tantas veces postergada luna de miel en París...