Invitado a un encuentro literario por su paisana la poetisa de Mi Destino, el escritor armó viaje para respirar el soplo de la ruralidad, sin imaginarse que en los villorrios por los que pasaría se toparía con personajes inverosímiles, cada uno con por lo menos un relato de nostalgia social subcontinental al lomo. 

Lo que a la postre al escritor el curso de la vida le cambiaría. 

La situación se enmarañó cuando al regresarse en compañía de un poeta compartieron estas y otras historias, al cual más desencajadas de la realidad, intentando ajustarlas a su acomodo, o tal vez a su limitada comprensión. 

Todo hubiese quedado en la intrascendencia de no ser porque les tocó recoger por encargo a doña Aparición. Sombra de mujer con un lastre familiar en el alma que, así como apareció, se esfumó frente al cementerio del último pueblo de la correría.