SEMANA 8 A 10 DE ENERO
SEMANA 8 A 10 DE ENERO
SEMANA 8 A 10 DE ENERO
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su hijo.
El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio:
-Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas.
»Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura.
»Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal.
»Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie.
»Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras:
»-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente.
»Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente.
El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy provechoso.
Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja:
Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.
Yo soy quien libre me vi,
yo, quien pudiera olvidaros;
yo só el que, por amaros,
estoy, desque os conoscí,
«sin Dios, y sin vos, y mí».
Sin Dios, porque en vos adoro,
sin vos, pues no me queréis;
pues sin mí ya está de coro
que vos sois quien me tenéis.
Assí que triste nascí,
pues que pudiera olvidaros.
Yo so el que, por amaros,
estó, desque os conoscí,
sin Dios, y sin vos, y mí».
Jorge Manrique
Pues si yo tanto os quiero,
vuestra belleza lo hace,
que me ha hecho así guerrero
de un amor verdadero,
que aunque me pesa, me place.
Y tengo placer y dolor
por mantener esta guerra
con fe y con amor:
o me hacéis vencedor
o metedme bajo la tierra.
(actualizado)Juan de Mena
SEMANA 13 A 17 DE ENERO
Ejemplo del hombre, y de la mujer, y del papagayo
-Señor, oí decir que un hombre era celoso de su mujer y compró un papagayo y lo metió en una jaula, y lo puso en su casa, y le mandó que le dijera todo cuanto viera hacer a su mujer, y que no le encubriese en adelante nada. Y después se marchó a sus asuntos. Y entró el amigo de ella en su casa y el papagayo vio cuanto ellos hicieron. Y cuando el hombre bueno vino de su mandado, entró en su casa de manera que no le viese su mujer, y mandó traer al papagayo y le preguntó todo lo que había visto, y el papagayo le contó todo lo que había visto hacer a su mujer con el amigo. El hombre bueno se enfureció contra su mujer y no entró más donde ella estaba. Y la mujer pensó verdaderamente que la criada la había descubierto, la llamó entonces y dijo:
-Tú dijiste a mi marido cuanto yo hice.
Y la moza juró que no lo había dicho, «mas sabed que lo dijo el papagayo».
Y cuando vino la noche, fue la mujer al papagayo y lo bajó al suelo, y comenzó a echar agua desde arriba como que era lluvia, y tomó un espejo en la mano y colocóselo sobre la jaula, y en la otra mano una candela, y colocósela arriba y pensó el papagayo que era relámpago; y la mujer comenzó a mover una matraca y el papagayo pensó que eran truenos. Y ella estuvo así toda la noche hasta que amaneció. Y después que fue la mañana, vino el marido y preguntó al papagayo:
-¿Viste esta noche alguna cosa?
Y el papagayo dijo:
-No pude ver ninguna cosa con la lluvia, los truenos y relámpagos que esta noche hizo.
Y el hombre dijo:
-Si cuanto me has dicho de mi mujer es tan verdad como esto, no hay cosa más mentirosa que tú, y he de mandarte matar.
Y mandó por su mujer y la perdonó.
Y yo, señor, no te di este ejemplo sino porque sepas el engaño de las mujeres; que son muy fuertes sus artes, y sus engaños son muchos, que no tienen principio ni fin.
Sendebar o Libro de los engaños
SEMANA 20 A 24 DE ENERO
Después del primer encuentro nocturno de los enamorados, los dos criados de Calisto deciden, todavía de madrugada, ir a reclamar a Celestina su parte de los beneficios del negocio que han compartido; la vieja se lo niega.
SEMPRONIO. Déjate conmigo de razones. A perro viejo no cuz cuz. Danos las dos partes de cuanto de Calisto has recibido, no quieras que se descubra quién tú eres. A los otros, a los otros, con esos halagos, vieja.
CELESTINA. ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Me has sacado tú de la putería? Calla tu lengua, no ofendas mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos, a todos es igual. También seré oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno, no pienses que me tienes cogida por saber mis secretos y mi vida pasada y los casos que nos sucedieron a mí y a la desdichada de tu difunta madre. Y aun así me trataba ella, cuando Dios quería.
PÁRMENO. No me hinches las narices con esos recuerdos; si no, te voy a enviar con ella, donde mejor te puedas quejar.
CELESTINA. ¡Elicia, Elicia! Levántate de esa cama, trae mi manto rápido que, por los santos de Dios, para la justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto, qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros; contra los que llevan espada, mostrad vuestras iras; no contra mí.
SEMPRONIO. ¡Oh vieja avarienta, garganta muerta de sed por dinero! ¿No estarás contenta con la tercera parte de lo ganado?
CELESTINA. ¿Qué tercera parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y ese otro que no dé voces, no venga la vecindad. No me hagáis perder la paciencia. No queráis que salgan a la plaza las cosas de Calisto y vuestras.
SEMPRONIO. Da voces o gritos, que tú complirás lo que prometiste o acabarán hoy tus días.
ELICIA. Guarda, por Dios, la espada. Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.
CELESTINA. ¡Justicia, justicia, señores vecinos; justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!
SEMPRONIO. ¿Rufianes o qué? Esperad, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.
CELESTINA. ¡Ay, que me ha matado, ay, ay! ¡Confesión, confesión!
PÁRMENO. Dale, dale; acábala, pues comenzaste! ¡Que nos oirán! ¡Muera, muera; de los enemigos los menos.
CELESTINA. ¡Confesión!
ELICIA. ¡Oh crueles enemigos, en mal poder os veáis! ¡Y para quién tuvisteis manos. ¡Muerta es mi madre y mi bien todo!
SEMPRONIO. ¡Huye, huye, Pármeno, que viene mucha gente! ¡Cuidado, cuidado, que viene el alguacil!
PÁRMENO. ¡Oh pecador de mí, que no hay por donde huyamos, que está tomada la puerta!
SEMPRONIO. Saltemos estas ventanas. No muramos en poder de justicia.
PÁRMENO. Salta, que yo tras ti voy.
SEMANA 10 A 14 DE ENERO
páginas 194 a 197 del libro de 3º